Cuidado, que vengo apurado
la tierra debajo mío se movió
un tiempo estuve asustado
pero ya estoy curado,
el miedo se acabó.
Aquí en el sur hay temporal
el ojo del huracán
si se anima a pasar
tenga usted cuidado
que también lo va a empujar.
“Cuidado” (Vicentico, 2003)
Introducción
Tratar de describir hechos que fueron descritos cientos de veces y desde distintas perspectivas es un desafío difícil. Los hechos del 19 y 20 de diciembre del 2001 fueron abordados por el cine documental, por las plataformas de streaming, por la academia y por el periodismo en sus distintas variantes decenas de veces. También desde distintos formatos: libros, fotografías, ensayos, tesis doctorales y hasta una reciente serie versan sobre los hechos ocurridos con la caída, a su vez, de la convertibilidad y del gobierno de De La Rúa.
Pero describirlos desde la propia experiencia, desde la propia mirada subjetiva, transcurridos más de veinte años, puede ser al menos un aporte más desde ese lugar en el que en la disciplina histórica se produce una intersección entre lo que se denomina “historia desde abajo” y una historia oral, que aunque en esta oportunidad se exprese por escrito, no deja de ser un relato que puede sumarse a una mirada coral que ayude a comprender y repensar esos hechos desde el presente y desde miradas diversas.
La cantidad de elementos en común entre aquel momento de censura histórica y este presente de incertidumbre son muchísimos: la fragmentación política, la crisis de representación, la falta de una síntesis en las clases dominantes respecto del hacia dónde ir, la ausencia de una conducción clara del campo nacional y popular que pueda ofrecer una salida a esta situación son algunos de estos elementos.
También vuelven a aparecer discusiones “por arriba” que se dieron en aquellos momentos. El debate respecto de una posible dolarización, la discusión acerca de la represión sobre la protesta social, el intento de construir un enemigo interno ligado al terrorismo y al narcotráfico que justifique la intervención de las FF. AA. en la seguridad interna, también son elementos en común, como lo es a su vez la crisis del federalismo y la aparente ausencia de un Estado Nación que galvanice y ponga un norte común al conjunto de los territorios que componen nuestro país.
Es que cada vez que se produce aquello que algunos definen como “crisis de hegemonía”, cada vez que tambalea el empate estratégico o catastrófico, según desde qué perspectivas se lo analice, las clases dominantes intentan nuevamente aprovechar la situación para encontrar una salida que favorezca sus intereses o, al menos, para aplicar en esos momentos de indefinición sus políticas de saqueo tal como lo hicieron en el ‘76, en el ‘89, en el momento del cual vamos a hablar, y como pretenden hacerlo ahora.
El relato que sigue es un relato parcial, el de cómo vivimos aquellos días y aquellos meses quienes habitábamos en la ciudad de La Plata y participábamos políticamente en el ámbito de su histórica universidad.
I ¿Cuándo empezó el 2001?
Según desde que dimensión o nivel de análisis uno se haga esta pregunta, las respuestas pueden ser variadas. Hay quienes definen al 2001 como el fin de un ciclo histórico de mediana o larga duración, que habría empezado con la llegada de la última dictadura militar; otros, se remontan unos meses antes, hasta el Rodrigazo. Así, hablan del fin del ciclo del miedo o de un corte en el modelo de valorización financiera. También se podría pensar este año como a la primera ruptura real de la institucionalidad democrática iniciada en 1983, más allá de que la salida de la crisis se haya dado en el marco constitucional. Por último, se podría decir, ya que esto es fácticamente comprobable, que el 2001 implicó el fin de un ciclo económico corto iniciado en 1991 con la Ley de Convertibilidad.
Desde la perspectiva de quien escribe, como militante y cronista a la vez, diciembre del 2001 es el cierre de una etapa más corta aún, iniciada en 1995/96, de efervescencia en el movimiento estudiantil y en determinados sectores sindicales, sociales y políticos, con el recrudecimiento de las políticas de ajuste y la visualización de que se estaba produciendo esa crisis que mencionábamos, lo que posibilitaba pensar en nuevas perspectivas políticas a futuro.
