…va rumbo al norte y al sur y al infinito
y al golazo de una sola vez
porque hay días y hay partidos y hay mundiales
en los que todo eso es posible de una sola vez
Alegría (fragmento), Ariel Scher*
Son las 6 de la tarde, o las 4, o las 12 del mediodía y se hace un silencio que aturde en un mundo redondo como una pelota.
El viento se paraliza, no vuela un grano de arena en esa cordillera de médanos gigantescos. Se cuaja el aire y no lo roza ni el vuelo de una gaviota, una alondra o de algún halcón; los órix y sus cuernos, las gacelas y los tejones de miel, se acurrucan bajo sombras desconocidas, los dromedarios y los reptiles también. No se escucha un relincho.
Nadie presta atención a los dos grados que hay en la ciudad ni a la lluvia de siempre, molesta, gris. Los puentes se vacían por dos horas de enamorados y de suicidas también. No hay nadie que venda una crêpe, una baguette, y los vinos se contienen bajo los corchos.
Los 27 grados no son ni mucho ni poco, ni frío ni calor, apenas una cuerda en espera, cada uno en su lugar, el mismo asiento, los mismos bizcochitos, la yerba idéntica a la abierta el 22 de noviembre y la cerveza y las milanesas, y las camisetas sin lavar y los perros que entienden y se sientan donde tienen que sentarse…
Es la tensión del mundo mundial, del Mundo del Mundial… Once contra once detrás de la pelota, diez para meterla, uno para atraparla en un juego sin lógica, tan caprichoso como hermoso, tanto que, a veces, se deglute hasta a los que jugaron mejor que sus rivales, sean de Brasil, Portugal o de España. El mancillado en los escritorios de la estafa y los negocios del poder; el que siempre termina límpido y renovado detrás de la gracia de un quiebre de cintura, de una zurda incomparable, de una diestra diferente, de un cabezazo extraterrestre, de un pie que alcanza a evitar el tiro que hubiese sellado la injusticia.
Y, de golpe, 120 minutos después, la arena estalla y las calles revientan y las gargantas se rajan y el silencio se hace trueno y abrazo y beso y llanto y es de noche, es de día, hace frío, calor; las calles se convierten en torrentes de multitudes. Es el día y la noche del campeón, del que cortó la racha europea de cuatro al hilo y es EL MUNDIAL DE MESSI Y EL TERCERO DE LA ARGENTINA.
Es la noche o el día del segundo, el equipo francés, que no es “el primero de los últimos”, como engañan los bancarios de la pelota. En realidad es el que acompañó al ganador hasta la puerta misma de la gloria.
Cambia, todo cambia
Pareció una final del Tercer Mundo, ese mundo en el que un grupo de grandes naciones y pueblos del Sur planetario se hicieron fuertes… Un equipo de Sudamérica, con la camiseta de un país empobrecido por las aves de rapiña, en el que, cuando cantan que otros “lo miran por TV”, de verdad lo están mirando por las TV de las barriadas y las villas y las pobrezas. Contra un equipo de, básicamente, afrodescendientes, muchachos que llegaron desde otra pobreza o que fueron paridos en las periferias de las riquezas por sus madres migrantes, repudiadas, como sus padres apenas ocupados, marginados, discriminados… salvo que toquen la pelota y la transformen en joya.
Pero no fue una final del Tercer Mundo, fue la Final de un Nuevo Mundo, ese en que las colonias no llegan a convertirse en naciones soberanas y permanecen como colonias que, apenas cambiaron las cadenas de hierro de la esclavitud, por las de la dependencia y la explotación. Eso sí, tiñeron las pieles de sus colonizadores; una diferencia con los argentinos, que sorprende a los sabios de Estados Unidos porque no tiene “negros” en su plantel; tan ignorantes como usurpadores, no saben de Sarmientos ni Rocas ni Mitres. No registran que, en una misma guerra, la de la conquista de un “desierto” poblado de pueblos, en la que los negros de la esclavitud (y los pobres del campo) murieron matando a los indios.
De este lado del Atlántico, o en este hemisferio sureño, el mejor plantel del campeonato logró dar vuelta esa historia en la que, hasta este domingo 18 los europeos se habían quedado con los últimos cuatro mundiales; incluso, tres de esas finales fueron un mano a mano entre equipos de aquel continente.
Buena parte de la prensa argentina se enojó cuando el hijo de la argelina Fayza Lamari y el camerunés Wilfried Mbappé Lottin, días antes del campeonato absurdamente jugado el Qatar por un acto de corrupción también mundial**, afirmó que “En Sudamérica, el fútbol no está tan avanzado como en Europa”. En realidad la locomotora francoafricana no hizo más que complementar la concepción desarrollada desde Carlos Salvador Bilardo para acá, sobre la superioridad de los jugadores argentinos que compiten en Europa, contra “los mejores del mundo”… Una verdad que los Julián Alvarez o Enzo Fernández, convertido en mariscal del medio campo, desmintieron en poco minutos, en Manchester, en Lisboa y, es obvio, en Doha, donde obligaron a corregir una negación de años.
