A 40 años de democracia, la persistencia de argumentos negacionistas sobre las violaciones de los derechos humanos, incluyendo los crímenes de lesa humanidad, así como los justificatorios de la dictadura que se instauró en marzo de 1976 llegaron por primera vez a los debates presidenciales de la mano del candidato de La Libertad Avanza, Javier Milei, triunfador de las PASO. Más allá de cuáles sean los resultados electorales finales, la eficacia de su capacidad semiótica para instalar la agenda libertaria es la contracara de la debilidad de los dirigentes surgidos de los partidos más tradicionales de todo el espectro político. La duda instalada sobre lo que ya es una verdad con sentencia judicial -que no hubo una guerra y que el terrorismo de Estado fue el modo de organizar el Estado, la sociedad y el mercado entre 1976 y 1983- requiere una revisión crítica de estos años de democracia.
Chau, no va más
Las acciones posteriores e inmediatas al último debate presidencial incluyeron una agresiva campaña en redes y medios por parte de la candidata presidencial de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, enfatizando “la necesidad de terminar para siempre con el kirchnerismo” (que gobernó entre 2003 y 2015 con altos niveles de consenso y que ahora forma parte de la coalición oficialista); del propio Milei, diciendo que los argentinos no deben ahorrar “jamás en pesos. El peso es la moneda que emite el político argentino, por ende no puede valer ni excremento, porque esas basuras no sirven ni para abono”, llamando a no renovar los plazos fijos y provocando una corrida cambiaria grave, considerando que es mejor 11“que la economía estalle”; y del candidato de Unión por la Patria, Sergio Massa, diciendo que “yo voy a pedir para el debate de segunda vuelta, si nos toca participar, que tres universidades hagan evaluación psicológica y psiquiátrica de los candidatos”, basando la confrontación en un reclamo de racionalidad, el que inadvertidamente podría enfilarse de manera peligrosa al borde de calificar de irracional a un tercio del electorado.
Tomando en cuenta que estas fuerzas representan el 85,6% de los electores de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO), parece necesario considerar no solo las perspectivas electorales respecto de sus resultados posibles y los escenarios de gobierno, sino muy especialmente del estado de la democracia en sus aspectos más sustantivos, no solo formales.
Esto parece urgente ya que no se trata de una mera debilidad argumentativa de los candidatos y sus equipos de campaña. Es más bien una drástica pérdida de la capacidad performativa de los discursos sostenidos en los diversos “pactos democráticos” generados en 1985 con el enunciado “Nunca Más” como conclusión del juicio a las Juntas, confirmados luego en las sentencias de imprescriptibilidad de las causas de lesa humanidad en 2007 -cuando se anularon los indultos-, así como los consensuados por las fuerzas políticas con representación parlamentaria impugnando discursos y acciones que incrementen la fragilidad del sistema financiero -como el generado en 1989 durante el gobierno de Alfonsín- y, sobre todo, la represión asociada a estas corridas bancarias como aquella del 2001, que terminó con 39 muertos y 500 heridos en todo el país durante el gobierno de De la Rúa, y la secuela de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en 2002.
Muchas voces muy calificadas tienden a analizar la alta performance del movimiento anarco-libertario de Milei como un triunfo de la antipolítica, incluyendo un desplazamiento del electorado hacia la derecha y la ultraderecha -por un lado y por otro- como la expresión de un enojo social creciente contra la dirigencia política intensificado por el uso masivo de las redes sociales digitales, la segmentación de las audiencias y la producción masiva de mensajes basados en las fake news. Estos análisis pueden tener valor para interpretar la coyuntura, pero parecen quedar en una mera observación de los epifenómenos más superficiales.
