Por estos días, sucedió en nuestro país el debate parlamentario más extenso del que se tenga registro. Esa ley con aspiraciones refundacionales se trató en el pleno de la Cámara de Diputados y logró su aprobación general. Sin embargo, durante el tratamiento en particular, la hostilidad del Ejecutivo para negociar con las demás fuerzas políticas y los gobernadores -a pesar de su voluntad para entenderse- y la brutalidad de la represión en las afueras del palacio signaron la primera derrota parlamentaria de la novel gestión libertaria. Mientras tanto, la inflación mensual se duplicó agobiando a una buena parte de la sociedad que llegó hasta acá extenuada. En este contexto, el calor récord tampoco ayuda.
Así, los reclamos se multiplicaron y la demanda por alimentos también hizo calle. En respuesta, la ministra de Capital Humano Sandra Pettovello determinó que no va a hablar con los referentes sino con la gente que tenga hambre y pidió que vengan de a uno. Le hicieron caso y la semana arrancó con una fila interminable. El cálculo varía según las cifras que se usen, pero si va a atender a quienes están por debajo de la línea de la pobreza, Pettovello tendrá que trabajar 24/7 durante los 1400 días que quedan hasta el final del mandato y entrevistar a más de 300 personas por hora. Algo ciertamente improbable, especialmente porque no es esa la vocación libertaria. En su determinación anida la pretensión de correr a los movimientos sociales, a esos “militantes-no personas” en términos de Oscar Zago, desconocerlos como interlocutores de las barriadas por sus posiciones políticas y reemplazarlos por otras organizaciones que actúan con arreglo a valores morales conservadores. Para ella, en verdad, no hay inconveniente en la “tercerización” de la ayuda social, sino que lo que impugna es el horizonte de posibilidades que esos intermediarios proponen. Es una cuestión de fondo, no sólo de formas. Una decisión ideológica. Así, en la acechanza de la licuación salarial y el ajuste fiscal, ya se huele el reforzamiento de los roles establecidos de género, la estructura familiar patriarcal y el regreso al asistencialismo focalizado (uno por uno). El despliegue de esta reacción neoliberal conservadora encontró vocera: Sandra Pettovello.
Para despejar cualquier duda sobre el carácter reaccionario de esta experiencia libertaria, mientras se habla de la vendetta de Javier Milei a quienes no acompañaron la Ley Bases, anoche se conoció que La Libertad Avanza (LLA) presentó un proyecto que, como una pinza, busca derogar la Ley 27.610 de Interrupción Voluntaria del Embarazo y penalizar a quienes lo practiquen. Lo singular de ese giro conservador -más cantado que el romance entre Lali y Rosemblat- es que se despliega dando nuevas señales de improvisación del bloque oficialista y del gobierno: por estas horas, se analiza si hubo o no consentimiento de los diputados firmantes del proyecto. De confirmarse, al desconocimiento de los procedimientos que evidenciaron Zago y Francos se le agregaría el pisoteo de los propios. En cualquier caso, este intento por quitar derechos conquistados deberá someterse a votación entre los diputados y diputadas que, por estas horas, han sido vapuleados por militantes, dirigentes y autoridades de LLA. La promesa libertaria de “una nueva forma de hacer política”, en verdad, resulta un híbrido entre recién llegados, ignorancia de las reglas básicas y autoritarismo. También deriva de sus frustraciones materiales y simbólicas, hijas de una democracia a media máquina, pero que se procesaron como la hostilidad que estamos padeciendo.
En este presente desafiante, el libro Feminismo Jumanji: una apuesta justicialista contra la ira neoliberal conservadora resulta un intento por volver a pensar lo comunitario y la política, con la esperanza de quebrar la hegemonía del individuo atomizado, la moralidad como ordenador social y la hostilidad como estrategia política. Quien lea, recordará la famosa película Jumanji que se estrenó en 1995 con el protagonismo de Robin Williams. Inspirada en un cuento infantil, el largometraje cuenta la historia de unos chiquitos que encuentran un juego de mesa tan antiguo como atrapante en el que ronda a ronda, los dramas se tornan más violentos y perniciosos. Es el regreso al estado de naturaleza y para terminar con esa pesadilla, todos los jugadores deben permanecer juntos y que uno de ellos llegue al final del recorrido. De igual forma, en el presente y por fuera de toda ficción, proliferan las crisis con una misma raíz: el neoliberalismo.
Se trata de algo más que una escuela económica: es un dispositivo que intenta gobernarlo todo -las instituciones y lo íntimo-. Aunque también encuentra resistencias, contribuye a la formación de subjetividades neoliberales, es decir, formas de ser mercantilizadas hasta los huesos en las que impera el individualismo, la meritocracia, el consumo y el descarte. También, es una tecnología civilizatoria que promueve el desplazamiento del Estado, la desterritorialización del capital y la impugnación democrática. Este programa, lejos de mitigar los dolores, los agrava. Con él se impone una época de catástrofes y día a día la escena se pone más cruenta. Entonces, la ira se despierta ante la desigualdad sin respuestas. Así, advertimos que la misma mecha que prendió la llama del Ni una Menos hoy ordena el Viva la libertad carajo. Y precisamente por eso, repasar el devenir de los feminismos atendiendo al mapa de nuestros desacuerdos pacientemente cuidados puede prestarse como una hoja de ruta para leer el presente. ¿Qué hacer con el Estado y su impotencia? ¿Cómo actuar frente a la opacidad de la justicia? ¿Cómo posicionarse sobre el sexo comercial cuando acecha el hambre? ¿Cómo construir poder para volver a tejer lo común/comunitario? Estas son las cuatro controversias que elegimos para pensar la actualidad del movimiento feminista y esta época. Se despliegan en cada uno de los capítulos de este libro, polemizando con los feminismos liberales y progresistas desde el prisma del feminismo justicialista que inscribe la lucha por la igualdad de género en la pelea por la justicia social, privilegiando lo gregario, el carácter democrático y federal, así como su raigambre en el sur periférico. Este feminismo es una apuesta frente a la ira neoliberal conservadora: antepone la igualdad, concibe al Estado como un actor central y recupera la política para ordenar lo común, lo que es de todos, todas, todes.
Hoy, cuando parece que la rabia de la reacción se hizo sentido común, tenemos el desafío de idear alternativas a la encerrona mercantilista, punitivista, puritanista e impolítica. Sin dudas, la revolución neoliberal conservadora ordena la ira en función de una vocación antidemocrática y antiestatista que apunta contra la tríada justicia social, feminismos y derechos humanos. Por eso, desplegar estas controversias que el movimiento de mujeres y diversidades tiene sobre el Estado, la justicia, la prostitución y el poder, revisitando los desacuerdos y las limitaciones, pero también lo aprendido, abre la posibilidad de repensarnos y trazar una hoja de ruta para seguir enfrentando a la austeridad. En estos tiempos de urgencia, ningún horizonte puede ampliarse si se profundiza el neoliberalismo. De nada nos sirve ser iguales en un mundo que cada vez precariza más la existencia. En esta batalla final, los feminismos se enfrentan a la ira de la reacción moralizante a sabiendas de que, para terminar con los peligros, todos los jugadores deben sentarse a la mesa y tejer lo común para sortear cada desastre, hasta que salga Jumanji. Que salga.