Había llegado incluso a pensar que la obscuridad en que los ciegos vivían no era, en definitiva, más que la simple ausencia de luz, que lo que llamamos ceguera es algo que se limita a cubrir la apariencia de los seres y de las cosas, dejándolos intactos tras un velo negro.
Ensayo sobre la ceguera, José Saramago
Crisis de análisis
Las crisis del siglo XXI son globales, y si bien el poder las presenta como si fueran homogéneas, las personas de a pie intuyen rápido que impactan localmente de forma diferenciada, disparando dinámicas heterogéneas y complejas que conmueven todas las dimensiones de las sociedades, los diversos niveles de los Estados y los organismos multilaterales creados desde la segunda guerra mundial.
Si se abandonan las simplificaciones y, sobre todo, si no se abdica ante la complejidad, es necesario asumir que no solo las democracias de la periferia se ven desafiadas por procesos cada vez más intensos y turbulentos. Los hechos requieren asumir la debilidad de las categorías clásicas para comprenderlos.
Inmersos en una creciente incertidumbre en la toma de decisiones de los gobiernos y los pueblos, aún en las materias más cotidianas, ya no podemos obviar que, en estos escenarios, lo que está en juego es la comprensión de los nuevos componentes de la soberanía.
En el cuerpo social aprendemos que las crisis son manifestaciones globales de problemas estructurales que durante décadas los gobiernos no han podido resolver y que, al contrario de lo que sostienen los ideólogos tardíos de la globalización, las respuestas no se pueden dar en el mismo nivel en el que se producen; al contrario, estas deben ser siempre nacionales y regionales, es decir situacionales y localizadas territorialmente. En tal sentido sus resultados son asimétricos.
La crisis provocada por la difusión exponencial del virus Sars-Cov-2 sigue brindando miles de ejemplos de estas situaciones en todo el mundo. El impacto emocional provocado por decisiones que ponían en juego la supervivencia de las personas todavía requiere de estrategias para superar el mero control de daños de las políticas públicas.
Esta etapa marcada por la agudización de las contradicciones propias del capitalismo global, por su naturaleza y extensión, también operó como un analizador privilegiado que durante dos años puso ante los ojos del que quisiera ver los rasgos estructurales de las sociedades y las instituciones, permitiendo evaluar capacidades y sensibilidades de las élites para dar respuestas eficaces ante las urgencias de la enfermedad y la muerte. En el futuro inmediato la soberanía no puede dejar de incluir la protección de sus sociedades ante los riesgos naturales y las enfermedades.
Parafraseando al historiador Emmanuel Le Roy Ladurie, pionero de la microhistoria y la ¨historia desde abajo¨, podríamos sostener que en muchos aspectos ¨la crisis propone, pero la cultura dispone¨, entendiendo esta no como una identidad local sólida, sino como un constructo confuso de reservas, ignorancias, sabidurías, contradicciones, debilidades y capacidades locales sometidas de forma inevitable a las diversas interacciones del poder que configuran los escenarios geopolíticos.
El optimismo de mediados del siglo XX, originado en la convicción según la cual ninguna crisis podía ser prolongada y de alto riesgo, se perdió abruptamente desde inicios del siglo XXI, igual que el desmoronamiento progresivo de la tesis de Francis Fukuyama cuando postulaba en 1990 ¨una Era sin crisis significativas¨ basada en el ¨fin de la historia¨.
Paradójicamente vemos que, aún con las exigencias de la supervivencia, muchos de los debates emergentes sobre desarrollo y soberanía en América Latina y el Caribe parecen inducidos por esa metáfora con la cual José Saramago nos invitó a un ejercicio de impiadosa lucidez para reflexionar más crudamente sobre nuestra in-capacidad, no solo para mirar, sino especialmente para ver a través de ese velo negro ¨que se limita a cubrir la apariencia de los seres y las cosas¨, pero que nos deja intactos tras de él.
No es necesario ser demasiado imaginativo para considerar que en el análisis de los escenarios post-pandemia, en los países latinoamericanos el neoliberalismo instalado por el Consenso de Washington, continúa operando como ese velo negro que cubre la apariencia de los seres y las cosas e involucran agendas públicas que persisten imperturbables a las nuevas necesidades del desarrollo y de los pueblos.