Otras perspectivas, basadas en estudios de sociología electoral, si bien ilustran adecuadamente la época, parecen también insuficientes: tienden a poner a los votantes de Milei entre aquellos que tienen poco que perder, con una mayoría de jóvenes que se sienten abrumados por el futuro y la baja expectativa de movilidad social -en particular por estar fuera de las redes estatales más clásicas- pero con una gran capacidad de aprendizaje para sobrevivir sin rutinas laborales clásicas; con baja confianza en la representación política, pero capaces de usar cada vez más intensivamente las tecnologías más baratas disponibles; emergentes ciudadanos del siglo XXI, más individualistas y menos apegados a los sentidos comunitarios y colectivos. Esos mismos estudios ponen a las otras expresiones políticas-electorales como herederas de las construcciones identitarias del siglo XX donde la categoría de Estado Nación sigue siendo valiosa, basadas en ideologías y paradigmas consistentes con miradas más colectivas e incluso comunitarias, asentadas en las tradiciones partidarias más clásicas de la Argentina, críticas de sus espacios y dirigentes pero manteniendo las creencias en las representaciones, con esperanzas persistentes en la capacidad del país para recuperar la movilidad social ascendente, aspiracionalmente de clase media. Su hacer cotidiano está más sostenido en las tramas estatales e institucionales, con cosas que perder ante el avance de las nuevas tecnologías o el desorden social.
Como dijimos antes, si bien estas perspectivas aportan una descripción de época muy adecuada, resultan insuficientes ya que lo que parece observarse es que más allá del mayor o menor apego a las construcciones sociales y políticas del siglo XX o las contradicciones originadas en el acelerado cambio tecnológico del siglo XXI, lo que predomina en el escenario actual es la necesidad profunda de cambiar; algunos colectivos de forma radical y otros de forma más previsible, pero nadie parece estar considerando la necesidad de conservar el estado de cosas, en el sentido más clásico.
Esta elección, que coincide con cuatro décadas de democracia, no está dominada solamente por esa combinación de críticas a los oficialismos y de esperanza e incertidumbre respecto de los proyectos de futuro de cada una de las fuerzas políticas, sino por un malestar que atraviesa todas las identidades partidarias y se ancla en lo más profundo de la democracia; no solo sobre el sistema, sino también sobre sus resultados.
Los síntomas dominantes requieren agregar otras categorías de análisis que permitan indagar, ensayando perspectivas más complejas, para intentar captar no solo los rasgos más notables de la coyuntura electoral sino también otras profundidades más estructurales de la sociedad y la cultura.
Aún si en las elecciones de octubre la figura de Milei decayera y el sistema político estable lograra una performance más eficaz en las elecciones, un análisis consistente no debería separar el resultado de las PASO y Milei de las circunstancias que lo generan. Una sensibilidad compartida parece emerger desde profundidades sociales no fácilmente visibles; como un coro que se va rebelando, empezó susurrando y va in crescendo cantando, como el tango, “Chau…No va más”.
Pasado, presente y futuro
El peso que hoy tiene el futuro en el análisis del poder y la política -debido, entre otras cosas, al cambio en la base material de la sociedad producto de la revolución científico-tecnológica- haría difícil, por ejemplo, conservar aquellas categorías que sostuvieron, por ejemplo, la revista emblemática del debate ideológico y político argentino, Pasado y Presente. Esta publicación marcó una parte importante de las reflexiones, primero entre 1963-1965 y una segunda etapa en 1973. En 1983, sus autores y editores buscaron retomar, aun criticándolos desde una actualizada teoría de la democracia, algunos de sus aportes conceptuales socio-semióticos, como los imaginarios políticos que remitían a los jóvenes revolucionarios, la clase obrera y la convergencia artístico-política. Pero en esta nueva versión democrática, el canon expulsó toda reflexión sobre la violencia política, entre otros aspectos significativos de la historia reciente.
Esta tendencia, de la que no escaparon la mayoría de los protagonistas del debate intelectual de inicios de la democracia, tanto los más propiamente académicos como los que estaban inscriptos decididamente en las disputas del sentido político, contribuyeron a configurar un análisis sobre la evolución del sistema democrático de partidos y sus perspectivas futuras, basado en el predominio de sus factores endógenos, en particular los que rescataban el formalismo democrático en contradicción con el autoritarismo militar.
La contradicción sociedad civil / partido militar, que algunos discursos actuales tienden a ver como análoga a la contradicción de partido judicial / militantes populares u otras similares, con base en una íntima convicción del ideario progresista, no satisfizo -antes ni ahora- la demanda de comprensión de lo ocurrido en la dictadura militar.
