En 2019, la editorial Clave Intelectual publicó Feminismo e Islam. Las luchas de las mujeres musulmanas contra el patriarcado. En este trabajo, coordinado por la socióloga y militante feminista de origen iraquí Zahra Ali, se suceden las voces de activistas, profesoras, intelectuales feministas y religiosas islámicas para reflexionar sobre las preconcepciones acerca del “mundo musulmán” como algo homogéneo e indiviso; la colonización, el orientalismo y el rol del feminismo hegemónico en esa cruzada; y, finalmente, la propuesta de un feminismo que ejercite la fe, un feminismo con la religión como marco de referencia.
El “mundo musulmán”
La comunidad musulmana está conformada por más de mil millones de personas que viven en diferentes partes del mundo, en condiciones políticas, económicas, sociales, culturales y religiosas muy diversas. Así, lo que ocurre con las mujeres en el “mundo musulmán” es tan variopinto como el alcance de la diáspora de estos fieles. En ese sentido, las autoras sostienen, por un lado, que, en las tierras del islam, marcadas por la heterogeneidad sociocultural, existe una gran diversidad de mujeres. Esto rompe con la imagen monolítica de la “mujer musulmana” y del “mundo musulmán”. Además, enfatizan que la opresión sobre las mujeres es un fenómeno universal y que “ante esta terrible realidad, querer estigmatizar o jerarquizar los diferentes tipos de opresión resulta realmente intolerable, ya que eso implicaría que, por el simple hecho de su pertenencia cultural, algunas de ellas serían menos aceptables que otras”.
En el entendimiento de que las desigualdades, la opresión y la violencia que padecen estas fieles no tienen raíz en los textos sagrados, las autoras explican cómo se organiza la teología islámica. Las dos fuentes principales son el Corán y la Sunna. El primero es la palabra de Alá revelada al profeta Mahoma y es uno de los pocos libros sagrados que se dirige directamente a las mujeres.
Para los musulmanes y las musulmanas, los creyentes y las creyentes, los obedientes y las obedientes a las órdenes de Dios, los sinceros y las sinceras, los pacientes y las pacientes, los humildes y las humildes ante Dios, los caritativos y las caritativas (…) (sura 33, versículo 35).
La Sunna es el conjunto de los preceptos que se le atribuye a Mahoma y resulta la segunda fuente sagrada en el islam. Ambas escrituras son el fundamento para comprender la sharia, es decir los principios superiores de la religión: el “camino”, el marco de referencias para el desarrollo de la vida. Es la totalidad de la voluntad divina, es el ideal trascendental que condena toda idea de explotación y dominación. Es sagrada, universal y eterna. Asimismo, sobre estos textos, los eruditos musulmanes a lo largo de la historia han elaborado la jurisprudencia islámica, el fiqh. Se trata de un proceso de interpretación y comprensión humana que se refleja en las normas para fortalecer la justicia y la igualdad en las sociedades. Por tanto, es una construcción social sujeta a cambios. Allí es donde se abre la posibilidad de revisar desde el presente estos textos sagrados y de ejercer una crítica a la impregnación patriarcal en las opiniones jurídicas y comentarios coránicos. Más aún, ello es posible porque el islam, desde los primeros juristas, cuenta con un instrumento llamado ijtihad que permite repensar las fuentes escriturarias en función de los contextos culturales, sociales, económicos y políticos. En ese sentido, al distinguir “un texto de sus lecturas”, la revista a los mismos amplía los horizontes de posibilidad en la exégesis.
Las autoras sostienen que existe una brecha entre lo que dicen los textos sagrados y lo que se aplica en las leyes y tradiciones que rigen la vida diaria de los musulmanes. Agregan que el derecho islámico fijó la condición de la mujer en una posición oprimida como un hecho invariable, al tiempo que fue borrando los aportes de las mujeres en la ciencia islámica, la producción intelectual del saber religioso, sus reflexiones, sus saberes, aportes e ideas. En contraposición a esta falsificación y sacralización de las interpretaciones sexistas, en el libro se enfatiza que en el Corán se enseña que Alá siempre está presente y que tiene el poder divino de engendrar unidad y armonía en todo; que él es el más grande y único y, por tanto, entre dos personas solo puede existir una relación de reciprocidad horizontal; que se promueve una vida justa e igualitaria; que se enfatiza la interrelación entre la vida humana y la creación en su conjunto; que la noción de pluralismo se imparte como parte de la visión del mundo; que se exige la integridad moral en el espacio público y en el privado; que hombre y mujer son dos categorías del género humano que gozan del mismo respeto y tienen el mismo potencial; que las exigencias de comportamiento son las mismas e igual la recompensa por su rectitud; que el mandato divino es ser agentes morales durante toda la vida, sin distinción de género: todos, todas “son representantes de Alá y depositarios de Su voluntad en la Tierra”.
