No me gusta escribir guarango. Pero me han quitado alternativas porque, hoy, escribir “terrible” o “problemón” no representaría lo que pienso. Escatológico pero real. Y en medio de los “análisis” de ahora y de la semana pasada para tratar de entender, tengo más ganas de tirar un par de líneas con la gente más querida, más sentida, que de cumplir con la tarea de “analizar” o “ponerse serio”, o “cruzar variables” (ojo, las hay, y algunas han devuelto algunos retazos de alma a mi cuerpo).
Sobre todo me duele la situación de los más jóvenes (ya sé, a mi edad, casi cualquiera es más joven), los que sueñan, construyen, creen, putean; los que quieren y odian, los que trabajan, bailan, cantan, fuman, o no fuman, y hasta votaron por primera vez o están cada vez más cerca de hacerlo.
Porque entender lo que pasó es difícil, porque es raro además de feo, absurdo además de peligroso. Me pongo camisa clara, chaleco oscuro, saco azul, avisan que salimos al aire y explico la paradoja de que los que hicieron el peor daño en menor tiempo desde la dictadura para acá pueden ganar la elección; que los que no supieron administrar la crisis que aquellos dejaron pueden ganar la elección. Hasta me atrevo a jugar con que en la Argentina se hacen milagros, como ser competitivos con un promedio de inflación mensual del 10% en los últimos 12 meses, algo que no pasa en ningún lugar del mundo. Y fue y es así. Pero el error está en no ver que, en realidad, otro les va a ganar, a los dos.
Es verdad, no son elecciones “verdaderas”; apenas se pelean entre ellos y eso hace que el voto sea más “libre”, menos “atado”, “después vemos”.
Como sea, no importa lo que vaya a pasar desde hoy hasta noviembre (nada demasiado bueno): el candidato es menos importante que quienes lo eligen. Sé que los individuos no transforman realidades, ni siquiera para mal; que la Historia no es un conjunto de anécdotas sino una cadena de acciones colectivas a lo largo del tiempo, una pelea por controlar los recursos que nos permiten trabajar.
También comprendo que el tiempo, al “ir pasando”, le va dejando la realidad, la coyuntura, cada vez más fuera de foco a quienes siguen cumpliendo años al compás del almanaque. Primero a través de los siglos, después de las décadas y ahora de los años: los cambios son cada vez más veloces. Antes, en una vida, se podía ver casi todo lo que iba a pasar; ahora, la velocidad de la luz se hizo cargo del reloj y parpadear es perderse parte de la película. El mundo es otro, otrísimo, respecto del que fue hace 50, 30, 20, 10, 5 años. Y cada quien lo piensa en función del molde con el que nació y que construyó -o le construyeron- a partir de ahí. En el caso partidario, el peronismo fue y vino, siempre perseguido, contuvo, expulsó, mejoró, empeoró y se recreó de manera virtuosa. Pero, ojo: ni el país es el de los tornos y las máquinas de coser “Negrita” (ni siquiera el del 2001), ni el mundo se escucha por radio, ni la tele es en blanco y negro, ni los teléfonos son negros y con cables conectados a la pared (ni siquiera los celulares son celulares, ahora son smartphones).
Este nuevo “planeta” es más desigual, con más cabezas quemadas por la droga, con laburos de menos calidad (si es que te lo supiste inventar). En este territorio diferente, desde Ushuaia hasta La Quiaca -si Morales te deja pasar-, las cosas se transmiten distinto: el papel no existe, la radio ¿qué es eso?, la tele solo sirve como pantalla para la Play o para los youtubers o los tiktokers o para ver grande los memes. A menor edad, más vivís en la matrix; la real realidad… bien, gracias. Se llaman “redes”, es decir, no mienten, te atrapan como pescado, son antisociales antes que sociales… Sin embargo, en la Argentina, el 90% de los chicos y chicas de 13 a 17 años posee algún perfil, y el 60% en el caso de los menores de 11 y 12 años (importante, porque la edad legal mínima para entrar a una red social son los 13), y 7 de cada 10 se “informa” a través de esas redes. El 50% confunde información con publicidad…
Estoy tentado de desarrollar el paso de los memes que descalificaban al Peluquín y se convirtieron en tiktokers que lo cargaban y lo diseñaron como un chico víctima del acoso que llaman “bullying”; de ahí al pobrecito -un saltito más qué tierno- al que se murió el perrito ¡y ahora tiene cuatro más! Qué lindo, es “libertario” que suena a libertad (no a “libertadora”, como decodificó un viejo choto como yo hace un rato) y propone el “amor libre”, si “tántrico” mejor, ¡mirá qué espiritual! y la despenalización del consumo, ¡fijate qué copado! Y… es fácil comerse el chupetín. Sobre todo si la opción es votar a los mismos que destruyeron el país o a los que no supieron gestionar esa herencia.
