A cinco días de las PASO, este artículo propone un decálogo para reflexionar sobre la polémica en torno a las encuestas telefónicas para medir la intención de voto: por qué fallan y por qué, aún así, nos siguen fascinando. Diez puntos para aproximarse al engranaje de la máquina de captar lo social.
Nosotros también deberíamos encontrar
nuestra tierra firme: sobre arenas movedizas.
Bruno Latour; Reensamblar lo social (2007: 44).
Bruno Latour, el gran sociólogo pragmático francés, ofrece una caja de herramientas para rastrear controversias en la arena pública. En otros términos, para cartografiar problemas públicos a partir de las huellas que los actores dejan mientras construyen acuerdos y reensamblan lo social. Hoy, una polémica que se ensancha elección tras elección es en torno a la falibilidad de la máquina para captar lo social: las encuestas. La relevancia en torno a esta herramienta descansa en su potencia analítica, en tanto que permite estudiar extensas geografías, pero especialmente en su capacidad performativa, en tanto que produce eventos y movimientos entre los actores. No te conocen, hasta que alguien pregunta por vos. Es que el resultado de una medición cambia el curso de las cosas. Ese es el meollo, esa es la fascinación.
Sin embargo, los pronósticos de las últimas encuestas se distanciaron de los resultados finales en las elecciones que se desarrollaron. Y aunque no se trata de un fenómeno novedoso ni exclusivo de esta tierra, habilita dos interrogantes: ¿qué falla? y ¿por qué nos siguen fascinando?
DECÁLOGO DE UNA MAQUINA ROTA
1. Las encuestas que vienen mostrando mayor propensión a fallar son las que miden intención de voto, especialmente las que consultan a través de llamadas telefónicas a números fijos y móviles. Y sabemos que erran porque los hallazgos del laboratorio luego se contrastan con lo que arrojan los comicios. Ahora bien, por honestidad intelectual, la pregunta es si alguna vez funcionaron. Buceando en la literatura sobre esta metodología, la elección de 1936 en Estados Unidos, en la que se enfrentaron Roosevelt y Landon, fue la primera en la que se desplegaron varios sondeos para pronosticar la inclinación del electorado. Entre ellas, la Revista The Literary Digest lanzó una consulta por carta que alcanzó 2,3 millones de personas y dio como ganador al repúblicano. Finalmente, el 3 de noviembre, el padre del New Deal acumuló el 60% de los votos, conservando el poder para los demócratas. ¿Los errores nacieron con la medición? Con esa forma de medir por lo menos.
Es indudable que hay métodos mejores que otros, así como que el momento y la técnica de recolección pueden sesgar la consulta. También hay diferentes criterios para confeccionar la muestra: aleatoria, estratificada por género, edad y ubicación. Pero en cualquier caso, la fastuosa pretensión de conocer geografías cada vez más grandes, de preguntar mucho y muchas veces, acrecienta el riesgo de romper esta máquina de medir lo social -problema con el que no lidia el big data que recolecta sin interrumpirnos.
2. Año impar, año electoral. El fervor va en ascenso desde el cierre de listas hasta las PASO. En esos dos meses y medio, el sistema político, analistas y comunicadores ingresan en una vorágine en la que proliferan aspiraciones, candidaturas, pasacalles, operaciones, publicidades, entrevistas, consultores, fotos, actos, remeras, gorras, sombrillas, opiniones y, por supuesto, encuestas.
Hagamos el ejercicio de calcular la implicancia de este despliegue a partir de interrogarnos ¿cuántos relevamientos circularon en el último mes? En julio, sólo a nivel nacional, contamos 26 relevamientos. Si lo proyectamos a junio (en la previa del cierre) y a agosto (la mitad, hasta las PASO), en tan solo 75 días, se ejecutaron 65 encuestas. Siguiendo este razonamiento, ¿cuántas personas respondieron? En julio fueron 44.200 y si proyectamos a los dos meses y medio son 110.500 personas. Atendiendo a que sólo el 2% de los llamados resulta efectivo, ¿a cuántas personas les sonó el teléfono? A 5.525.000. Para peor, como las fechas de realización se superponen -cada encuesta permanece abierta entre 3 y 7 días-, es probable que a más de un cristiano lo hayan llamado más de una vez.
Es agobiante. Los aturdimos.
Tanta insistencia linda con el acoso.
