En el comienzo de esta crónica se aventuró que en los apenas seis meses transcurridos entre noviembre de 1972 y junio de 1973 el país vivió escenas que coronaron 18 años de lucha contra el antiperonismo irracional, asesino, racista, y también contempló las señales adelantadas del escenario trágico que le deparaba la Historia. Después de la masacre de Ezeiza, en una secuencia de vértigo, renunció Cámpora, Perón ganó las elecciones, dos días después fue asesinado José Ignacio Rucci en una acción sin autoría reconocida[1], el General asumió en octubre detrás de un blindex instalado por López Rega. Ya en 1974, Montoneros se fue de Plaza de Mayo criticando las políticas del gobierno el 1° de Mayo, y el 12 de junio Perón pronunció su último discurso para anunciar que su único heredero “es el pueblo”. Luego de ello, falleció.
Lejos de aquella expresión popular masiva de Ezeiza, demostrativa de la dirección que tomaría “el proceso político argentino” en función del sector “que lo ha traído”, Perón decidió todo lo contrario, con la autoridad de “jefe” pero sin el ejercicio de la conducción del conjunto que siempre lo había caracterizado. Un agravante de la decisión de rechazar a las conducciones del momento cúlmine del proceso de lucha antidictatorial, movilización, organización y ampliación de espacios, fue hacerlo cuando ya no había tiempo para ningún reencauzamiento. Antes del “retorno”, nadie hablaba en voz alta de la edad del General pero a todos les preocupaba y algunos, incluso, jugaban con ella, con sus enfermedades y el revoleteo de la parca. Antes, Jorge Taiana, uno de los médicos de consulta del líder, opinó que alejado del manejo diario de la política podría tener, por ejemplo, una década más de vida, que se reduciría a dos años si volvía al “ajetreo” de la Presidencia de la Nación, cosa que hizo a pesar de sus problemas de salud y los no menos de dos infartos comprobados médicamente. No fueron 24 meses, fueron apenas 9, lo mismo que tarda en constituirse una vida que, en este caso, engendraron una muerte.
1974 fue un año corto que duró hasta el 1° de julio, día lluvioso y frío en el que falleció Perón a los 78 años. En esos pocos meses terminaron de estamparse las imágenes que destruyeron una realidad que no fue la de un abstracto “tocar el cielo con las manos”, sino la de construir las condiciones para desarrollar un país mejor, con acuerdos de largo plazo, plan económico y pueblo organizado que, además, la Confederación General del Trabajo acompañaba.
Ese mismo año un par de meses antes, a partir de aquel Día de los Trabajadores se había definido otro escenario; la Plaza de Mayo quedó vacía en sus dos terceras partes, Montoneros y la JP le dijeron al mandatario que no estaban de acuerdo con el rumbo de sus decisiones del presente, que consideran distintas a las que había planteado poco tiempo atrás. El agujero abierto mostró lo que faltaría si la derecha manejara el gobierno.
Fue un diálogo durísimo, la plaza reclamó y Perón contestó. Como cualquier general tradicional, calificó de “estúpidos” a quienes le preguntaban “qué pasa” en el Gobierno. No fue un calificativo que haya cambiado el rumbo de la Historia, sin embargo, más importante fue asegurase de que “a través de estos veintiún años, las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles, y hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más mérito que los que durante veinte años lucharon…” Aunque no faltaba a la verdad sobre la acción de determinados dirigentes gremiales, ocultaba a quienes lo traicionaron, negaba la existencia de otros actores de la resistencia y, sobre todo, de los que en los años previos a aquel momento, no solo daban la vida por él, sin soplar la plumita, sino que había logrado un nivel de captación de sectores y organización popular que el Movimiento no había conocido hasta su irrupción al finalizar la década del 60.
Subió la temperatura al máximo cuando aludió a “Estos infiltrados que trabajan desde adentro y que, traidoramente, son más peligrosos que los que trabajan desde afuera”. Por un momento pareció olvidarse de aquellos dirigentes sindicales que negociaron con las dictaduras, intentaron un “integracionismo” que lo sacaba de la cancha y hasta conspiraron con la CIA y la dictadura brasileña para que el soñado “avión negro” de su retorno nunca llegara a la Argentina.
