Advertencia, este es un artículo político y no de crítica cinematográfica.
Primeramente utilizaré como referencia fundamental (voy a plagiar) las
consideraciones hechas por Martín Xicarts Caram en su canal de youtube
“1090 ideas”, sobre las características que deberían tener las secuelas
cinematográficas para ser efectivas. Dice Martín:
Para que una secuela sea exitosa y trascienda la mera continuidad, debe
seguir ciertos principios que le permitan ganarse su lugar y ofrecer una
experiencia significativa al público. Hay cinco reglas fundamentales:
- Justificar su existencia y proponer nuevos desafíos: Una buena
secuela no debe existir solo por el éxito de la primera película; debe
responder a una nueva necesidad narrativa, emocional o temática. - Encontrar su propia voz: La secuela debe ofrecer una mirada distinta y
una identidad propia, sin limitarse a copiar el tono, el ritmo o el estilo del
original, aunque sí debe resonar con el universo al que pertenece. - Evolucionar a personajes y el mundo: Los personajes no pueden
permanecer inalterados; deben enfrentar nuevas consecuencias,
dilemas o conflictos más complejos, demostrando que han aprendido y
evolucionado a partir de sus experiencias anteriores. - Mantener el equilibrio entre la esencia original y la sorpresa: Una
secuela debe honrar la esencia que hizo especial a la primera entrega
(tono, estilo, temas, emoción). Sin embargo, al mismo tiempo, tiene que
sorprender al público, llevándolo a un lugar nuevo con giros o enfoques
distintos que mantengan la curiosidad viva. Se trata de evolucionar sin
traicionar el espíritu original.
Los más despabilados ya habrán identificado la referencia. Este recetario
cuadra casi a la perfección con las necesidades de renovación del peronismo.
Es interesante la idea de pensar lo que viene como una secuela de nuestros
“grandes éxitos” desde 1945 a la fecha. Es cierto que nuestro movimiento
nacional y popular está en su momento “Palermo contra Colombia” y si le dan
tres penales, erra los tres. Pero la esperanza es lo último que se pierde.
Por ahora nos encontramos lejísimo de esos principios enumerados nos
encontramos más bien en el estadío de “esperar nuevos resultados haciendo
las mismas cosas de siempre”. La película que se va armando tiene el mismo
guion, la misma dirección y casi los mismos actores salvo los cancelados como
Alberto e Insaurralde. Nos debatimos entre la ignorancia y el dogma: a veces
pareciera que no entendemos nada de lo que pasó -y sigue pasando- y de a
ratos parece que sabemos demasiado y “nos convertimos en nuestro saber”
como diría el poeta cubano. Ese saber nos dice, seguramente con razón, que
experimentos como el libertario abundaron en la historia de nuestro país y que
siempre terminaron mal. No puede ser, sin embargo, nuestro único argumento
que todo se va a ir al carajo y que las masas suplicarán que el peronismo
vuelva a gobernar, porque aún en ese caso es imprescindible estar -esta vez
sí- a la altura.
No queda bien que lo diga yo, pero uno de los problemas que enfrentamos es
el de la sobrevaloración de las lecciones de la historia. El peronismo no es un
movimiento milenario al que ya le pasó todo lo que le puede pasar a alguien.
No todo se conecta con nuestro pasado, Lamelas no es Braden, Milei no es
Videla, Macri no fue Onganía y no todas las agresiones contra el peronismo –
que las hay, muchas y muy graves- son el bombardeo a Plaza de Mayo. Están
pasando cosas terribles, pero cosas nuevas. No hay forma de cumplir con las
reglas para una secuela exitosa si no miramos con más desprejuicios, y un
toque de inconciencia, el presente. Solamente de esa manera podremos honrar
la esencia de nuestro movimiento a la vez que “evolucionamos y
sorprendemos”.
Hay que aceptar que ese desprejuicio hoy se encuentra más habitualmente en
los streamings del palo que en la dirigencia. Y aunque en ocasiones esas
voces sean irritantes por banales, ególatras o simplemente, admitámoslo los
más grandes, por jóvenes, lo importante es que se animan a discutir. A discutir
la relación con el progresismo, con el conservadurismo, con el pasado y con el
presente, a revisar nuestros ideas sobre lo corporativo, lo laboral, lo salarial y a
admitir que a menudo “lo viejo no funciona”. Debemos darnos la chance de
revisar los tabúes sobre cuentapropismo, estado, educación financiera, planes
sociales y seguridad, por nombrar solamente algunos. No es cuestión de tirar a
Keynes, al General ni a nadie por la ventana pero sí de aprender a presentarlos
de una manera que renueve su vigencia, como hace Hollywood con sus
superhéroes, para mantener la metáfora.
Hay una última regla para las secuelas:
“Un aspecto crucial relacionado con estos principios es que el fan service debe
ser un condimento y no el plato principal”. Mientras googlean “fan service” les
digo que también de eso podemos aprender, ninguna fuerza política vive
exclusivamente de su épica, aunque su presencia sea indispensable (y en
nuestro caso tal vez inevitable). Hay dejar de ser un poco “hinchas de la
hinchada” y concentrarse en ganar elecciones. La respuesta no está en los
fetiches: “organización”, “unidad”, “militancia”… esta no es una receta que más
o menos anda y a la que hay que aumentarle la proporción de algunos
ingredientes y reducirle otros. Es necesario tirar el caldero y empezar de nuevo.
Tampoco es cuestión simplemente de “movilizar”. El peronismo no perdió la
calle, como suele decirse cada vez que alguna consigna de la derecha junta
cuatro gatos locos, a lo sumo perdió “calle”. Calle para conectar con su pueblo,
para saber que pasa profundamente y para tener la audacia y la picardía
necesaria para sintonizar con los nuevos tiempos y transformarlos.
No sé si será Perón reloaded, Perón returns o Perón el musical, pero la secuela
debe valer la pena.