¡Oh, seres humanos! Los hemos creado de un macho y de una hembra y los hemos hecho pueblos y tribus para que se conozcan mutuamente. En verdad, el más noble de ustedes ante Dios es el de más piedad (sura 49, versículo 13).
Pareciera, entonces, que el fundamentalismo no es inherente al islam, si no a los intérpretes: “la propia jurisprudencia islámica, o fiqh, que se consolidó en su forma clásica en el siglo IX, estaba completamente invadida por las concepciones y comportamientos patriarcales de la época. Esta versión patriarcal de la jurisprudencia ha configurado las diferentes formulaciones contemporáneas de la sharia”. Así, “el problema es que se institucionalizó una cultura de depreciación de la mujer a expensas del mensaje liberador del Corán y de la tradición profética”.
Lo promisorio es que, aunque “el combate por la interpretación de los textos sagrados del islam ha moldeado toda la historia y la civilización islámica (…) desde principios del siglo XX, el tema de los derechos de la mujer pasó a ocupar un lugar central en este combate, lo que refleja tanto la realidad contemporánea como el cambio de estatus de la mujer musulmana”. En ese campo de disputa se despliegan estas reflexiones.
Colonización y el orientalismo
El orientalismo, entendido como la construcción de una imagen repulsiva de Oriente caracterizado por el arcaísmo cultural, el despotismo político y el fundamentalismo religioso, es predominante en el sentido común occidental. Así, esta zona del mundo ha representado un peligro homogéneo y constante. Ese Otro, que para que no constituya una alternativa civilizatoria, desde el 1500 ha sido descalificado e identificado como el oscurantismo. Sin intentar exonerar a los musulmanes de las responsabilidades sobre el devenir de sus propias sociedades y evitando culpar a Europa y América del Norte de todos los males, las autoras argumentan que el colonialismo “que aseguraba venir a liberarnos de nuestra herencia cultural y religiosa provocó, por el contrario, la radicalización de determinadas prácticas y símbolos (en particular, el velo), que los musulmanes terminaron por considerar como marcadores de identidad y, por ende, como diferencias respecto de Occidente”. En ese proceso, las mujeres pasaron a ser símbolo de tradición.
Lo complejo de esta relación es que el feminismo originado en Europa y América del Norte funcionó como justificación moral para cuestionar y atacar a las sociedades musulmanas desde una posición de superioridad civilizatoria integral de Occidente. Entonces el auge del nacionalismo y el anticolonialismo puso a los musulmanes “a la defensiva respecto de las relaciones de género tradicionales”. Así el feminismo pasó a ser concebido como un proyecto colonial que debía ser combatido. Sin embargo, poco a poco, muchas mujeres decidieron volver a la sharia -al “camino”- y comenzaron a cuestionar que existiera un vínculo entre los ideales islámicos y el patriarcado. De esta forma, para fines de la década de 1980, ya se observaba el surgimiento de un discurso feminista en la lengua del islam.
La mayoría de las intelectuales dedicadas a este campo se han centrado en la interpretación coránica y han logrado desvelar el mensaje igualitario del Corán. Para ellas, el origen de la desigualdad de género en la tradición jurídica islámica radica en las normas culturales de las primeras sociedades musulmanas, mientras que los ideales del islam persiguen la libertad, la justicia y la igualdad. Asimismo, expresan que las ideas y prácticas misóginas que se dan en ciertos países con mayoría musulmán son previas al Corán y que no están inscritas ni se respaldan en los textos escriturarios. Precisamente por eso, estas académicas y activistas se orientan a descolonizar y desencializar toda la lectura del feminismo y del islam, para ver de qué manera las mujeres que practican esta fe reflexionan sobre la igualdad en función de sus problemáticas, sus términos y sus contextos. Se trata, así, de un feminismo alternativo, inscripto en realidades nacionales distintas, pero en la lengua islámica.
Un feminismo que ejercita la fe
Los feminismos que tienen una religión como marco de referencia generan gran polémica tanto para algunos feminismos como para algunos religiosos. En el primer caso, una parte del activismo concibe que cualquier culto es patriarcal y que, por tanto, resulta contradictoria con el proyecto de emancipación de las mujeres. En cuanto a los segundos, aquellos musulmanes que son contrarios a las relecturas de los textos sagrados, este movimiento es entendido como una occidentalización.
