Sara Huff es la autora del libro Cómo fabricar a una feminista…: y cómo rescatarla de la prisión de falsa libertad que se le prometió publicado en 2023. Oriunda de Brasil, es licenciada en Relaciones Internacionales, analista política y docente en la Universidad Juan Pablo II. Además, se presenta como “ex-activista feminista y presa política” y “una de las voces conservadoras más visibles de América Latina”. En este trabajo, presenta “el problema del movimiento feminista que ha corrompido y atenuado el valor y el papel de la mujer en la sociedad, vendiéndole en última instancia una falsa libertad”. Así postula, como una ley general, que existen ocho pasos para construir una feminista. También propone una caja de “herramientas a quienes han caído presas del feminismo” para “liberarse de sus garras”: la “teoría de los tres medios de conversión” es el mecanismo que ofrece para recuperar a quienes, por su vulnerabilidad y debilidad, padecen del “lavado de cerebro propiciado por la ideología feminista”. Para Huff, el camino de salvación se da con el ejemplo, las respuestas académicas y la humillación.
Más aún, este texto funciona como un glosario para el lector al que ella se refiere, siempre, con el ¿universal? masculino. Así, se ocupa de definir términos nodales sobre la temática: feminismo, libertad, igualdad, militancia, comunicación, lenguaje, interseccionalidad, semántica, marxismo, comunismo. Con este punto de partida, analiza su biografía, su devenir feminista y su conversión al puritanismo-provida para proponer una teoría general sobre el movimiento de mujeres. Igualmente, el libro es un ensayo sobre el marxismo cultural entendido como la amenaza de la izquierda para destruir a Occidente por dentro, erosionar su estructura valorativa, sus ideas y su programa civilizatorio. Desde este prisma la izquierda y el progresismo son lo mismo. No hay matices ni moderación porque “en la defensa de la verdad es un servicio a la mentira”. Así, sostiene que el comunismo, para librar la guerra cultural, se disfraza con diferentes ropajes: feminismo, el ambientalismo, la “ideología de género” o los reclamos del colectivo LGBTQ. Esta teoría conspirativa, a la que adscribe Huff y el presidente Javier Milei, parte de entender que la izquierda ha logrado cooptar el sentido común occidental a través de filántropos que invierten millones de dólares y organizaciones internacionales para alterar la política y la cultura. Para tal fin, la élite ideológica global cuenta con “expertos en ingeniería social” que militan un programa impúdico, libertino y progresista. Por ejemplo, el universo cinematográfico de Marvel que produce películas protagonizadas por heroínas “en una clara afirmación de que en una nueva época los hombres son totalmente descartables”. Lo extraño es que este izquierdismo, que le hace creer a las personas que ayudan a otros, en verdad es parte de “un esquema político de dominación capitalista territorial”.
Finalmente, a lo largo de todo el libro se expresa su profunda incomodidad y preocupación frente a la posibilidad de un nuevo orden en el que no impere la centralidad masculina. No sólo por “antinatural”, sino porque interpreta que el desplazamiento de los hombres es sinónimo de eliminación de ese género. No hay lugar para ambos, menos para pensar un sistema no binario. No concibe la paridad y tampoco la distribución equitativa de las tareas. No tolera el sexo casual porque entiende que no hay libertad en “entregar el cuerpo voluntariamente a personas con las que no existe ningún tipo de compromiso”. Es incapaz de imaginar el goce femenino y por eso habla la libertad sexual para ella es “servir como objeto de placer a otro”. No admite ni anticonceptivos ni consumo de pornografía y llama a sus partidarios a dar el ejemplo. Aunque reconoce el flagelo de la violencia por razones de género, prefiere un mundo en el que las mujeres estemos relegadas a cualquier intento por cambiarlo. El statu quo tiene quien lo defienda.
Al final del libro, Huff sostiene que “nosotros, los libres de mente, somos los encargados de llevar los ideales del bien y las virtudes de carácter a todos los que hoy siguen confundidos”. Dueña de LA verdad, se traza un proyecto mesiánico pero vacuo, sin propuestas para acabar con los dolores infligidos por el patriarcado y que ella misma sintió en carne propia.