Estos días (octubre de 2023) se ventila en Rawson, donde se radica la Unidad N° 6 del Servicio Penitenciario Federal -a unos 20 kilómetros donde se produjo la masacre de Trelew, en 1972-, un juicio por privación ilegítima de la libertad agravada, incomunicación indebida y tormentos agravados de militantes políticos producida en noviembre de 1975, llevada a cabo por agentes de la policía federal. Estos militantes luego sufrieron su detención y torturas durante la dictadura militar iniciada en 1976.
Uno de los puntos que más le costó al fiscal incluir en su alegato fue el rol del entonces Juez Garzonio, un vecino prominente y prestigioso de la ciudad, quien no actuó como debía ante las denuncias realizadas por estas acciones ilegales de las fuerzas de seguridad. En él, en su ausencia de acciones y en las circunstancias que lo rodean, se podrían agregar choferes, enfermeros, médicos, vecinos, agentes inmobiliarias, empleados judiciales, etc., que, escudados en su moralización de la violencia bajo la premisa “algo habrán hecho”, permitieron crecer el horror de la represión en su entorno, festejando incluso los nuevos criterios de éxito social sin hacer consciente cómo lo siniestro se iba apoderando de lo cotidiano, como tampoco que persistiera en democracia.
Haber llegado a la democracia luego de la derrota militar en Malvinas provocó una situación no revisada del todo en estos 40 años, que es que quienes normalizaron las instituciones durante la transición democrática, en su mayoría, habían aceptado muchos de los rasgos más crueles de la dictadura en el desarrollo de su propia vida familiar, su inserción laboral y sus carreras profesionales.
Ensayar nuevas perspectivas de comprensión de los 70 de forma más integral parece necesario para intentar comprender con más profundidad la escena actual y, sobre todo, actualizar la agenda democrática. Esta reflexión exige también una mirada más atenta a los nuevos jugadores mundiales y sus diseños políticos, al menos en los países capitalistas, asociada a los debates que en ellas algunas expresiones tienen sobre el futuro de la democracia.
Con motivo de la entrega de un título Honoris Causa en la UBA este año, la cineasta Lucrecia Martel señalaba que “lo que nos ha pasado es que hay mucho enojo con los 70 porque indudablemente sobre los 70 no hubo todas las reflexiones…Como todavía eso no pasó fuertemente, ese período todavía gravita mucho sobre nosotros. Y reconstruir una comunidad no es algo sencillo. Ahora siento que han pasado cuarenta años y que crear una comunidad no es sencillo…Un destino común no es tan sencillo…Yo pienso que en este país fracasó mucho más la cultura que la economía. Pienso que la economía es un reflejo, es un síntoma del fracaso cultural. Y que el fracaso cultural es que no fuimos capaces -y me siento absolutamente parte de eso- de imaginarnos un destino común”.
Tomando en cuenta lo dicho anteriormente y ahora, dos aspectos requieren ser revisados para abrir las reflexiones sobre el estado de la democracia, ya que no es deseable que todos los problemas se pretendan exorcizar solo cuestionando a sus emergentes, ya sea como antipolítica o como irracionalidad.
Uno aspecto es el referido a los cambios de la sociedad del siglo XXI, producto de las tecnologías disruptivas, y el otro aspecto es la dimensión cultural -considerando el hacer cotidiano- que nos remite a revisar aquellas sombras persistentes en la construcción colectiva.
El primero nos interpela desde el futuro y el segundo desde el pasado; ambos convergen en el presente pero, salvo una inmersión en la complejidad, no siempre resultan visibles.
Las sombras y sus proyecciones
Carl Jung decía: “Hemos olvidado ingenuamente que bajo el mundo de la razón descansa otro mundo. Ignoro lo que la humanidad deberá soportar todavía antes de que se atreva a admitirlo”. Ese otro mundo, según Jung, configurado como “la sombra” se constituía no solo por ese elemento poderoso que es el deseo sexual, sino muy especialmente por el ansia de poder y de destrucción. El ejercicio de llevar a cabo un proceso analítico de reconocimiento e integración de los distintos componentes de la sombra eran, para Jung, un aspecto central de las terapias e indicios del camino sanador, tanto en el plano individual como colectivo.
