Cortes sin mujeres: los argumentos sobran, pero el machismo (la realidad) se impone.
Esta nota podría empezar mencionando los tratados internacionales con jerarquía constitucional en Argentina que interpelan a nuestro Estado a tomar medidas relacionadas a la equidad e igualdad de géneros, como la Convención contra toda forma de discriminación contra la Mujer, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales, y la Convención Americana de Derechos Humanos.
A su vez, podría seguir mencionando y argumentando la importancia de que existan mujeres en la Corte porque somos nosotras las que podemos interpretar más acabadamente, por una cuestión lógica, lo que les ocurra a las mujeres que sean partes en causas que lleguen hasta los máximos tribunales.
En este sentido, podría contar que, —para que quien esté leyendo ponga unos segundos cara de asombro— entre los 111 juristas que formaron parte de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en sus 161 años de historia sólo tres fueron mujeres o que el organismo comenzó a funcionar en 1863 y su primera integrante mujer fue Margarita Argúas, designada en 1970.
Podría, en definitiva, expresar todos los motivos políticos y jurídicos a la hora de manifestar mi preocupación e indignación por la ausencia de mujeres en los máximos tribunales de nuestro país, citando decenas de normas que rigen actualmente que justificarían y fundamentarían irrefutablemente la necesidad de incorporar mujeres en dichos cuerpos colegiados. Y si bien —obviamente a propósito— entre tanto condicional terminé dando algunas de esas razones, la verdad es que lamentablemente no es el fin último de estos párrafos, mas allá de que en algún momento haya pretendido serlo. ¿Y saben por qué? Porque luego de leer varios artículos al respecto me di cuenta de que el problema, que termina siendo como todo de decisión política, es previo, anterior.
Estoy convencida de que tenemos que empezar por el principio, por los razonamientos más básicos que nos permitan entender por qué estamos donde estamos y no estamos donde no estamos. Cuando opera el patriarcado, lo establecido, lo culturalmente arraigado no hay mucha distinción de formación, edad, trayectoria e incluso hasta género. Aquí es importante decir que el sistema de creencias que sigue dando vida al machismo no es propiedad de los varones, sino de la sociedad en general, de todos y todas.
En este sentido, digo esto porque creo que quienes inciden en este tipo de decisiones, todos del mundo de la política y el poder, conocen también los motivos que esboce al principio: todos saben lo que se debería hacer, saben las leyes y absolutamente nadie podría refutar sólidamente ningún argumento, normativa, estadística, documento que respalde la necesidad de incluirnos, pero —sin embargo y salvo honradas excepciones— la regla sigue siendo la misma: las mujeres no estamos donde se corta el bacalao.
Y quiero destacar que esto no es una opinión de una abogada especialista en cuestiones de género, una feminista que solo puede ver el mundo con los lentes violetas que dejan ver —en todas partes— la desigualdad en acceso a derechos: estos son datos de la realidad corroborables en casa por todas las personas que estén leyendo estas líneas. En absolutamente todos los ámbitos de poder la cantidad de mujeres va bajando considerablemente a medida que vamos subiendo en los organigramas de entidades tanto públicas como privadas.
En este sentido, la falta de mujeres tanto en la Corte Suprema de Justicia de la Nación como en la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires no escapa de esa lamentable pero real regla fáctica. A los ámbitos de mayor decisión de la justicia históricamente han llegado muy pocas mujeres, mientras que, si recurrimos a cualquier ámbito de cualquier fuero dentro del Poder Judicial, en la mayoría de Juzgados son mujeres las que llevan adelante las cuestiones técnicas-jurídicas de las causas. Este dato que parece básico, es central a la hora de poner de manifiesto la ridiculez y lo injusto del sistema que aún nos impera.
