“y si mañana es como ayer otra vez,
lo que fue hermoso será horrible después…”
“Cerca de la revolución”, Charly García (1984)
Al más pendejo del grupo, que tenía quince años, lo citaron a las ocho y media de la mañana en la terminal de La Plata. Para él, que ya había arrancado a salir de noche, despertarse un sábado de madrugada implicaba un sacrificio acorde con el compromiso político que pretendía asumir, siempre en tributo a la generación pretérita (experiencia militante de la cual se imaginaba heredero, junto con sus compañeros, y en la cual querían reflejarse).
La ciudad de las diagonales en la segunda mitad de los ochenta no era la misma que habían habitado los compañeros a los cuales las nuevas generaciones militantes pretendían emular. Las guitarreadas seguían existiendo, pero en ellas ya no sonaban sólo zambas, chacareras y canciones de Huerke-Mapu, Los Olimareños o Zitarrosa; también se escuchaban canciones del Flaco, Charly o las bandas emergentes del under, que eran contestatarias de una manera nueva, mixturando la radiografía de una sociedad injusta con el rechazo a muchas de las tradiciones culturales que años antes nadie hubiera osado cuestionar. Las peñas estudiantiles eran un elemento en común entre ambas décadas, pero ahora se podía pasar de bailar en un club de barrio o en el subsuelo de alguna facultad, a “Mi gente” o “La Sachapera”, a Pedro Navaja o “Ñam fri fru fi fa li fru”, uno de los éxitos de la banda platense del momento que un par de años después explotaría a nivel nacional.
Esa mañana, en la terminal, el pibe se encontró con un par de compañeros más y la “Flaca”, que casi los duplicaba en edad y era la responsable del traslado tabicado (otra reminiscencia setentista) del grupo de los más benjamines. Entre ellos estaban el Polaquito, uno de los más serios del grupo; Nico, con su pelo enrulado hasta la cintura, y el Gonzo, con su flequillo rollinga que, combinado con el pasito jaggeriano hacia atrás, solía enloquecer de admiración y suspiros a varias compañeras.
Hicieron la fila para subirse al Río de La Plata que iba para Capital (como se le decía entonces a CABA), pero nunca subieron a ese micro. Salieron disimuladamente, con la “Flaca” a la cabeza, y se subieron a un taxi que en aquellos años imitaba a los porteños, aunque cambiando el techo amarillo por uno blanco y manteniendo el negro en el resto del vehículo. El auto los llevó hasta Plaza Rocha; ahí, se encontraron en la parada del 518 con el Narigón, Maxi y un segundo grupo de compañeros un poco más grandes. Todo era excitación y casi ni hablaban entre ellos de la situación, que no era otra cosa que la previa de la que, para varios, sería la primera reunión clandestina a la que asistirían.
Corrían los primeros meses de 1989, plena campaña para las elecciones presidenciales que terminarían consagrando a Menem como presidente el 14 de mayo, en medio de un clima económico y social bastante crítico. Cuando apareció el bondi rojo, se subieron de a pares sacando el boleto que, en aquellos años, tenía que cobrarles y cortarles el mismo chofer, en un trabajo insalubre que años después se fue morigerando. El trecho fue largo hasta llegar a las inmediaciones de Barrio Aeropuerto, una serie de monoblocks en los cuales vivían familias de clase media y media baja laburante. En fila por los pasillos entre edificios, seguía reinando el silencio entre este grupo de militantes que, quizás algo a destiempo, se sentían un engranaje de ese peronismo revolucionario al cual admiraban y soñaban hacer reverdecer.
Subieron por la escalera hasta el departamento que estaba en un segundo o tercer piso, y entraron a una sala de estar en la cual había no menos de veinte sillas. Apenas algunas de ellas ya estaban ocupadas por compañeros que habían ido llegando en tandas anteriores; entre ellos se encontraban militantes de la agrupación a la cual pertenecía el grupo recién llegado y también otros invitados, como los responsables de agrupaciones universitarias del Frente Universitario Nacional y Popular (FUNAP) de varias facultades y militantes territoriales y sindicales de distintos sectores de La Juventud.. Varios de ellos, como otros tantos participantes de la reunión cuyo comienzo se haría esperar, ocuparían una o dos décadas después lugares importantes en la política universitaria, en diversos ministerios y cámaras legislativas; pero en ese momento se aprestaban a escuchar, cuando llegara, al “Loco”, una leyenda viviente en aquellos años de la militancia montonera, que aún era perseguido por la justicia alfonsinista – brazo ejecutor de la teoría de los dos demonios-, y sólo podía circular con relativa libertad en la provincia de Buenos Aires, gobernada por el peronismo.
