Gloria Jean Watkins firmaba sus trabajos como bell hooks, en minúscula. Nació en 1952 en Kentucky y murió a los 71 años en el mismo estado. Escritora y activista negra, desafió al feminismo a pensar la interseccionalidad entre el género, la clase social y la raza. Con agudeza, apuntó contra el sexismo y contra las formas de opresión en medio de la acechanza neoliberal, cuestionando la posibilidad de alcanzar la igualdad en un mundo que deja en los márgenes a la mayoría. En El deseo de cambiar. Hombres, masculinidad y amor, hooks propone pensar en los hombres, en todo lo que desconocemos sobre ellos, especialmente lo que les depara el patriarcado. A días del 3 de junio, en medio de un fenomenal retroceso en materia de derechos, la alianza de los feminismos con los hombres resulta una urgencia de la hora. Sobre los dolores compartidos, nace la necesidad de gestar un programa común para arruinar al neoliberalismo antes de que nos arruine a todos, todas, todes. Ese ropaje, tejido con las hilachas de quienes hoy padecen la furia de la austeridad. La interseccionalidad, una clave. El feminismo justicialista, una promesa.
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la única vez que me sentí libre de tocarlo sin sentirme amenazada por su poder sobre mí fue cuando yacía muerto.
Barbara Deming
¡Los hombres no están sobreviviendo muy bien! Los enviamos a la guerra para matar y morir. Se tumban en medio de las autopistas para demostrar su virilidad imitando una escena de una película reciente sobre fútbol americano universitario. Se están muriendo de ataques cardíacos a una edad temprana (…)
Olga Silverstein
(…) necesitamos a los hombres para acabar con el patriarcado, necesitamos a los hombres para cambiar.
bell hooks
En El deseo de cambiar hooks parte de una severa crítica al feminismo radical por haber fomentado la rabia de las mujeres contra los hombres, sin posibilidad de reconciliación. Así, al entender que todos los hombres son opresores y todas las mujeres son víctimas, se generaron serias dificultades para gestar lazos de amor por temor a la explotación patriarcal. La idea de “dormir con el enemigo” puso en crisis a muchas parejas, al tiempo que dio lugar a la indiferencia respecto de lo que ocurre en nuestra cultura con ellos. Además, esta idea tampoco permitió generar debates en torno a la masculinidad, las diferentes formas de ser ni a imaginar alguna alternativa. A pesar de que este grupo era minoritario dentro del movimiento feminista, recibió mucha atención y eso permitió sostener que “el feminismo es como el machismo, pero al revés” o que todas las feministas odian a los hombres. Más aún, este silenciamiento sobre el devenir de los varones resultó funcional al status quo: “hemos sido tan bien socializadas en la cultura patriarcal como para guardar silencio sobre los temas de los hombres (…) guardianas de secretos graves y serios, especialmente aquellos que podrían revelar las estrategias cotidianas de la dominación masculina”. Para ella, es nodal quebrar con esta ficticia enemistad y encontrar formas de acercamiento que permitan pensar todas las formas de explotación.
En ese sentido, hooks es enfática acerca de que resulta “una ficción de falso feminismo que nosotras las mujeres podemos encontrar nuestro poder en un mundo sin hombres”. Precisamente por eso, la invitación es a observar cómo el patriarcado les impide a los varones conocerse, cómo les impide expresarse, cómo les impide sentir y cómo esas imposibilidades los llenan de furia y violencia. Detrás del exorcismo emocional que les enseña que son más varoniles si no sienten nada, anida una profunda tristeza. Sobre ese dolor, poco sabemos. Sobre lo que quieren, también. Ciertamente, las normas sexistas sentencian que amar es asunto de mujeres y con ese mandato anula la voz para la emoción, la aflicción y los sentimientos de los hombres. Salvo, si la emoción a expresar es la ira porque “los hombres de verdad se enfadan”. Los hombres de verdad dan miedo. En otros términos: la furia es el camino más fácil hacia la hombría. Y eso se enseña con competencia, con violencia, con dominación y con la práctica de avergonzar. Así, su identidad, entonces, está sometida a un plebiscito diario en función de lo que hacen. Y la rabia es la mejor manera de disimular la tristeza que todo ello les genera porque “cerrarse emocionalmente es la mejor defensa cuando se debe negar el deseo de conexión”. Ahora bien, enfurecerse no es algo constante, pero cuando ocurre es lo suficientemente intenso como para que el recuerdo de esos actos mantengan al resto bajo control, advertidos de lo que se es capaz. Con una vez basta. ¿Qué les ocurre a ellos después de esos raptos de violencia disciplinante?
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En la jerga, “sé un hombre” significa aguantar, bancarsela, seguir adelante como si nada, en silencio, sin quejas. Eso se espera de ellos. Esa idea perversa hace juego con “si te gusta el durazno, bancate la pelusa”: fumatela y sin reproches. Hay que soportar lo que venga, como si de antemano se supiera el costo de las decisiones tomadas o del rol que toca ocupar, porque “si no, hubieras elegido otra cosa”. ¿Se podía elegir otra cosa? ¿Se podía elegir sin costo? No, nunca es sin costo. Al “hacete macho” lo anima un goce, el de enrostrar ese costo que tienen las cosas y atrás siempre está a la mano un jodete. Difícil salir indemne de ahí y paradójico ya que “la mayoría de los hombres no han elegido conscientemente el patriarcado como la ideología que quieren que gobierne sus vidas, sus creencias y sus acciones”. Para hooks, el poder de esta cultura es lograr que los hombres, de manera consciente o no, se sientan mejor siendo temidos que amados y eso aleja a los demás de sus vidas, eso los hace menos dignos de confianza. El resto no espera otra cosa de ellos. El resto no tolera otra cosa de ellos.