Así, es destacable dejar en evidencia que el único Poder donde esa diferencia no existe en nuestro país es en el Legislativo. ¿Por qué? Porque existe —y muy bienvenida fue— la ley de paridad de Género en Ámbitos de Representación Política que exige que así sea tanto en el ámbito del Congreso Nacional (Ley 27.412) como en la Legislatura de la Provincia de Bs As (Ley 14848). Entonces, la pregunta que solemos hacerle a los chicos/as cuando damos talleres de perspectiva de género en las escuelas sigue resultando muy pertinente para la sociedad en su conjunto: ¿por qué las mujeres con vocación política solo querrían o estarían formadas para ser legisladoras? ¿Es que no quieren ser intendentas, ocupar cargos ejecutivos? Y lo mismo, claramente, aplica para las mujeres en la carrera judicial. ¿Es que solo quieren ser Secretarias o juezas en familia?
Y digo que la pregunta es muy pertinente porque si bien la respuesta debería resultar obvia —porque lo es y de modo rotundo— creo realmente que no todos la saben o se la pusieron a pensar ni quieren hacerlo. Tiendo a creer que una de las maneras es visibilizar con interrogantes lo insólito de las estadísticas con perspectiva de género apelando a un sentido común que nos obligue a contestar —o, aunque sea formular retóricamente— preguntas como estas (la repetición en las preguntas es adrede): ¿Las mujeres no llegamos a lugares de poder salvo cuando exista una ley que lo obligue porque no estamos capacitadas? ¿Las mujeres no llegamos a lugares de poder salvo cuando exista una ley que lo obligue porque no tenemos ganas de ejercer el poder? ¿Las mujeres no llegamos a lugares de poder salvo cuando exista una ley que lo obligue porque no tenemos carácter para hacerlo? ¿Las mujeres no llegamos a lugares de poder salvo cuando exista una ley que lo obligue porque los varones tienen mejores condiciones para ejercerlo? ¿Las mujeres no llegamos a lugares de poder salvo cuando exista una ley que lo obligue porque la historia de la humanidad ha demostrado que los varones tienen más condiciones para ejercer el poder, siendo que las sociedades gobernadas con sesgos de género en beneficio del masculino siempre fueron más exitosas? Y así podría seguir con miles de interrogantes que seguramente todos contestarían de modo políticamente correcto pero que en la vida real siguen operando. ¿Por qué? Porque así de complejo es el patriarcado, así de complejo es el sistema de dominación que nos sigue, valga de nuevo la redundancia, dominando y que nos pone en riesgo a las mujeres (siguen matando una mujer por día en nuestro país por cuestiones de género), nos quita posibilidad de acceder a derechos (cobramos 27% menos promedio por igual tarea, tenemos mayor índice de pobreza) y también perjudica a los varones porque la contracara de todo esto es como los estereotipos vinculantes a una masculinidad hegemónica, proveedora, hace que no se permitan trabajar menos que nosotras, ganar menos y tener menos poder. En cualquier caso, estas preguntas o razonamientos que pueden resultar básicos, son los que siguen operando a la hora de seguir reproduciendo estructuras sin mujeres. Si alguien tiene otra explicación, estaré encantada de leerla.
Es por lo expuesto, por la trampa en la que siento que seguimos atrapadas, que como feminista percibo la necesidad de encontrar herramientas que nos lleven a dar una discusión que permita construir un pensamiento hegemónico que debería ser sentido común a esta altura: las mujeres somos (en términos simbólicos porque en los reales somos aún mas) la mitad de la población, debemos representarnos en todos los ámbitos en paridad con la otra mitad: los varones. No hay sentido para pensar que esto no debería ser también en el Poder Ejecutivo y Judicial.
No hay mujeres en la Corte. Tampoco tutías para que eso siga ocurriendo. ¿Cómo revertimos esta desigualdad histórica?
