Hace cuarenta años, Alfonsín alcanzó la presidencia con el 51% de los votos, en el marco de una activa participación del 85% del electorado. Actualmente, el oficialismo nacional obtuvo en las primarias el escaso 27% y fue a votar meramente el 69% del padrón electoral. En términos comparativos, la participación de estas primarias es desalentadora.
Del clima emocional de aquella época, caracterizado por las expectativas en la democracia de 1983 para educar, vestir y alimentar, se pasó al sentimiento de frustración y de desencanto actual. Por si quedan dudas, en el bunker de la fuerza que obtuvo el mayor número de votos (La libertad Avanza) se cantó la consigna del año 2001: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.
Dada la crisis de representación y la imagen negativa de los candidatos que ejercieron el gobierno los últimos 12 años, los tres principales mandatarios y figuras políticas no pudieron presentarse a las elecciones. Cristina, Mauricio y Alberto se bajaron de la competencia. La primera priorizó quedarse con los legisladores de la Cámpora en las listas y perdió hasta el distrito que vio construir su proyecto político, Santa Cruz. Macri derrotó a su adversario interno, Larreta, y conservó la CABA. El presente y el futuro de Alberto Fernández no parece promisorio.
Si bien JxC redujo su volumen electoral nacional, mantuvo con una importante cantidad de votos las provincias que administraban la UCR (Corrientes, Jujuy y Mendoza) y el PRO (CABA). Además, sumó varias provincias más, cuestión que augura el protagonismo de esa fuerza en los próximos años.
Por el contrario, el PERONISMO ATRAVIESA LA PEOR CRISIS DE SU HISTORIA reciente. Perdió San Luis, San Juan, Chubut y Santa Cruz y tiene posibilidades de perder Santa Fe, Entre Ríos, Chaco y Buenos Aires. La elección bonaerense del 36% actual, se asimila a la de Aníbal Fernández del año 2015 cuando sumó un escaso 35%. La diferencia sustancial es que, en ese entonces, Felipe Solá sacó 19% desde la oposición y el peronismo estaba arriba del 50% del electorado del 2015. María Eugenia Vidal, en el año 2019, perdió habiendo alcanzado el 38% de los votos. Con estos números, pareciera que la única garantía real del triunfo oficialista es la división de la oposición y no el caudal electoral y político propio.
Esta caída del peronismo no es nueva, ya que viene protagonizando malas elecciones nacionales en 2013, 2015, 2017, 2021 y 2023. Solamente levantó en 2019, en el marco de un frente que no le dio musculatura de gobierno. Al contrario, pareciera incluso que ese armado fue un obstáculo para la gestión. Actualmente, el bipartidismo de los últimos cuarenta años está debilitado, con la novedad de que el PERONISMO ESTÁ EN DECLIVE, la UCR EN RESURRECCIÓN y nació una NUEVA FUERZA LIBERAL.
MILEI encarna una experiencia electoral novedosa, si bien propone un proyecto económico que quiere regresar al siglo XIX. La LIBERTAD AVANZA no parece ser ni el FREPASO (conjunción de radicales, peronistas e izquierda que llevaron a De La Rúa de la UCR de candidato), ni tampoco el PRO (con un empresario en la conducción y con una articulación con peronistas y centralmente con la UCR y sus derivaciones como la CC o el GEN). MILEI, a diferencia de los anteriores, camina por los márgenes de los partidos tradicionales y difunde una impugnación radical al sistema político. MACRI ACUSÓ DE LOS MALES ARGENTINOS A LOS 70 AÑOS DE PERONISMO. MILEI, DIRECTAMENTE, SE PROPONE REGRESAR A UN PROYECTO PRE YRIGOYEN.
El DILEMA ACTUAL PARA EL PERONISMO es histórico. O se refunda o desaparece para licuarse en otras fuerzas partidarias como la “minoría intensa progresista” o en JxC que ya contiene a muchos dirigentes de origen justicialista.
La frágil y cíclica SITUACIÓN ECONÓMICA de la última década obliga a revisar las bases programáticas del espacio justicialista y es necesario un nuevo programa de desarrollo. Las recetas del 2003 en el actual contexto parecen estar agotadas.
El DRAMA SOCIAL de la pobreza estructural, hoy convertida en marginalidad, violencia y ámbito para el desenvolvimiento del crimen organizado del narcotráfico, requiere de nuevas y enérgicas acciones.
La CRISIS DEL ESTADO como prestador de infraestructura de servicios, de educación, de salud y de seguridad es evidente y el mensaje de las urnas fue claro y explícito en ese sentido.
El justicialismo necesita un NUEVO MITO MOVILIZADOR equivalente a la RENOVACIÓN de Cafiero, la MODERNIZACIÓN de Menem o el DESARROLLO CON INCLUSIÓN de Kirchner. La idea de Fernández aplicada en 2019 de fundar una nación a partir del género y de la diversidad sexual demostró un rotundo fracaso, en un país con un pueblo mayoritariamente católico y con provincias tradicionalistas y culturalmente federales.
El peronismo debe entrar en estado de asamblea, debate y movilización. Tiene la inmensa responsabilidad de impedir la debacle de la actual gestión, cuya dinámica económica se asemeja al año 1988. La crisis de la UCR de Alfonsín sacó a esa fuerza del poder hasta el año 1999 y sumergió al pueblo en un terrible sufrimiento.
El justicialismo debe organizar la campaña electoral de acá a octubre para ampliar el número de legisladores y además, centralmente, para poder competir en segunda vuelta. El peronismo, pase lo que pase en la próxima elección, está obligado a refundarse, a revitalizarse y a prepararse para un futuro de turbulencias. Es momento de FORTALECER LAS ORGANIZACIONES YA QUE VENDRÁN TIEMPOS DIFÍCILES.