“me vienen a convidar a arrepentirme,
me vienen a convidar a que no pierda,
me vienen a convidar a indefinirme,
me vienen a convidar a tanta mierda…”
“El necio”, Silvio Rodríguez (1994)
I
“El marxismo debería salir de su cárcel eurocéntrica”, dice Aníbal Quijano en uno de sus Textos de Fundación. En tiempos como los actuales, en los cuales se cuestiona -desde los poderes hegemónicos y desde algunos sectores de nuestro campo- lo que algunos denominan “agenda o cultura woke”, es bueno preguntarse sobre cuáles son los componentes/ingredientes que forman parte de esa supuesta cultura, y cuáles son sus procedencias en términos históricos, geográficos y sociales. Nos sorprenderemos entonces con un plato conformado por una rara mezcla en la cual no todo es lo que parece a simple vista. Entonces, así como nuestro Presidente y distintas expresiones de la derecha global identifican los tópicos a los que nos vamos a referir como parte de la “agenda de Davos” (no es casual que el discurso más disruptivo de Milei se haya dado en ese foro) o agenda 20/30, desde algunos sectores que se autoperciben como parte integrante del campo nacional y popular en estas latitudes, y en paralelo con esta operación de ciertos sectores del poder hegemónico, se pretende identificar a las temáticas derivadas de esta supuesta agenda como calcadas de la socialdemocracia europea y americana. Por ello se las traduce como una serie de tópicos ajenos a nuestra tradición y tan sólo como una deriva “progre” de la misma, aunque esto, como intentaremos demostrar, sea falso. Así, temas como los ligados al medio ambiente, el racismo, los feminismos, la economía popular, derechos humanos, entre otros, serían parte de una agenda secundaria y no principal, respecto de las luchas a emprender por nuestro campo en el presente y en el futuro cercano. Un poco más les cuesta colocar como parte de esta subalternidad temática a la cuestión de la justicia social, dado que este concepto es, indiscutiblemente, uno de los pilares doctrinarios de nuestro movimiento.
Reconozcamos, sí, que cierto progresismo ligado al campo nacional y popular, en sus últimas encarnaciones y en el presente, con la excusa de -para decirlo de distintas maneras- modernizar nuestra agenda, actualizar nuestra doctrina, o componer nuevas canciones, parece haber dejado en un segundo plano, en ciertas ocasiones, la centralidad que nuestras tres banderas adquirieron históricamente como pilares de un ideario que expresó, durante décadas, de distintas formas y en distintas etapas, a la inmensa mayoría de nuestro pueblo.
Como ya hemos dicho alguna vez, si a esto le sumamos la hipocresía y el doble estándar de muchos de nuestros dirigentes, nos encontraremos ante un problema más complejo, ya que estos dobleces no ayudan ni ayudaron jamás a aumentar y/o a consolidar nuestro grado de representatividad respecto de los sectores populares. Por último, si vemos como, además, muchos integrantes de nuestro pueblo sienten que les regalamos la “autenticidad” a otras expresiones políticas, nuestra responsabilidad como parte del campo nacional y popular es insoslayable.
Dicho todo esto, y sin pretensiones de originalidad, en este desordenado texto intentaremos discutir ciertos postulados de la derecha, tanto global como vernácula, en tren de desmitificaciones, a partir de un recorrido por algunas ideas que deberían ya sin dudas ser parte de nuestro acervo. En todo caso, al final de este texto, trataremos de diferenciar lo táctico de lo estratégico en un contexto tan difícil, controvertido y aparentemente desmoralizante como el actual.