Llama la atención que esto siga siendo debatido en la región, a pesar que ni aun los países promotores lo sostienen, como pudo observarse en la reunión de Cornwall (junio de 2021) donde el Grupo de Expertos del G7 Sobre Resiliencia Económica ¨consideró que el Consenso de Washington está llegando a su fin¨, exigiendo una relación radicalmente distinta entre los sectores públicos y privados para crear una economía sostenible, equitativa y resiliente.
Mariana Mazzucatto, representante de Italia en esa reunión, describe en su artículo “Un nuevo consenso económico mundial”, las conclusiones de la cumbre donde postula la necesidad de un nuevo consenso mundial que recupere el papel del Estado en la economía, dejando atrás de forma drástica el consenso neoliberal que presionaba de forma agresiva la agenda de libre mercado, la desregulación, privatización y liberalización comercial.
En América Latina y el Caribe esto tiene una especial significación dado que, los instrumentos políticos publicados en 1990 por John Williamson, orientados por Washington y asumido por la Reserva Federal, el Banco Mundial, el BID y casi todos los organismos multilaterales estaba dirigido principalmente a nuestra región. Las frases repetidas hasta el hartazgo exigiendo “poner las casas en orden”, “emprender reformas políticas y estructurales” o “someterse a fuerte la condicionalidad de los mercados” se materializaba en su artículo “Lo que Washington entiende por reforma política” publicado por el Instituto Peterson de la Economía Internacional, usina emblemática de la derecha liberal de esa época.
Si bien es preocupante como la nueva derecha emergente en los países de la región pretende restaurar estos planteos, incluso a costa de disminuir la calidad de las democracias, es mucho más urgente revisar cómo muchas fuerzas progresistas con capacidad de acceder al gobierno hacen concesiones ideológicas y políticas que cuestionan el rol del Estado, las regulaciones de los mercados, los principios de justicia social y toda manifestación de soberanía nacional.
Tecnología y multipolaridad desequilibrada
El problema de quienes siguen sosteniendo estos argumentos es, no solo que se alinean de forma acrítica a la hegemonía del sector financiero de EEUU y al conjunto de sus instituciones multilaterales, incluidas las de defensa, sino que reproducen de forma persistente anacronismos conceptuales que impiden un análisis más preciso de las dinámicas geopolíticas efectivas.
Este posicionamiento político agrava la crisis adicional en la conceptualización de la soberanía ya mencionada, afectando la eficacia de nuestros países en el nuevo contexto internacional. Una de las cosas que opaca este oscuro velo neoliberal es la dimensión central del cambio acelerado en esta nueva relación dialéctica que se produce entre EEUU y China, donde la disputa por el control del conocimiento codificado y la propiedad intelectual se ha convertido en el principal dinamizador del conflicto; convirtiendo como pocas veces en la historia al desarrollo tecnológico y a la innovación en elementos necesarios del análisis geopolítico.
Los escenarios nacidos desde fines de la segunda guerra mundial se han alterado de facto en el plano económico y comercial, pero no en una sola dirección, el nuevo mapa se modifica por un aumento exponencial de las interacciones entre las potencias y las establecidas por ellas con otras geografías subordinadas. El esquematismo conceptual acuñado en la guerra fría no es solo anacrónico, es peligroso para la supervivencia de las naciones. Subordinar el análisis sólo a la relación EEUU-China es parte de ese anacronismo.
La centralidad de la tecnología en el conflicto global impide que se constituyan rápidamente nuevos bloques sólidos y estables. Se avanza hacia un escenario de multipolaridad desequilibrada, que además tiene cada vez más jugadores. Bajo las formas clásicas de las batallas comerciales y económicas se despliegan dinámicas tecnológicas que provocan verdaderos movimientos tectónicos. Además, no todas las tecnologías se orientan hacia la singularidad y la inteligencia artificial, algunos cambios operan sobre la economía más tradicional, como por ejemplo el nuevo paquete tecnológico destinado a extraer hidrocarburos de esquisto (Shale Oil) que modificó drásticamente los términos de intercambio entre EEUU y la OPEP, provocando un excedente energético en EEUU basado en combustibles fósiles.
