Él. Nací en 1938, soy el menor de muchos hermanos varones. Mi madre conoció la maternidad a muy temprana edad. Es de esas mujeres que a la maternidad no le preguntan nada y a la vida la afrontan desde la cocina, la comida en la mesa era su declaración de amor filial… Para mi generación, ser protagonista de la historia y tomar bando por la utopía es una condición casi natural, no podía permanecer indiferente ante las injusticias del mundo ni podía dejarlo en manos de otros indolentes al sufrimiento. Así fue que mi propio caminar me sumó a un colectivo con el mismo horizonte… no había forma de que no nos encontráramos. Nosotros podíamos sentir el dolor de la exclusión aun sin haberla vivido. Desde que tengo uso de razón los golpes de Estado son una constante, vivo en una sociedad que en su mayoría es indolente con el otro, con los demás, con lo distinto. A Ella me la presentó una prima lejana. Ahora, los sueños eran de los dos, compartidos. Formamos una familia, lo colectivo dejó de ser una idea para convertirse en realidad. El mundo nos encontró pensando que estábamos preparados para cambiarlo todo, la pulsión de vida nos llevó a una caricatura realista del Quijote. Nosotros éramos, a la vez, el Quijote y Sancho Panza. Creíamos que la política era la herramienta. En esa pulsión de vida, el resistir se convirtió en un combate desigual en el que sólo la ironía de la épica sobrevivía y así parece que fue…
El 24 de Marzo me encontró en la clandestinidad, todavía la soledad de sobrevivir no pesaba. Tenía una familia y seguía pensando que el proyecto colectivo, en mi cuerpo, era más fuerte. Tenía la obligación y el deber, desde mi lugar, de seguir soñando la utopía hasta las últimas consecuencias. Y todavía me reía detrás mi disfraz de visitador médico tratando de que todos —aunque todos fueran uno solo– pudieran salvarse, necesitaba creer eso.
Ella. Nací en 1944. Soy la única mujer de tres hermanos. Mi familia no vivía mal, y si había ausencias, se suplían con dinero. Hice la secundaria en la Escuela Normal de Maestras. Mis tardes adolescentes se pasaban dando vueltas en el único colectivo que recorría la ciudad de Salta. Creo ahora que la medicina debió ser el lugar donde me encontré con los otros, con la otredad. Empecé en Córdoba y terminé en la UBA. Fue mi mejor amiga la que me lo presentó. Cuando lo conocí ambos mundos se unieron, nuestro horizonte se agrandó, los proyectos individuales se volvieron colectivos. Podíamos lograr lo imposible. Podíamos sentir las necesidades de los otros como nuestras. Mi maternidad no fue ajena a nuestro sueño colectivo. Yo era una mujer revolucionaria y ahora, madre de dos niños que serían testigos de que éramos invencibles. Mis hijos nacieron en clandestinidad, por eso creo que la muerte que nos acompañaba ya casi no era una enemiga. Podíamos conversar con ella, es más, nos aconsejaba… No teníamos miedo porque la vida poseía un propósito que trascendía nuestra individualidad. Pero ahora había dos niños, un nene y una nena, nuestros hijos.
El 24 de Marzo nos encontró en la soledad de la clandestinidad, con Él y mis hijos, pero ahora tenía miedo… Mis hijos jugaban sin saber que la vida traía sorpresas ingratas. Jugaban a descubrir el mundo y reían. Le comenté a María, una compañera de militancia, que tenía miedo, que el proyecto podía detenerse un rato, que el monstruo estaba cada vez más encima de nuestras cabezas. Le dije que no sabía cómo evitar que ellos, mi mundo pequeño, se encontrarán cara a cara con el horror. La aflicción parecía esfumarse los mediodías en que Él cocinaba la polenta más deliciosa del mundo, como si el horror no existirá…
Nosotros. Mi hermana y yo nacimos en clandestinidad. Para nosotros, las escondidas eran un juego del que grandes y niños conocían las reglas. Los días pasaban entre risas. Muchos grandes creían que sabían jugar. El escondite tenía que ser tan perfecto, que todos pudieran mirarnos y ver sólo lo que queríamos mostrar… la familia era elástica, eran todos los que entraban a casa y siempre traían sonrisas de conquistadores del mundo. Algo raro había en esa gente que solo sabía jugar a las escondidas, pero no había aprendido el policías y ladrones…
El 24 de Marzo nos encontró jugando. Yo conversaba con el policía de la planta baja, mi hermana estaba en la teta de mi madre. Ellos, nuestros padres y sus amigos, conversaban como si el tarotista que es la historia les hubiera tirado las cartas que esperaban… solo había que jugar el juego, pero había cambiado una regla: cuando decían por mí y por todos mis compañeros, muchos ya no aparecían…
Este 24 de Marzo de 2023 nos encuentra mayores que Él y Ella, mucho mayores, esperando que Ella salga de ese escondite al que la obligaron, que agudizó su miedo. Él pudo encontrar la columna que lo liberara de seguir escondido, él pudo salir de su escondite impuesto. Pasaron 47 años desde que el monstruo nos robó sueños y juegos… Ya hace 40 que decidimos que los monstruos que tenían el poder para esconder a los nuestros y a los otros, no iban a esconder a nadie más en su horror. Y que los nuestros, que aún no aparecen, iban a poder decir por mí y por todos mi compañeros cada 24 de Marzo, hasta que los huesos no nos den más… como a la Tana, que aún con el cuerpo entumecido por el cáncer, seguía las marchas desde el mástil de la Plaza 9 de Julio de Salta, nadie le iba a quitar la esperanza de que los 30 mil marcharan junto a ella.
Cada 24 de Marzo sirve para que nos encontremos con Él, con Ella, con vos y con todos, con los nuestros. Esta fecha es el lugar donde el pasado, el presente y el futuro conversan y conjuran el horror porque no estamos solos ni solas… y seguimos marchando con la utopía a cuestas, esperando que los y las desaparecidas no queden en el lugar de las escondidas…
Y si mis huesos no dieran más, no se preocupen, viejos, están sus nietas marchando… Hace 30 años atrás marchaba solo, hoy marchamos en familia y somos un montón.
Hermoso amigo!!
Hasta los mundos iterarios que nos hagan recrear los mundos que no pudieron arrebatarnos