II
La famosa “batalla cultural” en la cual se embanderan muchos de los integrantes de esta llamada nueva derecha se basa en la presunción de que así como el capitalismo y el liberalismo se impusieron a nivel global, fundamentalmente a partir de la caída del muro de Berlín y la URSS, en paralelo el marxismo, inteligentemente y a través de los postulados de Antonio Gramsci y la Escuela de Frankfurt, entre otros, habría logrado otorgarle relevancia a una serie de pautas culturales pretendidamente de izquierda que se sintetizarían en la agenda a la cual se proponen combatir y que se habría impuesto en el llamado “mundo occidental”. Esta controvertida interpretación de los hechos -por cierto, bastante eurocéntrica- podría pensarse también a la inversa, desde el campo de las subalternidades oprimidas. Como ya hemos expresado en algún otro texto, se puede decir que desde los años ochenta y noventa, la socialdemocracia en los países centrales y algunos periféricos concedió la hegemonía en términos económicos al capital monopólico a cambio del respeto por cierto mínimo piso de derechos y libertades para una parte de los sectores populares. Pero este es un proceso que llegó a su fin con el agotamiento de este statu quo pretendidamente equilibrado y hoy cruje tanto desde arriba como desde abajo: el poder hegemónico va por todo y los sectores subalternos van perdiendo su fe en las sobras de lo que alguna vez fuera el Estado de Bienestar. Y esto se expresa, por un lado, en la deriva autoritaria de personajes como Trump, Milei, etc.; y por el otro, en lo que algunos llaman insatisfacción democrática. Volviendo al autor con el cual iniciáramos este texto, la combinación de razón, modernidad, liberalismo y democracia, hace aguas por todos lados; y no dar cuenta de ello es no comprender la etapa crítica en la que nos encontramos. A esto, sumémosle que asistimos a una virtual tercera guerra mundial de características desconocidas, y que las discusiones a las que nos referimos no se dan aisladas de este contexto. El combo, entonces, es explosivo. En este marco, ¿dónde encontrar las respuestas a problemáticas que, según algunos, surgen en el Norte y no en las periferias del mundo, y cuán radicales pueden ser los planteos respecto de las salidas posibles? Distintos autores de los países centrales nos plantean esta problemática desde una mirada, otra vez, eurocéntrica. Y aquí no es cuestión de negar que ciertos problemas existan, sino de intentar buscar respuestas que, desde estas latitudes expoliadas y decididamente subalternas, den cuenta de esto con una mirada autocentrada y propongan alternativas, como sostienen tantos referentes intelectuales y políticos del Sur global.
Para ello intentaremos comenzar con una breve genealogía de esto que sostenemos, partiendo de hechos e ideas que, en general, no suelen figurar en los textos canónicos de lo que podríamos denominar “historia oficial”. Para comenzar con este racconto podemos citar que durante la época colonial, antes del proceso independentista, entre muchos otros hechos quizás no tan conocidos se produjeron las rebeliones de Túpac Amaru y Túpac Katari. Ya entrado el siglo XIX Artigas quería imponer la reforma agraria en la banda oriental. San Martín, en su célebre proclama de 1819, antes de cruzar los Andes, nos impelía a la posibilidad de “andar en pelotas” como nuestros hermanos los indios. En esa epopeya las mujeres cuyanas cumplieron un rol central. También podemos recordar que Juana Azurduy fue una de las heroínas de ese proceso independentista. Entonces, ni el racismo ni el sexismo eran parte sustancial de la cosmovisión de aquellos, nuestros primeros héroes y heroínas. Para cerrar este apartado, baste recordar que el nombre de la logia a la cual se había integrado el Libertador llevaba el nombre de Lautaro, un indio que se había rebelado en contra de la corona española. Por lo tanto, se puede sostener que recién después de Caseros, cuando la oligarquía consolida su poder en nuestro país, como lo hace paralelamente en otros países de la región, se impone la idea de una Argentina blanca y masculina sobre todas las diversidades que componen la identidad de nuestros sectores populares.
Así mismo, entre algunas de las principales resistencias a este orden oligárquico, podemos contar, además de los malones de nuestros pueblos originarios, a las montoneras federales, integradas por descendientes de los mismos entremezclados con gauchos. También podemos contar las expresiones de resistencias de los negros que habían sido traídos como esclavos, y completaríamos así un cuadro que desafía el relato de la historia oficial a la que nos referíamos.
Cambiando de enfoque, también se puede sostener que las expresiones culturales, tanto en la danza como en la música, son resultado de un mestizaje en el cual, ya desde fines del siglo XIX, se agregan los inmigrantes del sur de Europa y de algunos sectores de Asia, no solo en nuestro país sino en varios países latinoamericanos. En ese marco, tanto en la chacarera y la zamba, ambas derivadas de la zamacueca, como en el tango y el candombe en los cuales se mixturan la habanera, la milonga y la música del tamboril, nos encontramos con estructuras rítmicas indisociables de los negros y los pueblos originarios, junto con la tonalidad indudablemente surgida en Europa.
