En esta nota intento reflexionar sobre la pobreza en Argentina, entendiendo que no es un problema local, ni tampoco una problemática nueva, sino que, en principio podríamos decir, es estructural, y en mayor medida es consecuencia de decisiones tomadas por parte de los gobiernos de turno. Cuando se habla de ajustes, porcentajes, números e índices, hablamos de personas reales, de carne y hueso, que no llegan a cubrir sus necesidades básicas, y que en la mayoría de los casos, no van a poder romper esa dinámica que las lleva a la perpetua agonía de sobrevivir en un mundo cada vez más egoísta y mezquino.
El Banco Mundial define en un documento a la pobreza como “un fenómeno multidimensional, que incluye incapacidad para satisfacer las necesidades básicas, falta de control sobre los recursos, falta de educación y desarrollo de destrezas, deficiente salud, desnutrición, falta de vivienda, acceso limitado al agua y a los servicios sanitarios, vulnerabilidad a los cambios bruscos, violencia y crimen, falta de libertad política y de expresión”. (The World Bank Group, 1999: 2). En términos monetarios la pobreza significa la carencia de ingresos suficientes con respecto al umbral de ingreso absoluto, o línea de pobreza, “que corresponde al costo de una canasta de consumo básico”. Relacionada con la línea de pobreza está la línea de indigencia, para la cual el umbral de ingresos apenas alcanza para satisfacer los requerimientos nutricionales básicos de una familia.
Un enfoque más complejo de pobreza es el que propone el premio Nóbel de Economía, Amartya Sen, para quien la pobreza es ante todo la privación de las capacidades y derechos de las personas. Es decir, en palabras de Sen, se trata de la privación de las libertades fundamentales de que disfruta el individuo “para llevar el tipo de vida que tiene razones para valorar” (Sen, 2000:114). “La mejora de la educación básica y de la asistencia sanitaria no sólo aumenta la calidad de vida directamente sino también la capacidad de una persona para ganar una renta y librarse, asimismo, de la pobreza de renta”, por eso, “cuanto mayor sea la cobertura de la educación básica y de la asistencia sanitaria, más probable es que incluso las personas potencialmente pobres tengan más oportunidades de vencer la miseria” (Sen, 2000: 118)
La pobreza tiene que ver también con fenómenos como la exclusión social, la cual involucra aspectos sociales, económicos, políticos y culturales, enmarcados en “cuatro grandes sistemas de integración social: el sistema democrático y jurídico, el mercado de trabajo, el sistema de protección social, la familia y la comunidad.”
Pero me pregunto, cuál es la verdadera historia si siempre la escriben los que “ganan”, si todo lo que tenemos alrededor en este mundo nos fue dado de forma natural, este cuento de los dueños, los iluminados, los elegidos, los que saben, los que nos exigen esfuerzos, no tiene sentido… Vivimos en sociedades dirigidas por falsos líderes, hipócritas, mentirosos, ladrones y especuladores. Es insostenible la vida digna en este planeta en convivencia con la naturaleza con este nivel de extracción y destrucción de nuestra biosfera. Nos inventan historias de la conquista de nuevos mundos en donde hay cada vez más riquezas, fuentes inagotables de recursos donde podemos seguir multiplicando el extractivismo hasta el infinito… mientras tanto el costo ambiental y de vida de toda esa excentricidad la siguen pagando los pueblos menos beneficiados por esas promesas. Como si fuera una escena para “9 reinas”, escrita por Bielinsky, somos estafados permanentemente a través de artimañas cada vez más elaboradas y complejas; nos van despojando de todos nuestros recursos, y nos van endeudando en nuestro nombre, prometiendo un derrame que nunca llega, con la meritocracia como método de crecimiento personal, y con la libre competencia como bandera, como si fuese que todas las personas partimos desde el mismo punto de desarrollo, inclusive como si nacer en un barrio popular del conurbano bonaerense del segundo o tercer cordón fuese lo mismo que nacer en un barrio popular de CABA, ni mencionemos si la diferencia es entre una familia de altos ingresos y una de bajos recursos de cualquier región del País.