Estos síntomas emergentes a cuarenta años de la democracia indican la necesidad de “iluminar”, afrontar y comprender los componentes más brutales y destructivos de nuestra sombra nacional. La persistencia en no abordar la situación misma de la violencia, no ya exclusivamente desde la perspectiva militar, sino desde la estructura económica y de la sociedad civil que antecedió, sostuvo y sucedió a la dictadura, basada en los intentos reaccionarios de solucionar entonces el conflicto social y lo que llamaban el “libertinaje moral”, se manifiesta ahora, durante este período electoral, como un fundamentalismo religioso -expresado en la furiosa conversión al judaísmo de Milei- y político- expresado en las ideas anarco-libertarias-, que amenaza con desatar un caos social e institucional. Situación que sugiere ser el origen de la ansiedad nacional ante la perspectiva de una zozobra institucional por un triunfo electoral.
Es posible intuir, en un proceso de comprensión plural que ponga en crisis la “historia oficial”, que de aquellas atrocidades cometidas y enviadas a la sombra para ser reprimidas en ella y ser invisibilizadas desde los primeros años de democracia, surjan estos fundamentalismos.
En 1945, ante las ruinas de lo que había quedado de la humanidad al terminar la guerra mundial, Jung definió a la sombra como lo que no se desea ser. “Uno no se ilumina imaginando figuras de luz –afirmó– sino haciendo consciente la oscuridad, un procedimiento, no obstante, trabajoso y, por tanto, impopular”.
Si parece necesario apelar a estas categorías analíticas, desplazando provisoriamente las más recurrentes de la ciencia política para reformularlas y actualizarlas, es porque estas últimas ya no parecen útiles para profundizar el derrotero presente y futuro de la democracia argentina.
La crítica a una cultura académica y política racionalizada a partir de tipos ideales weberianos y el privilegio de la vocación dialógica habermasiana se está produciendo en los hechos con prácticas sociales reales orientadas a cuestionar el poder -populares o no- movilizando una impugnación de los discursos basados en un modelo ideal de democracia, que privilegia el lado amable de las instituciones y el poder. Esto que pudo haber tenido una gran utilidad inicial para salir del horror, al mantener oculto y reprimido lo cotidiano durante la dictadura, ahora se agota de forma acelerada.
La moralización de la violencia política y las formas más crueles de construcción y ejercicio del poder, en particular de aquel que se vuelve hegemónico en democracia, como un ejercicio de defensa para no verlo en la propia sociedad, tal vez fue operando como una forma de sucumbir a él, pero que ya no tiene nada de sutil. La épica solitaria de algunos fiscales en la película 1985 se desdibuja cuando agregamos esta mirada y constatamos el simple hecho de que ese poder judicial finalmente convivió con los mismos que negaron los habeas corpus, en el escritorio de al lado.
Esta perspectiva del análisis nos invita a ver qué se está proyectando en la medida en que hemos colocado mucho de lo siniestro cotidiano en la sombra y la hemos clausurado. En este sentido, habría que preguntarse si este odio y esta ferocidad contra todo lo nacional, desde su moneda a la educación pública que expresan Milei y sus seguidores, no podría facilitar la toma de conciencia de las proyecciones que la sociedad está realizando en su propio proceso de transformación.
El psiquiatra y psicoterapeuta Anthony Stevens, autor de Archetypes: A Natural History of the Self y de The Roots of War: A Jungian Perspective, usa la metáfora del saco (la bolsa) como un sustituto de la sombra. Enfatiza en la necesidad de observar atentamente lo que cada país o grupo social proyecta de forma ingenua sobre un otro, producto de aquello que encierra y clausura como sombra en la bolsa, considerando que ese otro también produce sus proyecciones; así, dice que “Estamos hablando de un entramado de sombras, de un patrón de interferencias entre sombras proyectadas desde ambos lados que confluyen en algún lugar del espacio” que, al reforzarse, sin ser analizadas o reconocidas como la sombra nacional, solo tienden a construir inadvertidamente el destino de la crisis y del colapso. Sostiene Stevens, “si a un ciudadano norteamericano le interesa conocer el contenido de su saco-sombra nacional en un determinado momento no tiene más que escuchar cualquier crítica oficial del Departamento de Estado sobre la Unión Soviética. Según Reagan, nosotros somos honrados pero los demás países soportan dictaduras ininterrumpidas, tratan brutalmente a las minorías, lavan el cerebro de sus jóvenes y quebrantan los acuerdos”.