Por ejemplo en 1999 varias facultades estuvieron tomadas, algo que no pasaba desde unos años antes, ante un ajuste que el gobierno menemista aplicó cuando la crisis del modelo neoliberal ya era ostensible y las cuentas no cerraban. En el año 2000, ya asumido el gobierno de la Alianza, las tomas de facultades y las movilizaciones volvieron a retomar la dinámica que se había dado en los años 1995 y 1996 cuando se aprobó La Ley de Educación superior (LES). Durante todo ese año se sucedieron asambleas masivas, participación en las movilizaciones convocadas por los sindicatos y las organizaciones de desocupados, etc. Esto es, lo que en este escrito, intentaremos reflejar.
II Los años 2000 y 2001 en la UNLP
El año 2001 en la Universidad desató una furia y una voluntad de lucha que en el movimiento de estudiantes se venía gestando, como acabamos de decir, desde varios años antes, a medida que las políticas del gobierno aliancista se sucedían. Durante el 2000 estuvieron tomadas varias Facultades en distintos momentos, y era común la organización de charlas y debates en la universidad con sindicalistas – como los representantes gremiales de Astilleros, de Municipales de Ensenada, de Camioneros, etc.- y dirigentes de los movimientos de desocupados.
Por ejemplo, a fines de ese año, el centro de estudiantes de la entonces Facultad de Bellas Artes, conducido por un frente integrado por UNITE (PCR), FORJARTE (que en ese entonces formaba parte de la juventud de la CTA), y la rama estudiantil del Partido Obrero, organizaron una charla que fue masiva en cuanto a concurrencia, en la que participaron Juan Carlos Alderete (CCC), Néstor Pitrola (Polo Obrero), y Luis De Elia (FTV-CTA).
La toma del emblemático Jockey Club, sede en la cual funcionaba la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, duró varios meses y se levantó luego de reiteradas asambleas que se resolvían voto a voto. En esa Facultad, la disputa política principal se producía entre la Agrupación Peronista Rodolfo Walsh, vista aún por muchos como representante del PJ oficial en la universidad, y la agrupación Haroldo Conti, de Izquierda Independiente. Hoy, muchos militantes de esas dos agrupaciones forman parte de un mismo espacio político en un sentido amplio.
En la Facultad de Bellas Artes, por su parte, las primeras asambleas se realizaron en un auditorio de la Facultad colmado, pero con el paso de los meses y la ampliación de la participación se tuvieron que trasladar al patio de la misma, dada la inmensa cantidad de participantes, que llegaron a superar los 800 en algunas oportunidades. Para contar los votos en las definiciones más conflictivas, se debía parcelar el patio en grupos de 20, y elegir una especie de fiscales de asamblea que expresaran cada una de las posiciones en las mismas. Recuerdo a varias compañeras y compañeros de la conducción del CEBA contando votos y diciendo, a los gritos: “¡parcela uno: catorce votos por continuar la toma y seis por levantarla!”. Este proceso no era privativo de la Facultad de Bellas Artes, y ni siquiera de la Universidad de La Plata. Tampoco era algo que sucediera tan solo en el ámbito universitario. Los años 2000 y 2001 fueron años en los cuales mientras “desde arriba” se disputaban el futuro del país, “desde abajo” y en todos los sectores del campo popular se producían asambleas, movilizaciones y todo tipo de experiencias en las cuales se intentaba acordar y aplicar tácticas y estrategias de lucha para que la salida de esa crisis de hegemonía no la impusieran gratuitamente ninguna de las facciones de las clases dominantes.
Este fue un proceso que, sostienen algunos, duró varios años y culminó con la asunción a la Presidencia de la Nación por parte de Néstor Kirchner el 25 de Mayo del 2003 y en el cual se producían paralelamente estas dos disputas: una al interior de los sectores gobernantes, y otra que pretendía romper el status quo y condicionar una salida desde el campo popular. Había piquetazos en todos los ingresos a las grandes ciudades, incluida La Plata. En los mismos, el movimiento estudiantil participaba tanto desde su representación gremial como desde sus distintos sectores políticos, más o menos radicalizados. La CGT encabezada por Moyano venía intensificando, desde hacía años, su estrategia de lucha, que ahora se articulaba periódicamente con la CTA y las organizaciones de desocupados.
