En el título de tu libro* del pensamiento argentino sobre Latinoamérica, nombrás a Moreno y a Perón, ¿a qué otros referentes políticos e intelectuales pondrías en un lugar de relevancia durante el periodo que va desde la independencia hasta mediados del siglo XX?
En primer lugar, sería muy interesante señalar que la idea de Patria Grande, de unidad continental, de integración regional, no es una moda ni significa ideas de coyuntura, sino que forma parte de una larga tradición argentina. Es un pensamiento profundo de este lado del continente, un gran aporte que nosotros podemos realizar.
Si se piensa en aquellos referentes políticos e intelectuales que podemos poner de relevancia, en el período que va desde la independencia hasta mediados del siglo XX, señalaría en primer lugar a aquellas arengas del proceso emancipador. Porque no nos vamos a referir solo a pensadores o escritores, sino también a aquellos que construyeron la idea de integración latinoamericana en la práctica política. La Proclama de Tiahuanaco de Juan José Castelli, todo el ideario artiguista, los proyectos de unidad expresados en el Congreso de Tucumán por Manuel Belgrano, las proclamas de José de San Martín o el Manifiesto de Martín Miguel de Güemes forman parte de una enorme tradición que destaco.
Creo que el “Ensayo sobre necesidad de una federación general entre los Estados hispano-americanos y el plan de su organización”, que es un escrito de Bernardo de Monteagudo de 1824, escrito por el Congreso de Panamá, al cual ilusionaba Bolívar como un congreso de unidad continental, me parece que es uno de los puntos destacables. Si tuviese que señalar a un intelectual pionero en lo que sería un desarrollo orgánico de la idea de unidad latinoamericana, pensaría en Bernardo de Monteagudo. Otro hito fue la licenciatura que Juan Bautista Alberdi hace en Chile en 1844 “Memoria sobre la conveniencia y objeto de un Congreso General Americano” me parece que, junto con lo de Monteagudo, es otra de las grandes obras sistemáticas sobre la idea de unidad. También las arengas de Felipe Varela durante el conflicto de la llamada “Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay”, en defensa del Paraguay sus manifiestos están llenos de americanismo.
Destacaría por supuesto a Manuel Ugarte, porque él tiene una voluminosa obra y aparte un recorrido permanente por todo el continente americano. Podríamos destacar de esa obra “El porvenir de América Latina” de 1910 y “La reconstrucción de Hispano América”, otros de sus grandes escritos. Quiero destacar a Manuel Ugarte, pero también todo el americanismo neutralista de Hipólito Yrigoyen. La Reforma Universitaria en Córdoba, ese manifiesto de “La Juventud Argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica” de julio del 18 también es otro documento a destacar.
José Ingenieros y Alfredo Palacios también fueron figuras relevantes en el pensar americano y, por supuesto, FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) en donde se destacan Jauretche, Scalabrini Ortiz, y donde hay un inmenso pensamiento de Patria Grande. No se entiende el pensamiento nacional si no se cree que la nación es mucho más que los países que nacieron en la fragmentación de América posterior a la independencia. Entre los escritores de esa época, creo que la obra de Jorge Abelardo Ramos es muy significativa y su Historia de la Nación Latinoamericana es destacada. Además de nombrar sin dudas a Juan Domingo Perón. El “Discurso pronunciado el 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Nacional de Guerra”, creo que es un documento clave para entender ese pensamiento que se redujo a esa idea extraordinaria de que el año 2000 nos iba a encontrar unidos o dominados.
Diferenciás el panamericanismo y el latinoamericanismo como dos paradigmas de integración distintos. La doctrina Wilson, la del patio trasero, y el funcionamiento de la OEA serían ejemplos de este primer paradigma. ¿Cuáles serían los ejemplos, tanto en el pasado como en el presente, del paradigma de integración latinoamericanista?