Porque no es tan fácil ver los precios de la leche, el pan, el asado, el vino -por qué no-, el gas, la luz, el cable, el teléfono… y tener que recorrer el camino de la deuda con el Fondo. Y los ajustes que implicó la peste que te obligó a una cuarentena; cuarentena que salvó miles de vidas pero a muchas y muchos los dejó sin coger por un buen tiempo, sin disfrutar del patio de birra, correr en el parque, jugar a la pelota en la canchita, abrazar a amigas y amigos. Y después de eso, la sequía que te dejó con 20.000 millones de dólares menos. Y después otros muchos “y”… para explicarme que estoy frente al mostrador y no me alcanza para dos sachets de leche o 1 kilo de pan ni qué decir uno y medio de carne.
En ese mundo y en esta coyuntura fueron las primarias del domingo 13. Si hay primaria, quiere decir que hay “secundaria”, y que fue “en principio”, más suave; te podés dar un gustito, por ejemplo votar a las troskas, que ahora, además, son lindas y se arreglan bien y están en la trinchera y tienen razón en todo pero no van a ganar, y a la hora de los bifes… no puedo tirar el voto. O puedo meterle el voto a Javi (que ahora la mayoría ya le recortó el “-er” para sentirlo más propio).
Y vienen las elecciones verdaderas, la que deciden quienes van a gobernarnos. Pero… ¿qué pasa? Lali dijo que es ¡antiderechos!, que Milei es “peligroso” y ella está “triste” por la votación, y Trueno se metió en el ex Twitter para decirle a la muchachada que no “regale” sus derechos porque “son lo único que tenés”, y Ca7riel hasta refutó al supuesto “acosado” de tiktok para decirle a su gente que “cuando hay una necesidad hay un derecho, así que cuando necesites (si lo votás) ya va a ser muy tarde, mi amor” y les martilló las cabezas diciendo que cuando era pibe tuvo “el privilegio de ir al colegio porque era gratis y público y no podría haber ido al colegio (si no fuera así) porque no tenía la guita para pagar mi educación” y “si los hospitales fueran todos privados yo estaría muerto”, porque le salvaron la vida cuando era pibito.
Ahí estamos parados, y paradas, claro. Se puede pensar, se puede charlar, y caminar, tocar timbre, pedir, ayudar, escribir y convencer, convencer y convencer. Ayer o antes apareció un poema de un gran escritor y periodista, de un tremendo Montonero, Paco Urondo, que al fin resultó que no lo había escrito. La hija lo aseguró y la verdadera autora -Natalia Carrizo- lo explicó. Me quedé tranquilo, porque era medio “quedémonos tipo avestruz, con los que más queremos, mientras pasa el chubasco”. Pero me gustó mucho; claro, era más para leerlo con tu amor y una copa de tinto. Como toda poesía, sin embargo, estaba habitada por fantasmas, perfumada de ideas que, seguro, Paco compartiría, y hasta puede haberlas apuntado: “en caso de zafarrancho no siga las reglas que el huracán querrá imponerle”, “no deje que la estupidez se imponga”, “cuidemos a los pibes, que querrán podarlos”; y hasta lo groserearon con un verbo que, dicen, no habría usado, pero, seguro, le gustaba practicar: “Mófese (él habría dicho diviértase): la derecha está mal cogida”.
Salud pues,
Negro Villalba
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