El discurso de López Murphy en la Bolsa de Comercio en marzo, anunciando el déficit cero, inició el año político con niveles de conflictividad que se fueron acentuando hasta culminar en las jornadas de diciembre. El “Bulldog” duró una semana en el Ministerio, porque incluso sectores del propio radicalismo, integrantes de la Alianza gobernante, pidieron su cabeza por lo que implicaba ese recorte de cara a las universidades en las cuales tenían amplia presencia e intereses. Pero el remedio fue peor que la enfermedad. A los pocos días, quien volvía a dirigir la economía argentina era el inefable Domingo Cavallo, en un intento por recomponer la unidad de las clases dominantes en sus distintas facciones, reconstruyendo la “comunidad de negocios” que había funcionado durante casi una década. Para volver a los paralelismos iniciales, no es casual entonces escuchar actualmente al mismo opinando y operando en defensa del gobierno de Milei.
Pero ya no había más joyas de la abuela por privatizar y los intereses del sector financiero se tornaban cada vez más incompatibles con los intereses de los sectores industriales, perdedores coyunturales de los últimos años de la convertibilidad. A su vez, la crisis política y social avanzaba sostenidamente, ya que las cuentas públicas, sin la posibilidad de entrada de nuevos dólares porque el FMI nos había cerrado la canilla, hacían difícil volver a la estrategia de la fuga masiva de capitales y, mucho menos, una salida expansiva que ampliara el consumo de los sectores populares e hiciera girar la rueda del mercado interno. En la universidad, en los distintos centros de estudiantes, se organizaban ollas populares periódicamente para que fueran a comer, fundamentalmente, los estudiantes del interior que no contaban ahora con la permanente ayuda de sus familiares. Las tomas entonces cumplían a su vez una función de lucha y de contención. El año transcurrió entre esas tomas, paros docentes, movilizaciones permanentes, etc. y después de mitad de año todo eso se fue acentuando.
Franja Morada aún ostentaba la conducción de algunos centros de estudiantes, de la FUA y de la FULP, pero estaba absolutamente deslegitimada ante el conjunto del movimiento estudiantil. Los afiches que rezaban: “Franja Morada roba Planes Trabajar” vestían las paredes de muchas facultades, recordando el papelón que a fines del año anterior se había producido al conocerse que algunos militantes de esa agrupación percibían, como renta política, esos programas que habían sido pensados y destinados a los desocupados y por los cuales sus organizaciones luchaban permanentemente. En las facultades que la Franja conducía casi no hubo tomas ese año y en las que eran oposición, sus militantes y dirigentes se oponían abiertamente a cualquier medida de lucha contra el que consideraban su gobierno.
En octubre de ese año, a su vez, se produjeron las elecciones legislativas para la renovación de los senadores que representaban a la Provincia de Buenos Aires. Los principales candidatos eran: Eduardo Duhalde, por el Partido Justicialista, Raúl Alfonsín, por la Alianza y el Padre Luis Farinello, por el recientemente creado Polo Social. Quien escribe estas líneas, junto con otros compañeros, formó parte de esta última experiencia política. También se presentaba la Izquierda, en sus distintas variantes y el ARI de Elisa Carrió “que en ese momento sostenía posiciones progresistas”.
Los dos primeros candidatos expresaban una alianza implícita que respondía a una de las facciones de las clases dominantes. Y eso se verificaría con el correr de los meses. Sin embargo, el dato más importante de esa elección para quienes hacíamos política desde el campo popular fue el famoso “voto bronca” que se expresó en ausentismo, abstención, voto en blanco y la novedad del voto nulo. Cientos de caricaturas de Clemente y hasta algunas fetas de salame aparecieron en los sobres. Ciertos sectores esbozaban la consigna: “gane quien gane pierde el pueblo”, mientras que otros propugnaban a los cuatro vientos la necesidad de un nuevo 17 de octubre. Sus carteles rezaban “por un nuevo argentinazo triunfante”. Tan equivocados no estaban.