UNA VIDA ROTA
Su biografía está cargada de tragedias. Su padre era violento con su madre. Su hermano se involucró en el consumo y tráfico de drogas, al tiempo que se volvió muy agresivo con su familia. En ese contexto, ella lo enfrentó y frente al terror que él les inspiraba a sus padres, fue ella la que tuvo que abandonar su casa. Vivió de prestado un tiempo hasta que compartió techo con una amiga que ejercía la prostitución. Siendo menor de edad y sin trabajo, también ella empezó a practicar el sexo comercial. En medio de tanto desesperanza, la música le sirvió como punto de fuga, pero en ocasiones se autoflagelaba. A los diecinueve años descubrió al feminismo a través de la organización Femen y en menos de cinco años se volvió “la feminista más famosa de Brasil”. Esa organización promovía la misandria y el rechazo al cristianismo, al tiempo que funcionaba como una estructura verticalista, con un financiamiento opaco y con “entrenamientos” en Ucrania –Femen nació en Kiev-. En ese tiempo, participó de marchas sin saber por qué; desplegó argumentos sin haber leído ningún libro de feminismo; se opuso a cosas como “el sistema” sin entender qué era. Le decían lo que tenía que decir y ella lo gritaba sin pensar. Como vivía una vida libertina, a los veintidós años quedó embarazada. Sus compañeras le recomendaron que abortara porque “era famosa, su caso ayudaría a la causa por la legalización” y porque era “incompatible con su vida”. Les hizo caso: abortó y la dejaron sola. Más aún, sostiene que la “dejaron morir porque se había vuelto un problema” por no ser obsecuente con la dirigencia de la organización.
Entre el dolor, el trauma y el abandono, se hundió en relaciones ocasionales con muchos hombres. No sabe cuántos, no sabe quiénes. En medio de esa caída advirtió que esas feministas la habían convencido de algo que no pasaba, que no les importaba su tristeza, que la habían usado y que la habían dejado a la deriva. Entonces, en ese punto, encontró a Dios. Y de ese contacto, Huff hizo una interpretación que la llevó a hacer un giro conservador, puritano y profundamente antifeminista. Esa es su historia. Y en función de su experiencia, plantea que existe un “ciclo de construcción de feministas”. Este proceso consta de ocho pasos e implica captar a la mujer en un momento de vulnerabilidad a través de la identificación personal; convencerla de que sus problemas se resuelven con el activismo feminista; embrutecerla para sacarle capacidad crítica y que responda a las órdenes de la conducción del movimiento modificando sus intereses; utilizarla para llevar adelante parte de la lucha antinatural y, finalmente, descartarla. A lo largo de toda su argumentación, las mujeres son presentadas como sujetos pasivos, propensas a ser influenciadas por cualquiera para hacer cualquier cosa, incluso acciones que están en las antípodas de lo que se piensa: una amiga la conduce a prostituirse, el feminismo la empuja a practicar el sexo casual, las militantes de Femen la persuaden de abortar. Nunca elige. Obedece.
Sin dudas, la historia de Sara Huff es tan dolorosa como trágica. Rota y envenenada, a sus treinta y un años le ha pasado de todo. Pero sus dolores tienen una raíz clara y no es el feminismo.
FEMINISMO EN SINGULAR
Un caso, el de ella, le sirve para sostener una teoría general sobre el feminismo: “mi propia experiencia, mi dolor”. Se posiciona con la legitimidad de la víctima y la altura moral de quien padeció. ¿Quién puede discutirle? pero también ¿Quién no es víctima en este escenario?
Huff presenta su biografía como fundamento para explicar lo social: una generalización que le permite sostener que lo que le pasó a ella es lo que pasa siempre. Y en este punto, se cristaliza la gran diferencia con la idea-fuerza de los feminismos que propone que lo personal es político: no se trata de lo que a una le ocurrió, sino de la sumatoria de historias de vida que dan cuenta de una socialización de género común de las mujeres y que, precisamente por ello, hay una sola forma de resolverlo y es con organización política. Para muestra, un botón. En octubre de 2015 se realizó el entonces Encuentro Nacional de Mujeres en Mar del Plata. Una mochila, bolsa de dormir y, en el mejor de los casos, un aislante. En la feliz siempre hace frío y en el piso de un club más. Con la expectativa de mitigarlo, una noche salimos a buscar vino. Éramos diez compañeras. Caminamos mucho con una inquietud que nacía en la noticia de que, en un camping, habían violado a una mujer que había ido al encuentro. Ante semejante intento de disciplinamiento patriarcal, nuestra conversación giró en torno a la violencia de género, los abusos y la primera manifestación de sexismo que recordábamos: todas, salvo una, lo experimentamos antes de los 10 años de edad. No era una y su miedo. Era una tragedia común. Precisamente por eso estábamos ahí, todas juntas, con la remera de la jotapé.
