Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa. La frase, fuerte y filosa es la primera que podemos leer en la obra El 18 brumario de Luis Bonaparte de Carlos Marx.
Las modulaciones profundas de esas palabras parecen no haber sido captadas en su totalidad por Nicolás Vilela al titular su nota El 18 brumario de Alberto Fernández: un balance del Frente de Todos para enfrentar a Milei, sobre el gobierno de Alberto y Cristina Fernández. Entendemos que su extenso artículo cobra interés por ser una de las escasas formulaciones públicas escritas de la que, sin dudas, es la agrupación hegemónica del kirchnerismo. Como militantes del movimiento nacional nos permitiremos hacer una lectura de sus planteos.
En primer lugar, nos interesa señalar que en su artículo el dirigente de La Cámpora enfatiza en varios pasajes la asimilación del peronismo a la distribución de la riqueza: “los ortodoxos somos los kirchneristas, que nos mantenemos fieles a la concepción del peronismo como lucha por la redistribución de la riqueza”. “El debate interno 2021-2023 se resume en la respuesta a la siguiente pregunta: ¿dónde reside el poder político del peronismo? Para el kirchnerismo, el poder del peronismo reside en la redistribución de la riqueza. Para el albertismo, en la unidad de los dirigentes”. “La Redistribución de la riqueza y redistribución de la responsabilidad: estas son las bases de un programa futuro”.
Esa asimilación a la distribución de la riqueza sin mención alguna a la creación de la misma, nos resulta incompleta y conflictiva. El peronismo en sus dos momentos más importantes no se limitó a plantear una política distributiva dentro del modelo agroexportador primero y del neoliberalismo financiero después, sino que se dio la disputa por la distribución de lo socialmente producido en el marco de una búsqueda por convertirse en la manifestación política de otro modelo de acumulación; es decir de una forma específica de creación de riqueza social dentro del capitalismo basada en la articulación productiva entre capital y trabajo con un estado presente. Ni el consumo ni los derechos son un fin en sí mismo para el peronismo, sino instrumentos para alcanzar la justicia social en la comunidad organizada.
Tanto la riqueza social como el poder político para poder distribuirse y consumirse primero debe ser creado. Consumir sin crear es propio de herederos o rentistas, es interpretar la riqueza y el poder como stocks y no como flujos y es el camino seguro a la crisis tanto económica como política.
Hablando de crisis, el partido de resolución de la crisis que es el peronismo está en crisis. Y esa crisis se inscribe en la del sistema político en su conjunto que a la vez es una manifestación de las consecuencias degradantes del “empate catastrófico” entre proyectos antagónicos que la sociedad argentina vive hace décadas. Por supuesto que la emergencia de Javier Milei es el fruto envenenado del árbol, surgido en ese terreno pantanoso que compromete la densidad y espesor de la vida democrática del país. La pregunta sobre su emergencia es la pregunta sobre lo que el peronismo en el gobierno no pudo evitar. Y aquí tenemos un punto de partida: Milei es consecuencia de una imposibilidad. O dicho de forma más directa y política; del fracaso de un gobierno peronista. Hace bien entonces Vilela en bucear en las responsabilidades de ese fracaso.
Todo su análisis está en función de una idea contundente; esta no es una derrota donde el kirchnerismo tenga alguna responsabilidad, sino que justamente, surge de la falta de kirchnerismo del gobierno del Frente de Todos. Las derrotas electorales de 2021 y 2023 le dieron la razón al kirchnerismo… La experiencia del Frente de Todos demuestra que no alcanza con la unidad de los dirigentes si no se especifica un programa de redistribución del ingreso y confrontación con los grupos concentrados de poder. El anti kirchnerismo tuvo su oportunidad. Gobernó entre 2019 y 2023. Los resultados están a la vista.
Esta tajante afirmación lleva al concejal de La Cámpora a una contradicción de la que parece no tomar debida cuenta. Es un ejercicio de imposible lógica política sostener que el gobierno del Frente de Todos fue un gobierno anti kirchnerista y a la vez asegurar con una inflamada fe calvinista que la compañera Cristina conduce al peronismo.