También en determinados sectores de lo que podríamos describir, desde la actualidad, como anarcoprogresismo apareció el denominado Movimiento 501, que propugnaba viajar a un lugar que quedara a más de 500 km de distancia del lugar de votación para no tener la obligación de cumplir con el sufragio. Estos sectores estaban ligados a determinadas agrupaciones llamadas por entonces “independientes atípicos”, fundamentalmente en la UBA. Algunos referentes políticos de relevancia en la actualidad participaron de ese movimiento y, casi todos los que hoy seguimos haciendo política desde el campo popular, como ya dijimos, participamos de algunas de las alternativas anteriores, electorales o no.
Por otro lado, en el plano internacional, el atentado a las Torres Gemelas el 11-S iniciaba una nueva etapa en la cual, ya cerrada definitivamente la Guerra Fría, EE. UU. buscaba un nuevo enemigo e iniciaba el enfrentamiento militar con lo que denominaban terrorismo islámico. Ese mismo día, en la plaza San Martín de La Plata, se realizó una actividad organizada por distintas organizaciones del entonces FRENAPO, en la cual participaron también Luis D’Elía, y Alcira Argumedo, entre otros. La conmoción era inmensa, pero todos eran conscientes de que se iniciaba un cambio de etapa a nivel general. Empezaba el “choque de civilizaciones” mientras China y Rusia, sin prisa, pero sin pausa, empezaban un proceso de crecimiento económico, tecnológico y militar que marcaría en los próximos años el fin de esta unipolaridad.
Nosotros, que ya habíamos sufrido las consecuencias de participar en un conflicto que no tenía que ver con nuestros intereses particulares, esta vez no fuimos de la partida. Una de las diferencias que podríamos encontrar entre aquel 2001 y este presente es la expresa intención del actual presidente de volver a involucrarnos en un conflicto político que nos es ajeno y que podría tener consecuencias negativas para nosotros. Sin embargo, la ofensiva norteamericana era sentida periódicamente en estas tierras a partir de imposiciones, condicionamientos y planteos de los organismos financieros internacionales, el Departamento de Estado y del Comando Sur. ¿Les suena?
III Se viene el estallido
Las cuasi monedas circulaban por gran parte del territorio argentino. En la provincia de Buenos Aires ya todos nos habíamos acostumbrado a cobrar y pagar en patacones. Sin hacer futurología: ¿será este un nuevo paralelismo con la etapa actual? La situación económica era acuciante y el Estado Nacional se desmarcaba de sus obligaciones. La salud y la educación, bien gracias. Ese era el clima general que se vivía a nivel político.
A nivel cultural, ya desde varios años antes se generaban en la ciudad de La Plata y en otras ciudades del país espacios culturales, peñas, fiestas, entre otros. La Bersuit sonaba en cuanto encuentro nocturno hubiera y “Señor Cobranza” o “Se viene el estallido” se escuchaban permanentemente. El pogo era algo periódico cuando en ese espacio en el cual se mezclan la noche y la madrugada sonaba este último tema, alguno de los Redondos o de otras bandas que levantaban la noche. Se bailaba cumbia y la recién aparecida “cumbia villera” generaba uno de los clímax de la noche. Todavía se seguía escuchando mucha música uruguaya, algo de Jaime y mucho de candombe, ya que las murgas eran un movimiento cultural en ascenso que venían marchando en La Plata y otras ciudades para el carnaval y otras ocasiones, reclamando la restitución de un feriado histórico que había sido suprimido por un gobierno de facto y que recién fue repuesto en el gobierno de Cristina. Era una etapa en la cual la cultura era parte fundamental de la resistencia y las distintas “bandas” de los distintos géneros y estilos lo sabían y cientos de banderas en recitales de La Renga, Los Redondos, Divididos y Los Piojos entre otros, pueden dar cuenta de esto. Tanto el rock como la cumbia, sobre todo su versión más “tumba”, se mezclaban en una contracultura que renegaba del status quo vigente y formaba parte del caldo de cultivo de lo que terminó sucediendo en diciembre. La cultura en general, salvo expresiones muy tradicionales y muy elitistas o pretendidamente lavadas ideológicamente, no era para nada complaciente.