Si desde la crisis del petróleo de 1973, EEUU y varios países europeos orientaron su maquinaria bélica y sus políticas de intervención para obtener el recurso, controlando territorios (Venezuela, Argelia, Irak); ahora lo hace para imponer su propio excedente en los mercados, como se deriva de los nuevos acuerdos con la Unión Europea producto de la guerra de Ucrania-Rusia, desplazando a este último país de su rol de proveedor de energía barata para el desarrollo industrial de varios países europeos.
Por dramático que sea el escenario que se debate en torno a la ampliación de los campos de batalla en Europa e incluso de la amenaza del uso de armas de destrucción masiva, no se puede perder de vista que se trata esencialmente en una modificación estructural del mercado de los hidrocarburos basado en el control de esta nueva tecnología, dinamizado por empresas del entramado militar industrial de EEUU como por ejemplo Halliburton, Schlumberger Technology Corp. o Baker Hughes, quienes desde 1970 se encuentran entre las primera diez del mundo en propiedad de patentes relacionadas con el fracking.
En las relaciones internacionales resulta cada vez más costoso, en términos de soberanía, no incluir este tipo de análisis. Las oficinas latinoamericanas, al contrario de los países centrales, le siguen dando más importancia al análisis de las consecuencias de estos procesos que a las causas que las provocan, omitiendo las dinámicas globales impulsadas por la ¨destrucción creativa¨ provocadas por el impacto del cambio tecnológico en la base material de la sociedad.
Esto lleva a perder de vista que cada vez más, emergen pequeños cambios y conflictos que pueden amplificarse de forma imprevista, mientras que otras dinámicas que parecen amenazantes a los ojos de los viejos modelos de análisis, amplificados por los grandes medios de comunicación, mueren en costas tranquilas y en las zonas de confort del pensamiento progresista que se escandaliza por las consecuencias de los actores de la derecha conservadora y pro mercado, dejando de lado las causas.
Otra novedad es que muchas de estas perturbaciones incrementan la incertidumbre en el sistema y que todo el sistema reacciona contra la alteración. La guerra en Ucrania es un claro ejemplo de esto. No expresa solo un conflicto interfronterizo, produce un reacomodamiento general de los bloques globales no sólo en términos de defensa, sino también en términos económicos y comerciales como fenómenos visibles de imperceptibles fronteras tecnológicas que se redefinen.
Este enfoque pragmático de las dinámicas mundiales es lo que permite sostener lúcidamente el filósofo Peter Sloterdijk sobre el Brexit, lejos de ser una ¨objetiva¨ decisión comercial, fue centralmente el intento de recuperar el sueño colonialista del Reino Unido. El actual alineamiento con los intereses de seguridad nacional de EEUU y su protagonismo como uno de los países más beligerante de la OTAN, le dan la razón.
Paradójicamente esta convergencia entre las economías desarrolladas, las periféricas y semi periféricas, incrementa la interdependencia y genera una dinámica multipolar que limita el unilateralismo; ahí ocurre una oportunidad para explorar mayores niveles de autonomía nacional y regional para Latinoamérica.
El cambio de las dinámicas geopolíticas es extraordinario, las transformaciones políticas y tecnológicas facilitan el surgimiento de potencias medias y brindan nuevas oportunidades a países que han sido maltratados por muchas potencias coloniales en África, Latinoamérica y Asia durante los siglos XIX y XX, en parte esto es así porque hay nuevos protagonismos no solo de actores estatales sino también de actores no estatales con alta incidencia en los flujos globales.
Un ejemplo virtuoso de estas nuevas situaciones es el caso de la República de Cuba producto de su capacidad construida como política de Estado desde la década de 1980 para desarrollar medicamentos y vacunas en la frontera tecnológica, como quedó demostrado durante la pandemia de COVID-19.
Mientras toda América Latina y Europa quedaban atrapados en las iniciativas de las grandes compañías farmacéuticas estadounidenses como Pfizer, Moderna o controladas por ellas como, BioNTech (Alemania), o en sus conflictos interempresariales por la propiedad de las patentes con altos costos para sus sociedades, Cuba se convirtió en el primer país del mundo en tener a toda su población protegida con sus vacunas. Esta misma capacidad permite que empiece a exportar, modificando parcialmente (y en la dirección correcta) la cruel geopolítica de las vacunas y los insumos necesarios para la supervivencia a la que fue sometida la humanidad en el pico de la pandemia.