El Conductor fue derrotado por el Jefe
Aquella mañana Perón había presentado su “Modelo Nacional” ante la Asamblea Legislativa, con lineamientos independientes y soberanos de gran importancia, con los que coincidían aquellos a los que insultaba desde el balcón de la Casa de Gobierno. Resaltó además la existencia de “una experiencia importante para nuestros países: hay sectores internos cuyos objetivos coinciden con los de los imperialismos. Obviamente, la capacidad de decisión de estos sectores debe ser debilitada o anulada”.
Precisamente, la principal herramienta para contrarrestar cualquier intento desestabilizador desde el exterior (en verdad, el único posible era Estados Unidos y sus socios locales) eran los niveles de organización de los representados por aquellos que lo dejaban solo, frente a unas flacas columnas sindicales.
Con pocas horas de diferencia el Presidente de la Nación y el Jefe del Movimiento Peronista se contradijeron. El primer discurso de Perón constituyó una suerte de formalización de las metas que proponía para el país y explicaban las razones que convocaron a multitudes a participar de manera organizada, primero en lograr su regreso a la Argentina y luego en el triunfo electoral del 11 de marzo y, en lo esencial, en la construcción de una Nación justa, soberana y con autonomía económica. Su segundo discurso abrazó al sector que carecía de representatividad popular, no comprendía, o no aceptaba, la evolución del ideario de su propio conductor y confundía la defensa de las políticas que derivaban de él con herejías de “traidores” e “infiltrados”. Perón se apresuró a aceptar este enfoque y también decidió convertir en advenedizos a los referentes del conjunto del pueblo que apostaba por la transformación profunda con la que él mismo sedujo a las mayorías nacionales. Lejos de conducir esa dinámica, decidió sepultarla.
Al asumir en octubre del año anterior, Perón prometió que cada 1ª de Mayo se presentaría en la Plaza “para preguntarle al pueblo si estaba conforme con el gobierno que realizamos”. Los sectores revolucionarios del peronismo lo tomaron al pie de la letra y le preguntaron en la cara qué sucedía con la gestión gubernamental que en ese momento ya estaba lanzada a la desmovilización de las organizaciones políticas y sociales y la persecución de sus dirigencias, con el accionar de la Triple A armada por López Rega, a su criterio; y qué pasaba con la ausencia de representaciones formales que garantizasen el cumplimiento del Pacto Social de Gelbard. El 26 de abril, Montoneros ya le hizo saber en persona a través de Alberto Molinas, uno de sus jefes nacionales, que “a la Plaza de Mayo van a concurrir todas nuestras organizaciones y que se van a expresar en sus canciones y estribillos”.
Hubo otros hechos, además de persecuciones “legales” e ilegales contra la dirigencia que marcaron la ofensiva de Perón hacia el espacio revolucionario, en especial presiones, intervenciones y golpes desestabilizadores contra los gobernadores que acompañaron aquella dirección y debieron dejar sus cargos: Antenor Gauna en Formosa ya en noviembre de 1973, el bonaerense Oscar Bidegain el 26 de enero de 1974 y el cordobés Ricardo Obregón Cano que sufrió el Navarrazo policial el mes siguiente. Después caerían el mendocino Alberto Martínez Baca en agosto, el santacruceño Jorge Cepernic en octubre y el salteño Miguel Ragone en noviembre. Solo el puntano Elías Adre sobrevivió en su gestión hasta el golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976. El listado muestra el peso del desarrollo alcanzado por la propuesta inspirada en el jefe del peronismo y la calidad de sus protagonistas, imposible de ser sospechados de “infiltrados” o “terroristas”.
Nuevas Fuerzas Armadas
A partir del “primaveral” 25 de mayo, el general Jorge Raúl Carcagno fue designado jefe del Ejército; venía de reprimir el Cordobazo y, como otros militares del continente, en el ejercicio de la fuerza contra el pueblo entendió que era un error creer que las protestas de distinto calibre eran la causa de los problemas del país y que, en realidad, la injusticia social, la violencia estatal o la pobreza generaban una reacción que iba desde las huelgas hasta la lucha armada. Así lo dijo, públicamente y lo señalan los documentos de inteligencia del arma.
Cinco meses después de su asunción, 4 mil efectivos de su Ejército y cerca de mil integrantes de la Juventud Peronista Regionales compartieron tareas de reconstrucción barrial a través del “Operativo Dorrego”, organizado después de las inundaciones que habían afectado a buena parte de la provincia de Buenos Aires, con cientos de familias evacuadas, viviendas anegadas y un millón ochocientas mil hectáreas correspondientes a dieciocho municipios cubiertas por las aguas, cosechas perdidas, caminos intransitables y destruidos, instalaciones y maquinarias inutilizadas. Constituyó una síntesis entre la nueva concepción instalada por la conducción de las FFAA tras el triunfo peronista de marzo y la organización desarrollada por la Juventud Peronista, en ese caso representada por Juan Carlos Dante Gullo, titular de la Regional I de la JP[2].
