“Hay cosas que el dinero no puede comprar, para todo lo demás existe Mastercard” decía uno de los Slogans que más tenemos grabado en el disco rígido mental los/as millenials que fuimos niños en los 90.
La publicidad claramente hacía referencia al amor, las experiencias y el tiempo compartido, tres cosas que por más dinero que tengas, son —en principio— incomprables, al menos en sus expresiones genuinas.
En este sentido y a la luz de los últimos acontecimientos de público conocimiento, creo que a esta corta lista que desafía al sistema capitalista podríamos —sin dudas— agregar al tan debatido y disputado “sentido común”.
“El sentido común es el menos común de los sentidos”, dijo Voltaire y cuánta razón tenía. La crisis política, económica, cultural se complejiza aún más con la perdida de sentido y deshumanización de una sociedad carente de cimientos sólidos en cuanto al rumbo a seguir. En otras palabras: Faltan un montón de cosas, pero lo que más falta es el sentido común.
La RAE lo define como “conforme al buen juicio natural de las personas” y a quienes estudiamos las ciencias sociales nos queda sabor extraño: nadie viene naturalmente con un buen juicio, hay que formarlo. ¿Cómo se forma el sentido común? ¿Quién define cual es el “buen juicio”? Muchos creen que lo que realmente nos puede sacar de este berenjenal es justamente el opuesto al común: El Sentido Crítico (las mayúsculas me pertenecen). Humilde y cancerianamente– disculpen la digresión, pero debo incluir necesariamente algún rasgo astrológico en esta nota, creo que la única forma de consolidar parámetros básicos de convivencia en una sociedad en decadencia es apelar a sentar las bases de un sentido común alimentado con la conciencia crítica.
¿A qué me refiero con esto? Si bien uno de los últimos anuncios del presidente Milei fue comunicar la decisión de sacar a nuestro País de la Organización Mundial de la Salud, con todo lo que eso implica, me atrevo a decir que para la sociedad en general hay ciencias que han consolidado un mayor respeto que otras. Por ejemplo, si cualquiera de nosotros llevásemos a nuestro hijo al médico y él nos pidiese que le diésemos tal o cual remedio, salvo alguna cuestión muy puntual, le haríamos caso. En cambio, si escuchamos a personas formadas en cuestiones sociales, incluso dando estadísticas respaldando lo que dicen, muchas veces tenemos la creencia de que podemos —con nuestra sola opinión avalada por un supuesto sentido común— ponerlo en duda y hasta rebatirlo. En general no se le discute a un médico, ingeniero o matemático, pero las cuestiones sociales están más sujetas a la opinión cuando no debería, en gran parte de los casos, ser así.
A lo que quiero referirme explícitamente es que hay cosas que no son cuestiones ni de ideología ni de creencia, hay cuestiones que son porque lamentablemente son.
En este sentido, en enero de este año mataron a 28 mujeres por cuestiones de género, esto es así: no se trata de creer o no, como en Papá Noel o el Ratón Pérez: se trata de hacerse cargo y actuar en consecuencia.
Así, cuando el presidente habla de la eliminación de la figura de femicidio, lo hace aportando a la total confusión, diciendo que ese tipo penal favorece a un género en desmedro del otro mientras deberíamos ser iguales ante la ley cuando en realidad justamente lo que hizo su incorporación al Código Penal es aportar, paradójicamente, a lo contrario: gracias a que podemos caratular las causas de femicidio como lo que son: asesinatos a mujeres por nuestra condición de tales (situación comprobable en todas las causas de este delito) la justicia aporta a la sociedad una claridad acerca de cómo abordarlos y prevenirlos. Va de suyo que su sola inclusión no va a evitar que esto siga ocurriendo, imagínense que, si no somos así de ilusos con otros delitos, porque lo vamos a ser con uno de los más arraigados culturalmente. Pero sin dudas conceptualizarlo es un paso para que el Estado, en cara del Poder Judicial, pueda ejercer su poder punitivo de modo más eficiente.
Por otro lado, también el Presidente confunde mezclando temas como diversidad y adopción de niños/as por parejas del mismo sexo, Educación Sexual Infantil en las escuelas e infancias trans, entre otras cosas, repitiendo ideas que “a priori” podrían parecer “coherentes” para algunos, pero que si rascamos un poco solo aportan a la confusión y a la ignorancia, mal acrecentado en esta época de poca tolerancia a la lectura e información.
Con esto no digo que no podamos opinar acerca de hacia dónde queremos que vaya nuestra sociedad y votar políticos que nos representen, más bien todo lo contrario. Podemos tomar cualquier postura, pero con honestidad intelectual e información certera.
Soy una convencida de que la mayoría de personas no adherimos a las barbaridades que dijo el gobierno nacional las últimas semanas en relación a la comunidad LGTBYQ+, pero por si acaso, aporto algunas estadísticas recabadas por el Ministerio de Justicia de la Provincia de Buenos Aires que abonan a la idea rectora de estas cuestiones “DATOS NO OPINION”, mantra de mucha utilidad para cuando las discusiones de este tipo se ponen áridas.
Así, en relación a los abusos sexuales contra niños, niñas y adolescentes en la Provincia de Buenos Aires, se detectó que el ámbito del abuso en el 78.7% de los casos es intrafamiliar, y que en relación al vínculo en el 50% de los casos el victimario es un varón: padre o padrastro. Quienes trabajamos con estas cuestiones sabemos que estos datos se manifiestan lamentable y periódicamente en la realidad, independientemente de la clase social. Siendo los abusos los delitos menos denunciados y que, por falta de prueba, menos llegan a sentencias justas, es importante no ser ignorante y formar en esto a la sociedad, para evitar más infancias corrompidas.
Creo que la clave para esto es ir hacia el equilibrio y evitar los fundamentalismos que nunca nos llevan a buen puerto. En este caso, va de suyo que la familia es el ámbito por excelencia donde debemos educar a nuestros hijos/as sobre los peligros, los cuidados, la responsabilidad, la importancia del dialogo, etc. Nadie niega —¡por favor!— que en los vínculos de amor familiar se encuentra la llave para el desarrollo de infancias felices que formen personas integras. Pero si eso no existe, si ahí radica el peligro, ¿qué? Esto que parece una obviedad, no lo es cuando vemos padres manifestándose en contra de que se habla de estas cosas en las instituciones educativas. Ahora, yo me pregunto, si en casi el 80% de los casos los abusos se dan intrafamiliarmente y esto queda al ámbito privado. ¿Cómo se va a dar cuenta el niño que lo que sufre es abuso? ¿A quién se lo va a contar? ¿A su propio abusador? Y es ahí, en las posibles respuestas a estas preguntas retoricas, que concluyo con lo que dije al principio: quienes militamos en cuestiones vinculadas a la perspectiva de género debemos ser conscientes que el piso de las conquistas está temblando y de esto somos responsables todos/as: también nosotros/as. Generar un sentido común más crítico, con paciencia, creatividad, predisposición y datos, es la única manera de no tirar todo por la borda, no sería justo, tampoco sería propio de gente que propone un sentido común más sofisticado. Vamos por eso, somos más que lo que parecemos y que los que parecemos.