El hastío iba en aumento y era cada vez más generalizado en los distintos espacios en los cuales se expresaban, de la manera que sea, los sectores populares y, por qué no decirlo, uno de los protagonistas centrales de los próximos meses, la famosa clase media argentina. En este marco, cerca de fin de año el Ministerio de Economía decide restringir el retiro de depósitos de los bancos, tanto estatales como privados: “no había plata”. La convertibilidad era insostenible y la paridad cambiaria era una trampa mortal para importantes sectores empresariales, incluidos los financieros, que no tenían los dólares para sostener una corrida bancaria. Pero la corrida bancaria empezó a producirse. Durante algunos días los medios mostraban importantes sectores en las puertas de los bancos intentando retirar sus ahorros sin la posibilidad de hacerlo. Solo se podían retirar 250 pesos/dólares. La furia fue creciendo. Los primeros tímidos cacerolazos se fueron agrandando y a medida que se acercaban las fiestas el clima iba subiendo de temperatura. A su vez, comenzaban a correr las versiones de saqueos cotidianamente. Los pedidos de comida se mezclaban con situaciones de una violencia cada vez mayor, primero en los hipermercados y después en los supermercados cada vez más pequeños. Como en una profecía autocumplida, los saqueos empezaron a producirse. Había hambre en la pueblada.
Estos dos elementos combinados eran un cóctel explosivo. La clase media enojada con el sistema financiero y los pobres tomando lo que les correspondía por derecho propio sin pedir permiso pusieron en jaque todo el andamiaje político e institucional. “¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola!” era el grito de guerra que matizó movilizaciones de todo tipo durante varios meses desde esos días.
En La Plata, el 19 de diciembre estaba convocada una movilización de estatales en la plaza San Martin; a su vez, era la fecha prevista para la renovación de autoridades en la Federación Universitaria (FULP). Franja Morada ostentaba la conducción de la misma pero todos los punteos indicaban que, si se formaba un frente amplio acorde a la situación en la que se encontraba tanto la universidad como el país, se le ganaba. En esa misma plaza, desde el mediodía, comenzaron a producirse incidentes entre manifestantes y la policía. Quien escribe estas líneas, junto con varios compañeros más, se encontraba en un edificio frente a la misma desde el cual vieron lo que sucedía hasta que decidieron participar. Las versiones de saqueos por todo el conurbano ya no eran simples versiones y determinados sectores comenzaron a confluir en Plaza de Mayo, en CABA. Comenzaron los primeros enfrentamientos también en esa ciudad, como empezaban a darse en Córdoba, en Rosario, y en otras ciudades del país. “El ángel de la bicicleta”, bellísima canción de León Gieco cuenta la historia del Pocho Lepratti, quien fue baleado por la policía mientras desde un techo intentaba explicarles que en ese lugar “solo había pibes comiendo”.
El famoso “argentinazo” se estaba dando. A la tarde el presidente habló por cadena nacional y decretó el estado de sitio para todo el territorio argentino. Por arriba, las negociaciones se sucedían entre los distintos actores políticos y empresariales; y por abajo, el Pueblo había dicho Basta.
Volviendo a La Plata y a la universidad, se iniciaron negociaciones entre lo que ya era un Frente para ganar y La Franja que, increíblemente, proponía suspender el Congreso porque era ilegal hacerlo mientras regía el estado de sitio. La respuesta fue clara: “si quieren escóndanse en el Rectorado, porque nosotros vamos a hacer el Congreso”. Las negociaciones fueron arduas, los sectores de izquierda y progresistas se negaban a que formara parte del Frente la agrupación Rodolfo Walsh. Pero esos votos eran necesarios para garantizar el quórum y la victoria. La solución de compromiso fue que esta agrupación le cediese sus congresales a otra agrupación de Bellas Artes, pero que no formara parte explícitamente del Frente. Se ganó el Congreso. La paradoja es que mientras muchos de los que, desde el purismo, cuestionaban la presencia del peronismo en ese Frente miraron los hechos del día siguiente por TV, varios militantes de la agrupación de Periodismo formaron parte de los que en Plaza de Mayo se enfrentaban con la policía. El peronismo estaba volviendo.