Pueblo y soldados trabajando juntos en beneficio de los humildes, una buena postal de la propuesta que caracterizó al Perón a lo largo de décadas, una puesta en práctica de lo que el “Boina” Urien y los guardiamarinas y suboficiales de la Armada que lo acompañaron pretendieron demostrar al levantarse en defensa de Perón en noviembre de 1973.
Las relaciones entre la organización y un sector militar llevaban varios meses de reuniones sistemáticas de trabajo con coroneles que representaban al grupo de oficiales que abrazaban los postulados de justicia social de la Iglesia de aquel tiempo, suscribían postulados de la “teoría de la dependencia” y consideraban que la lucha armada era una consecuencia y no la causa de los problemas sociales y económicos que atravesaba el país.
La buena integración entre ambos sectores llevó incluso a analizar la posibilidad de que militantes de la Tendencia participaran el año siguiente de las maniobras anuales del Ejército, integrados como “fuerza miliciana”, incluso con portación legal de armas. Era el camino hacia una estructura militar alternativa a la impulsada por Estados Unidos y su Comando Sur desde la Escuela de las Américas, incubadora de los golpes cívicos militares que destruían las democracias del Cono Sur y seguirían haciéndolo. Reflejaba la noción de “Pueblo en Armas” predicada por Perón.
En un corte profundo con la Doctrina de la Seguridad Nacional, durante la X Conferencia de Ejércitos Americanos celebrada en septiembre de 1973 en Caracas, Venezuela, el general Carcagno afirmó que las fuerzas militares debían dejar de ser “guardias pretorianas de un orden social injusto”, para convertirse en “custodios de la soberanía”. Completaba esa visión con la idea de desarrollar, desde la institución, políticas antiimperialistas en el plano específico y planteó que al analizar las “agresiones” extranjeras, en realidad, debían incluirse las maniobras de los monopolios transnacionales.
Montoneros comprendió que en ese espacio había posibles aliados para el desarrollo del proceso en marcha, que producirían cambios profundos en las Fuerzas Armadas, en ese momento bajo una conducción nacionalista, latinoamericanista y de respeto por las decisiones populares. Por eso se esforzó y logró una serie de reuniones sistemáticas con los coroneles del Estado Mayor Juan Jaime Cesio y Carlos Dalla Tea, muy cercanos a Carcagno. Alertados sobre la agudización de los problemas de salud de Perón y preocupados por los sucesos que podían desencadenarse ante una eventual “acefalía” presidencial, Mario Eduardo Firmenich, Roberto Quieto y Roberto Perdía se reunieron con el propio jefe del arma, quien les aseguró, como relató el último de los mencionados que, “en caso de un conflicto interno en el país entre la Juventud Peronista y el movimiento sindical, nosotros vamos a estar con la Juventud Peronista”.
Mientras las partes experimentaban la posibilidad de construir una malla de contención y un polo de acumulación que pudiese sostenerse ante la eventual falta del mandatario, al enterarse, el propio jefe de la Rosada destruyó esa vinculación y Carcagno se vio obligado a dejar su cargo el 18 de diciembre de 1973, después de que José López Rega, ante la indiferencia de Perón, boicoteara los ascensos de sus oficiales más cercanos y fuesen desechados de modo definitivo por el Senado de la Nación.
De ese modo, Perón facilitó el crecimiento de cuadros militares liberales, que volvían a poner al Ejercito en condiciones de conspirar y regresar a la Doctrina de Seguridad Nacional, “con más ofuscación que sentido histórico”, según el análisis del propio Perdía. Constituyó otro mojón de la decisión presidencial de abandonar las posiciones de avance soberano, independiente de los intereses de Estados Unidos.