Dicen que a los seres humanos nos mueven dos sentimientos básicos: el miedo y la esperanza. En ese orden y al revés. Si bien es innegable que los feminismos nos las hemos ingeniado para demostrar nuestra fuerza y conseguir la escucha (y hasta algunas respuestas) de nuestras demandas y nos hemos llegado a convertir en el movimiento más organizado de los últimos tiempos es increíble como aún no logramos que algunas cosas “vayan de suyo” y tengamos que seguir discutiéndolas como si viviésemos en el pasado: ¿de verdad aun no es evidente la necesidad de que haya mujeres representándonos en todos y cada uno de los ámbitos de poder?
Entonces, valga otra vez la redundancia, evidentemente con expresar las razones no alcanza: el sistema de dominación patriarcal cala tan hondo en nuestras subjetividades de modo individual y colectivo que a veces parece que avanzamos un poquito y volvemos a la misma página de modo vertiginoso y como en una montaña rusa que comienza a andar para atrás, volvemos al punto de partida donde hay que explicarlo todo de nuevo, y de yapa ya un poco mareadas. Las mujeres, en realidad las personas, que estamos convencidas de que la única manera de gobernar mejor en todos los ámbitos será cuando se haga con real perspectiva de género, no nos vamos a cansar de hacerlo: vamos a seguir y seguir dando motivos hasta el cansancio, saliendo a las calles, juntando firmas, mostrando nuestra fuerza hasta que la igualdad de géneros sea una realidad efectiva. Según el último informe del Foro Económico Mundial se estima que se necesitarán, a este ritmo, al menos 131 años para cerrar la actual brecha de género en todo el mundo. Dicho de otro modo, nuestra generación y varias de las que vengan deberán seguir la lucha. Luchar por lo que una no va a ver necesita una dosis alta de esperanza; esperanza que debería ser fomentada por quienes deben ceder poder. Y para eso, que es básicamente donde radica el intríngulis más complicado del sistema que nos domina, es necesario que construyamos de una vez consensos básicos que nucleen a todos/as, que nos convenzan y convengan. En este sentido, como ocurre con las leyes y políticas públicas de acción positiva, es necesario que haya una decisión política pero también, a la vez y con la misma fuerza, que no perdamos la vocación de ir por la vida contando los motivos de esta necesidad.
Lo que pasa en la Corte pasa en casa, ese es el quid del patriarcado, por eso es tan difícil de abordarlo y está tan pero tan arraigado en cada uno de nosotros que a veces entramos en contradicciones hasta quienes más trabajamos para derribarlo. Cuando pasa eso, es necesario volver a la fuente, a los datos, a las razones, a juntarnos, amucharnos con la certeza de que el futuro no será inevitablemente igualitario, solo lo será con nuestra entereza, paciencia, poder de lucha en cada ámbito que nos toque habitar.
No sabemos cuál es el modo, pero seguro, es con más mujeres en los lugares de toma de decisiones. Es tan insólito como real que sigamos necesitando argumentos para justificarlo. Y como la única verdad es la realidad, vamos a darlos y también a decir que es inaudito. Que el miedo sea de quienes están completamente fuera de la razón, que sea a expresar ideas vetustas, a seguir colaborando a la reproducción y permanencia de un status quo que nos deja afuera a la mitad de la población. Y que a nosotras el miedo no nos convoque nunca más y que la esperanza siga moviéndonos a quienes estamos seguras que vale la pena exponer argumentos una y mil veces porque sabemos que ponerle cuerpo y mente a esta tarea es vital para construir un mundo más igualitario.
Está en el aire girando la moneda y en estos meses probablemente habrá definiciones en relación a la composición de quienes se encuentran en lo alto del Poder Judicial en nuestro país, que nos representen mujeres es esencial.
Lo esperamos y mientras tanto, lo diremos en cuanto ámbito encontremos para hacerlo.
Muy de acuerdo y no puede ser que las mujeres tengamos que entablar una pelea por cada derecho que nos corresponde y mostrarnos como mujer maravilla cuando a los hombres “les corresponde todo sin pelear nada”