“Los pobres son pobres porque quieren” se repite como un mantra entre un sector de la población cada vez más grande, que elige mirar para otro lado y no hacerse cargo de la parte que le corresponde en la conformación de la comunidad que habitamos, la mentira que justifica la explotación en este sistema de acumulación concentrada, es decir, dicho en otras palabras, de poca distribución de las riquezas producidas, repito, en un mundo en el que nos fue todo dado, el trabajo mancomunado y sumado de toda la sociedad permite la buena vida de unos pocos a costa del sacrificio de muchos. Recuerdo recorridos que hice, allá por el año 2010, por algunos barrios al sur de Lanús, en el conurbano bonaerense más próximo a la Capital, al otro lado del riachuelo y del autódromo Galvez, en el Barrio ACUBA, solo por nombrar alguno entre tantos que hay y recorrí en el País, en donde familias enteras vivían en tierras en donde históricamente las curtiembres desecharon sus residuos, llenas de arsénico, ácidos y otros contaminantes, en donde su baño era un agujero en la tierra cubierto con toldos, y además, cuando hacía calor los vapores emanados de esos suelos provocaban sarpullidos en la piel, parecidos a la sarna u otras enfermedades de la piel, ¿Será que estas familias no eran merecedoras de vivir en un lugar digno, en una Argentina que tiene vastas cantidades de tierras sin ocupar?
LA REALIDAD SIN CHAMUYO
En Argentina la pobreza se manifiesta de manera desgarradora a través de los niños que luchan por crecer en condiciones cada vez más precarias. La situación de pobreza en menores ha alcanzado niveles alarmantes, basta con observar en el transporte público o en las calles de nuestros barrios, en donde se evidencia una realidad compleja y urgente que demanda atención y soluciones inmediatas. Según la UCA en Argentina aproximadamente el 62,9% de los niños, niñas y adolescentes son pobres. Los niños en situación de calle son una manifestación extrema de esta problemática, enfrentando adversidades que van más allá de la falta de vivienda y se extiende a la falta de acceso a educación, alimentación adecuada, atención médica y cuidado.
Desde los discursos políticos se escucha repetidamente que hay que esperar que el equilibrio fiscal y la macroeconomía actúen sobre la población para que irremediablemente el derrame se distribuya y vengan tiempos mejores… tiempo que no hay para los sectores más vulnerables, es muy sencillo para estos funcionarios con salarios elevadísimos pedir tiempo de espera para acomodar lo que está mal. Los informes oficiales del Gobierno argentino también reconocen la gravedad de la situación, señalando la necesidad de implementar medidas concretas para abordar la pobreza infantil. Sin embargo, la brecha es cada vez más grande entre la retórica política y las acciones tangibles aplicadas, esto es cada vez más evidente, dejando a estos niños y niñas que recorren las calle en una situación muy desesperante.
Organizaciones no gubernamentales y voluntariados locales han tratado de llenar el vacío dejado por la falta de intervención gubernamental, proporcionando refugios temporales, alimentos y apoyo educativo a estos niños desamparados. Sin embargo, la magnitud del problema requiere una respuesta más integral y coordinada por parte de toda la sociedad en su conjunto. La pobreza infantil no solo compromete el presente de estos niños, sino también su futuro y el de todos. Es imperativo que las autoridades gubernamentales, la sociedad civil y el sector privado colaboren mancomunadamente para implementar políticas efectivas que aborden las raíces estructurales de la pobreza y brinden oportunidades reales para el desarrollo de las infancias.
La realidad de los niños en situación de calle en el país no puede ser ignorada. La conciencia pública y la presión hacia las autoridades son fundamentales para impulsar un cambio real y sostenible. Las infancias deberían ser un tiempo de crecimiento, aprendizaje y esperanza, no de lucha y supervivencia en las calles. En este caso, a continuación, voy a compartir historias creadas por los pibes en una de las ciudades más emblemáticas de América Latina, la Capital de todos los argentinos, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Entre los años 2018/2019 tuve la oportunidad de dar talleres audiovisuales y de muralismo a pibes en situación de calle ubicados en centros de día y de noche en C.A.B.A., la mayoría de estos niños provenían del conurbano, pero habitaban la Capital como parte de su vida cotidiana, muchas son las causas que los llevó a esa situación, no es intención de esta nota hablar de las particularidades, pero sí la de mencionar que todos los que pasaban por el taller lo primero que querían era SER ESCUCHADOS, después podíamos desarrollar cualquier actividad que se proponga de forma colectiva, pero lo primero de todo fue que ellos querían contar sus historias, situaciones de robo, de consumo de drogas, peleas, y conflictos cotidianos, que solo son un pequeño reflejo del problema real que les tocó vivir a cada uno de ellos, y que prefiero en este caso no profundizar. Espero que este material sea memoria de los tiempos que se viven, y se analicen desde la perspectiva de un niño al desamparo de su comunidad, no quisiera que se interprete como un ejemplo, ni exacerbación de la marginalidad, ni se estigmatice a los participantes por mostrar de forma ficcionada, y muchas veces en forma irónica o cómica, parte de la realidad cruda que les tocó vivir.
“El niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto, quemará la aldea para sentir su calor”. (Proverbio africano)