Agustina Diaz* | 8M Ocho Miradas frente a la austeridad
Basta. Una palabra que surge en miles de gargantas y resuena en miles de cuerpos. Que se grita y se murmura y pasa de boca en boca como contraseña. Palabra que se encarna, que pone al cuerpo rígido y en estado de pelea, lo pone memorioso y en esa rememoración aparecen las capas de violencia atravesadas, las humillaciones y los deseos. Una palabra que aterra y convoca, que nos junta, que nos reúne en un grito común. Punto de partida, unioncita breve: ahí nos paramos.
María Pía López, Apuntes para las militancias
Sin lugar a duda, el hartazgo ante la violencia y la desigualdad por motivos de género compendiado en la palabra “basta” fue la fuerza motora de las movilizaciones feministas más importantes del siglo XXI y de la consiguiente organización política, social y cultural que se fueron moldeando al calor de estas experiencias.
En 2017, las mujeres de la Argentina y cientos de países del mundo fuimos convocadas por compañeras, organizaciones, sindicatos y espacios políticos a participar del primer Paro Internacional de Mujeres y agudizar así el quebrantamiento con la ilustración diluida y matizada que por décadas se había construido respecto al 8 de marzo.
Como con muchos otros símbolos de lucha y reivindicación, el Día Internacional de la Mujer se había convertido por décadas en una fecha para fortalecer los estereotipos de género funcionales al sistema patriarcal. El consumo de moda y accesorios, obsequios de flores y bombones y discursos con hincapié en el supuesto carácter sensible, vulnerable y maternal de la mujer ocupaban el lugar más visible dentro de la opinión pública y los medios de comunicación. Cualquiera de nosotras podrá recordar las salutaciones y regalos a nuestras madres y abuelas, por su aporte “femenino” al mundo.
Lejos estaba todo ello del verdadero origen de ese día que tuvo que ver con la muerte de 129 obreras en la fábrica Cotton, de Nueva York, Estados Unidos, luego de que se declararan en huelga para exigir condiciones más dignas de trabajo. Claro que siempre existieron mujeres, militantes y organizaciones que buscaban difundir el verdadero origen de las efemérides, pero su presencia pública quedaba solapada bajo el abrumador mensaje de chocolates y arreglos florales que tapaban las vidrieras de los comercios. Porque, aún en los momentos de represión dictatorial y de neoliberalismo, las luchas feministas nunca perdieron su carácter combativo y contestatario.
Las mujeres de pañuelos blancos constituyeron el símbolo de coraje frente al horror del terrorismo de Estado en los años más oscuros de la historia reciente argentina. Los Encuentros Nacionales de Mujeres comenzaron tempranamente, con el advenimiento de la democracia, a sentar las consignas reivindicatorias de un movimiento cuyas luchas parecían estar siempre por detrás de las demás urgencias de un país cada vez más golpeado por la desigualdad y la pobreza. Las mujeres organizadas inventaron los guisos que palearon el hambre de miles, cuando las recetas “mágicas” de los organismos multilaterales de crédito y del Consenso de Washington revelaron sus nefastas consecuencias sociales. Las mujeres asesinadas en espantosos crímenes continuaron siendo la tapa de revistas e informes amarillistas. La desigualdad, naturalizada. La diversidad, ridiculizada.
En 1990, María Soledad Morales, fue salvajemente violada y asesinada en la provincia de Catamarca, y su crimen encubierto por una red de complicidad del poder político, judicial y policial. Las marchas del silencio, a veces a los gritos, nunca concluyeron porque siguieron apareciendo las víctimas de la violencia en casos que eran olvidados rápidamente, excepto para las familias y para las mujeres que guardamos en la memoria cada hecho como recordatorio del riesgo que corremos, sólo por ser mujeres.
Finalmente, en 2015, se hizo masiva la rabia que genera la injusticia y el hartazgo se convirtió en una identidad política. El 10 de mayo de ese año, el femicidio de Chiara Pérez, una joven de 14 años que embarazada fue asesinada por su novio, se sumó a una larga lista de víctimas cuyos rostros, reflejados en las pancartas con sus fotos, se acumulaban en las marchas. La cobertura de la mayoría de los medios de comunicación indagó acerca de la moralidad y la vida privada de las mujeres asesinadas, hostigando a sus familias. El Estado continuó mostrando su ineficacia e insensibilidad.
