Buena parte de la sociedad argentina está sorprendida –casi perpleja- por la baja resistencia popular a las políticas de ajuste feroz desplegadas desde el primer día de gobierno de Javier Milei.
Lo están –con satisfacción- las personas que lo votaron y los factores de poder que lo apoyan y también –con desazón- quienes no lo hicimos y esperamos más de las fuerzas sociales y políticas populares que nos representan.
Es verdad que solo han pasado poco más de cien días de gobierno, es verdad que sus intenciones estructurales (dolarización, cierre del Banco Central, privatizaciones, etc.) no se han concretado aún y también que han tenido duros fracasos parciales como el intento de aprobar la Ley Ómnibus.
Pero tan cierto como ello es que el mega DNU -herido por su rechazo en el Senado- está vigente en la mayor parte de sus artículos; que las ideas conservadoras han ocupado el centro de la escena como no se veía en Argentina desde 1976 (o al menos desde los´90) y, sobre todo, que los sectores populares (asalariados, jubilados, trabajadores informales, profesionales, pequeños productores y comerciantes) hemos visto como se desploma dramáticamente el poder de compra de nuestros ingresos.
¿Cómo explicarse, entonces, esta aceptación tan mansa de una sociedad que se supone con histórica tendencia a la resistencia organizada cuando es agredida?
El contundente fracaso de los dos últimos gobiernos, sumado a la demonización mediática de la figura de Cristina Fernández de Kirchner explica buena parte de ello. Pero no totalmente.
Desde el peronismo hemos aprendido a valorar –luego de cuarenta años de ejercitarla con continuidad- la democracia representativa y su juego electoral. Pero tal vez no hayamos terminado de comprender las consecuencias personales profundas que implica el acto individual de colocar un papelito en un sobre y este sobre en una urna y el compromiso existencial que se desprende de este acto sencillo y fundante de la democracia liberal.
Cuando un 56% de los votantes de un país lo hacen en una dirección es muy difícil que –en un lapso más o menos breve- una cantidad importante de ellos esté dispuesta a reconocer que se equivocó y es aún más difícil que –en una sociedad donde lo individual prima sobre lo colectivo- decida enfrentar colectivamente a aquel en quien confió individualmente a través del voto secreto.
Los militantes acostumbrados a actuar de un modo colectivo tendemos a subestimar esas decisiones individuales que, una vez tomadas, son muy difíciles de revertir.
Agrego dos elementos que se complementan y potencian:
- Ni en Argentina ni en el mundo se ha hecho siquiera un balance parcial y provisorio de las consecuencias de la pandemia.
Aunque no tengamos ese balance, está claro que tuvo consecuencias letales para un gobierno tan endeble como el nuestro, encabezado por Alberto Fernández.
Decretar el Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (es difícil imaginar un nombre más contrario a nuestras ideas de lo colectivo y lo popular) pudo ser un medio efectivo para enfrentar en una primera etapa al virus del Covid-19.
Pero la ausencia de alternativas durante casi dos años neutralizó primero y pulverizó después el éxito de los primeros meses.
Quienes tenemos un pensamiento nacional y popular defendimos el aislamiento mientras los individualistas y liberales defendían el intercambio social.
Está más que claro quien ganó y quien perdió en esa disputa cultural.
- La consolidación de las redes sociales y de los medios digitales como el modo de comunicación excluyente entre las personas, individual y colectivamente, no es un hecho neutral.
Los algoritmos que facilitan (o dificultan) la comunicación entre las personas y la viralización (o aislamiento) de determinados mensajes, son invisibles para la enorme mayoría de las personas.
Pero son poderosísimos instrumentos que sirven a las corporaciones que los crearon y, en consecuencia, a la reproducción del sistema.
Según el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han vivimos en un feudalismo digital. Los señores feudales digitales como Google, Facebook, Instagram o X nos dan la tierra y dicen: ustedes la reciben gratis, ahora árenla contándonos que piensan, que les gusta y que desean consumir.