3. En el escenario actual, cualquier encuesta de intención de voto se enfrenta a cuatro dilemas:
a) ¿Cómo medir algo que no se pregunta? Los sondeos que circulan parten del supuesto de que las personas van a ir a votar. Aunque cuando interrogan a qué candidato/a elegirán ofrecen las opciones “aún no lo definí” o simplemente “no sé”, en cualquier caso ponen a todos/as en el cuarto oscuro. Si las encuestas, como cualquier artificio, están atadas a su tiempo y si en esta época estamos ante una incipiente desafiliación democrática, entonces quizás sea hora de incorporar la pregunta por la participación electoral;
b) ¿Cómo medir lo que las personas no quieren decir? El famoso “voto vergonzante” y el “voto silencioso” son categorías que pretenden explicar un fenómeno que se repite en muchas elecciones: parte de la gente de a pie que ya sabe a quién va a votar, no lo expresa y elige opciones que la exime de responder, trampeando a las consultoras. Entonces, ¿qué preguntar y cómo para captar eso que se esconde? Un gran desafío para quienes confeccionan cuestionarios.
c) ¿Cómo captar las voces de quienes ya no creen? Analistas y cientistas sociales sentencian que cada vez más personas experimentan “apatía”, “descreimiento” y “frustración” frente a la política. Y aunque “la crisis de representación” lleva décadas decretada, cierto es que en el presente algo se está moviendo: en las elecciones provinciales, con excepción de Tucumán, se ha observado un aumento en el ausentismo. Entonces ¿qué nos lleva a pensar que querrían dedicar tiempo a hablar en algo en lo que ya no creen? ¿Cómo hacemos para escucharlos? Una proeza de imaginación sociológica;
d) ¿Cómo medir ante tanta vertiginosidad? Juan Negri sostiene que “en el pasado los votantes tenían preferencias políticas más estables”.
Entre las razones de esta mutabilidad, es posible pensar que la excesiva conectividad y la invasión de informaciones tienen incidencia, alterando el escenario con demasiada celeridad. También ocurre que el imperio de la brevedad, la mega exposición y la exigencia de tomar posición ante todo lo que acaece multiplica las chances de que los/as competidores desencanten, cometan errores no forzados o que simplemente nos harten. El atronador sube y baja de la dirigencia.
4. Un minuto es mucho tiempo para un semáforo, para una publicidad, para un video en redes sociales, para un audio. Es un exceso frente a nuestra ansiedad desbocada. Entonces ¿Cómo se explica que alguien responda una encuesta que dura 6 veces más? Un sondeo implica que la persona suspenda lo que estaba haciendo para atender un número desconocido, que no corte al escuchar la máquina que siempre arranca cortada, que atienda las múltiples opciones que se repiten para cada pregunta hasta el hartazgo (“muy bueno”, “bueno”, “regular”…..) y que persista hasta el final. Gladiadores, de pie. Es precisamente por eso que este método tiene una efectividad del 2%. Entonces, cabe preguntarse si este grupo no tiene singulares características, por ejemplo que sean personas más politizadas o más efusivas para expresarse. Si es así, es cuestionable su proyección sobre la totalidad.
5. En relación con esto último, la euforia también juega. En Argentina, las pasiones y la política se mezclan dando lugar a segmentos del electorado que sienten la necesidad de expresarse estruendosamente. Piden pista en cualquier ocasión para manifestarse y esta vocación por posicionarse es, precisamente, la que muchas veces completa las encuestas, alterando la representación de los mismos. Una inclinación que convive con aquel “voto vergonzante” del que hablamos antes y que también le impone un gran desafío a las mediciones: ¿Cómo ponderar? ¿Cómo bajarle el volumen a los intensos?
6. Cualquier manual de metodología cuantitativa en ciencias sociales establece los tipos de muestras que pueden construirse: ¿Cómo elegir al grupo al que se le va a hacer la encuesta? Para los sondeos de opinión electoral suelen usarse las a) aleatorias en las que cualquier persona tiene que tener las mismas posibilidades que otra de formar parte de la consulta y en las que el azar determina la virtuosidad del método; o b) estratificadas según características sociodemográficas -mismo porcentaje de varones, de mujeres, de grupos etarios o distribución en la geografía- y en las que espejar a la población de referencia es el ideal. Sin embargo, en los hechos, ambos mecanismos incurren en dilemas. En el primer caso, sólo las personas con teléfono -y constante conectividad- tienen probabilidades de ser parte de la muestra y por tanto no hay aleatoriedad. En el segundo, aunque pretende reconstruir en miniatura la pluralidad social, la ínfima cantidad de casos que releva le resta seriedad a esa hazaña -con suerte, una encuesta hace 100 consultas por provincia.
7. En la construcción de la muestra, central para que la consulta salga bien, no se contempla la posibilidad de que ésta sea representativa en términos electorales. ¿Por qué no desplegar la encuesta en un territorio donde el resultado de los comicios se haya aproximado al del escrutinio final? Es que existen geografías -mesas de votación, escuelas, circuitos electorales y hasta municipios- que, al final de la jornada de votación, espejan (con una diferencia de +/- 1%) el mismo resultado que la elección. Son de oro. Entonces, si lo que queremos es predecir el comportamiento político ¿no sería más propicio ir a estos territorios para tratar de hacer audible los posicionamientos? Ahorraría tiempo, recursos y, sobre todo, explicaciones.
8. De las 24 jurisdicciones subnacionales que conforman la República Federal Argentina, la mayoría desdobló sus elecciones provinciales y municipales. Entre ellas, el grueso no tiene PASO para esas categorías. Entre las que no separaron sus comicios de los nacionales, hay un grupo con primarias y otro sin. Así, encontramos múltiples escenarios que, en definitiva, señalan que como mínimo nuestra gente va a sufragar dos veces en el año y como máximo cuatro veces. Si hay ballotage, cinco. En todos los casos, esta escena se repite cada dos años y la prolífica oferta electoral hace que incluso en distritos sin internas partidarias haya decenas de opciones. Es mucho y no estoy segura de que más sea mejor democracia.
