Por Pía Ríos
Tendrán que recordarme el año que corría cuando abrieron los archivos de la División de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA), soy muy mala para recordar fechas. Una vez que me entregaron todos los documentos que había relacionados con mi mama y mi papá, se me ocurrió averiguar si existía algo sobre mí. Así que lo solicité. Y sí, dos renglones que describían, para ellos, mi característica sobresaliente: “Miembro de HIJOS, nexo entre Abuelas y Madres”. No decía nada sobre mi participación en Quebracho, organización a la que pertenecí hasta que surgió el kirchnerismo. Atribuí la omisión a la inoperancia que quizá tendrían los servicios de inteligencia. Hasta hoy no me detuve a reflexionar sobre tamaña definición que vertieron sobre mí.
Hace unos días, la muerte de Hebe trajo a mi mente la descripción de mi legajo y me llevó a preguntarme qué es lo que estaba haciendo yo en los 90 para que la policía dictara ese veredicto sobre mi persona. A la distancia logro darme cuenta que sí había elementos para describirme en ese sentido aunque no hubieran surgido nunca como apreciación mía.
La conocí personalmente en un homenaje en la Facultad de Ciencias Exactas, evento que iniciaba con lo que culminó en reposición de los legajos de los estudiantes de la institución, mi mamá era una de ellas. Ese día me acerque a Hebe y me presenté como la hija de unos militantes que pertenecían a la misma organización que su hijo, pensando que para ella eso sería importante… Ella me dijo que sus hijos eran los 30.000 y que la organización que los contenía se llamaba “pueblo”. Me dio un beso cariñoso y siguió hablando con los asistentes. Llevaría años dimensionar el impacto que causó esa apreciación en mi vida.
La segunda vez que la vi de cerca fue en el Juicio a Berges, el médico que firmaba certificados de nacimiento de niños nacidos en cautiverio. Fuimos un puñado de compañeros de Quebracho con una bandera que nos identificaba. Ella se acercó y nos dijo que si no guardábamos ese trapo nos denunciaba por micrófono. Hacía muy poco habíamos repudiado la presencia del príncipe de Inglaterra en Argentina, fue un hecho que causó tal impacto mediático, que estábamos en boca de los programas políticos que construían agenda en esos tiempos. La resistencia nos juntaba en el mismo lugar aunque con matices.
Ya participando en HIJOS, asistimos al programa de Mariano Grondona y sentaron en un sillón a Hebe con una compañera nuestra. Transcurrió toda una discusión en torno a la lucha estudiantil que se estaba dando en La Plata respecto a la Ley de Educación Superior y el posible arancelamiento que aparejaba. En medio de una lluvia de argumentos, opina una chica de la Franja Morada y se la escucha clarito a Hebe diciendo: “¿quién es esta conchuda?”.
Cuando nos encontramos con gente que militó con nuestros padres o los conoció, la reacción suele ser de sobreprotección, lo que trae aparejada cierta permisividad y sobrevaloración de nuestros logros. Para nada era una característica de ella. Recibíamos las críticas más punzantes de su parte. Actuaba como una verdadera madre. Lo que nos decía quedaba dando vueltas en nuestras cabezas y, aunque no siempre le hacíamos caso, nos daba elementos para discutir hacia el afuera, con otras regionales de HIJOS e incluso con agrupaciones políticas que nos circundaban. Una bisagra resultó ser su postura con respecto al cobro de las indemnizaciones, a gran mayoría de nosotros la cobramos y no por eso ella se negaró a participar de luchas a nuestro lado. No opinaba distinto para caernos en gracia ni cuidarnos como si fuéramos niños desamparados, nos trataba como personas, como interlocutores válidos.
Era tranquilizador asistir a convocatorias y encontrarla a ella, era garantía de estar en el lado correcto, muchas veces de manera anticipada.
Otro espacio de encuentro, aunque no físico, fueron las declaraciones que tuvo respecto a la caída de las torres gemelas, un golpe que sin dudas cambiaría a la escena política internacional. Nadie se animó a decir lo que representaba semejante cimbronazo al imperialismo yanqui. Algo que solo ella podía darse el lujo de hacer. En ese mundo donde se puede decir lo que realmente se piensa sin tener en cuenta lo que es “políticamente correcto”.
No se andaba con rodeos. Muy clara, te hacía de inmediato entrar en contradicción con tus pensamientos y con tu entorno. Más de una vez me encontré defendiendo posiciones desde la pura pasión, sin casi ningún argumento racional. Ese era mi lado Hebe. Hablo en pasado porque a medida que pasó el tiempo fui acercándome más a políticas propuestas por Abuelas, quizás similares pero dentro de otra estrategia. Muchas veces pienso que debería recuperar ese sueño que los años fueron condicionando. Porque para mí, ella era eso en política lo dionisíaco, lo incorrecto, lo que nos vincula con lo irracional, eso que logra sacar lo que verdaderamente pensamos a la luz.
Esa MADRE con mayúsculas que no te permitía descansar un segundo, que no abandonaría la búsqueda eterna de la justicia imposible de materializar.
Y, aunque quede grande, esa descripción que se vierte en mi ficha de los servicios de inteligencia es parte hoy de mi pensamiento e ideología. Momentos significativos de aprendizajes profundos. Sin duda representa mi parte joven, la que no tenía nada que perder y podía hacer que la lucha hiciera cuerpo en toda su vida. Esa parte que uno añora cuando pasan los años y adquiere compromisos que nos alejan de lo convocante.
Hoy la recuerdo a Hebe como ese maestro que enseñó todo, irremplazable justo por eso, por ser quien dejó la huella que nos marcó para siempre. Supo suplir la ausencia que signó nuestras vidas.