Sin embargo, la mayoría de los hombres nunca piensa en el patriarcado. Esto no pareciera ser parte de su experiencia y de sus problemas cotidianos. Este sistema político social afirma que “los hombres son inherentemente dominantes, superiores a todo y a todas las personas a las que se considera débiles, especialmente a las mujeres y que están dotados del derecho a dominar y a gobernar a las personas débiles y a mantener ese dominio a través de diversas formas de terrorismo psicológico y violencia”. Ahora bien, no debe perderse de vista el rol que juegan las mujeres en la perpetuación de esta cultura patriarcal, aunque sean los hombres los que reciban mejores recompensas. Precisamente por ello, para hooks, “desmantelar y cambiar la cultura patriarcal es un trabajo que hombres y mujeres deben hacer juntos”. En esta idea reposa la pretensión de imaginar formas alternativas de masculinidad. “Todos y todas debemos cambiar”.
La autora de Feminismo para todo el mundo sostiene que “el pensamiento feminista nos enseña a todos y todas, especialmente a los hombres, a amar la justicia y la libertad con el fin de potenciar y defender la vida (…) necesitamos nuevas estrategias, nuevas teorías, orientaciones que nos muestren cómo crear un mundo donde prospere la masculinidad feminista”. Para ello, el ejercicio es separar la hombría de todos los rasgos identificativos que el patriarcado le ha impuesto. Además, “los necesitamos de nuestro lado porque los amamos” y, fundamentalmente, porque hoy es más claro que nunca que las raíces de nuestros problemas son las mismas: el patriarcado y el neoliberalismo.
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hooks sostiene que “para los hombres fue mucho más sencillo aceptar el mismo salario por el mismo trabajo, el trabajo doméstico compartido y los derechos reproductivos que aceptar la necesidad de un desarrollo emocional compartido”. Con deliberación o por omisión, la mayoría de los hombres, incluso aquellos que perciben la necesidad de garantizar la igualdad entre los géneros, sigue sosteniendo que el trabajo emocional en el hogar debe ser realizado por las mujeres. No saben que existe o no saben cómo hacerlo.
En línea con esta filiación, lo que ella plantea es que “la violencia masculina en general se ha intensificado no porque los logros feministas ofrezcan a las mujeres una mayor libertad, sino porque los hombres que respaldan el patriarcado descubrieron en el camino que la promesa patriarcal de poder y dominio no es fácil de cumplir, y en los raros casos en que se cumple, los hombres se encuentran emocionalmente vacíos. La hombría patriarcal que se supone que debía satisfacerlos no lo hace”. Esto se complejiza aún más en tiempos en los que la austeridad promete generar nuevos y más robustos obstáculos para la realización de todos, todas, todes, con arreglo a los mandatos sexistas y más allá de ellos también. Así, “la ira es el camino fácil de regreso al reino de los sentimientos”. La ira es, paradójicamente, el sentimiento que ordenó el Ni una Menos en 2015 y el Viva la Libertad Carajo en 2023. En el primer caso, con vocación de exigir más y mejor Estado democrático frente a la proliferación de femicidios. En el segundo, con la intención de detonar esta institucionalidad con la justificación política del hartazgo y la alarma de esta cada día un poco más afuera de todo.
El hilo común: la ira. Y el personaje que mejor expresa ese sentimiento es el increíble Hulk que sólo aparece convocado por la cólera, bajo el influjo de la rabia. Es, según hooks, la figura que mejor representa el modelo patriarcal de masculinidad (y por qué no de Milei) : “es un hombre siempre en fuga, incapaz de desarrollar lazos duraderos o intimidad. Un científico de formación (la máxima personificación del hombre racional) que cuando experimenta ira se convierte en una criatura de color y comete actos violentos. Después de ejercer la violencia, vuelve a su yo racional normal de hombre blanco. No recuerda sus acciones y, por lo tanto, no puede asumir la responsabilidad de ellas. Dado que él es incapaz de formar lazos emocionales duraderos con amigos o familiares, no puede amar. Se desarrolla en la desconexión y la disociación”. Así, la propia deshumanización le permite, en el acto, deshumanizar a los demás. Por eso hace tanto juego con la austeridad neoliberal. No hay otros: “si la gente no llegara a fin de mes, estarían muertos”.
Para romper esta forma de ser, hooks propone darle lugar a una “revolución de los valores” masculinos. Para que algo de esto cambie, o por lo menos empiece a cambiar, hay que generar la intimidad necesaria para atender los miedos de los hombres. Para trastocar este estado de cosas hay que escuchar sus sentimientos, hay que estar cerca y dejar ver que la vulnerabilidad es propia de quien vive, sin riesgos de burla, de vergüenza, de manipulación, de cancelación. Para que haya un nuevo orden de cosas, los hombres deben poder expresar sus emociones sin el desconcierto de los demás. Para que ellos no sean extraños en su propia casa, no sean el terror de sus hijos, hijas y parejas, para que no sean en función del misterio y el pánico, sino en virtud de amar y ser amados, debe nacer el deseo de cambiar. Con eso soñamos, todos los días.