¡Y la aramos a lo loco!
Al final, vienen los señores feudales y se llevan la cosecha.
Nos sentimos libres, pero estamos completamente explotados, vigilados y controlados.
Así es como funcionan las redes sociales y la comunicación digital.
Con lo dicho resulta innecesario aclarar qué tipo de liderazgos políticos son los que prosperan con mayor facilidad a través de estas plataformas digitales.
¿Esto significa que todo está perdido? No, para nada. Ninguna derrota es definitiva.
La fragilidad de representación territorial e institucional del actual gobierno y la inestabilidad emocional de su liderazgo son claros limitantes de sus posibilidades de sostenibilidad en el tiempo. Más aún lo es el contenido de sus políticas. Buena parte de la reducción del déficit fiscal se debe, por ejemplo, a la descomunal rebaja de las jubilaciones causada por la inflación descontrolada, a la reducción a cero de la obra pública nacional, al congelamiento de los salarios públicos o a los importantes ingresos por liquidación de exportaciones como consecuencia de la brutal devaluación de diciembre. Todas estas son medidas temporales cuya magnitud difícilmente pueda ser sostenida durante más de un puñado de meses.
Algunos de esos “ahorros fiscales” podrían ser compensados con aumentos en las tarifas de los servicios públicos y el transporte que permitan la reducción de subsidios estatales, con la liquidación de la cosecha gruesa durante el segundo trimestre del año o hasta con financiamiento externo que compense cierto déficit primario contrayendo deuda. Pero no es casual que estas medidas estén demorando más de lo deseado por el oficialismo.
No hemos desarrollado el tema inflacionario (hoy un 12% mensual parece un valor moderado cuando seis meses atrás era un escándalo y en 2015 el país parecía a punto de estallar con un 2% mensual) y tampoco la recesión de niveles similares a los de la pandemia que genera un círculo vicioso al reducir la recaudación y, como consecuencia, dificultar la disminución del déficit fiscal, haciendo necesario el ajuste sobre el ajuste y, probablemente, la devaluación sobre la devaluación.
El equilibrio que permita transitar un tiempo prolongado por un desfiladero tan estrecho parece ser demasiado para un gobierno que, justamente, no parece tener como una de sus virtudes al equilibrio.
Las recientes provocaciones en el Día de la Mujer, el Día de la Memoria y el 2 de abril, con la llegada de la jefa del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos, principal aliado del Reino Unido durante la Guerra de Malvinas, son solo algunas muestras de ese sobregiro desequilibrado de la gestualidad presidencial.
En la medida que avancen las próximas semanas y nos aproximemos a la autoimpuesta fecha de vencimiento para la firma por parte de los gobernadores provinciales del Pacto de Mayo, se podrá comprobar la formación –o no- de una mayoría legislativa que permita votar leyes que el gobierno necesita para dar estabilidad y financiamiento a mediano plazo (elecciones legislativas de 2025) para su plan.
Muchos analistas –comenzando por el propio Milei- miran al actual gobierno en el espejo del menemismo que logró imponer un modelo similar al pretendido actualmente entre 1991 y 1999. Más allá del abismo de experiencia personal entre ambos líderes (Menem había gobernado su provincia entre 1973 y 1976 y entre 1983 y 1989), el proceso menemista no se explica sin el acompañamiento mayoritario del peronismo, tanto institucional y legislativamente como a través de muchas de sus organizaciones sindicales y sociales.
Hoy el peronismo institucional (gobiernos provinciales y legisladores nacionales) está cumpliendo dignamente su rol opositor, siendo mayoría en el Senado y conservando casi un centenar de los 257 diputados en una posición muy clara de oposición. Sin embargo, luego de la derrota en el ballotage de noviembre, no reconoce aun un liderazgo capaz de unificarlo de cara al futuro.