Tecnología y poder (geopolítico)
Las contradicciones clásicas que dominan el discurso de las élites latinoamericanas basada en los pares desarrollo/subdesarrollo, modernas/arcaicas, recursos naturales/industrias, integración/aislamiento, no permiten un análisis situacional sobre la soberanía latinoamericana en lo político, mientras que el reduccionismo sobre las ¨inserciones¨ en las cadenas globales de valor tampoco lo permite en lo económico, principalmente cuando en ninguna de las dos dimensiones se comprende el nuevo rol de las tecnologías en la geopolítica global.
Para ejemplo basta un botón, solía decir Juan Domingo Perón. Tanto el caso del Shale Oil (cambio tecnológico sobre un recurso natural no renovable tradicional) y el de las vacunas contra el COVID-19 (desarrollos tecnológicos específicos), muestran que las tecnologías, y en particular su control y decisión sobre sus emplazamientos, son imprescindibles para el análisis actual del poder.
Yuk Hui en su libro ̈La cuestión de la tecnología en China¨ (2016), y otros más nuevos como ̈Fragmentar el futuro. ensayos sobre la tecnodiversidad ̈ (2021), presenta una serie de tesis que se emparentan con una larga reflexión latinoamericana sobre la ciencia y la tecnología con sentido soberano, reducidos por la mayoría de nuestras clases dirigentes a la reflexión académica y desplazados de los insumos críticos para la toma de decisiones.
El cuestionamiento a la modernización, entendida como la voluntad política de universalizar las particularidades de cada país y en especial en la difusión de la tecnología como un universal antropológico, emplazándola en todas las geografías y culturas incluso mediante la guerra, es consistente con la propuesta de avanzar hacia una tecno-diversidad más adecuada a los ecosistemas, las culturas y las necesidades sociales locales; es decir la construcción de las condiciones para el ejercicio efectivo de la soberanía.
Desde esta perspectiva, es necesario reconocer el carácter político de las tecnologías dominantes o fragmentadas, considerando que las mismas son portadoras de poder. En tal sentido la pregunta por la soberanía no puede prescindir del análisis de aquellas que es necesario re-emplazar en el territorio, tanto en lo referido a los recursos naturales, la productividad local de las cadenas globales de valor o la sostenibilidad del desarrollo, considerando las necesidades de los pueblos.
Historia y nuevas agendas
En América Latina esto lleva a recuperar para el diseño del futuro el análisis del proceso histórico nacido del pensamiento crítico y emancipador, como por ejemplo la etapa de la sustitución de importaciones, hoy despreciada por los economistas y políticos neoliberales. En algún sentido se trata de incluir a las tradiciones nacionales y populares aspectos como la justicia cognitiva en la definición de políticas públicas, sobre todo aquellas que requieran la movilización popular para su realización y la construcción de nuevos derechos.
Una de las tesis que emerge de estos argumentos y que tiene un interés político práctico es que no estábamos equivocados en las décadas del 50/70 del siglo pasado. Las interrupciones militares a esos procesos de crecimiento y desarrollo fueron para desarmar esos procesos exitosos que habían permitido competir con tecnologías maduras en los mercados saturados del norte.
Lo que se obturó por los golpes de Estado fue la puesta en marcha de un cambio tecnológico en sectores industriales estratégicos controlados nacionalmente y, en no pocos casos, orientados a la defensa. También la comprensión que las economías basadas en recursos naturales podían establecer su propia trayectoria tecnológica y construir su propio sentido de la modernidad.
Esas décadas fueron exitosas, se creció a altísimas tasas, se crearon infraestructuras claves para el desarrollo y la defensa, y se generó un proceso de incorporación de sectores trabajadores a la educación generando una formidable ampliación de clases medias educadas, creando las bases para profundizar el modelo de desarrollo latinoamericano, incluido el inicio de un debate sobre la definición de una cosmo-técnica propia, en particular en la relación entre sociedad, desarrollo y naturaleza, y en la condición multinacional originada en la recuperación de los saberes ancestrales.
