Por Lucía Toledo Milot | 8M Ocho Miradas frente a la austeridad
Secretaria de la Juventud y Protección de la Niñez de la CGT Regional Córdoba (2015-2022). Delegada Regional Seivara.
En los últimos años, las calles de la Argentina y Latinoamérica se han llenado de reclamos ante las múltiples asimetrías que atraviesan la vida social de las mujeres. Tras la legalización del aborto, los feminismos viraron para ocuparse de problemas de carácter estructural que cercenan el acceso a una igualdad efectiva entre hombres y mujeres.
De cara a un nuevo 8M reivindicamos esta fecha histórica como instancia de reclamo de eso que nos pertenece a las mujeres, por los derechos que todavía nos son vulnerados, como la doble jornada laboral, la paridad salarial, laboral y sindical, la violencia de género, el abuso de poder, y para derribar las estructuras de cristal que sirven de estrategias para no dejar avanzar la marea feminista. En la búsqueda de una contribución al debate plural, es que este artículo indaga sobre dos pilares fundamentales en las estructuras de desigualdad: las paredes de cristal y la segregación horizontal.
¿Desde lejos no se ve?
Las mujeres encuentran una diversidad de obstáculos en sus trayectorias educativas y laborales. Una de ellas es la segregación horizontal que refiere a la mayor participación femenina o feminización en ciertos sectores de la economía y en determinados tipos de ocupaciones —en contraposición a las ocupaciones o sectores en que no pueden insertarse— reproduciendo la división sexual del trabajo tradicional. Esto se expresa en una mayor tasa de feminización de esos sectores y actividades.
De acuerdo con los datos de la ECETSS 2018 (Encuesta Nacional a trabajadores sobre Condiciones de Empleo, Trabajo, Salud y Seguridad), en nuestro país se observan diferencias en la distribución de las mujeres y los varones entre ramas de la actividad económica y ocupaciones con igual nivel de calificación. Las ramas de actividad de mayor feminización en el país son el Trabajo doméstico en casas particulares (100%), la Enseñanza (73%) y los Servicios Sociales y de salud (69,4%). Mientras que las ramas con menor participación son la Construcción (2,3%), el Transporte, almacenamiento y comunicaciones (15,0%), las Actividades primarias (16,6%) y la Industria manufacturera (26,5%).
El otro gran obstáculo son las paredes de cristal y es definido por el CIPPEC (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento) como muros invisibles que segmentan su desarrollo educativo y profesional, concentrando a las mujeres en sectores menos dinámicos y peor remunerados de la economía y manteniendo una predominancia masculina en ramas como Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemática (STEM, por su sigla en inglés). Esta segmentación entre sectores y ocupaciones se debe a una serie de factores. Por un lado, se vincula con dinámicas de socialización de género que comienzan en la infancia. Un estudio reciente reveló que, entre los seis y ocho años, nueve de cada diez niñas asocian la ingeniería con habilidades masculinas (UNESCO, FLACSO y Disney, 2017). Estos estereotipos continúan reforzándose a lo largo de la vida y terminan por impactar en las decisiones que se toman y en el marco de posibilidades en el que se decide. Por otra parte, la poca referencia de mujeres habitando estas ocupaciones masculinizadas es tanto una consecuencia de la segmentación como también una causa de que las paredes de cristal perduren, ya que limita el efecto aspiracional que generaría ver una mayor proporción femenina en estos puestos. Estos dos fenómenos operan de manera imbricada y tienen como resultado la exclusión de las mujeres de trabajos con mejor remuneración
Arriba, arriba que se te va la vida
Desde el año 2002 existe una ley que establece que dentro de los sindicatos debe haber una participación de un mínimo de 30% de mujeres en los cargos electivos y en las comisiones negociadoras. Sin embargo, la realidad dista bastante de ese número efectivo, según un informe realizado por el Ministerio de Trabajo de la Nación en 2016, sólo un 18% de Secretarías, Subsecretarías y Prosecretarias estaban a cargo de mujeres y un 74% de esos puestos son de actividades que se consideran como “propias de mujeres”. Ni siquiera en los sindicatos donde su mayoría de afiliadas son mujeres, los cargos dirigenciales quedan a cargo de estas.
Una de las principales causantes de esta segregación femenina en las cúpulas del poder sindical es la distribución asimétrica de las tareas domésticas y de cuidados no remuneradas entre los géneros. Las mujeres terminan así cumpliendo una doble jornada laboral, producto de la sobre-jornada de los cuidados/tareas en sus hogares, que implica un mayor desgaste de sus cuerpos y una limitación en las posibilidades de realizar otras actividades.
Esta sobreocupación resulta clave para obstaculizar su militancia o participación gremial, situación que no se replica en el caso de los varones. Por esto es que consideramos que la mayor presencia masculina en el ámbito gremial no tiene que ver con roles naturales ni capacidades diferenciales, sino con la desigualdad estructural que condiciona nuestra activa participación. En otros términos, responde a estereotipos y roles socialmente asignados e históricamente reproducidos.
La respuesta a la falta de equidad e igualdad no es la suma de nombres en un organigrama, ni un lugar en la foto. La lucha no es por prestigio, es por el acceso a la disputa de poder y su real ejercicio en la toma de decisiones y en la ejecución de las políticas que impactan de manera significativa en la vida de las y los trabajadores.
Por todo eso, tenemos la responsabilidad de seguir avanzando hasta garantizar la participación de las mujeres en las organizaciones sindicales y que esto sea un compromiso efectivo y no declamativo. Así, es importante que los distintos gremios apliquen a las discusiones de género el mismo compromiso y convicción que se da frente a la vulneración y avasallamiento de cualquier otro derecho. También que gestemos una unidad de concepción que nos permita trabajar en un programa de acciones que nos lleven a garantizar la conquista y ampliación de derechos.
El horizonte que visibilizamos es poder romper con estas barreras que nos marginan de los espacios de poder, éste debe ser pensado como una salida colectiva e intersectorial. Actualmente la provincia de Córdoba cuenta con una herramienta valiosísima de organización femenina: la intersindical de mujeres. En este espacio convergen dirigentes y activistas del movimiento sindical pertenecientes a la CGT, la CTA de los Trabajadores, la CTA Autónoma y sindicatos no confederados.
Desde este ámbito se llevan adelante diversas actividades que tienen que ver con la formación, el fortalecimiento de la participación y la creación de redes que nos permitan avanzar sobre las desigualdades. Además, articula con el Estado, con organizaciones internacionales (ONU MUJERES, FONDO MUJERES DEL SUR) que ayudan en el financiamiento de los distintos proyectos de investigación y formación.
Crear, fortalecer y federalizar estos espacios posibilita los mecanismos para ir construyendo puentes, redes, escaleras que nos acerquen a la transformación de los sindicatos. Y esto es fundamental porque, parafraseando a Michelle Bachelet, si una mujer entra al sindicato, cambia la mujer. Pero si muchas mujeres entran a los sindicatos, cambia el sindicalismo.
Cada vez son mejor llenas de argumentos y realidades tus notas lucia Toledo milot