Si bien en términos generales podría decirse que hubo conquistas incuestionables en términos de perspectiva de género, los hechos acontecidos las últimas semanas en este contexto socio-político llevan a pensar que entre las declaraciones del ministro de Justicia acerca del “rechazo a la diversidad sexual, en contra de la biología”, el tratamiento de algunos medios de comunicación en relación a la denuncia realizada contra el ex presidente Alberto Fernández, el morbo de las fotos revictimizantes de Fabiola, las denuncias contra Marley y algunos varios etcéteras, estamos en un momento clave —sobre todo para las personas que hace años que trabajamos con estos temas— para “parar la pelota” y echar luz a determinados conceptos que en el afán de que se popularicen corren riesgo de terminar banalizándose.
No tengo dudas de que nuestra tarea —la de quienes siempre quisimos que causas como estas salgan a la luz en pos de la justicia— es la de velar por profundizar en los motivos que nos trajeron hasta acá, comunicarlos de manera eficiente y tratar de consolidar consensos para la convivencia en comunidad que trasciendan diferencias partidarias y socioculturales.
En este sentido, sería absurdo intentar abordar todos los temas que se disparan a partir de lo mencionado anteriormente y difícil de elegir un caso que pueda graficar parte de lo que me parece importante empezar a pensar. Así que intentaré empezar por el principio o —mejor dicho— por algunos de los posibles principios para poder ir encontrando pistas acerca de cómo (re)pensar las cosas que vienen sucediendo, intentando no dejar girones de lo construido por ahí.
EL FOCO EN LAS VICTIMAS: LA PALABRA DE LAS VÍCTIMAS
Creo que uno de los temas centrales para arrancar es el que se convirtió, a mi entender, en el hito más importante y transversal a casi todas las causas de violencia física o abuso sexual que trascendieron últimamente: la palabra de las víctimas.
“Romper el silencio” como aprendimos de y con la actriz Thelma Fardin —emblema de valentía, confianza en lo colectivo y militante de la palabra como herramienta para que el miedo deje de estar del lado de las víctimas— es uno de los principales desafíos de esta época. El cambio cultural en relación a las desigualdades entre géneros (no solamente —como si esto fuera poco— vinculadas con lo físico, psíquico y sexual, sino también con lo económico, spoiler alert: las mujeres seguimos siendo las más pobres, las más desempleadas, las que menos ganamos) necesita que se visibilicen las causas para que las consecuencias no sean siempre y sistemáticamente las mismas. El avance discursivo o la puesta en la arena publica de conceptos de la teoría de género no hizo que cambie casi ninguno de los indicadores de la desigualdad, tal como veremos más adelante.
Así, para abordar algunas cosas que me parecen importantes en relación a este punto voy a traer un caso vigente, que sigue en instancia de prueba: el de los dos rugbiers franceses acusados de violar a una mujer durante su estadía en nuestro país. Es una causa que ejemplifica bastante acabadamente algunos de los conflictos que están sucediéndose en torno a las víctimas: lo que se espera de ellas y al abordaje mediático del tema.
Los hechos se conocieron en boca de la propia víctima, quien relató que fue a una fiesta y accedió a encontrarse con uno de los acusados al salir, pero cuando ella llegó a destino no estaba solo: eran dos, que además la golpearon y la abusaron sexualmente.
Así fue que los medios de comunicación en términos generales dieron lugar a la palabra de la víctima y hubo un aparente consenso social de que la crueldad de los rugbiers franceses había sido aberrante, los detuvieron, no jugaron más partidos, etc.
La cosa fue que tiempito después se filtraron unos audios obrantes en la causa y la justicia resolvió liberarlos por “inconsistencias en el relato de la víctima”. Básicamente los audios denotaban algunas “contradicciones”. La chica presuntamente abusada habló con una amiga luego del hecho denunciado y si bien en un primer momento le dice que “había conocido a un morocho re lindo”, cuando tomó dimensión de lo ocurrido le mandó: “Boluda, me hizo mierda el chabón. Tengo machucada la espalda, tengo machucada la mandíbula, tengo morado un ojo, todas las tetas, machucones en el culo”. “No me puedo mover, mi abogada me va a llevar a la fiscalía a que me saquen fotos de todo el cuerpo. Fue abuso, porque se involucró otro jugador más cuando estaba con él y me violaron. No le digas a nadie, por favor. Estaba buenísimo, me cagaba de la risa al principio, pero después no la pasé bien y no voy a permitir que me hagan esto”.
En relación a lo expuesto hay mucho para decir, pero estoy convencida de que hay más para preguntarse y en las preguntas encontrar respuestas. Pruébenlo en sus casas, les dejo algunas, solo a modo de ejemplo:
¿Existe la persona que no tiene contradicciones?
¿Tenerlas, no te hace una víctima creíble?
¿Todos reaccionamos de lo que nos está pasando en el momento que nos está pasando?
¿Nunca caíste tarde de algo gravísimo que te pasó?
¿Cómo es una buena victima?
¿Si hubiese sido víctima de cualquier otro delito, la hubiésemos puesto tan en duda?
¿Es fácil poner la cara en los medios de comunicación e inventar hechos acerca de tu vida sexual que no ocurrieron?
¿Si se corrobora que la victima de este delito mintió en algo, significaría que todas las victimas mienten?
¿Todas las mujeres dicen la verdad?
¿Todos los varones dicen la verdad?
¿Todas las personas dicen la verdad?
YO TE CREO, HERMANA
“Las mujeres testimonian —muchas por primera vez— la violencia, el acoso y el abuso del que han sido víctimas en los ámbitos, en las geografías y a las edades más diversas. Este libro es un documento único que da cuenta de la angustia y la sombra que el machismo ha dejado en su vida” reza la sinapsis del libro “Yo te creo, hermana” del año 2019, escrito por la periodista e investigadora Mariana Carabajal en el que visibiliza, hermosa y necesariamente, relatos de mujeres abusadas y acosadas a lo largo y ancho de nuestro país.