Por eso, este trabajo propone una lectura alternativa a esos feminismos y al conservadurismo musulmán a través de la reflexión, la investigación y la conversación entre Zahra Ali, Amina Wadud, Margot Badran, Asma Lamrabet, Asma Barlas, Ziba Mir-Hosseini, Zainah Anwar, Omaima Abou-Bakr, Saida Kada y Hanane al-Lahan. Estas mujeres elaboran una reflexión, un discurso y una práctica feminista articulada dentro de un paradigma islámico: entienden que el Corán “busca derechos y justicia para mujeres y hombres en la totalidad de su existencia”, que se orienta a la igualdad de género y a la justicia social con la centralidad de los argumentos islámicos, pero no de forma exclusiva o cerrada. Además, conciben que “los feminismos nacen en situaciones geográficas particulares y se expresan en términos locales” y que el feminismo musulmán no se limita al marco islámico, sino que se combina con los discursos democráticos, con el nacionalismo y con los derechos humanos, al tiempo que se propone “para todos”.
En un esfuerzo genealógico, las autoras parten de que, en la época de la Revelación, en el siglo VII, la esposa del profeta Mahona, Umm Salama, le preguntó por qué el Corán se dirigía solo a los hombres. Su reclamo para que también se refiera directamente hacia las mujeres fue atendido. Y este suceso da cuenta de que las reivindicaciones feministas no son nuevas. Asimismo, señalan que el feminismo islámico surgió al mismo tiempo que el europeo, pero que su génesis estuvo marcada por las posiciones anticoloniales y nacionalistas. La extensiva presencia de mujeres en las universidades, quienes se han re-apropiado del saber religioso y han desplegado sus demandas con una masividad en los procesos revolucionarios que atravesaron a la región árabe en diferentes etapas históricas ha robustecido al activismo. Ciertamente, en los últimos 25 años ha tomado forma en el marco del pensamiento reformista musulmán que, desde fines del siglo XIX, reclama un “retorno a las fuentes” y una relectura del Corán y la Sunna. Este feminismo entiende que la revelación coránica tiene un potencial emancipador y que, por ello, hay que despojarlo de las interpretaciones sexistas de los ulemas -hombres que se adjudican una autoridad superior para imponer sus lecturas sobre los textos sagrados-.
Lejos de todas las preconcepciones que atraviesan la relación entre los feminismos y el islam, estas activistas han mostrado una “porosidad de las fronteras entre la militancia laica y religiosa”, vinculando trabajos dentro y fuera del campo islámico y, hasta, recuperando reflexiones que se ignoraban o se cuestionaban severamente. Asimismo, este feminismo reconoce la pluralidad de las modalidades para la emancipación femenina con una dura crítica a los feminismos hegemónicos de los países del Norte que se arrogan la potestad de indicar las vías para la liberación de las mujeres en el resto del globo. En línea con bell hooks, ellas reclaman que “las diferentes condiciones de vida de las mujeres imponen reivindicaciones divergentes”. También, reivindican su compromiso con la espiritualidad musulmana y se muestran refractarias a la idea de que toda iniciativa contra la opresión debe distanciarse de la fe religiosa: ellas “proponen vincular piedad, espiritualidad y emancipación”. Más aún, proponen la posibilidad de que hombres y mujeres puedan realizar una lectura liberadora. Un feminismo para todo el mundo.
El objetivo es eliminar el patriarcado teológico de la tradición islámica y recuperar el rol histórico de las musulmanas en la interpretación, articulación y elaboración de los textos, de la ciencia y la enseñanza islámica. En ese sentido, estas intelectuales y activistas, han organizado redes transnacionales en el afán de modificar la jurisprudencia y mejorar la vida de estas mujeres en el mundo. Para la mayoría de ellas, renunciar a la religión no es una alternativa. Por ello, “la voluntad de separar el patriarcado de los ideales y los textos sagrados islámicos, dándole voz a una visión igualitaria y ética del islam puede empoderar a las mujeres musulmanas de todas las clases sociales para que tomen decisiones dignas. De eso se trata el feminismo islámico”.
Ciertamente, la violencia doméstica, el acoso sexual, el reparto desigual de las tareas de cuidado y reproducción, el sexismo y las degradaciones en los medios de comunicación, la desigualdad salarial, la infantilización de la mujer, las asimetrías al momento de acceder a la justicia y de ser juzgadas, los obstáculos para la participación y representación política, entre otros asuntos, son parte de las preocupaciones de las mujeres en cualquier punto del globo. Precisamente por ello, este texto convoca a seguir construyendo un “feminismo sin fronteras” que incorpore las cuestiones sociales y raciales a su crítica de la dominación masculina, reconociendo las múltiples formas de ser feminista y la legitimidad de discursos alternativos que se estructuran en una religión o en tradiciones políticas nacionales.
Quizás ahí radique la potencia. Ser más en lo que ya somos.
Excelente nota!!!