Cuando terminó el Congreso, las distintas agrupaciones comenzaron a movilizarse por la calle 47 llegando hasta la avenida 1 y volviendo hasta Plaza San Martín. Cientos de vecinos se fueron sumando en el camino y todo culminó en un gigantesco cacerolazo con miles de participantes: lo mismo que sucedía en esa plaza ocurría en distintas plazas del país. Al día siguiente, luego de los enfrentamientos en Plaza de Mayo y en distintos lugares del país, con un costo de casi 40 muertos para el pueblo, De la Rúa se escapó en helicóptero y de la historia del país.
IV Según pasan los años
El 19 y 20 de diciembre del 2001, con la caída del gobierno De La Rúa, se inició una etapa de transición que culminó con la asunción de Néstor Kirchner, quien planteó una salida nacional y popular a la “crisis de hegemonía” que venimos describiendo. En el medio pasaron siete presidentes. El Adolfo, con su millón de árboles y el cese de pagos de la deuda externa. Pasó la asunción de Duhalde, que cristalizó el acuerdo de un sector de la burguesía con los principales candidatos a senadores por la Provincia de Buenos Aires de esos años. Pasó la devaluación. Pasaron cientos de movilizaciones y piquetes. Pasaron las asambleas populares. Pasó la masacre de Maxi y Darío en Puente Pueyrredón. Pasaron sin pena ni gloria Reutemann y De La Sota. Pero la crisis parió, como decíamos, una salida nacional y popular encabezada por Néstor. Alineado con los gobiernos que iban surgiendo en la región, renegociando la deuda con el FMI, diciéndole no al ALCA en una histórica cumbre en Mar del Plata y, fundamentalmente, integrando a las organizaciones sociales, a varios sindicatos y a los organismos de Derechos Humanos en un frente político que se sostuvo durante al menos una década, abrió una nueva etapa. Y ese proceso político fue hijo de esta crisis. El kirchnerismo es impensable sin el 19 y 20 de diciembre del 2001.
¿Pero qué pasó con el movimiento estudiantil? Desapareció de la escena pública y, salvo pequeñas excepciones, casi no se movilizó. Entre una clase media que se fue alejando paulatinamente del proceso iniciado, sectores gorilas incluidos, y el cambio de eje de la discusión política, que ya no se dio entre menemismo y antimenemismo sino entre kirchnerismo y antikirchnerismo, reviviendo viejas disputas, los ejes de la discusión política fueron otros.
A su vez, las organicidades que se fueron endureciendo paulatinamente pueden haber atentado quizás contra una movilización basada en reclamos gremiales. También es cierto que la situación económica cambió ostensiblemente y los sectores medios universitarios fueron altamente beneficiados por el nuevo modelo. Por último, la juventud comenzó a movilizarse a partir de otros ejes, como el matrimonio igualitario, la ley de medios, las reivindicaciones ligadas a los derechos humanas, etc. Se conformaron nuevos campos y la universidad quedó atravesada por las nuevas contradicciones.
Hoy, sin embargo, pareciera increíble que el movimiento estudiantil no se movilice ante la permanente agresión tanto verbal como presupuestaria del actual gobierno. Los sindicatos se movilizan, los desocupados se movilizan. Falta un actor en la calle y es tarea de todos los militantes jóvenes poner ese actor en movimiento, para que esta crisis de hegemonía no derive en una salida por derecha de largo plazo. Las cartas están sobre la mesa. La moneda está en el aire.
Final
Construir este relato hubiera sido imposible sin haber leído El palacio y la calle, de Miguel Bonasso, Sistema político y modelo de acumulación, de Eduardo Basualdo; sin haber visto Memoria del saqueo de Pino Solanas y la serie Argentina 2001 y sin haber leído y visto otros materiales. Pero fundamentalmente, hubiera sido imposible reconstruir los hechos antes relatados sin largas charlas con Leandro Quiroga, Jorge Lucotti, Ariel Pasini, Ana Otondo, Goyo Harispe y Santiago Romé. Tampoco hubiera sido posible sin la consulta permanente realizada a mi amigo, el historiador Matías Bisso. Por último, es imprescindible aclarar que el marco teórico a partir y dentro del cual he escrito estas líneas es la tesis doctoral del compañero Gabriel Merino, titulada “El grupo productivo y el cambio del modelo”, que recomiendo fervientemente como material de lectura para comprender en profundidad el proceso de aquellos años.
Arte de tapa y video: Sebastián Romania
Excelente relato