En recordatorio de los 50 años del fallecimiento de Juan Domingo Perón, Sergio Rossi nos comparte el libro “Perón y la defensa Nacional”, realizado por la UNDEF, que recoge los siguientes discursos del General:
- Cátedra de Defensa Nacional. La Plata, junio de 1944
- Discurso ante la integración del Consejo Nacional de Posguerra, septiembre de 1944
- La comunidad organizada. Mendoza, 1949
- ABC e integración suramericana. Escuela de Guerra, 1953
- Mensaje ambiental a los pueblos y Gobiernos del mundo. Madrid, 1972
- Modelo argentino para el proyecto nacional. 1° de Mayo de 1974
Poco puede añadirse sobre estos discursos de Juan Perón. Sus palabras siguen vigentes, hablando claras al presente y al futuro, y las notas que presentan a cada uno los engarzan en la trama de su historia y los sitúan en la intención del momento.
Merece señalarse de este libro la cuidada selección de textos y el presentarlos reunidos y traducidos a varios idiomas. Aquellas palabras fueron dirigidas al pueblo argentino, sí, pero se concebían portadoras de un mensaje que se brindaba en propuesta a los pueblos del mundo.
La tarea del traductor es ardua siempre, ya que debe reescribir el texto para transmitir con fidelidad la esencia del contenido, al tiempo que trasplantar las formas -las complejas formas del idioma- a un contexto paralelo de reglas y de valoraciones, a la vez semejante y distinto.
Perón ayuda al traductor en lo que hace a la esencia, ya que sus conceptos son nítidos y la prosa es lógica y precisa, pero su hablar presenta exigencias, ya que está plagado de sobreentendidos, dichos y pareceres del habla rioplatense. Para el público argentino gana en claridad y en cercanía, ya que recoge modos de la poesía gauchesca y de la tradición popular. Se enhebra con el refranero español, se apoya en mitos y relatos regionales, es llano sin ser nunca vulgar, y mezcla todo eso con apelaciones a los clásicos grecorromanos e hitos de la historia universal.
Paternal Martín Fierro con guiños de Viejo Vizcacha[1], hace que Licurgo interpele al ciudadano de hoy y le diga que el peor delito en que puede incurrir es, en la lucha en que se definen los destinos de la comunidad, no estar en ninguno de los dos bandos, o estar en los dos; evoca la Acrópolis para señalar que todo debe hacerse en su medida y armoniosamente; y se burla de muchos encumbrados con el ejemplo de la mula del mejor general de su época, aquella que acompañó en todas sus batallas al Mariscal de Sajonia sin aprender nunca nada de estrategia.
Contra lo que pretendieron sus enemigos hay en Perón una coherencia discursiva absoluta, en su concepción y en su mensaje, que se refleja en textos a lo largo de cuatro décadas, tres de las cuales lo tuvieron como protagonista central de la política argentina. Esa coherencia y esa continuidad se advierte en el estilo del lenguaje, desde sus textos sobre toponimia patagónica de etimología araucana y sus apuntes de historia militar, hasta sus magníficos discursos en vísperas de la muerte.
Esos textos y esos discursos son parte de una gigantesca operación semántica, que se desplegó en diversos formatos de comunicación, resignificación y apropiación de sentidos; dimensión semántica de una enorme movilización del espíritu nacional, que fue a un tiempo ruptura y continuidad. Ruptura con décadas de sometimiento colonial, subordinación cultural y desigualdad social; continuidad con la mejor tradición nacional y con la vocación de unión americana. Podemos reconocer en Perón afinidades e influencias de líderes y pensadores latinoamericanos que le precedieron, como Haya de la Torre y Cárdenas, así como percibir su influencia en otros posteriores, como Torrijos o Chávez.
En las que se recogen en este libro postula la necesidad de contar con una doctrina nacional, de integrarse con los pueblos hermanos del subcontinente y de redefinir la conciencia ambiental de la humanidad. Recogiendo la idea de la nación en armas, la cohesión nacional resulta pieza esencial que debe forjarse con justicia social y dignidad popular. La integración plena de la mujer a la vida política se concreta al tiempo que las multitudes argentinas, sometidas y marginadas hasta entonces, acceden por primera vez a la satisfacción de sus necesidades materiales y espirituales.