Telón rápido (y letal)
Quedan pocos protagonistas del momento posterior al discurso de aquella jornada del vaciamiento de la plaza, sus recuerdos, incluso, no tienen muchos elementos probatorios, sin embargo es posible intentar una “recreación”. Las versiones coinciden en que Oscar Alende (hombre de la Unión Cívica Radical y de la Unión Cívica Radical Intransigente más tarde, que terminaría fundando el Partido Intransigente) cuyas opiniones eran muy respetadas por Perón, se le acercó inmediatamente después de que abandonara el “balcón del escarmiento”; lo encontró preocupado por las escenas que lo tuvieron como protagonista. El “Bisonte”, campechano, le reprochó las formas que adoptó durante el discurso porque “después de todo son los muchachos…”, y recibió una concesión coincidente: “son muy pibes”. Otra fuente describe un ambiente menos distendido y expresa que Alende se acercó a un Perón “atribulado” por lo sucedido y con la decisión de comenzar de inmediato la compostura de lo que, comprendió, sería una ruptura; le solicitó que le ayudara a organizar un encuentro rápido con los jefes montoneros, a través de uno de ellos con el que tenía relación.
Más difícil de probar sería la versión de que, sin sonrisas, le dijo a su ministro de Desarrollo Social, José López Rega, que si a alguno de los manifestantes le pasara algo “la cabeza que rueda es la de usted, mañana mismo” y que, en consonancia y poco después, provocaría la suspensión de un operativo de ametrallamiento listo para lanzarse sobre la explanada de la Facultad de Derecho, punto de concentración de las columnas montoneras que llegaron desde las provincias. Hubiese sido uno de los golpes criminales de la Triple A, uno de cuyos jefes era Rodolfo Eduardo Almirón Sena, subcomisario de la Policía Federal responsable de la seguridad de López Rega en el Ministerio, que diez días después asesinaría al padre Carlos Mujica, “primer cura villero” y fundador del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.
Así latía entre bambalinas aquella parte del escenario de la plaza. A pesar de todo, el 15 de mayo, al considerar “las consecuencias políticas del acto”, Montoneros señaló que no habían ido “a buscar un insulto”, concedió que “naturalmente solo puede ser catalogado como un error” y queda pendiente de “la rectificación” del mismo “y también —lo que es más importante— de la marcha del proceso, porque para eso somos peronistas y para eso votamos por la liberación y contra la dependencia”.
Nada de eso sucedió, no hubo reunión, ni perdón, ni rectificación… ni liberación. Solo quedó en el aire una frase que, con voluntad, podría interpretarse como destinada a que nadie tome el contenido del discurso del 1° de mayo como una verdad estampada en las tablas de la ley: “Mi único heredero es el Pueblo” fue la sentencia de Perón en su último mensaje. Un par de días antes de ese 12 de junio, dejó trascender la posibilidad de su renuncia y regreso a España; la mañana de aquel miércoles habló por cadena nacional, denunció a quienes atentaban contra el Pacto Social en referencia a “los vivos de siempre que sacan tajada del sacrificio de los demás” y afirmó que “los que hayan violado las normas salariales y de precios, como los que exijan más de lo que el proceso permite, tendrán que hacerse cargo de sus actos”. Solo la mala fe puede confundir hacia quiénes apuntaba su dedo acusador de los oligarcas. Las bases sindicales y juveniles empezaron a moverse, a mediodía ya había miles de personas en camino de la Plaza de Mayo; la CGT declaró un paro, la JP llamó a la movilización.
Estaba enfermo; el 6 de junio Perón había viajado a Asunción del Paraguay y soportó la parada militar en su honor en la cubierta del buque Neuquén, bajo una lluvia sostenida. Veinte días antes, el protocolo, manipulado por López Rega, lo había sometido a otra larga exposición al aire libre en la celebración del Día de la Armada en Puerto Belgrano, en la localidad sureña de Punta Alta, a 30 km Bahía Blanca.
A las 17 la plaza estaba llena, 15 minutos después, a pesar de los reclamos médicos, volvió a su balcón, evitó que lo aislaran tras el vidrio blindado que pretendía el jefe de la Triple A, y apareció con su sobretodo cruzado gris con solapas negras, llamó a la unidad, se emocionó y emocionó a todos al despedirse con aquel “llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.
Diecinueve días después murió. Los ríos de tinta enlutada que se usaron para referirse a ese momento no pueden mejorar la tapa del diario Noticias, conducido editorialmente por Montoneros y dirigido por sus periodistas más destacados: “DOLOR. El general Perón, figura central de la política argentina en los últimos 30 años, murió ayer a las 13.15. En la conciencia de millones de hombres y mujeres la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un Líder excepcional”[4]. Pasarían años hasta conocer el nombre del autor de una de las mejores síntesis periodísticas y políticas impresas en la portada de un periódico: Rodolfo Walsh.