La pelota y la vida
Muchos ven en el fútbol una metáfora del país, una expresión de la historia. Los análisis incluso comparan “grietas” políticas con “solidaridades” futboleras. En realidad, es el deporte que enciende al pueblo argentino; engancha a mujeres, hombres y diversidades, a personas mayores y piberíos, a pobres y ricos, a decentes y trabajadores con delincuentes y empobrecedores con los que, tal vez, hasta terminen abrazados en alguno de los millones de festejos celestes y blancos.
La pelota, no importa si se llama “Al Rihla” o “pulpo”, además de despertar pasiones, muchas veces canaliza frustraciones, permite expresarse, reivindicar situaciones, denunciar injusticias.
Este fue el Mundial de Messi por ser el mejor de todos, el del control de pelota único, de la sencillez de pibe de barrio que parece absolutamente ajeno a las toneladas de millones que genera cada uno de sus movimientos o de sus escasas palabras… Lo compra el mercado, lo adora el mundo, que en tantísimos casos se convirtió en albiceleste. Responde con lo que debe responder: gambeta, precisión, genio, gol y gol y gol. Es el ídolo exacto del tiempo que corre. El que solo se saca fotos con su esposa, con sus hijos, con sus amigos. Como esa tarde inolvidable del Estadio Lusail, donde su equipo jugó el mejor partido del torneo y definió por penales un encuentro que debió terminar en los 90 minutos y por dos goles de diferencia.
Esta vez, el Arco del Triunfo se trasladó de París a la esquina porteña de las avenidas 9 de Julio y Corrientes y a todas las esquinas y los hogares y las canchitas y los hospitales y las cárceles y las chacras y las calles de un país que, durante 30 días, estuvo pendiente de una pelotita, y el domingo a las 14 y 27 estalló de gol. Al otro día comienza la vida, como siempre.
Ahora corre Julián Álvarez, que va rumbo al norte y al sur y al infinito y al golazo de una sola vez porque hay días y hay partidos y hay mundiales en los que todo eso es posible de una sola vez, y, entonces, alguien que no olvida que, en otras cosas, anda entre jodido y muy jodido grita “Argentina” y permite que los labios se le pueblen de una fugacidad del portugués José Saramago que siempre sonará así: “El mundo de la alegría tiene su propio y diferente sol”.
Ahora lanza y corre Enzo Fernández, que muestra su documento más que joven y también sus actos de futbolista experto de una sola vez porque hay días y hay partidos y hay mundiales en los que todo es posible de una sola vez, y, entonces, una señora se abraza con quienes están al lado y con quienes ya no están y se llena el paladar con una sentencia del español Antonio Gala que siempre sonará así: “La alegría no es nunca solitaria, tiene que compartirse”.
Ahora aguantan piedras y vientos y pelotazos el Cuti Romero y Otamendi, que se elevan como cóndores y resisten como búfalos de una sola vez porque hay días y hay partidos y hay mundiales en los que todo eso es posible de una sola vez y, entonces, un veterano le compra un gorro muy celeste y muy blanco a su nieta y le lee unos versos de Mario Benedetti que siempre sonarán así: “Defender la alegría como una trinchera/ defenderla del escándalo y la rutina/ de la miseria y los miserables”.
Ahora Messi mira al aire y le avisa al aire que el aire es él, y toca al agua y le recuerda al agua que el agua es él, y encabrita al fuego y le dice al fuego que el fuego es él y lo hace de una sola vez porque hay días y hay partidos y hay mundiales en los que todo eso es posible de una sola vez y, entonces, millones se enfundan con la número 10 y cantan mil cantos que, en el fondo, son un tema de Divididos que siempre sonará así: “Simplemente imagina un alegre en este infierno”.
Ahora hay millones que sienten que hay días y hay partidos y hay mundiales en los que la vida es lo que traen Álvarez, Saramago, Enzo, Gala, Cuti, Otamendi, Benedetti, Divididos, tantas, tantos y Messi. Hay días y hay partidos y hay mundiales en los que la vida es pura alegría.
Ariel Scher escribió esta maravilla apenas terminada la semifinal que Argentina ganó a Croacia por 3 a 0; merece más que un epígrafe, como el de esta nota, por eso se incluye al pie de la misma. El cronista, descarado, tal vez entrometido, se permite señalar que, al leer la cita de Antonio Gala, pensó en Leonardo Favio y su frase “Me hice peronista porque no puedo ser feliz en soledad”
**CARLOS A VILLALBA, Los que manchan la pelota
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