Desde esta perspectiva, afirmando la necesidad de poner en crisis muchas de las categorías sociopolíticas habituales que se fueron acuñando desde el inicio de la democracia y retomando la dimensión cultural que fue configurando la democracia tal cual hoy se manifiesta, parece urgente preguntarse qué está proyectando la sociedad argentina en Milei; pero no solo en él, sino en cada postulante, representante, estigmatizado hoy como “La Casta” por ese otro emergente, que también realiza su propia proyección.
El problema de este enfoque es que lo que viene triunfando no es ya la antipolítica sino la nueva forma de la política que la democracia real permite, donde casi todo el pasado que permanece oculto en la oscuridad, desde la sombra construye su propio entramado de proyecciones (inocentes) sobre los actores nacionales y sobre el mundo.
Todo aquello que relegamos a la sombra, con el tiempo vuelve, e involuciona hacia estadios previos del desarrollo; ¿o qué otra cosa puede ser escuchar en un debate presidencial que lo ocurrido en 1976-1983 fue una guerra y que solo hubo “excesos”? ¿De qué otra manera puede interpretarse la eficacia de discursos rudimentarios, llenos de ira y de manifiesta hostilidad contra todo lo comunitario, contra la democracia -en particular, su esfera participativa y ciudadana- y contra el Estado -en particular, sus funciones solidarias, protectivas y de los bienes comunes-?
“Entonces es cuando las arañas son malignas, las serpientes astutas y los machos cabríos lascivos; entonces los seres humanos son unidimensionales, las mujeres son débiles, los rusos carecen de principios y los chinos parecen iguales. Pero no olvidemos que es precisamente gracias a este artificio engañoso, complejo, dañino, devastador e inexacto que llegamos a establecer contacto con el lodo y el cuervo encuentra un lugar donde posarse”, alerta Stevens. El llamado de atención es para que esas proyecciones no nos espanten y busquemos solo colocarlas en el plano de la irracionalidad o condicionar los debates a la simple moralización del pasado.
Neófilos y neorreaccionarios
Esto habilita una pregunta adicional: ¿si no es antipolítica, en qué sentido puede ser pro-política? Un rasgo destacado de este nuevo movimiento anarcocapitalista es que ha dado por concluida la utilidad de la categoría Estado Nación para pensar y proyectar sus diseños sociales. Su elogio a la cultura meritocrática y competitiva de las corporaciones, en particular aquellas que son dominantes en el mercado global, es solo comparable con su aceptación y exaltación de las novedades tecnológicas, en particular aquellas que son disruptivas y tienden a impactar en la esfera de lo que Foucault denominó el dispositivo biopolítico. Es decir, en el sentido de que todas las tecnologías de uso cotidiano han venido a transformar, sustituir, completar, penetrar, atravesar, modificar e invertir, el tradicional modelo soberano de ejercicio del poder.
Es cierto que son la expresión de una nueva derecha, extrema, pero también que son, en esta sociedad argentina, los grandes divulgadores de una forma del capitalismo que evoluciona invirtiendo en maquinaria, que se actualiza de forma constante al ritmo del cambio tecnológico, motivado solo por la búsqueda de las nuevas ganancias a cualquier costo social, expresado en la masificación de las dinámicas financieras propuestas por las Fintech que, en el cuestionado capitalismo industrial de Argentina, lidera los tenedores de criptomonedas en el mundo. Es decir, son neófilos, por su amor por la novedad tecnológica y neorreaccionarios, por su relación con el poder capitalista.
En tal sentido, algunos inadvertidamente y otros no tanto, son portadores de una liberación desenfrenada de diseños transhumanistas en sus propias fantasías del futuro tecnológico. Su inmersión acrítica en todas las tecnologías provistas por el capitalismo mundial es lo que los lleva a poner como ejemplo a EE.UU. como el país que aspiran a ser si gobiernan 35 años (o incluso a Alemania, y no por las mejores razones históricas).
Un seguimiento más atento de las lecturas que promueven en sus espacios de reflexión permite sostener que su crítica al Estado está acompañada filosóficamente por una crítica a la obsolescencia de la Ilustración.
