Desde la década del treinta vengo arrimando las narices a la vida pública y política argentina. Sin quererlo en un principio. Es que yo vengo de la familia Botana, dueños del diario Crítica. Qué sé yo, por ejemplo a Gardel, a Perón… sí, claro, a los dos los vi personalmente. No sé por qué arranqué mi enumeración justo con ellos, habrá sido porque son dos altos personajes que entendieron la vida pública de una manera parecida, quiero decir, los dos eran tipos de una enorme simpatía, un carisma descomunal y una sonrisa que compraba al más pintado. Cada uno de ellos sabía de ese poder con que natura los había dotado y lo usaban a favor de sus propósitos, uno como artista popular, el otro como político. A Gardel me llevó a verlo mi viejo, tengo grabado en mi memoria su histrionismo cantando y hablando con la gente entre tema y tema, daban ganas de subirse al escenario y ponerse a conversar con él. Recuerdo también que la platea estaba llamativamente raleada, es que hacía poco había sido el golpe de Uriburu apoyado por los conservadores. Gardel estaba demasiado identificado con ellos y alguna gente fue a silbarlo a ese show. A los pocos días, de bronca, cometió la imprudencia de grabar un tango llamado Viva la patria en el que se equiparaba el golpe de Estado recién perpetrado con la gesta de mayo de 1810, un verdadero despropósito. No creo que Gardel tuviera un compromiso ideológico profundo, supongo que se habrá dejado influenciar por los punteros conservas que financiaron en gran parte el comienzo de su carrera. Pensá que también grabó tangos como Al pie de la Santa Cruz o Acquaforte de alto contenido social. Si hasta después de muerto lo usaron, pobrecito. Mirá, te voy a contar algo de lo que fui testigo presencial: Allá por el 35, año de la muerte del Zorzal Criollo, yo me la pasaba en la casa de mi primo el Poroto Botana, hijo de Natalio. Una noche, los viejos se habían puesto a jugar al póker. ¿Sabés quiénes estaban en esa mesa? Anotá: Agustín P. Justo, presidente de la República, Natalio Botana, dueño de Crítica y Manuel Fresco, un fascista conservador, gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Estaban hablando del escándalo que había provocado el crimen de Bordabehere en el Senado de la Nación. En realidad, el asesino quería acallar a Lisandro de la Torre por los cuestionamientos que estaba haciendo sobre el acuerdo Roca-Runciman por la exportación de carnes al reino británico. Con mi primo estábamos dando vueltas alrededor de la mesa de póker con la caja de habanos. ¿Por qué? Porque si adivinábamos las ganas de fumar de alguno de ellos y les acercábamos el habano, nos regalaban 5 pesos. Y obviamente, tan atentos estábamos que escuchábamos todo lo que hablaban. Justo le dice a Botana: “Tenés que darle cuerda a la muerte de Gardel para tapar la muerte en el Senado”. A partir de ahí, Crítica, durante siete meses, alentó una leyenda según la cual Gardel no había muerto y que, todo desfigurado, cantaba las noches de luna en una casa abandonada en Villa Ballester. La Plaza del Congreso estaba rodeada de enormes camiones descapotados que hacían negocio llevando a la gente hasta un enorme potrero adonde, además de una innumerable cantidad de puestos de comida, estaba esa supuesta casa. Fue una gran distracción hasta que repatriaron el cadáver. Lo trajeron de Colombia previo paso por New York. Tardó como ocho meses toda la movida. Lo velaron en el Luna Park y una multitud jamás vista lo acompañó a pie hasta el Cementerio de la Chacarita. El filósofo Gustavo Varela suele decir al respecto que esa misma multitud que marchó Corrientes arriba en el 36 para despedir a un héroe popular, volvió por Rivadavia hasta Plaza de Mayo en octubre del 45 para darle la bienvenida a otro. Interesante metáfora. Y ahí tenés, a través de Gardel llegamos a Perón que es lo que te interesa. Siempre fui bueno para las introducciones, son importantes además para llegar al punto en cuestión, distienden.