#NiUnaMenos fue el lema que aglutinó a miles de mujeres que se lanzaron a las calles el 3 de junio de 2015. El lema era un hashtag y las redes sociales fueron el principal motor de la convocatoria horizontal, plural, diversa y algo desordenada. Nos unía el hartazgo, el horror y la fuerza. Fue la ilustración de un cambio de época.
Unas trescientas mil almas se ubicaron en las intersecciones del Congreso Nacional y otras miles se reunieron en las plazas de todo el país. En Buenos Aires, Diana Sacayán levantó un cartel que decía “#NiUnaMenos. Basta de travesticidios”. En su cuello llevaba el pañuelo verde por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito. Cuatro meses después la hallaron asesinada en su departamento en el barrio de Flores. En Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Micaela García, una joven de 19 años movilizó a sus amigas y compañeras de militancia para asistir a la jornada. Posó con una remera que llevaba impresa una ilustración del dibujante Liniers, donde se veía a su conocido personaje “Enriqueta”, entristecida, con el puño en alto y la frase “Ni una Menos” como título. El 1 de abril de 2017, Micaela fue víctima de femicidio en un caso que, otra vez, reveló la falta de perspectiva de género en el Estado y sus consecuencias en nuestra vida y derechos. Un año más tarde, se sancionó una ley que obliga a todas las personas que se desempeñan en la administración pública a capacitarse en temas de género. La Ley lleva su nombre. Los rostros de Diana y Micaela se convirtieron en nuevas banderas.
La irrupción del movimiento #NiUnaMenos, el crecimiento de las movilizaciones feministas en América Latina y el mundo y las consecuencias económicas, sociales y el retorno de las políticas neoliberales, imprimieron el carácter del primer Paro Internacional de Mujeres en Argentina realizado en 2017. El microcentro porteño se colmó. Los saludos, las tarjetas, las flores y los bombones tuvieron que dar lugar a las reivindicaciones y las consignas. Fue un aprendizaje para todes, fue un triunfo.
Al año siguiente, el segundo Paro Internacional (ahora denominado) de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans o Paro Internacional Feminista, comenzó a teñirse de verde y colocar entre las principales consignas la sanción de la Ley de Interrupción Legal del Embarazo para que su acceso sea seguro y gratuito. Para entonces, los pañuelos verdes comenzaron a multiplicarse en las mochilas de las adolescentes, en los balcones de los edificios y en las pintadas callejeras. La discusión por el aborto comenzó a ocupar un lugar cada vez más predominante en la opinión pública, los medios de comunicación y los discursos políticos, interpelando a cientos de miles de mujeres de todas las edades, pero, también, a las iglesias que adquirieron un tono cada vez más beligerante y agresivo.
En el mes de julio de ese año la discusión por la ILE llegó al Congreso. En multitudinarias concentraciones de feministas, signadas por el frío, se montaron guardias que contaron con performances artísticas, escenarios, muestras, danza y testimonios. La sanción de la Ley no se obtuvo, pero la marea verde se había consolidado para poco a poco inundarlo todo.
El paro siguió creciendo en densidad política, en profundidad, en complejidad y en convocatoria. En 2019, el documento del #8M comenzó diciendo “Estamos de pie por cuarta vez, haciendo un Paro Internacional y Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, No Binaries, Gordes e Intersex de la clase trabajadora; ocupades, desocupades, precarizades, piqueteres y de la economía popular, visibilizando especialmente a las mujeres indígenas, originarias, afro argentinas y negras en pos de empezar a saldar la deuda histórica para con ellas”, en un claro esfuerzo político y organizativo por comprender, incorporar y visibilizar al conjunto de las identidades feministas de la Argentina. Esfuerzo nada desdeñable en un país fuertemente racializado y abiertamente pretendido blanco, que ha exceptuado a las identidades no blancas incluso de los espacios de participación política más progresistas.