El mismo Vilela brinda datos en contrario a lo que pretende afirmar con tanto énfasis cuando nos refresca que la vicepresidenta “había tratado en 19 oportunidades de plantearle al presidente la delicada situación socioeconómica: atraso salarial, descontrol de precios, ajuste fiscal y subejecución presupuestaria, y las consecuencias electorales que esto podría traer. Subrayemos: 19 veces le dijo Cristina a Alberto, en privado, que el rumbo económico era erróneo. Y no pasó nada”.
El presidente ungido por una decisión casi de carácter absolutista de Cristina ignoró por completo sus indicaciones y recomendaciones. Hay una experiencia de representación delegada en el peronismo para pensar en perspectiva histórica ese conflicto; la presidencia de Héctor Cámpora… ¿Alguien se imagina al Tío ejerciendo ese nivel de desprecio por la palabra del conductor del Movimiento?
Y eso no significa que en un movimiento policlasista como el peronismo la conducción esté exenta de desafíos a su liderazgo. El mismo Perón tuvo, entre otros, tres momentos de fuerte disputa; con el Partido Laborista y Cipriano Reyes al inicio de su primer gobierno, con el vandorismo durante su exilio y con la izquierda peronista durante su último mandato. Pero es el mismo Perón, en Conducción Política el que asegura que “la conducción es un arte de ejecución simple: acierta el que gana y desacierta el que pierde”. Medir los resultados de la última experiencia del peronismo ante el magisterio del General nos exime de mayores comentarios.
Y las dificultades en el análisis no se detienen allí; Vilela sostiene que uno de los pecados originales de Alberto Fernández fue que “no estimó que la victoria en las urnas se había producido especialmente por la memoria del ciclo 2003-2015 y por la legitimidad del kirchnerismo como fuerza opositora al macrismo” y redobla la apuesta asegurando que “Si hoy existe alguna posibilidad de volver a gobernar la Argentina …es por la decisión del kirchnerismo de quedarse en el gobierno”; entonces, si la victoria del 2019 fue gracias al recuerdo de la década ganada y las derrotas de 2021/2023 consecuencia del abandono de la políticas kirchneristas; ¿es lícito entonces formular la duda sobre si la conducción no acertó al elegir sendos candidatos anti kirchneristas a la presidencia tanto en el 2019 como en el 2023?.
Algo de eso parece plantear el autor cuando asegura que “Se aceptó la premisa de que tenía más chances un perfil que, dentro de nuestro espacio, se distinguiera de Cristina. Se concedió que la expresión “volver mejores” significaba oxigenar al kirchnerismo dándole protagonismo electoral a sus críticos “por derecha”. En definitiva, en los últimos años, los no kirchneristas tuvieron menos votos, pero más candidatos”. Nos queda la duda sobre si este es un balance compartido por la misma CFK, una crítica a las decisiones de la expresidenta por parte del autor o la orientación que regirá el accionar de la agrupación a la que pertenece Vilela.
Porque, en síntesis, la autocrítica que Vilela nos asegura que ejercerá al inicio de su escrito, parece limitarse a interpretar que faltó una mayor representación y hegemonía del que considera el instrumento político privilegiado por Cristina para asegurar la orientación kirchnerista. Es decir; nos adelanta que para lo que viene hace falta una aún mayor centralidad de La Cámpora. Vilela es claro: “Es imperativo recuperar inspiración y confianza en nosotros mismos, partiendo desde una ecuación muy simple: con Néstor y Cristina tuvimos un país justo e igualitario; con candidatos no kirchneristas la cosa –en fin, cómo decirlo– no anduvo. El programa que formulemos, el candidato que lo exprese, tiene que ser más kirchnerista, no menos”.