Por consiguiente, podemos decir, a contrapelo de los relatos que se pretenden hegemónicos, que tanto en la política como en la cultura argentina se puede construir otra historia, al menos si la concebimos “desde abajo”. Como venimos sosteniendo, ni en los sectores populares ni en sus principales referentes históricos, primó jamás el discurso oligárquico acerca de nuestra identidad.
III
Ya entrando al siglo XX, tanto el sindicalismo en sus distintas variantes, como el anarquismo y el yrigoyenismo, fueron expresiones de esta identidad mestiza de nuestros sectores populares, lo que se profundizó a partir del surgimiento del peronismo. En nuestro movimiento tampoco jamás primaron ni el racismo ni el sexismo. La apelación permanente a “los cabecitas negras” como sujeto de este, el voto femenino y el rol de Evita como actor central, son muestras palmarias de que Perón, que como San Martín tenía sangre india y además hablaba mapuche, no concebía a la política como la actividad de una élite blanca y masculina desvinculada del pueblo que habitaba en estos lares.
Mas adelante, los protagonistas de la generación de los 60 y 70, más allá de algunos prejuicios que tenían más que ver con las derivaciones de ciertas posiciones retrogradas del socialismo realmente existente -otra vez- en Europa, fueron tanto mujeres como varones que abrevaron en las tradiciones de lucha que venimos enumerando y entre los cuales podemos contar hasta incluso al novedoso Frente de Liberación Homosexual que formó parte de la movilización en el retorno de Perón a la Argentina. Un Perón que, además, para completar el cuadro, ya en sus últimos años expresaba su preocupación por las cuestiones ligadas al medio ambiente. Un hombre adelantado a su tiempo en muchos sentidos.
Así también, en la etapa más oscura de nuestra historia, entre la inmensa cantidad de militantes desaparecidos o exiliados, encontramos tanto a varones como a mujeres, a morochos como a rubios, a católicos como a musulmanes y judíos, y tanto a heterosexuales como homosexuales. Incluso podemos sostener, sin temor a equivocarnos, que la represión en esta revancha oligárquica se ensañó especialmente con las mujeres, los morochos, los judíos, y todos aquellos que además de cuestionar el orden de las clases dominantes, no formaban parte de esa Argentina blanca, masculina y heterosexual con la que soñaron quienes ellos consideraban “los padres fundadores de la patria”. La suya.
Ya con posterioridad al retorno democrático y atravesadas las frustrantes experiencias del alfonsinismo, del menemismo y de la Alianza, durante los gobiernos de Néstor y Cristina, la ampliación de la agenda temática de nuestro movimiento se volvió insoslayable. Comenzando con la reivindicación de las banderas históricas de los organismos de derechos humanos y con su asunción como política pública de Memoria, Verdad y Justicia, pasando posteriormente por iniciativas tales como las leyes de matrimonio igualitario, de identidad de género y la AUH, entre otras. Los hechos hablan por sí mismos.
Más recientemente, las mujeres de nuestro Movimiento fueron protagonistas de la marea verde que culminó con la aprobación de la ley de IVE en 2020.
En el presente, incluso, son parte de nuestro movimiento aquellos que se plantean más seriamente expresar a los sectores de la economía popular, a los cuales algunos insisten en no considerar como parte de la realidad laboral de nuestro país.
Por lo tanto, pretender que el ideario de nuestro movimiento no incluye a las ideas a las cuales el poder hegemónico pretende confrontar es, como dijimos, falso. Porque más allá de que a ciertos tópicos en los países centrales se los identifique como “agenda woke”, la mayoría de los mismos forman parte de la agenda de los sectores subalternos y oprimidos con mucha mayor claridad en las periferias del mundo y en Latinoamérica en particular.