Entre mates, bizcochitos y alguna que otra factura, se hizo el mediodía. La sala de estar estaba colmada de compañeros cuando hizo su ingreso el “Rata”, un antiguo militante del aparato militar de la orga, devenido guardaespaldas del compañero al cual todos esperaban, quien saludó uno por uno al conjunto de los presentes, no sin antes apoyar en una mesa redonda un bolso que aparentaba ser pesado y decir, entre risas cómplices: “ni se les ocurra tocar este bolso que es en el que guardamos los fierros”.
En enero de ese año se había producido el intento de copamiento del cuartel de La Tablada por parte del movimiento Todos por la Patria (MTP). Había quienes sostenían que esa acción militar, tan anacrónica quizás como la reunión que estaba por comenzar, había sido teledirigida por ciertos sectores del gobierno radical, encabezados por el “Coti”, a través de los servicios, usando como carne de cañón a viejos militantes de la guerrilla no peronista.
La conversación giraba en torno a eso y a las alternativas de la campaña electoral, uno de cuyos hitos fue el fallido debate presidencial, en el programa de Bernardo Neustadt, al que sólo asistió el candidato radical quedando vacía la silla destinada a su oponente, lo que fue uno de los leit motiv de la propaganda oficialista. El “Turco”, con sus patillas, su pelo largo, su pinta de caudillo federal y su verba inflamada, entusiasmaba a los sectores menos adaptados a los buenos modales que la brisa del retorno democrático había instalado como sentido común en los años de la primavera alfonsinista, incluso dentro del peronismo a partir de la llamada renovación, que había derrotado a la ortodoxia entre 1985 y1987. A algunos de los presentes, la dirigencia de esa renovación se les presentaba como una contrariedad, ya que la veían como excesivamente adaptada a los vientos socialdemócratas que soplaban fundamentalmente en aquellos años desde la Francia de Mitterrand y la España de Felipe González, espejo en el cual se miraba gran parte de la elite dirigente de nuestro país.
Sin embargo, hacía un tiempo que la Argentina se había sacudido de su modorra biempensante y habían vuelto a aflorar algunas de sus contradicciones históricas. Los paros de la CGT encabezada por Saúl querido, los levantamientos militares, las “Felices Pascuas”, y las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, sumado esto a los reiterados fracasos de los planes económicos del gobierno radical, habían hecho que el clima fuera ciertamente otro. En septiembre del año anterior en uno de esos paros de la CGT, se habían producido enfrentamientos entre la policía y los manifestantes en una jornada que sigue siendo recordada por el saqueo a la tienda de ropa Modart, ubicada en las inmediaciones de Plaza de Mayo.
Algunos hablaban de las aristas kadafistas del candidato presidencial peronista, y se imaginaban un escenario en el cual, ante una victoria del mismo, el Gobierno pudiera urdir una maniobra en el entonces existente Colegio Electoral, para tergiversar el resultado. En ese marco, suponían que los sectores liberales de las FF.AA. podrían abalar esta maniobra, para lo cual especulaban con una inverosímil alianza con lo que consideraban los sectores nacionalistas del Ejército, que no eran otros que los carapintadas que se habían levantado contra el gobierno constitucional (y lo volverían a hacer un par de veces más). Más tarde, muchos comprenderían cuál era el verdadero sentido de esa estrategia de supuesta unidad de los combatientes, impulsada fuertemente por “el Loco” a partir de un discurso malvinero y anti imperialista desde las páginas de la revista “Jotapé”, su herramienta de comunicación y construcción política desde la ruptura con la línea oficial de “el Pepe”, a la que muchos tildaban de fascistoide y antisemita, no sin pocos argumentos.
Pero volvamos a aquella reunión. Pasado largamente el mediodía, se produjo el momento tan esperado con la llegada de Galimba, la figura a la cual todos habían ido a escuchar. Luego de los saludos y presentaciones de rigor, se inició la tan demorada la alocución que no duró menos de tres horas. Durante la misma, el entonces compañero comenzó, como en los viejos documentos de la izquierda peronista, analizando la situación internacional, que se encontraba en las postrimerías de la Guerra Fría, con la URSS en plena Perestroika, aunque todavía no habían caído el Muro de Berlín ni el bloque socialista. Continuó con su análisis haciendo referencia al hervidero que era en esa época Centroamérica, con guerras civiles en el Salvador y Nicaragua, el gobierno de Noriega en Panamá, y la amenaza de las intervenciones yankees permanentemente latentes. Aún no se había producido la derrota electoral del sandinismo, que fue por esos años uno de los golpes más duros para la militancia nacional y popular.