Las cartas habían sido echadas hacía rato. El proceso quedó trunco a partir de la descalificación del sector más dinámico del movimiento peronista en la coyuntura, con capacidad de respaldo al acuerdo estratégico entre los sectores populares y los empresarios nacionales y el plan de acción de mediano plazo, con apoyo de los gobernadores más representativos y del sector nacional y popular (“peruanistas” lo llamaban) del Ejército Argentino y, especialmente, con el despliegue barrial necesario para facilitar la participación de millones de argentinas y argentinos en defensa del gobierno que entibió las jornadas del 25 de mayo.
Tras el entierro de Perón, su vicepresidenta, Isabel Martínez (elegida por su esposo en lugar de Ricardo Balbín, como proponía buena parte del Peronismo, con la Tendencia a la cabeza) a cargo del Ejecutivo, se agudizó la crisis económica, sobre todo a partir de la asunción del ministro Celestino Rodrigo, impulsado por López Rega, que impuso una devaluación del peso frente al dólar del 100%, la nafta aumentó 175%, la electricidad y otros servicios 75%; la inflación pasó del 24% en 1974 al 182% en 1975, el desabastecimiento decidido por las grandes corporaciones y supermercados hizo que desaparecieran gran cantidad de productos esenciales como los alimentos; el poder adquisitivo del salario se derrumbó… El inspirador de la demolición de la economía nacional, que pasaría a la historia del desquicio con el nombre de “Rodrigazo”, fue inspirado por el banquero Ricardo Zinn, que ya había trabajado con Arturo Frondizi y asesorado a los dictadores Levingston y Lanusse y luego, ya como funcionario del jefe civil de la última dictadura, José Martínez de Hoz, redactaría el eslogan del nuevo régimen: “Achicar el Estado es agrandar la Nación”, una concepción que sobrevive en el tiempo y orienta las propuestas del neoliberalismo actual.
La CGT declaró la huelga, hubo movilizaciones gigantescas conducidas por las organizaciones políticas, sociales y militares, la Triple A de López Rega y Rodolfo Almirón “condenó a muerte” a miles de figuras de la política, el arte y el espectáculo, intelectuales, abogados comprometidos, religiosos, y asesinó entre mil quinientas y dos mil personas con financiación y apoyo de la logia italiana Propaganda Due y la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), ya instalada en el país y colaborando con antelación con los golpistas de marzo de 1976.
Montoneros pasó a la clandestinidad. Ítalo Lúder se sentó en el sillón presidencial mientras Isabel Martínez se recluía con licencia en las residencias presidenciales del interior del país hasta que, finalmente, se subió al último helicóptero unas horas antes de que las Fuerzas Armadas profundizarían la violencia y persecución que ya ejercían y, guiados por Martínez de Hoz y las corporaciones, tomaran el control absoluto del Estado, desde donde ejercerían un terrorismo como nunca se vio anteriormente y dieran continuidad al intento aramburista de destruir el modelo nacional del general Perón. Esta vez los grupos económicos oligárquicos, a través de sus políticas, lograron sus objetivos de destrucción del perfil industrial generado por el peronismo, abolición de la legislación laboral, aniquilamiento del salario con supremacía del mercado financiero y generalización de las políticas genocidas contra organizaciones de la comunidad, mujeres, hombres, niñas y niños.
Es difícil de explicar. La secuencia de hechos parece interrumpida de manera irracional, no histórica. Fue como un tren en marcha firme hacia su destino que, de repente, se detiene y comienza un viaje en sentido contrario. Aunque la Historia no se desarrolla en función de las decisiones de una persona, por genial que sea, en este caso las resoluciones finales de Juan Perón, en el contexto en que las adoptó, dieron por tierra con un rico proceso nacional, popular y revolucionario que él mismo había impulsado.
Quedará entre brumas saber si, además de la “manipulación” de su entorno reaccionario (ya cooptado por intereses funcionales a los de las transnacionales y al designio geopolítico de Washington) el contexto regional regresivo no contribuyó a que pensara en la necesidad de “desensillar hasta que aclare”, como gustaba decir, y “realinear” la relación con Estados Unidos en medio de un cerco limítrofe dictatorial.