IV
Aunque a algunos compañeros les cueste aceptarlo, la interseccionalidad es constitutiva del movimientismo desde los orígenes del peronismo. Teniendo en cuenta el racconto que acabamos de hacer, es difícil que alguien ose discutir con fundamentos empíricos que las nociones de clase, raza y sexo no estuvieron presentes siempre en el movimiento, más allá de que recién en las últimas décadas esto se haya teorizado y explicitado abiertamente y en profundidad. ¿Conceptos como la equivalencia de demandas como eje constitutivo de la identidad y los liderazgos de los nacionalpopulismos no tienen un fuerte aroma a esta interseccionalidad? Los desarrollos teóricos de los intelectuales llamados “decoloniales”, de los cuales formaba parte el autor con el que iniciamos este texto, ¿no plantearon acaso dicha interseccionalidad como piso imprescindible para una estrategia de lucha y de disputa desde el campo popular en toda Latinoamérica?
¿No acabamos de despedir, acaso, en estos días, a quien fuera el argentino más importante de la historia, integrante de una institución que durante siglos expresó posiciones conservadoras pero que él intentó abrir y actualizar, dando cuenta, tanto en su prédica como en su práctica, de la incorporación de los tópicos de diversas subalternidades a la iglesia católica? ¿No fue acaso Francisco el que puso en el centro de la agenda cuestiones como la inmigración o la pobreza y la justicia social? ¿No fue él quien nos habló del cuidado de la “casa común”, en obvia referencia al cuidado del planeta y su medioambiente? ¿No fue también él quien cuestionó el accionar de la iglesia respecto de los pueblos originarios durante la conquista? ¿Y no fue él también quien propugnó que todos, incluso los divorciados y los homosexuales, eran hijos de Dios y debían formar parte de la iglesia? Basta con leer sus encíclicas para entender esto. ¿Por qué otra razón podemos pensar que nuestro actual presidente lo describiera en su momento como “representante del maligno en la tierra” o que los principales referentes de la derecha, tanto fuera como dentro de la iglesia, lo odiaran y combatieran más o menos solapadamente?
La figura de Francisco, en todo caso, latinoamericano, argentino, e indudablemente cercano al campo nacional y popular, nos coloca frente al dilema de pensar si eso que los representantes más conspicuos del poder y el discurso hegemónico denominan “agenda woke”, no esconderá en realidad una operación discursiva para denostar y enmascarar discusiones mucho más profundas que la simple caricatura que pretende expresar este concepto. ¿El Papa que citaba a Kusch y les proponía a los jóvenes que hagan lío, no expresaba en realidad la agenda y los tópicos del conjunto de las periferias y sus subalternidades? Entonces, más allá de que algunos puedan caricaturizarlo como “el Papa woke”, siempre desde una mirada eurocéntrica; nosotros preferimos definirlo como un Papa contrahegemónico y, en todo caso, decolonial.
V
“Las brújulas andan, lo que se rompió es el mundo”, dice uno de los personajes principales de El Eternauta, tan en boga en estos tiempos. Y podemos decir que sí, que lo que parece haberse roto es el mundo, pero que, pese a ello, debemos seguir confiando en nuestras brújulas históricas, políticas e ideológicas. Nuestro pueblo y sus principales referentes, San Martín, Yrigoyen, Perón, Eva, Néstor, Cristina y, sin lugar a dudas, Francisco, siguen siendo quienes deben marcarnos ese rumbo y ese norte metafórico que jamás deberíamos abandonar.
Entonces, llegados a este punto, se impone intentar comprender de qué manera se enfrenta, desde Latinoamérica,y desde el Peronismo, la actual trampa en la cual nos quiere encerrar el poder concentrado en este mundo aparentemente roto. Y las alternativas no parecen ser demasiadas.
Por un lado, están quienes -como ya dijimos- niegan que estos tópicos de los que venimos hablando deban ser parte de una agenda propositiva de cara al futuro y para la construcción de nuevas mayorías. Hay quienes pretenden reducir el programa del movimiento nacional a una acotada expresión anacrónica que, incluso, no coloca en primer plano a nuestras tres banderas históricas de una manera clara, sino que las reduce a un vago nacionalismo con algunos rasgos distribucionistas. Quienes proponen esta alternativa parecen nostálgicos no del primer peronismo, como dicen pregonar, sino de otras experiencias históricas tales como el desarrollismo frondizista, la Revolución Argentina y el Onganiato y, más claramente, del menemismo. Pero nosotros ya sabemos cómo terminaron esas experiencias y cuáles fueron los costos para nuestra patria y para nuestro pueblo. Por lo tanto, descartamos de plano esta alternativa.