Luego de abordar esos tópicos puso especial énfasis en uno de los temas que más lo apasionaba, el abordaje del conflicto árabe israelí. Se centró finalmente en un análisis de la situación nacional, demostrando una profusa información al respecto y paseando al conjunto de los circunstanciales interlocutores por la política, la economía, el fútbol y hasta el rock nacional. En este sentido se detuvo en la anécdota de un supuesto encuentro reciente en el microcentro porteño -zona por la cual él debía moverse caracterizado, para no ser reconocido- con uno de los músicos más célebres del momento: un pelilargo, anteojudo y narigón con quien, según él, lo unía una relación de afecto a partir de un vínculo familiar, quien lo habría identificado y lo habría invitado a tomar un whisky, también clandestino.
Nadie hacía ningún comentario salvo alguna pregunta aislada. En un momento se produjo una situación jocosa cuando el más pendejo, vestido con un enterito verde, una chomba rosa y con el pelo atado con una colita ajustada, en un estilo bien de adolescente pequebú con aspiraciones revolucionarias, se levantó para ir al baño y “el Loco” dijo en voz alta, para carcajada de todos: “¿Y a este qué le pasó? ¿Se escapó de La Tablada?”.
Alrededor de las 18 hs. la reunión se fue acercando a su fin. Antes de despedirse, el “Rata”- ante la mirada atónita de todos- abrió el bolso que había dejado apoyado sobre una mesa y realizó exhibición de ametralladoras, granadas, fusiles y otros fierros, para darle un cierre pomposo y bien al estilo de la figura en cuestión. Con posterioridad, “el Loco” se retiró y, ya sin estar tabicados, los asistentes a la reunión se fueron yendo en grupos, como habían llegado.
Unas semanas después se produjo otra reunión, aunque sin invitados de otros espacios políticos, en la quinta de un compañero de la UES, en Punta Lara. A la misma asistieron todos o casi todos los compañeros que participaban del espacio político identificado con la revista Jotapé en la ciudad de La Plata. También llegaron bien temprano ese día, e identificaron el lugar por la bandera argentina colgada que funcionaba como santo y seña de la anacrónica y romántica cita. Se produjo un incidente cuando antes de comenzar las actividades planificadas y en medio de la preparación para las mismas hubo que sacar una comadreja muerta de un caño, tarea para la que quizás estuvieran menos preparados que para las que seguirían. Ese día se realizaron ejercicios de entrenamiento físico y prácticas de tiro, sin que faltara también el debate político. Antes de culminar, varios de los asistentes volvieron a encontrarse con “el Loco”, esta vez no solo acompañado por “el Rata” y su “bolso fierrero”, sino también por una dirigente de la JP porteña, a su vez, cuñada del “Loco” y militante de su espacio. Le decían “la Piba” y hoy es una de las dirigentes más notorias de la derecha más recalcitrante y antiperonista de nuestro país, precandidata a presidenta.
Marx, que era una de las lecturas recurrentes de muchos de los participantes de esta historia (más allá de algunos abruptos cambios de posición posteriores a la anomalía política que significó el menemismo para el Movimiento Nacional y Popular), escribió alguna vez que “lo que en la historia primero se da como tragedia luego se repite como farsa”. Casi todos los que forman parte de esta historia, basada en hechos reales, siguen siendo parte activa de la política argentina en diversos niveles, y la inmensa mayoría de ellos sigue estando, parafraseando a quien por aquellos años apenas emergía como figura sin haberse transformado aún en el ícono cultural que es hoy, del mismo lado de la mecha. Algunos de los protagonistas prominentes, sin embargo, cambiaron decididamente de bando, aunque ahora intenten disimularlo.
El fin de semana siguiente al encuentro en Punta Lara, los compañeros de la UES de La Plata volvieron a juntarse en una casa a cenar, tomar algo, charlar de política y tocar la guitarra. No faltaron las miradas cómplices, la discusión acerca de los setentas y de la sensación cada vez más vívida de estar en los albores de una experiencia similar. La realidad, pocos meses después, los haría chocar contra la pared. Menem no hizo ninguna Revolución Productiva, sino que se dedicó a endeudarse y privatizar, con la complicidad de varios dirigentes que habían formado parte de la gloriosa. “El Loco” luego de recibir el indulto presidencial se casó en Punta del Este en una boda de esas que salen en las tapas de las revistas del corazón; entre sus invitados estuvo uno de los magnates a los cuales un comando encabezado por él había secuestrado a mediados de los setenta, y a quien ayudó a recuperar parte de la fortuna pagada como rescate. Esa noche de 1989 sonaron, en la guitarra de Nico “Rasguña las Piedras”, “Presente” de Vox Dei, alguna zamba mal tocada y, por supuesto, “Corazón clandestino”. Todavía no había salido a la luz “Queso Ruso”. Tampoco el espíritu trasformador del peronismo había resucitado de la mano de Néstor Kirchner.