A partir de sus vivencias, Huff sostiene que el movimiento de mujeres es una maquinaria embrutecedora, una estrategia de marketing de la casta intelectual, un medio para librar la batalla cultural marxista y que en el fondo no se preocupa por las mujeres. Se trata, además, de una “red de militancia pagada”, parte de un plan general sesudamente orquestado que dicta directrices abiertas —a través de libros y publicaciones protocientíficas— y cerradas —a partir del contacto secreto entre las cúpulas— con el objetivo de desplegar una “guerra contra el bien”. Más aún, es una “enfermedad” que sólo “contamina a las jóvenes vulnerables” y si no se la cura a tiempo puede pasar a estados críticos que implican la “incapacidad para identificar a un buen hombre y mayor probabilidad de involucrarse en relaciones abusivas”; “cambiar el matrimonio y la maternidad por la ambición de alcanzar éxito en una carrera. Finalmente, se sentirá sola y gastará todos sus ahorros en tratamientos de fertilidad o terminará sola y criando nueve gatos”; “ganar peso hasta el punto de destruir su autoestima”; “pelear con toda su familia al no recibir apoyo por sus puntos de vista”; “terminar siendo adicta a las drogas y el alcohol”; “terminar casi muerta por un aborto, como me sucedió a mí”.
En toda su argumentación se advierte que la responsabilidad recae exclusivamente sobre la mujer que adscribe al feminismo que, al tener una vida antinatural, toma malas decisiones entre las que cuenta engordar y adoptar muchos gatitos. Para Sara Huff el problema no es que haya hombres abusivos o malos. Tampoco que las tareas domésticas estén feminizadas. El drama es que las mujeres abandonemos nuestra esencia doméstica por “orgullo” y “ambición”. Porque “el feminismo es un capricho” que nos lleva a querer “competir en el mismo nivel que los hombres” sin antes, “haber sido capaces de dejar las responsabilidades en el hogar”. Por eso estamos agotadas.
Asimismo, el feminismo es presentado como “una anormalidad que daña el buen funcionamiento de diversas instituciones, como la familia natural, la iglesia, la política y las relaciones sociales”. Aunque “no logró convertir a todas las mujeres en lesbianas, porque los cambios culturales llevan mucho tiempo”, su despliegue trajo serias consecuencias: caída de la tasa de fertilidad, disminución de los matrimonios, aumento del sexo casual y de las madres solteras que crían niños que “tendrán más probabilidades de experimentar violencia, suicidio, pobreza, consumo de drogas, cometer delitos o tener un desempeño educativo inferior”. Para peor, esta ideología, les cambia el vocabulario y la estética: las feministas combaten la belleza de la mujer. Por eso usan el pelo corto, se tiñen de colores extraños, no se depilan, optan por prendas negras y están llenas de tatuajes. En definitiva, “se disfrazan de hombres”. En simultáneo, las vuelve más histéricas, sin posibilidad de sanar porque fomenta el odio y el resentimiento hacia los hombres. En Argentina, Lilia Lemoine es una militante paladar negro de esta línea, siempre dispuesta a defender el orden patriarcal del “remordimiento y revanchismo de algunas mujeres”.
Aunque Huff reconoce el flagelo de la violencia de género, repudia el feminismo hondamente. De su texto se deduce que ella, como otras mujeres, sintió que la ampliación de la agenda -desde el reclamo frente a los femicidios a la demanda por la legalización del aborto, la educación sexual, hasta el programa económico- la dejó afuera. Hoy, el hartazgo que se cristaliza en el grito del #NiUnaMenos sigue siendo un paraguas común. Sin embargo, se rompe cuando la lucha se inscribe en el entramado de asimetrías y vejaciones de la que es parte. Siempre supimos que visibilizar el iceberg de las violencias, el fundamento social, cultural, político y económico de lo que pasa con las mujeres y las diversidades, podía tener este saldo. Habrá que volver sobre nuestros pasos para re-tejer lo común.