En segunda instancia, existen quienes, replicando consciente o inconscientemente esta visión eurocéntrica a la que nos veníamos refiriendo, plantean que el movimiento nacional y popular o algunos sectores del mismo deben asumir en plenitud la, ahora sí, “agenda woke” y construir alternativas políticas más parecidas a lo que plantea la socialdemocracia europea que a lo que, en nuestra historia, fueron las experiencias más transformadoras encabezadas por nuestro movimiento. También sabemos por experiencia qué sucedió en nuestro país cuando el campo popular o parte del mismo intentó este camino: el alfonsinismo, la Alianza y, finalmente, la experiencia fallida del Frente de Todos y el gobierno de Alberto Fernández son ejemplos de ello, y el que se quema con leche, ve una vaca y llora. Ergo, descartamos también esta alternativa.
Por último, estamos quienes creemos que basándonos en nuestra historia y las experiencias más exitosas y transformadoras que encabezara el peronismo, pensamos que debemos asumir como propia esta interseccionalidad de la que venimos hablando, como parte de un programa estratégico de liberación nacional y social, más allá de que esto en la coyuntura pueda parecerle a algunos inverosímil. Porque como también se dice en El eternauta, aunque a veces no lo parezca, “lo viejo funciona”. Nuestro pasado nos muestra que, así como ninguna victoria es permanente, ninguna derrota es definitiva, y asumir cualquiera de las dos alternativas anteriores es partir de una posición colonizada, sea por derecha o por izquierda, cuando parte central del problema ante el cual nos encontramos es el de esa colonialidad tan presente en la dirigencia política de nuestro país y, para qué negarlo, en una porción de nuestra población. El inmenso aparato mediático y tecnológico no deja un resquicio en su pretensión de imponer esta mirada tan ajena a nuestra identidad real, sobre la cual profundizaran muchos de los ejemplos citados, y que el gran Arturo Jaureche definiera, hace ya más de cincuenta años, como “colonización pedagógica”. Lamentablemente, esa colonización penetró también en algunos sectores de nuestro movimiento y la ruptura con ese paradigma es el primer paso para proponernos una agenda programática de cara al futuro basada en nuestras tres banderas históricas. De lo contrario, nos encontraremos ante la paradoja de que más allá de lo que se expresa retóricamente, estaremos diluyendo y quitando relevancia a la entidad de uno de los dos campos que confrontaron durante más de doscientos años en la Argentina, justamente al que expresara y debería seguir expresando la identidad de los sectores populares. La identidad y los intereses de los sectores populares en su enfrentamiento con el proyecto de los sectores oligárquicos.
¿Esto implica negar la realidad y las complejidades de la misma? De ninguna manera. Por el contrario, implica entender que bajar las banderas que nuestro pueblo fue levantando y asumiendo como propias durante décadas, no es más que asumir como definitiva una situación que indiscutiblemente es circunstancial, por más grave que parezca en el presente. Si a esto le sumamos el contexto de crisis geopolítica al cual nos referimos más arriba, aún indefinida, necesariamente tenemos que diferenciar lo táctico de lo estratégico. El mundo está roto. Es verdad. Pero esto puede ser leído como un callejón sin salida o como una oportunidad. Nosotros, como militantes del campo nacional y popular, no tenemos otra alternativa que la de asumir una mirada optimista respecto del largo plazo.
Lo estratégico es seguir pensando a nuestro movimiento como alternativa de poder, poniendo en el centro del debate una agenda de mayorías que no se desligue de las ideas fuerza de la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. ¿Pero qué significa hoy, en este mundo roto, recuperar la brújula de nuestras tres banderas históricas? En primer término, la soberanía política implica plantearse una inserción inteligente en un contexto de brutal cambio geopolítico y, como decíamos, virtual tercera guerra mundial. Para esto es imprescindible retomar las ideas de San Martín y Bolívar en el siglo XIX, de Perón y Vargas en el siglo XX y de Néstor, Chávez, Lula, Mujica y Evo, entre otros, en los albores del siglo que vivimos. No hay soberanía política posible sin integración latinoamericana. Y esto, quienes más en claro lo tienen, son el imperio en declive y sus cómplices locales, uno de cuyos más conspicuos representantes es nuestro actual presidente, que no es otra cosa que un peón del eje anglosionista colocado en el lugar en el que está para torpedear de todas las maneras posibles los intentos de un nuevo proceso de integración y de autonomía. Tener en claro esto es imprescindible para actuar en el presente y en el futuro cercano.