Dos veces lo vi a Perón personalmente, la primera en un palco del Tibidabo, cabaret de la calle Corrientes al 1500. Era muy tanguero Perón. Tocaba la orquesta de Di Sarli esa noche. Me llevó Eduardo Juvenal Pacheco que era el cronista de Crítica en la Casa de Gobierno y muy amigo del Pocho. Perón te hablaba todo el tiempo de igual a igual, jamás por encima tuyo, con una sonrisa campechana tipo viejo paisano sabio. Vos no te animabas a hablar, sólo querías escucharlo. Además tenía una memoria prodigiosa, un fichero en la cabeza. La segunda vez que lo vi fue en la quinta del actor Augusto Codecá adonde fuimos a comer un asado. Estaba Evita también, pura pólvora ella. Es que yo por entonces ya laburaba para el diario Crítica y a Perón le interesaba estar bien con nosotros. Había mutuos intereses. Mi tío también ejercía esto como nadie, ambos sabían jugar con todas las cartas. Natalio Botana era conservador pero muchos de sus redactores éramos comunistas. ¿Sabés vos quién financió la compra de la sede del Partido Comunista de la calle Entre Ríos? Natalio Botana. Una familia muy ecléctica la mía. Yo tenía un hermano que era teniente coronel, uno de los papanatas que hizo el papelón de aquella chirinada comandada por Benjamín Menéndez en el 51. Resulta que los oficiales no le habían puesto suficiente combustible a los tanques de guerra, así que esos artefactos maquiavélicos se les quedaron sin nafta en el medio de la General Paz. Pretendieron seguir la revuelta en algunos colectivos de línea que incautaron en esa ruta. Por supuesto que fue un fracaso ese levantamiento, aunque sirvió de advertencia a lo que se vendría no muchos años después. Mi tía Salvadora Onrubia de joven abrazó la causa de Simón Radowitzky. Luego, durante un buen tiempo, se dedicó a proteger prostitutas en su casa; mujeres que habían sido rescatadas de la vida licenciosa por Roberto Arlt, un enfermo moralista que estaba profundamente enamorado de ella. Luego se casó con Natalio Botana y ambos cayeron en la desgracia de la cárcel cuando Uriburu cerró el diario después del golpe de Estado. Desde la cana, mi tía le enviaría al general Uriburu una carta que es una lección política y literaria como pocas en la historia. Te puedo recitar el final de esa carta:
En este innoble rincón donde su fantasía conspiradora me ha encerrado, me siento más grande y más fuerte que usted, que desde la silla donde los grandes hombres gestaron la Nación, dedica sus heroicas energías de militar argentino a asolar hogares respetables y a denigrar e infamar a una mujer ante los ojos de sus hijos, y eso que tengo la vaga sospecha de que usted debió salir de algún hogar y debió también tener una madre. Pero yo sé bien que ante los verdaderos hombres y ante todos los seres dignos de mi país y del mundo, en este inverosímil asunto de los dos, el degradado y envilecido es usted, y que usted, por enceguecido que esté, debe saber eso tan bien como yo. General Uriburu, guárdese sus magnanimidades junto a sus iras y sienta como, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio.
Yo nunca fui peronista, anarquista de la FORA primero y luego comunista. A pesar de esto, después del 55 me puse al servicio de la resistencia peronista. Muchos de mi partido me miraron con malos ojos, pero yo tenía muy en claro en qué lugar estaba el enemigo del pueblo. Me estoy dando cuenta de que me fui por las ramas hablando de muchas cosas y te estoy dejando rengo con el tema principal del convite. Me parece que mis escasos encuentros con Perón no van a nutrir tu trabajo con grandes anécdotas pero para compensarte, si me permitís, te voy a contar una que, me parece, te va a servir mucho.
¿Alguna vez escuchaste hablar del loro de Perón? Perón vivía en la residencia presidencial de Avenida del Libertador (entonces Alvear) y Agüero (que antes fuera el Palacio Unzué y que los mente corta de la Libertadora hicieron demoler para no dejar ningún rastro del peronismo y, sobre todo, para que no se transformara en templo de peregrinaje, pues ahí había muerto Evita, justo donde hoy se levanta la Biblioteca Nacional). La soledad del General era una preocupación de su entorno más cercano. Conociendo su apego por los animales, a alguien se le ocurrió regalarle un loro. Perón estaba chocho con su loro y él mismo con su criollismo lleno de bromas se encargaba de enseñarle palabras, frases y hasta la marcha peronista. Había un ministro (no te voy a decir el nombre) que cada vez que llegaba a la residencia se escuchaba la voz del loro vociferando “Llegó el boludo de…”. La cosa es que cuando irrumpe la Libertadora se produce un desbande terrible dentro del peronismo. No hubo resistencia en ese momento, la resistencia se armó tiempo después (un poco tarde para mi gusto). Perón se refugió primero en la embajada paraguaya y de ahí fue custodiado hasta la cañonera que lo sacó del país. En la residencia habían quedado solamente el cocinero oficial y el loro. Este pobre hombre juntó todas sus pertenencias y, entre ellas, incluyó al desamparado pajarraco. Se refugió con su familia en su casa de la calle Estados Unidos de Villa Caraza en Lanús tratando de pasar lo más desapercibido que pudiera, pues era bien conocida en su barrio su filiación política. A comienzos del 56, los milicos firmaron el decreto que prohibía “la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o de sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones peronismo, justicialismo, justicialista, tercera posición y las composiciones musicales denominadas Marcha de los muchachos peronistas y Evita Capitana“. Imaginate a este pobre cocinero desesperado no sabiendo cómo hacer para mantener callado al loro. Y qué va que una tarde el loro se le escapa y se pone a deambular de techo en techo por Villa Caraza cantando a todo vapor la marcha peronista. Ahora causa muchísima gracia esta historia pero en ese momento, te puedo asegurar, ese lorito con su canto atronador ponía en peligro vidas humanas. Varias patrullas de la policía y algunos gendarmes salieron a la caza del pobre animalito hasta que pudieron atraparlo. Pero como si fuera el argumento de un cuento y no el de la propia realidad (y dejame decirte que esta historia la podés validar con cualquier viejo vecino de aquella zona), la yuta bruta y pestilente cumplimentó una orden que venía de las altas esferas, a saber: el loro fue transportado con vida hasta la comisaría primera de Lanús, en el patio lo estaquearon y un pelotón de fusilamiento se cuadró para acribillarlo a balazos. Decime vos de qué lado estaba la bestia.
El presente relato forma parte del libro Yo conocí a Perón de Luís Longhi.