Claro que, en 2019, la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito ocupó un rol protagónico en el Paro, pero, también, fueron ocupando un rol más predominante las consignas de denuncia de la política económica que habían traído al país el retorno del Fondo Monetario Internacional, el recrudecimiento de la represión de la protesta social, el desfinanciamiento educativo, el desempleo y la desindustrialización y el aumento exponencial de la pobreza.
A pesar de la demora en el tratamiento y la aprobación de la Ley de IVE, otros avances legislativos en materia de género se alcanzaron durante este año. Dos leyes modificaron y ampliaron la N° 26.485, conocida como Ley de Protección Integral a las Mujeres, incorporando a los tipos y modalidades de violencia de género el acoso callejero (Ley N° 27.501) y la violencia política (Ley N° 27.533). Asimismo, el triunfo del Frente de Todos en las elecciones nacionales, en diciembre de ese año, implicó la creación del primer Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad del país, lo que le otorgó a la temática el mayor rango institucional posible dentro de la estructura pública nacional.
Al arribar el año 2020, en medio de un contexto social signado por la crisis alimentaria, el Paro se vería impregnado de consignas que no sólo denunciaban la exclusión, desigualdad y violencia hacia las mujeres y disidencias sino, también, la urgencia de dar respuestas a la angustiante situación social. Con la consigna “La deuda es con nosotras y con nosotres, ni con el FMI ni con las Iglesias” comenzó a redactarse el documento que firmaron más de 130 organizaciones políticas, culturales, sociales, sindicales y estudiantiles del país. En sus fuertes líneas, se enumeraron:
Las deudas del Estado y la sociedad hacia las mujeres como trabajadoras tanto formales, como de la economía popular, desocupadas y las abocada a las tareas de cuidado no remuneradas;
Las deudas con los territorios afectados por la explotación, la extranjerización y la contaminación;
La deuda con el derecho a decidir y con la salud de las mujeres;
Las deudas de la justicia patriarcal que no garantiza el derecho básico a vivir de las mujeres; y
La deuda con la educación pública, laica y gratuita.
Doce días después del multitudinario Paro, la Pandemia global de COVID19 obligó a los países del mundo a cerrar sus fronteras y recluir a la población en sus casas. En Argentina, el recientemente electo gobierno del Frente de Todos, tuvo que decretar el Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio que fue extendido por meses hasta que se vislumbró la esperanza de las vacunas.
Más de cien mil personas perdieron la vida y otros cientos de miles vieron empeoradas sus condiciones de existencia a partir de los meses más agudos de la pandemia. El mundo y la Argentina, a pesar de la caída del PBI, no se empobrecieron más, sino que se hicieron más desiguales e injustos.
Como siempre, el desempleo, la precarización y los bajos salarios, pesaron más sobre la población de mujeres. Fueron ellas las que, en medio de las restricciones y con la imposición del trabajo remoto, vieron multiplicadas sus tareas de cuidado. Fueron ellas las que, ante la imposibilidad de salir, quedaron atrapadas en las casas donde también residía el hombre que a diario las violentaba.
La pandemia tuvo y tendrá efectos que desconocemos y que sólo podremos vislumbrar con el paso de los años. Sin embargo, a pesar de sus afectaciones sanitarias, económicas y sociales inmediatas, también incidió en la experiencia organizacional de los colectivos en lucha reclamando por sus derechos. Las grandes movilizaciones del feminismo que, junto con los organismos de derechos humanos, habían encabezado la resistencia a los embates del neoliberalismo tardío, se vieron coartadas por la imposibilidad de hacerlo por las disposiciones de salud pública y por el miedo de las personas a encontrarse físicamente frente al riesgo de enfermarse. Claro que todas las redes no se perdieron y claro que tampoco las calles se abandonaron, pero no es menos cierto que la pandemia puso un freno a la carrera ascendente de movilización popular feminista.
La obtención, finalmente, de la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en las jornadas de diciembre de 2020 fue una posibilidad de reencuentro callejero, en medio de una tregua en los picos de casos de COVID, que nos permitió reencontrarnos a concluir el trabajo terminado en las jornadas de lucha de julio de 2018.