Siempre ha existido una tensión y un dilema sobre cómo construir la unidad del continente. Esa unidad ha recibido varios nombres: Hispanoamérica, Iberoamérica, Indoamérica también Panamérica, o esa idea de panamericanismo que incluía a Estados Unidos. Es un tema clave poder resolver si la unidad del continente incluye al imperio que contiene este continente o es lo que nosotros creemos, la unidad de aquellos pueblos herederos de la corona española, de la corona portuguesa y también herederos de otras metrópolis extranjeras que han sido subordinadas, que forman parte de la periferia latinoamericana, y generan una original unidad.
Esa unidad que se llamó finalmente Latinoamérica ha tenido muchas instancias de organización regional. Podríamos destacar algunas como el Mercado Común del Sur, el Mercosur, constituido en 1991 por el Tratado de Asunción y que está integrado en su origen por Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, al que se van incorporando otros miembros con pleno derecho. El intento de Venezuela de integrarlo, la Cumbre de Brasilia, la firma de Bolivia del protocolo de adhesión. Estamos frente a un espacio que aglutina el 75% del Producto Bruto Interno de Sudamérica. La Comunidad Andina también fue otra expresión de búsqueda de unidad integrada por Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú. Tal vez sea el proceso de integración más antiguo de la región, porque sus experiencias comienzan en 1969, donde distintos acuerdos de libre comercio fueron realmente una vanguardia de integración. Hubo otros intentos importantes como la Comunidad del Caribe compuesta por quince países, casi todos ellos de colonias inglesas y muchos anglófonos, donde ven en esa idea del Caribe, de comunidad, aquel sueño que tuvo Francisco Morazán en el siglo diecinueve de unir Centroamérica. También es algo que nosotros deberíamos destacar.
Luego, como una gran instancia política, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), nacida en la Cumbre de la Isla Margarita en Venezuela en el 2007, como hereda de la Comunidad Suramericana de las Naciones, formada por doce países de América del Sur, es una organización de concentración política que suma unos 400 millones de habitantes y una extensión superior a los diecisiete millones de km cuadrados. Si volvemos a Centroamérica, podemos pensar en el Sistema de la Integración Centroamericana llamado SICA, constituido en el 91 en Tegucigalpa, en la Cumbre de presidentes de Centroamérica. Un inmenso esfuerzo por integrar la región.
El ALBA (Alianza bolivariana para los pueblos de nuestra América) fue otro intento de significación política, una iniciativa que promovió Venezuela para integrar a los países de América Latina y el Caribe, basada en la solidaridad y la idea de complementariedad de economías nacionales, propuesta por el presidente Hugo Chaves, como alternativa al “Área de Libre Comercio para las Américas” (ALCA) que promovía Estados Unidos, creo que esa fue otra experiencia muy interesante en búsqueda de la integración.
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) es otro de los grandes intentos, esfuerzos y espacios de integración que busca la concertación política, la cooperación y la integración de estos Estados. La CELAC, que fue constituida en diciembre de 2011 en la Cumbre de las Américas Latina y el Caribe celebrada en Caracas, es otra de las grandes instituciones que nos hace pensar hoy en una unidad posible. Por lo tanto, frente a políticas como la OEA o el ALCA, o como fue la Alianza para el Progreso, la búsqueda de una supremacía hegemónica de Estados Unidos sobre la región y el continente, América Latina y el Caribe buscó siempre caminos alternativos e independientes, de pensarse así mismo como una alternativa novedosa y buscando distintas herramientas y distintos mecanismos de sus realidades, como es el Caribe, como es el mundo andino, como es la cuenca del Plata, como es la cuenca del Amazonas y sus distintas unidades.
En la historia de Nuestra América se dan procesos sincrónicos como, por ejemplo, el primer impulso independentista, el orden conservador de fines del siglo XIX, el primer proceso de ampliación democrática a principios del siglo XX, los nacionalismos populares en la posguerra, etc. ¿Cuáles creés que son las razones profundas de ese sincronismo y cuáles sus consecuencias?