En agosto de 1971, el coronel Hugo Banzer dio el golpe de Estado contra el gobierno popular del general Juan José Torres en Bolivia y puso en marcha la “Operación Cóndor” que coordinó políticas represivas en toda la subregión. En junio de 1973, el propio presidente constitucional uruguayo Juan María Bordaberry presidió el golpe que disolvió el Parlamento y dio inicio a una dictadura que duraría hasta marzo de 1985. El 11 de septiembre de ese mismo año, doce días antes de la elección presidencial de Perón, los militares chilenos y los grupos económicos derrocaron al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, quien se quitó la vida en medio de la resistencia a los golpistas que bombardeaban el Palacio de la Moneda. Brasil estaba gobernado por una dictadura militar desde marzo de 1964, cuando el mariscal Humberto de Alencar Castelo Branco derrocó al gobierno democrático del presidente João Goulart e inició un proceso que se extendió hasta marzo de 1985. Paraguay vivía bajo el régimen del general Alfredo Stroessner desde mayo de 1954, que permanecería en el poder hasta febrero de 1989. Argentina era el único (y último) eslabón popular en un Cono Sur cada vez más propicio a las políticas liberales de la Escuela de Chicago, refractario al papel del Estado como regulador y redistribuidor de las riquezas, además de alineado con la “Doctrina de Seguridad Nacional”.
En todos los casos, el Departamento de Estado, el Comando Sur del Ejército y/o la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, tuvieron papeles activos, organizando planes económicos para los regímenes, inaugurando el ciclo perverso de endeudamiento externo con consecuencias que llegan hasta el presente, y campañas sistemáticas de persecución y muerte de las dirigencias populares y exterminio de los sectores populares.
A diferencia de la vida, que es corta, la Historia tiene tiempos que atraviesan generaciones y pueden superar la finitud y los errores de las personas. Sin embargo, el regreso definitivo del general Juan Domingo Perón, con la muerte cantada y las decisiones que adoptó al desandar lo construido, aceleraron el camino hacia el precipicio de modo irreversible. En un escenario de lucha antimperialista en un país ya rodeado por las dictaduras pro estadounidenses, la superestructura peronista expresaba contradicciones internas, generadas por sectores tradicionales y sin representatividad popular a los que el General apoyó. Junto a las acciones persecutorias, estampadas a fuego desde su balcón de la Rosada, la suma de esos elementos desplegó el verdadero telón, luctuoso, de una de las más extraordinarias experiencias políticas del pueblo argentino, que avanzó al compás de su “más maravillosa música”.
Los golpes graves, roncos y ásperos, fueron dejando de rebotar contra los paredones del centro, las vidrieras comerciales, la propia Casa Rosada. Habían marcado una de las jornadas más hermosas de la Historia Argentina. El silencio, ahora, anunciaba el comienzo inminente de la peor de las noches.
Aquel Sol del 25, nacido de la certeza de las calles, empezaría a tomar el color gris de las mazmorras. Sin embargo, aunque no lo veamos, el sol siempre está. Tras aquellas tinieblas, también…
Leé el especial SETENTAyTRES completo:
- Presentación: SETENTAyTRES. PERÓN, MONTONEROS Y DESPUÉS…
- Uno: SETENTAyTRES. PERÓN, MONTONEROS Y DESPUÉS…
- Dos: SETENTAyTRES. PERÓN, MONTONEROS Y DESPUÉS…
- Tres: SETENTAyTRES. PERÓN, MONTONEROS Y DESPUÉS…
- Cuatro: SETENTAyTRES. PERÓN, MONTONEROS Y DESPUÉS…
[1] Aunque muchas versiones interesadas atribuyen la acción a Montoneros, la organización jamás lo reconoció, porque no la decidió. Los relatos cargan el hecho desde a la CIA (Lorenzo Miguel) hasta a una célula guerrillera en proceso de integración.
[2] EL DESCAMISADO N°21: JP y Ejército en el Operativo Dorrego. Si cantan la marchita se quedan piolas (file:///C:/Users/Carlos/Downloads/El-Descamisado-n-21%20(1).pdf)
[3] EL PERONISTA LUCHA POR LA LIBERACIÓN (https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/el-peronista-lucha-por-la-liberacion-n-3/)
[4] Diario NOTICIAS N° 214 (file:///C:/Users/Carlos/Downloads/Diario%20Noticias%2002-07-74.pdf)
*El autor, como millones de argentinas y argentinos formó parte de Montoneros. Fue uno de los directores periodísticos de Radio Noticias del Continente y Jefe de Política Nacional del diario La Voz. Es miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular e Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (https://estrategia.la/)
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