En 2021, la presencia de los barbijos cubriendo parte de los rostros caracterizó las fotos del Paro Internacional impactado por la continuidad de la pandemia. En el documento conjunto, los reclamos por la situación económica y social de las mujeres ocuparon un lugar central… “paramos para visibilizar las condiciones de superexplotación del trabajo que la crisis pandémica ha impuesto a mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis, trans y no binaries, porque somos quienes soportamos más tareas de cuidado en las casas y en los territorios, más bajos salarios y más desocupación, a la vez que somos las que vivimos con más precariedad.”
El sexto Paro Internacional Feminista de 2022 continuó insistiendo con las reivindicaciones económicas hacia las mujeres. “Cuidar, alimentar y construir es trabajar” fue una de las frases acuñadas en la última de las marchas del #8M donde, también, se hizo más fuerte el reclamo por una reforma judicial feminista y transdisciplinar frente a un sistema de justicia que sólo no preserva la vida, salud e integridad de las mujeres y diversidades, sino que vulnera la garantía de derechos del conjunto de la sociedad argentina.
Este año, el Paro Internacional Feminista se realizará en el marco del cuadragésimo aniversario democrático argentino, un hecho inédito que debe enorgullecernos, pero, también, convocarnos a una profunda reflexión acerca del estado de situación de las instituciones democráticas y de la situación social en la que está inmerso nuestro pueblo.
Por cierto, las condiciones de vida de las mayorías populares han empeorado en los últimos años y el impacto en las mujeres ha sido aún más pronunciado. No hay logros para enumerar respecto a la medición de la pobreza o de la recuperación de la capacidad adquisitiva de los salarios, en el marco de un sistema económico que no logra resolver el agobiante peso de la inflación ni poner freno a las tendencias que alimentan la concentración del ingreso en pocas manos. Pero ya no es posible licuar o tapar, en medio de este doloroso escenario, la condición específica en la que están inmersas cientos de miles de mujeres. La desigualdad, la discriminación y la violencia de género ya no constituye un párrafo marginal en la descripción de la realidad nacional sino en parte fundamental del análisis gracias a la persistente lucha política y cultural de los feminismos.
Sigue Milagro Sala presa por un proceso judicial plagado de irregularidades y observado por organizaciones internacionales de DDHH. Continúa, como un yugo, el peso de una inabordable deuda externa que condiciona el ejercicio de la soberanía política de nuestro país. Aún se cometen violencias racializadoras sobre los pueblos originarios del territorio argentino, entre las que se encuentran las prácticas de chineo que vienen de tiempos coloniales. Se postergan las transformaciones urgentes que deben convertir al Estado en un garante eficaz de los derechos fundamentales de quienes habitan este suelo. Se mantiene impune el intento de magnicidio a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner que visibilizó las violencias políticas a las que día a día se somete a las mujeres que buscan transgredir el status quo, disputar poder y utilizarlo para cambiar el orden injusto de las cosas. Se acrecienta la lista de muertes y desapariciones por motivos de género, que colecciona los rostros de personas amadas que ya no tendrán el derecho básico a vivir su propia vida.
Nos quedan inmensas deudas, pero sabemos transformar los puños apretados por la impotencia en gesto de lucha y resistencia. Las urgencias diarias de las mujeres cercenadas por la violencia nos exhortan a continuar sin detenernos. La memoria de las que no están nos estimula y compromete. Las conquistas que hemos alcanzado colectivamente, nos renuevan la esperanza.
El próximo Paro Internacional Feminista tendrá que ser grito de custodia de una democracia herida pero que nos ha permitido construir una realidad mejor de la que teníamos. Sabemos de sus limitaciones y falencias, porque nos agobian todos los días. Pero sabemos que el totalitarismo, el negacionismo, los discursos de odio, la intolerancia, la discriminación y la violencia nunca nos tendrán por aliadas.
* Directora de Fortalecimiento de Prácticas Democráticas del Ministerio del Interior de la Nación. Coordinadora de Capacitación en la Fundación Micaela García “La Negra”.