En segunda instancia, la independencia económica implica un modelo de desarrollo autónomo, inseparable del punto anterior, en el cual nuestra economía no se reprimarice y vuelva a construir cadenas de valor que nos permitan que nuestras “ventajas comparativas” en términos de recursos naturales, tales como el agro, los hidrocarburos, el agua, el litio, etc., no sean entregados livianamente a los monopolios y a las grandes potencias en desmedro tanto de los habitantes de este país como del ambiente. El proyecto de esa oligarquía neocolonial, blanca y masculina fue, desde la conquista hasta nuestros días, el de ser meros exportadores de materias primas sin valor agregado. Las minas de Potosí, “el granero del mundo” y el actual RIGI son la cara de una misma moneda. Sin romper con este modelo neocolonial extractivista no hay independencia económica posible. Nuestra balanza comercial tiene que tener indiscutiblemente un saldo favorable, pero no a costa de la salud de nuestra población, de la sustentabilidad en el tiempo de nuestro desarrollo ni del bienestar de las futuras generaciones de argentinas y argentinos.
Por último, la justicia social implica necesariamente en primer lugar una distribución del ingreso que rompa con esta matriz en la que pocos tienen mucho y muchos tienen casi nada. Esto es obvio. Pero, a su vez, debemos ampliar de una vez y para siempre el concepto de justicia social incorporando al mismo esta interseccionalidad a la cual nos venimos refiriendo, teniendo en cuenta -como ya expresamos- los conceptos de clase, de sexo y de raza como ejes constitutivos de la misma, lo que implica que no solo “los números cierren con todos adentro”, sino que también incluyamos en ese “todos” los derechos de todas las subalternidades que habitan este suelo.
Lo táctico en todo caso es entender las nuevas formas de comunicación, de interacción social y el asumir esta coyuntura de reflujo del campo popular como una circunstancia y no como el cierre de un ciclo histórico.
En el medio de este berenjenal no hay lugar para experimentos que no den cuenta de cuáles son los campos en disputa en nuestro país, en la región y en el mundo. De la profunda comprensión de esto depende que podamos o no encontrar una salida en el corto o el mediano plazo.
No es cuestión de esconder nuestras banderas o reivindicaciones que incomoden a algunos sectores porque una encuesta dice que es lo conveniente coyunturalmente, ya que eso sería traicionarnos a nosotros mismos, a nuestra identidad y a nuestra historia.
El peronismo no es ni socialdemócrata ni mera retórica nacionalista. El peronismo es transformación de las estructuras de nuestra sociedad en favor de los que menos tienen en términos tantos materiales como simbólicos. Cuando nos olvidamos de esto, fue cuando retrocedimos. Por lo tanto, nuestra estrategia no puede ser otra que la de representar al conjunto de los sectores oprimidos de nuestra patria, dándoles voz y buscando expresarlos tanto en las calles como en las urnas.
No comprender esto es asumir esta coyuntura como una derrota definitiva cuando la historia nos demuestra, como dijimos más arriba, que tal cosa no existe. Y el derrotismo nos lleva al individualismo, el faccionalismo y al sálvese quien pueda.
Las discusiones no son de forma. Las discusiones son de fondo, políticas e ideológicas. Es imprescindible que nos hagamos cargo de nuestra identidad histórica, del rol que debemos cumplir en el presente o en el futuro cercano, por más empinada que parezca la cuesta. Nos lo enseñó nuestro pueblo decenas de veces y nos lo dijo claramente el gran Héctor Oesterheld, uno de los miles de militantes de nuestro movimiento que entregó su vida y la de toda su familia en la certeza de que nadie se salva solo y de que el único héroe es el héroe colectivo.