De libro a precepto, el mantra “Yo te creo, hermana” se ha convertido en uno de los conceptos que formaron la columna vertebral del feminismo contemporáneo. Cabe destacar que esto ocurrió casi simultáneamente en varios países del mundo occidental: movimientos como me too han sido disruptivos y trascendentes justamente por eso, por darnos espacio a las mujeres para romper el silencio, ese silencio que nos oprimió durante años y que —digamos todo— nos sigue oprimiendo: por ejemplo, según datos de la ONU, solo el 13% de los abusos sexuales se denuncian.
En nuestro país, luego de que la ya mencionada Thelma Fardin en al año 2018 salga públicamente a denunciar a Juan Darthes —quien años después fue condenado en dicha causa— por haber abusado de ella cuando era solo una niña, se realizaron una catarata de denuncias por parte de víctimas de abuso sexual, quienes sin dudas fueron impulsadas por la valentía de la actriz que al romper el silencio, ganó espacio y generó un efecto domino con algunos consensos implícitos que se volvieron hegemónicos: nos pasó a muchas/os, no estamos solas/as, podemos hablar, nos van a escuchar, basta de miedo, por nombrar algunos.
AHORA BIEN: ¿QUE IMPLICA EL “YO TE CREO HERMANA”?
En tiempos que todo vuelve a parecer “blanco o negro”, elegir estar de un lado o del otro es una opción fácil que no nos dio, da y jamás dará buen resultado. Nada es absoluto: ley básica de nuestra finita vida.
Contrariamente a quienes quieren malintencionadamente definirnos (y acotarnos), los feminismos sabemos de grises, de posibilidades; los feminismos luchamos por visibilizar que hay muchas formas de ser, de hacer y sentir. Luchamos por ser libres con igualdad de accesos a derechos.
En épocas donde se nos restringe en nombre de la “libertad”, no tengo dudas que debemos unirnos para defender lo conquistado, echando luz sobre conceptos que a veces quedan como significantes vacíos y terminan perjudicándonos.
Así, “Yo te creo hermana” es, a mi entender, un derecho a expresarse, una condición de posibilidad para generar ámbitos —individuales, colectivos y por sobre todas las cosas judiciales— para que las mujeres, quienes antes éramos sistemáticamente echadas por algún comisario cuando íbamos a hacer alguna denuncia por abuso sexual o violencia al son de “doña vuelva a casa y ponga la otra mejilla que seguro el jefe estaba agobiado por el trabajo” seamos escuchadas, contenidas, que podamos contar lo que nos pasó y que —en principio salvo pruebas en contrario— nos crean.
Pero hay que decir que nunca nadie expresó, al menos con consenso, que no existirían pruebas, ni garantías constitucionales para las personas denunciadas, etc. Solo se reclamó y reclama a la luz de tantos siglos de desigualdad, que las mujeres que denunciamos situaciones de violencia seamos tratadas con perspectiva de género: el modo de mirar las cosas reconociendo que existe la desigualdad de acceso a derechos.
En este sentido, no entiendo en qué momento ese pedido por respetar los derechos básicos de cualquier víctima de este tipo de delitos se convirtió en una obligación de garantizar que no existe ninguna mujer que pueda faltar, total o parcialmente, a la verdad porque si alguna se atreve a hacerlo, pondrá en duda la palabra de todas y el feminismo se convertirá en una mentira.
Voy a decir una obviedad, las mujeres somos personas y si bien el sistema patriarcal objetivamente nos sigue poniendo en riesgo: matan una mujer por día en nuestro país por cuestiones de género, somos el 85% de las víctimas de abuso sexual, cobramos el 26% menos que los varones por igual tarea, accedemos a menos lugares de poder tanto en ámbitos públicos como privados, etc.; cabe destacar que para el resto de las características personales nos aplica las generales de la ley humana: nos equivocamos, pecamos, traicionamos, etc. Pecamos queriendo y sin querer como los varones, como todas las personas sobre esta tierra.
¿A QUÉ VOY CON ESTO? CONCLUSIONES FINALES QUE SON —EN RIGOR DE VERDAD— INICIALES
Creo fervientemente que en momentos donde prima el dejarnos en ridículo, en falta, subsumidas en una supuesta hipocresía que solo logra seguir garantizando el privilegio de algunos pocos y del status quo, tenemos que unirnos para crear un sentido común que no sea, como dicen algunos, el menos común de los sentidos.
Es momento de estar atentas, de conceptualizar, de volver a lo básico: a los datos, a lo que nos une y fusiona a todas las personas que realmente queremos vivir en un mundo donde no exista la desigualdad de acceso a derechos según los genitales con los que nacemos. Mientras tanto, debemos garantizar un tratamiento especial en estas causas que no implica, ni más ni menos, que respetar los derechos de las víctimas teniendo en cuenta las condiciones de desigualdad de poder en la que se encuentran.
Y en esto todos/as somos responsables: los tres Poderes del Estado, los medios de comunicación, los/as abogados/as, la sociedad en general, todas las personas. Sin dudas un mundo mejor se forjará a la luz del consenso, habitando lugares incómodos, revisando viejas prácticas, asumiendo errores, reconociendo cosas que necesariamente tengan que cambiar, denunciando hechos delictivos, llegando a la verdad como plafón para la construcción de un futuro más habitable en todo sentido.
Si seguimos viendo y viviendo de forma binaria solo buscaremos tener razón y convencer al otro de eso. En el mejor de los casos ganamos una discusión, en ninguno de ellos cambiaremos el mundo.