El liderazgo remanente de Cristina y el liderazgo emergente de Axel (gobernando la Provincia de Buenos Aires) son los de mayor peso, aunque aún no consigan conducir al conjunto. El justicialismo cordobés podrá elegir por enésima vez si sigue conformándose con ser una fuerza provincial o se involucra en la construcción, a escala nacional, del peronismo de los próximos años.
Los gobernadores e intendentes peronistas, los gremios y las organizaciones sociales deberán –al mismo tiempo que construir y definir un liderazgo para la nueva etapa- imaginar y diseñar una nueva versión de la comunidad organizada acorde con las demandas de la tercera década del siglo XXI.
Además de su propia tarea de gobernar, buena parte de la suerte del oficialismo estará atada a la capacidad del justicialismo –como eje vertebral de la oposición- de reorganizarse y mostrarse como una fuerza que genere esperanza popular y capacidad de constituirse como una alternativa real de gobierno en representación de los intereses nacionales y populares.
El radicalismo –con responsabilidad de gobierno en varias provincias y universidades- atacado y denigrado impiadosamente por Milei, deberá decidir nuevamente si pesa más su anti peronismo o el mandato popular de su historia fundacional.
Todas estas variables irán definiendo, en los próximos meses, si se regresa a un escenario polarizado entre dos espacios (el oficialismo libertario y parte de Juntos por el Cambio por un lado y una oposición plural encabezada por el peronismo por el otro) o si se reproduce, con otra composición, un escenario de tercios similar al último proceso electoral, con una tercera fuerza similar a la que legislativamente encabeza hoy Miguel Pichetto.
La clásica tensión entre las condiciones objetivas de la realidad y las condiciones subjetivas que llevan a la acción política regularán este juego inestable y difícil de predecir.
Como a partir de aquí los senderos del análisis comienzan a bifurcarse indefinidamente, prefiero recurrir a la metáfora, al terreno en el que los artistas se involucran con el devenir histórico.
Para eso recurriré a uno de los poetas mayores de la música popular argentina: León Gieco. Lo haré a través de una canción que se llama “El ídolo de los quemados” y está incluida en el disco “Bandidos Rurales” publicado en septiembre de 2001.
Una de sus estrofas que, lamentablemente, no perdió vigencia veintitrés años después, dice:
Vos que le echas la culpa
a bolivianos y peruanos,
A los que cortan rutas
o están sus tierras reclamando,
No seas tan tarado, el que te jode está a tu lado
Los diarios le dan tapa y la tele un buen horario,
Se sienta a cualquier mesa
a negociar la sangre nueva
Pero el fragmento que resulta más agudo e interesante, dada la enorme sensibilidad de León (teñida en ese momento con algo de la incredulidad que hoy se percibe en buena parte de nuestra militancia) es el que dice:
Cuando no hay opción, el pueblo sufre y se la banca
Y aunque es medio quedado nunca irá para la Plaza
La Plaza es de los años y de las madres santas
que buscan a sus hijos y los seguirán buscando
Es parte de la historia
Es parte de la sangre
Apenas un mes después de la publicación de esta canción, el Justicialismo casi duplicó, en las elecciones legislativas de medio término, los votos de la Alianza gobernante, comenzando a articularse como opción.
Tres meses después el gobierno conducido económicamente por Domingo Cavallo perdió su inestable equilibrio, los sectores medios sus ahorros y la movilización popular llegó a la Plaza de Mayo el 19 y el 20 de diciembre donde, una vez más, tuvo que poner la sangre que desnudó la fragilidad política del gobierno de Fernando de la Rúa, que cayó estrepitosamente.
De esa historia y de esa sangre emergió la opción y el proceso político que unió al pueblo que sufre y se la banca con las madres santas durante más de una década.
Nadie, ni siquiera el sensible León, podía imaginar que esto sería así, apenas tres meses antes del comienzo del proceso.