UNA NATURALEZA
El fundamento de la reflexión de Huff es que existe una naturaleza, una esencia femenina, diferente a la masculina y que el feminismo vino a corromper. Hombre y mujer. Fin. Lo propio de nuestro género es lo doméstico, lo emocional, lo sensible. Intentar otra cosa es contra natura. Esta idea potencia el despliegue de la tecnología neoliberal porque le permite al Estado desertar, derivar las tareas y los servicios hacia las familias y, dentro de ellas, hacia las mujeres. En su reflexión, jamás se le ocurre la posibilidad de reorganizar las tareas hogareñas de una forma diferente para que todos los miembros puedan realizarse en el ámbito público y en el privado. No. Reclama el regreso al orden natural de las cosas: las mujeres, a las casas. Tampoco se indigna con que el trabajo doméstico sea impago, porque se trata de “los roles de cada quien”. En la misma línea, hace algunos días, el presidente Javier Milei expresó su disconformidad con el hecho de que su madre cobre la jubilación de ama de casa cuando nunca trabajó. La reacción intenta que la marcha atrás sea severa.
Sin gradación en su análisis, para ella existe un solo feminismo y es el radical. Lo define como hembrista, anti hombre, prolesbianas, anti familia, anti matrimonio, anti hetero, anti monogamia, anti cristianismo, anti maternidad. Anti. Ni siquiera advierte que si esto fuera así, que, si existiera un feminismo en singular que promoviera estas ideas como parte del marxismo cultural hegemónico, estas instituciones estarían en desuso o en crisis, cosa que no ha pasado. Aun cuando explica que en las últimas décadas ha crecido la cantidad de divorcios, de familias monoparentales, de madres solteras y de personas que practican el sexo casual, las estadísticas a las que hace referencia muestran que son los varones los que tienen una vida más libertina y que son las mujeres las que quedan solas al frente de los hogares. Si el problema es que el feminismo les propuso a las mujeres una forma diferente de ser y de relacionarse a la establecida, no se entiende por qué son los hombres los que desertan de sus responsabilidades familiares y viven una vida lujuriosa.
En sintonía con Sara Huff, en su discurso en Davos, Milei definió al feminismo como “una pelea ridícula y antinatural entre el hombre y la mujer”, un “enfrentamiento inventado por el socialismo como alternativa a la idea de lucha de clases”. Otro roto, otro militante paladar negro de este activismo puritano. Frente a este giro conservador que cierne sobre Argentina, bucear en las ideas-fuerzas que ordenan esta cosmovisión es parte del desafío que tenemos por delante para seguir con el problema, para robustecer nuestros argumentos, para entrar en diálogo, para volver a ser audibles. Especialmente porque la concepción de que el feminismo es la explicación de todos nuestros males actuales también anida en el progresismo. Y por ahí nos comen a todos, a todas, a todes.
Lo que propone es volver a una sociedad similar a la República de Gilead tan bien retratada en Los Cuentos de la Criada. No me parece seria ninguna teoría basada en tu proia biografía, nunca una vida representa al resto y menos a una generación entera. Huff fue facilmente coaptada por un grupo feministra extremo como lo fue después por una organización religiosa conservadora, es decir que su problema no es el feminismo sino la vulnerabilidad.
Podemos pensar que esa vulnerabilidad fue gestada en un hogar patriarcal, donde hubo, ella misma lo cuenta, violencia de género.
Milei también es un ser vulnerable, también sufrió violencia por parte de su padre. Quizá el psicoanálisis tenga algunas respuestas sobre estos dos personajes, los dos tan extremistas y emocionales.
Pienso en algo que hoy leí de Duran Barba sobre el fecto de las redes sociales en nuestros cerebros actuales: están dañando nuestra capacidad de reflexión. Los discursos simplistas exigen poco esfuerzo intelectual, viene todo cocinado. El volver a un pasado idealizado (1880, por ejemplo) o la mujer dentro de la casa y sin ser dueña de su cuerpo (40, 30 años atrás?) se vende en estos discursos como lugares seguros.
El feminismo nos enseñó mucho en estos últimos 40 años, el desafío es grande ante tanto reduccionismo de ideas. Hay que buscar una y mil maneras de mantener vigente todo lo aprendido y practicarlo.