Pero aquí, la realidad que se empeña en ser irreductible a las mesas de arena de las autoproclamaciones introduce una tensión inesperada en esa hoja de ruta: una de las figuras con mayor proyección política electoral nacional del peronismo, es medularmente kirchnerista, gana elecciones aun en contextos de derrota nacional, tiene un ejercicio de gestión de la provincia más importante del país y reivindica sin doblez alguno la figura de Cristina. Paradójicamente (o no tanto) es impugnado por los guardianes de la ortodoxia y ya no solamente por lo bajo. La respuesta a la pregunta sobre cuál es su pecado para semejante cuestionamiento, nos lleva a descender a una forma de entender la construcción política que creemos tiene una importante cuota de responsabilidad sobre el estado de cosas en el que nos encontramos.
Y es aquí cuando nos permitimos asegurar que para defender la tradición es menester reinventarla, aportándole nuevas modulaciones y melodías, incluso polemizando con quienes se arrogan ser sus genuinos y excluyentes depositarios. El movimiento nacional aspira a una totalidad situada donde cada parte, como en el poliedro, conserva su particularidad. Aferrarse al fragmento, a la cuota de poder, desmerece tanto a uno como a otro. El espacio se cristaliza y el poder se desfigura en vanidad y objeto de consumo.
A todos nos cabe o nos puede caber el sayo. Los hegemonismos y la fragmentación son dos caras de una misma moneda que lejos de producir pueblo, identidad y poder se devoran a sí mismas como el Ouroborus de la mitología nórdica. Lo disperso se puede reunir, lo líquido puede coagular. Pero el incremento exponencial de fragmentos, ambiciones y recelos dificulta, naturalmente, la recomposición a una totalidad.
El antídoto ante esa fragmentación es la conducción. Y si no hay conducción, se está en estado de ebullición. Ese es el evidente cuadro de situación al que debemos rendirnos a pesar de los intereses de círculo de aquellos acostumbrados a intervenir consumiendo un poder que no crearon. Nos encontramos en un estado asambleario, horizontal, de desorientación y desencanto pero también ávido para la creación y el debate tal como, decorosamente, queremos plantear en este escrito. Una estructura del sentir de la cual la misma Cristina es partícipe; si no ¿Cuál es el sentido de su crónica interpelación a que todos busquemos en la mochila el bastón de mariscal?
El tiempo es superior al espacio sostiene Francisco en su Exhortación Apostólico Evangelii Gaudium. Adoptar este principio nos permite vislumbrar el largo plazo, alimentar un horizonte de expectativas colectivas aún en la adversidad. Después de todo, un movimiento nacional se despliega en el tiempo de forma helicoidal, con marchas y contramarchas. Que el favor mayoritario de nuestro pueblo no esté, en esta hora, de nuestro lado, no es excusa para insistir en hegemonías autoconstruidas que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
El peronismo necesita reinventarse una vez más. Su permanencia estará en volver a ser la superficie de inscripción del despliegue de una voluntad política popular, que actúa no sólo como “caja de resonancia” sino como un escenario que le otorga eficacia histórica y política a cada reivindicación sectorial como empresa de universalización. Es decir, todo lo contrario, a cavar las trincheras de una Línea Maginot identitaria que lo conviertan en un actor conservador e incapaz de continuar rompiendo la compartimentación estanca entre tradición y fundación.
Frente a las prerrogativas hereditarias, el peronismo debe recuperar la capacidad ordenadora de su esencia plebeya. Será un proceso arduo y trabajoso en el que lo único que sobre será la farsa de la autoproclamación y su contracara la cancelación. Estamos a tiempo y es absolutamente posible.
“Hablando de crisis, el partido de resolución de la crisis que es el peronismo está en crisis. Y esa crisis se inscribe en la del sistema político en su conjunto que a la vez es una manifestación de las consecuencias degradantes del “empate catastrófico”’. Excelente caracterización, con una salvedad: ya no hay empate catastrófico ni hegemónico, hay un tobogán. Ilustrativa nota. Abrazo
Gracias. Moreno debería poder sentarse a hablar/discutir con Kiciloff….x ejemplo, y así sucesivamente,…creería yo…?