El desafío de la construcción de un sentido común feminista, sin importar que se nombre de ese modo.
Todo pasa de moda, menos los memes. Esa forma ocurrente de poder hacer chistes, hasta bajar contenido ideológico, parece ser una forma de comunicar que llegó para quedarse. Quienes habitamos espacios dentro del feminismo sabemos que el meme con la frase “¿Dónde están las feministas?” junto con alguna imagen de una tragedia suele funcionar a la hora de ilustrar como a las mujeres que tenemos alguna posición contundente en relación a las desigualdades por cuestiones de género, siempre nos piden respuestas u opinión como, dando por hecho que, tenemos que sentar postura de todo, cuando claramente no es así.
“Nadie tiene respuestas para todo”, salvo esa.
En esta línea, el botón “¿Dónde están las feministas?” es presionado siempre para incomodar acerca de cuestiones que en lo social son excepcionales o están fuera de nuestro control. Por ejemplo, el año en que Nahir Galarza fue acusada y detenida por matar a su pareja, una mujer era asesinada cada pocas horas por cuestiones vinculadas a su condición de mujer, la mayoría también en manos de su ex pareja (como sigue ocurriendo en la actualidad), sin embargo, la pregunta que siempre nos hacen en los tallares y en algunas mesa familiares o amistosas es: —¿“Y que me decís de Nahir Galarza, a ver?”
¿Qué digo? Que si se comprueba que es una asesina tiene que estar presa, que no hay justificativo para la violencia, que hay que penarla, ahí tomo un sorbo de agua —como para tragar todo el resto de cosas que querría decir— y prosigo: “es terrible lo que pasa, pero no se da de ese modo en la mayoría de los casos. La ley de violencia de género y la figura de femicidio como tipo penal existen justamente porque es un problema social especifico.” Nunca puedo creer como siguen haciendo esas preguntas y mucho menos de donde me sale la paciencia para responderlas. Sin embargo, creo que es el único modo de poder llegar a un acuerdo necesario, no para los otros, sino para nosotras: la paciencia como instinto de supervivencia.
Si bien, por supuesto, muchas de las cosas que nos preguntan o están instaladas tienen un justificativo en como los medios de comunicación siempre visibilizan a las mujeres (todos conocemos la cara y el nombre de Nahir, y casi nadie se acuerda del nombre del novio y en los casos en que la asesinada es la mujer es al revés /pruébenlo en sus casas) creo seriamente que si queremos “volver a estar de moda” o al menos vigentes para lograr un consenso sobre la importancia de visibilizar y abordar estas cosas con seriedad, debemos poder hacer el trabajo de distinguir ciertas cuestiones, sobre todo las que entran en la arena publica, para poder ser las feministas una opción real para las nuevas generaciones.
En este sentido, en nuestro país desde que asumió en el gobierno Javier Milei se atacaron casi todas las políticas feministas conquistadas, entre ellas se disolvió primero el Ministerio y luego la Subsecretaría de Protección contra la Violencia de Género, se desfinanciaron programas de asistencia y protección para mujeres y diversidades en situaciones de violencia, se despidió al personal especializado en trata de personas, se eliminaron los fondos para el Programa Acompañar y la Línea 144 y se recortó un 78% del presupuesto destinado al Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia. También se disolvió el Fondo de Asistencia Directa a Víctimas de Trata y se prohibió que personas detenidas soliciten traslado de penal por cambio de identidad de género. También están en la mira libertaria leyes clave como la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, la Ley de Protección Integral a las Mujeres y la Ley de Prevención y Sanción de la Trata de Personas.
En este marco, inevitablemente estamos viviendo un clima de época que invita a retrotraer al movimiento feminista, algo así como una resistencia patriarcal del orden de “lo establecido” —que, aunque algunas no quieran reconocer— se siente, se percibe, se sabe. Y, de yapa, les queda cómodo a la mayoría, sin distinción de género. Así y muy lamentablemente, creo que estamos en condiciones de admitir que no podemos dar ningún derecho por hecho. Y es por eso que, apelando a esa fina y hermosa línea en la que se juntan sutilmente el humor y la ironía, muchas de nosotras nos encontramos, nos miramos cómplices y casi con resignación nos decimos: “pasamos de moda, ¿no?”
Ahora bien- o mal-, ¿Qué se hace luego de eso?
Creo que la única manera de volver a ganar espacio es volver a dar la batalla del sentido común, más que nunca. Y además creo que aplica a todo, no solo a nuestro movimiento. En la era de chat gpt, tik tok e Instagram, tenemos cada vez menos tiempo para profundizar en las cosas; eso, sumado a los algoritmos, hace que cada vez más nos leamos, banquemos y queramos entre nosotras y los dos gatos locos que se convencieron de que un mundo mejor solo puede ser posible con la inclusión de todos en pie de igualdad sin distinción de géneros, hace que cada vez complejicemos más los discursos para adentro y para afuera generalicemos hasta la ridiculez. En este sentido, máximas como “yo te creo, hermana” o lógicas que parte del movimiento quiso imponer como “ninguna mujer miente” o “si paga algún justo por pecador, bueno, ¿Qué se le va a hacer?” han mutado hasta ser inverosímiles y hasta a veces injustas. Si todo es abuso, nada es abuso. Si todo es violencia, nada es violencia.
Hay mujeres que dicen la verdad y otras que mienten, como varones. No hay dudas de que la mayoría de mujeres que denuncian ante la justicia, dicen la verdad, pero negar que existen las que mienten termina echando por tierra la suerte de esa mayoría que no lo hacen. Nos mordemos nuestra propia cola. No tengo dudas que si logramos comunicar bien y estratégicamente lo que significa ser feminista la mayoría estaría de acuerdo. Creo que es tiempo de volver a las bases, convocar a los varones, asumir que empezamos de más atrás luego de este 2024 donde verdaderamente nuestros derechos fueron y siguen siendo arrasados.
En este punto, y aunque me acusen de tibia, creo que necesitamos más matices, más voces mostrando como son las realidades de las mujeres en nuestro país y menos disputas por lo simbólico por el momento. No para dejar esa lucha atrás, sino para poder volverla a hacer posible oportunamente. Tenemos que obligatoriamente leer nuestro presente y saber que las ideas progresistas deben ser estratégicamente masticadas y comunicadas para hacerlas posibles. De imprescindibles está lleno el cementerio y de ideas bonitas y utópicas los feeds de Instagram. Es tarea del campo nacional y popular bajar la arrogancia, reconocer errores, dejar de querer tener razón y empezar a interpelarnos para buscar un sentido común posible para una sociedad en retroceso. No me gusta hablar de culpa, pero responsabilidad sí tenemos, llegar a la mayoría es la única tarea necesaria.
Volviendo al principio, creo que las feministas sabemos dónde estamos, porque más allá de sentirnos vintage quienes nos pusimos los lentes violetas no tenemos vuelta atrás; así que —con seguridad— riámonos más de cuando nos lo pregunten y construyamos respuestas que quizás sean la punta del ovillo para llegar a un consenso que nos devuelva —valga la paradoja— la libertad perdida en la era libertaria. Y como suele decirse, no busquemos ser moda, busquemos ser clásico, para que lo que conquistemos siempre pueda combinar con la realidad.