9. Algunos análisis agrupan ausentismo y votos no positivos -nulos y blancos-. Sin embargo, estimo que se tratan de dos fenómenos disímiles. En el primer caso, puede ser tanto una impugnación a la oferta electoral -expresar un rechazo-, la desinformación sobre los derechos políticos -desconocimiento de que se está en condiciones de votar, cuándo y qué se elige- o una manifestación más del desacople respecto del sistema político -en el cuarto oscuro no hay nada que interese como para movilizar la acción- . En el segundo caso, el voto en blanco o nulo sí concurre a votar: sabe que puede elegir, sabe que nada le gusta y va a indicar su descontento. Quiere hacerse escuchar.
Entonces, las interpretaciones sobre el ausentismo son debatibles, mientras que el voto no positivo no deja margen a la especulación.
10. Si, como postula Martín Rodríguez, “la transición no terminó” la exigencia metodológica debería asumir esa inestabilidad en nuestra democracia, el carácter arenoso del presente y por tanto evitar fastuosas conclusiones que, en verdad, explican una parte. Aún en esta escena movediza, el grueso de la ciudadanía asiste a votar. Con la peor de las ondas, pero asiste. Hace la fila y se queja, pero ahí se los/as ve y muchas veces por ratos largos.
Entonces, como nada es tan racional, lineal o evidente, la responsabilidad del analista es pensar sin enojarse ni encender falsas alarmas. Y nuestro presente es una gran oportunidad para captar lo social ya que está experimentando modificaciones y los actores se encaminan a reensamblarlo: sobre este suelo democrático ya no podemos ignorar los desacuerdos, pero el horizonte es alcanzar compromisos sólidos para vivir juntos. Sigamos las huellas, a ver qué pasa.
ENTRE LA FASCINACIÓN Y LA FANTASÍA
Lo social es un fluido que se escurre entre los dedos y que, cuando se muestra, lo hace parcialmente. No sólo lo que se capta es un fragmento de un movimiento, sino que la acción no es transparente ni se realiza bajo el pleno control de la conciencia. Por eso, Latour propone entender al agente como un actor-red en tanto que “no es la fuente de una acción sino el blanco móvil de una enorme cantidad de entidades que convergen hacia él”. Es así que sólo podemos aproximarnos a la cosa y por ello la pretensión de acertar el pronóstico es, en partes iguales, una fascinación y una fantasía.
A pesar de algunas fallas en las encuestas para pronosticar el resultado de una elección, acá estamos ocupándonos de ellas porque, por un lado, la humanidad siempre ha intentado conocer de antemano el porvenir y, por el otro, porque los horizontes analíticos que abren los relevamientos, especialmente los presenciales, son fascinantes. Para muestra, un botón. Mejor dos.
Uno. En enero de 2017, desde la Consultora Arquetipos, hicimos un relevamiento en las playas de Mar del Plata con la hipótesis de que allí encontraríamos al “electorado bonaerense”. Más allá de los resultados de esa consulta que, finalmente, nos empujó a replicar la encuesta en las Playas del Conurbano para equilibrar el sesgo de clase, ese verano escuchamos repetir y repetir que María Eugenia Vidal era “una leona”. Cómo sigue la historia es de público conocimiento: éste fue el lema de la campaña de Cambiemos para las elecciones de medio término. Imposible determinar si esta idea fue inoculada, si brotó de la gente de a pie, si apareció en un focus group o todo lo anterior, pero lo cierto es que sobre el Atlántico presenciamos el encantamiento de captar lo social.
Dos. En cualquier sondeo presencial, cuando se pide calificar a la dirigencia se advierte en el/la consultado/a un singular entusiasmo y cualquiera se anima a sentenciar con brutalidad. Por ejemplo, hace un año atrás, quien acumulaba votos imposibles – “nunca lo votaría”- era Sergio Massa. Sin embargo, en los últimos 12 meses logró lo inimaginable en tiempo récord: pasar del “nunca” al “tal vez” y del “tal vez” al “sí”. Este desplazamiento es fundamental para su candidatura y para hacerse del núcleo duro del kirchnerismo. Un movimiento magistral fundado en la triple enunciación de el mediador político de su espacio, la pieza necesaria para atajar la papa caliente de una economía cascoteada y el único capaz de llevar adelante las negociaciones con el FMI. Jugada audaz, pero que le permitió dejar atrás el mote de “ventajita” y convertir los “votos imposibles” en “posibles” y los “posibles” en “seguros” para esta elección y para las que vengan. Imposible no fascinarse con la magia que recoge la estadística.
En unos días, no más, veremos si esta defensa y fascinación tiene sentido. En cualquier caso, si la realidad es inasible, nada es tan definitivo.