El filósofo de la tecnología Yuk Hui, para explicar este movimiento nacido y promovido por los principales actores del complejo de emprendedurismo tecnológico de la singularidad alrededor de Silicon Valley y de los inversores de riesgo, en particular los que más protagonizaron y financiaron la experiencia de Trump, refiere a la idea de la “conciencia desventurada” de Hegel, ya que sugiere que “este pensamiento neorreaccionario es un escepticismo que no puede zafarse de sí mismo”, como una suerte de esencia duplicada y solamente contradictoria. Y, en tal sentido, en una primera fase solo cuestiona al extremo la corrección política, que consideran un peligro tóxico para la civilización occidental.
El problema más grave es que, para estos neorreaccionarios, la Ilustración en general y la democracia en particular son solo un otro alienado, que ya no puede dar respuestas a los deseos de cada individuo. Uno de los principales exponentes intelectuales de este movimiento, el filósofo británico Nick Land, que instaura la idea del “dios de la libertad”, cita el ensayo de Thiel de 2009 “The Education of de Libertarian” (La educación de un libertario), que incluía, como nos recuerda Yuk Hui, su célebre pronunciamiento: “Yo no creo que la libertad y la democracia sean compatibles”, y sigue “¿Pero qué quiere decir que la democracia y la libertad no son compatibles? Thiel sostiene que los libertarios han estado equivocados al pensar que la libertad puede alcanzarse a través de la política (o sea, de la democracia), y que la única manera de realizar el proyecto libertario es a través de un capitalismo que aventaje a la política por la vía de una vasta exploración del ciberespacio, el espacio exterior y los océanos. La democracia es lo que impide la realización de la libertad, escribe Land, dando a entender que no es más que un mito de la ilustración”.
Pero, como decía Borges, toda conversación la sigue el oído y no la palabra. La forma en que se expresa esta corriente de pensamiento neorreaccionario, autodenominado libertario en Argentina, aún requiere un análisis muy profundo. No obstante, es posible desde la corta experiencia de su aparición estar alertados sobre la necesidad de la evaluación del estado de la democracia, considerando además que no puede solo circunscribirse a los factores endógenos, por heroicos que estos hayan sido, en la resistencia a la dictadura y en el inicio de la democracia.
Es necesario ampliar el campo de batalla y asumir que también la democracia argentina está involucrada en un debate ampliamente difundido y protagonizado en los medios y las redes sociales globales, que a pesar de su magnitud no parece haber impactado aún, salvo por sus bordes tecnológicos y disruptivos, en los debates más recurrentes de las ciencias sociales académicas de Argentina.
En tal sentido, parece necesario cuestionar de forma más abierta la relación de la democracia con las tecnologías, pero para hacerlo es necesario ir más allá de la crítica al centralismo de los países desarrollados o la crítica cultural al eurocentrismo y la persistencia del neocolonialismo. Retomando una mirada materialista, es necesario asumir que esta dinámica específica del capitalismo se realiza por los efectivos emplazamientos tecnológicos en la vida cotidiana y los ámbitos estratégicos del desarrollo cotidiano de la sociedad, como la producción y el consumo, los diseños y algoritmos que involucran usuarios e incluso las formas de participación ciudadana. No es posible olvidar que más allá de la especificidad nacional es posible constatar que la humanidad puede ser sumisa ante estas tramas tecnológicas por acostumbramiento.
El impacto de la Inteligencia Artificial este último año por la masificación del sistema de aprendizaje por interacción social del ChatGPT, o la elección de Argentina como uno de los cuatro países del mundo para implementar la aplicación WorldCoin creada por Sam Altman, el mismo de ChatGPT y OpenAI, que busca certificar la identidad humana en su base de datos -es decir, crear el perfil de un usuario y validar su existencia mediante datos biométricos como el escaneo del iris-, para mencionar solo un par de casos, no pueden seguir mucho tiempo ajenos a la reflexión sobre la democracia.
No es solo el componente discursivo y las condiciones de la producción semiótica de los debates políticos producto de la segmentación de redes. Es una nueva condición material de la democracia y la economía la que interpela el debate teórico y la acción política.