Muchos de esos procesos tecnológicos que habían resistido a las recurrentes excepciones institucionales en los pliegues de las administraciones públicas se terminaron de destruir o se debilitaron retrasando décadas sus desarrollos con la ola de privatizaciones y pactos del Consenso de Washington.
En el proceso que empezaron a vivir décadas después China y varios países asiáticos, no fueron ajenos a estos aprendizajes globales; estos países lograron promover un proceso similar al que tuvo América Latina entre los 50/70, pero en su caso lograron sostener su capitalización mediante empresas estatales o de gran control nacional por una planificación centralizada, integrando la creación de un mercado interno creciente y el desarrollo de innovaciones consistentes con las nuevas revoluciones tecnológicas, en particular las referidas a la microelectrónica y diversos productos sintéticos.
El desarrollo acelerado de los países asiáticos no es producto de la imposición interna de lógicas liberales del mercado. No es casual que el control creciente de desarrollo tecnológico, expresado en términos de propiedad intelectual, tenga para estas economías emergentes el mismo valor estratégico que tuvo para Inglaterra y Alemania en el siglo XIX, y para EEUU en el siglo XX. Los datos son contundentes, en 2020 la oficina de patentes de China registró 1.5 millones de solicitudes, EEUU 597.172, Japón 288.346, Corea 226.759 y la Oficina Europea apenas 180.346. Entre las 10 primeras oficinas solo tres, China, India y Corea, crecieron en 2020, liderando la región asiática que en su conjunto logró el 66% del total mundial en el mismo año. Lo mismo ocurre con las marcas, los diseños industriales, las obtenciones vegetales y las indicaciones geográficas protegidas, en tanto son otras modalidades de ejercicio de la propiedad intelectual con alta incidencia en las guerras comerciales actuales.
Abrir el debate sobre las tecnologías implica revisar también en profundidad las políticas científicas y tecnológicas dominantes en la región. Todos los datos indican que parecen ser más el resultado de esa instalación de un tipo de pensamiento neoliberal, cuya dimensión en el campo específico del conocimiento codificado es la preeminencia de un modelo lineal entre ciencia básica y tecnologías aplicadas.
Los datos indican además que abordar el problema de la soberanía desde esta perspectiva no es solo responsabilidad de las élites gobernantes, sino también de las comunidades académicas y científicas en su práctica cotidiana, no sólo respecto de, sobre qué se investiga, sino sobre sus epistemologías y metodologías, y muy especialmente sobre el marco epistémico que domina los procesos de decisiones en los organismos de ciencia y tecnología, incluida la evaluación, promoción y vínculos con los mercados -no solo académicos- es decir, sobre sus relaciones con la política.
Como puede observarse ya no se puede prescindir de análisis prospectivos de las nuevas revoluciones tecnológicas; anticiparse a ellas es necesario para el diseño de las políticas de desarrollo, aún para aquellas que se imaginen como una mera adecuación a las dinámicas del capitalismo.
La corta pero rica experiencia de UNASUR y las diversas iniciativas de integración en Latinoamérica y el Caribe, desde la perspectiva del sur, requieren una valoración especial para dar respuestas en este escenario global, esta profundización no puede obviar la relación del cambio tecnológico con la geopolítica, ya no hay argumentos que puedan cuestionar seriamente el dato que afirma que, ningún país pudo dar un salto al desarrollo sin una promoción fuerte, clara e inteligente de la innovación por parte del Estado, y que esto requiere una necesaria explicitación no solo de las necesidades tecnológicas sino de las capacidades para definir sus propias trayectorias, donde la pertinencia tiene un lugar central para la construcción soberana de los nuevos derechos sociales.
Excelente articulo Ruben. El modelo argentino para el proyecto nacional exponía la investigación científica y el desarrollo tecnológico como claves para su desarrollo. Lamentablemente eso ha ido quedando en el olvido.
Interesante la visión de que la agenda cientifica, tecnologia en America Latina tiene una visión neoliberal!! y concuerdo que dado el atrevimiento de la General Estadounidese, el articulo cobra especial interes para el debate actual.
Exelente Artículo, esperemos que nuestros políticos desisores lo lean y lo tengan en cuenta