La historia de Nuestra América se caracteriza sin duda por los procesos sincrónicos simplemente porque parten de una base de unidad. Señalaría tres problemas que recorren toda la historia de nuestro continente y hay que mirarlos en conjunto. Uno es el problema de la desigualdad, que es un tema de herencia colonial, estructural de América latina, lo que podríamos llamar la cuestión social. El otro es la cuestión nacional, el tema de romper con la colonialidad y poder construir alternativas independientes, autónomas, de decisión nacional propia. Esto está vinculado al tema de la unidad, porque la herencia colonial nos dio desigualdad, fragmentación y colonialidad. Por lo tanto, para resolver los problemas de las desigualdades estructurales de América Latina, a lo largo del tiempo y con distintas características históricas, se buscó emanciparse y esta emancipación está vinculada directamente a construir una sociedad más justa. Si la sociedad pierde todo lo que produce en manos del extranjero y no se emancipa, es muy difícil construir sociedades igualitarias. El gran dilema que siempre se planteó en América Latina fue si esto se podía hacer por sí solo en cada país, en los cuales el continente se fragmentó, se balcanizó, o si la opción era la unidad. Por lo tanto, vuelvo a decir, hay un triángulo entre unidad, cuestión social y cuestión de emancipación nacional que marchan juntas y marcharon juntas en la independencia, porque los ejércitos lucharon juntos desde un inicio. El primer gobernante patrio que tuvo el Río de la Plata, lo que hoy se llama Argentina, fue un boliviano de Potosí como Cornelio Saavedra. A su vez, un correntino como José de San Martín, nacido en el actual territorio de lo que hoy llamamos Argentina, precedió el Perú, y un venezolano de los ejércitos bolivianos como Sucre gobernó Bolivia. Por lo tanto, los ejércitos luchaban juntos y se mezclaban allí hombres nacidos en todos los rincones de Sudamérica y era un ejército de sudamericanos que va a vencer definitivamente a los españoles en Ayacucho.
Dentro de dos años, en el 24, vamos a recordar el bicentenario de esa batalla que da la independencia definitiva a América. En esa búsqueda de unidad, el sincronismo se da también de contraparte, porque hay un proyecto fragmentador de lo que fueron los Estados oligárquicos gobernados por los dueños de la minería o de la agricultura o la ganadería sobre fines del siglo XIX. Pero también fueron sincrónicos los momentos en que se luchó por democratizar a esta sociedad, los proyectos que llamaríamos reformistas democráticos, como el radicalismo argentino y chileno, o el APRA peruano (Alianza Popular Revolucionaria Americana), o el Batllismo uruguayo, o las luchas antiimperialistas como la de Sandino en Nicaragua o la de Farabundo Martí en El Salvador, o todos los procesos que intentaban ir más allá de la igualdad política y civil buscando igualdades sociales, de los cuales la revolución mexicana de principios del siglo fue su paradigma. También una larga historia y una larga lucha por la tierra y por la emancipación de los indígenas, por la revolución agraria que podría ir desde Artigas hasta la revolución mexicana en lo que va del siglo XIX y principios del XX. Eso se va a reproducir nuevamente con los nacionalismos populares de la posguerra, porque la experiencia del peronismo en Argentina, como la del varguismo en Brasil o la de Cárdenas en una nueva etapa de la revolución mexicana, así lo van a manifestar.
Las razones profundas de ese sincronismo son que hay un modelo oligárquico al que se le opuso un gobierno popular. Como los proyectos oligárquicos actuaban en forma paralela y vinculados a restricciones de representatividad política y de inserción en un mercado internacional que le daba a este continente el lugar de productor de algunas materias primas, siempre hubo una oposición que a la fragmentación le propuso la unidad, a la desigualdad le propuso sociedades con justicia social, a la colonialidad le propuso la autonomía, la emancipación y la independencia, que al modelo de monoproducción agrominera le propuso la industria, y que a los proyectos de repúblicas oligárquicas le opuso la democracia, entonces era inevitable ese sincronismo.
* De Moreno a Perón. Pensamiento de la unidad latinoamericana, Editorial Planeta, (2011).