Reflexiones abiertas
Resulta difícil abordar el debate y producir una comprensión lúcida en medio de una aceleración creciente de las transformaciones en la base material de la sociedad y todos los planos simbólicos, ya que parece necesario definir aportes teóricos para la acción inmediata y superar el vértigo de asistir a un escenario donde se observa cómo se está modificando el mundo, la democracia del mundo y nuestra democracia, mientras recién empezamos a agregar los conceptos. Sin embargo, aunque parezca difícil, tenemos un buen ejemplo en el movimiento feminista de estos años.
Un punto de partida es revisar la relación de la democracia y sus actores con su sombra, para intentar comprender mejor qué se ha colocado en esa zona oscura bajo la aspiración de un cierto modelo de sociedad y un tipo específico de democracia. Hacerlo, desde la débil luz de los derechos humanos que a nuestra espalda proyecta la sombra horrorosa de la dictadura en democracia es un inicio, pero no es suficiente. Parece, además, necesario y urgente agregarle una voluntad abierta, orientada a la recuperación del destino común para construir una comunidad donde lo público integre la totalidad, sin exclusiones. Si la expresión libertaria es hoy una proyección ingenua de las sombras persistentes sobre la democracia, reducirla al lugar de lo antipolítico puede ser una reacción inicial comprensible, pero a 40 años de la democracia no parece el mejor camino.
El destino no tiene por qué ser el mundo libertario del anarquismo tecnológico, basado en un modo del capitalismo individualista, liderado solo por las corporaciones, que al presentarse como antiestatal en realidad solo opaca un movimiento más grave que es impugnar la democracia como modo de vida y espacio de construcción colectiva, afectando su condición de organización y administración, subordinado todas las respuestas a los problemas sociales al fundamentalismo de mercado.
Un debate democrático que asuma sus luces y sus sombras de forma más integral, a cuatro décadas de su recuperación, es un camino que también permite revisar en su construcción todo aquello que está cambiando en el mundo y no quede atada solo a la idealización de sus actores o sus proyecciones ingenuas de la frustración social de la desigualdad y el peso abrumador del futuro para las nuevas generaciones.
Lúcido, integral y audaz análisis de lo que sucede. Gracias Rubén Zárate por cultivar el pensamiento popular sin dogmas ni clichés. Indispensable lectura
Gracias por el aporte. No parece que la irrupción del Sr Milei sea causa de algo. Más bien parece ser el resultado de la deslegitimación de instituciones sin representación real, capturadas por perpetradores configurados como corporación que usan recursos públicos como un botín desde hace mucho.
La indignación y el hartazgo suficientemente generalizados, han resultado en la preferencia electoral que lo tiene por estrella. Las consignas que vocifera ante la perplejidad de los inadvertidos entretanto, son extraídas de abordajes teóricos de dos obras de Murray Rothbard ciertamente recomendables. Historia del Pensamiento Económico y Hombre Sociedad y Estado. Dolarización es una obra reciente de los economistas argentinos Emilio Ocampo e Ivan Cachanosky que también suponen abordajes teóricos más que prescripciones concretas. Fueron usadas para oponer al status quo y facilitado solo por la incompetencia oficialista al concebir algo como políticas públicas.
Confrontarlo con el remanido argumento de los derechos humanos, las dictaduras militares u otras conspiraciones parecidas no tiene caso. Tampoco relacionarlo con postulaciones como las del manifiesto tecno optimista de Marc Andressen días pasados. De la misma manera su referencia en el anarco capitalismo podía citarse al dar clase, no en las actuales circunstancias.
Todo parece indicar que asistimos al fin de un ciclo, como dice Carlos Fara por estos días. Pero solo de la hegemonía de un grupo de perpertadores. Tal como Michels lo sistematizó en su célebre Ley de Hierro de las Oligarquías. En contraste, su proyecto comparte la cultura política de un sistema completamente prostituido y deslegitimado, sustituible por algo que resuelva problemas concluye Poliarquía estos días. El negacionismo real finalmente, es la pretensión de ignorar estas circunstancias para culpar a las conspiraciones de siempre por los daños que nos propinamos solos. Mientras tanto, podríamos estar viajando a El Salvador sin escalas.