Perón afirma que el individuo sólo puede realizarse en una comunidad que se realiza, que la modernidad y el crecimiento de las sociedades no deben insectificar al hombre, ni alienarlo; que la masa innúmera de individuos debe imbuirse de una doctrina nacional para devenir en pueblo organizado y poder así forjar su destino. La planificación estatal es imprescindible para dirigir la movilización del espíritu nacional, ponerla en actos y potenciar su eficacia. La enunciación de la doctrina y la explicitación del plan son herramientas para permitir la participación y darle sentido democratizador.
A fines de los años sesenta sedimentaron temores y acechanzas en la conciencia mundial, que empieza a advertir amenazada la naturaleza y la vida misma sobre el planeta. El terror atómico, la superpoblación y la urbanización descontrolada, el agotamiento de recursos naturales, la crisis energética, la contaminación del aire y las aguas, la desaparición de selvas y bosques, la erosión de suelos, la extinción de especies, crecen en esa percepción. Se generaliza el concepto de ecosistema, y la primera foto de la Tierra desde la Luna refleja la fragilidad de esta, nuestra esfera celeste. Perón se revela como un líder de sensibilidad asombrosa ante la cuestión ambiental. Se anticipa como nadie en recogerla desde la política y la integra en una concepción que rehúye tanto de la depredación individual, anárquica y diseminada del capitalismo, como de la planificación cientificista del colectivismo estatalista. Lo hace sin caer en un ambientalismo ingenuo, que resulte en bloquear el desarrollo de los pueblos o en diferir y reservar regiones para la rapacidad multinacional y la ambición imperialista. La humanidad está ante un desafío, y si en el paleolítico se adaptaba al medio y con el neolítico afrontó el desafío de modificarlo, se plantea ahora la necesidad de un nuevo equilibrio que reconfigure el pacto de la humanidad en la naturaleza, controle aquel impulso prometeico, y ponga la ciencia a buscar un desarrollo en armonía con el ambiente.
Fortalecer la voluntad popular y movilizar el espíritu nacional impone la exigencia de sumar voluntades individuales en una gran voluntad colectiva, que dé soporte sostenido a la acción reparadora. La convocatoria permanente a la unidad nacional deviene en imperativo, muchas veces perturbado por la hostilidad enemiga y la incomprensión sectorial. Corregir errores, deponer el enfrentamiento de trincheras y recomenzar el ciclo se hace necesario para reconstituir el cuerpo de la Nación. Doctrina, plan y liderazgo concurren a esa tarea, y en esa apelación y convocatoria el propio cuerpo de Perón, como enunciador del mensaje y como articulador de la política, busca convocar con amplitud y abarcar contradicciones, refundiéndolas y proyectándolas al futuro. Así como el país de los argentinos es fruto de la sedimentación, la hibridez y el mestizaje, así el movimiento peronista debe ser capaz de componer diferencias e integrarlas.
La química nos enseña a distinguir entre mezcla y solución. Idénticos elementos se yuxtaponen en la mezcla, sin interactuar ni combinarse; mientras que en la solución se combinan dando origen a un compuesto nuevo. A diferencia de otros países, aquí en el nuestro indios, españoles, criollos e inmigrantes tardíos del siglo XIX se refunden en una identidad nueva. Del mismo modo el peronismo recoge tradiciones políticas e ideológicas y las integra para la formulación de la doctrina nacional.
El peronismo es solución y no problema. Es solución parcial y en actualización permanente, que requiere de confluencias sucesivas y crecientes para su realización.
Se trata de un nacionalismo universalista. No es un milenarismo tradicionalista que se resista a los cambios congelándose en el pasado, sino vocación de modernidad situada en la periferia, que busca universalizarse sin prepotencia, sintiendo que puede aportar ideología redentora, y negándose a ser mera espectadora de una globalización asimétrica, donde unos pocos globalizan a empujones a multitudes subordinadas que, al ser pasivamente globalizadas, sufren hasta la dilución identitaria.
En un tiempo en que interesadamente se difunden filosofías del desencanto, se estimula el egoísmo individualista y se promueve la lógica del fragmento, Perón nos recuerda que podemos soñar y que debemos soñar. Y que para poder soñar debemos soñar en grande, recuperando la actitud de la humanidad primera, con los pies descalzos pisando firme sobre la tierra grave y doliente, y mirando hacia las estrellas.
[1]Martín Fierro, de José Hernández, es el poema nacional argentino. Los personajes de Fierro y Vizcacha son un par antitético, entre el arquetipo moral y un pícaro vicioso y oportunista.