En cada etapa de la historia de las sociedades hay puntos luminosos y puntos ciegos. Circunstancias que brillan con luz propia y cuestiones que nadie parece querer ver. Ya lo dijo de una forma impecable el historiador francés Ernest Renán, la esencia de una nación consiste en que todos los individuos tengan muchas cosas en común y también en que todos hayan olvidado muchas cosas.
Aquello que se recuerda y aun aquello que se olvida no está fijado de una vez y para siempre en la memoria de la sociedad, sino que existe amarrado a la voluntad presente de cada generación. Recordar y olvidar son claramente resultado de una tensión, son de alguna forma la consecuencia de la resolución, siempre inconclusa, de un conflicto.
Como recordar y olvidar, también ver y no ver son, digámoslo rápidamente, operaciones políticas. Y si, como supo decir Goya, el sueño de la razón produce monstruos, también podemos decir que la política de una época genera sus propios e invisibles fantasmas.
Para poder pensar los fantasmas del presente, voy a remontarme al principio del siglo XX compartiendo (no sin ironía respecto a lo dicho en los párrafos anteriores) un decálogo esclavo de las formas de la red social del pajarito azul: aquí va este hilo tributario de la inmediatez y la atención epidérmica de nuestro tiempo. En tu cara, Ernest.
1. En las décadas de 1910/1930 existía un movimiento obrero combativo e ideologizado que, sin embargo, poco pudo hacer contra la inflexibilidad de los dueños del capital. La desprotección y la explotación fueron la regla.
2. Solo un pequeño núcleo vinculado a la logística de la exportación y sus servicios accedía a mejores condiciones laborales, la élite de l@s trabajador@s que de alguna manera estaba integrada políticamente a un modelo que se aprestaba a entrar en crisis terminal.
3. Como sabemos, el crac del 29 rompió el comercio mundial y generó que en nuestro país surgiera una industrialización sustitutiva, impulsada por la misma élite oligárquica asociada a capitales extranjeros. Se constituyó un nuevo entramado productivo que incorporó puestos de trabajo antes inexistentes.
4. Así las cosas, hay una masa de trabajador@s que emigran internamente con sus tradiciones, experiencias de lucha e idiosincrasia hacia los centros industriales cambiando el mapa social y la composición del movimiento obrero.
5. Y aquí viene lo importante: a pesar de que eran millones, permanecían invisibles para las expresiones políticas y sindicales del país agroexportador. En el mejor de los casos, se los estigmatizaba como “lúmpenes que no representan a los verdaderos trabajadores del país” (dixit).
6. Lo que la superestructura político/sindical/cultural no veía era que había cambiado el modelo de acumulación del capital y que eso traería profundas transformaciones en la integración, la representación, la organización, el sentido común y la identidad del mundo del trabajo.
7. Esa masa popular, ignorada y despreciada no contaba, a la hora de pensar las soluciones para salir de la crisis que se profundizaba, con la llegada del nuevo orden mundial surgido al final de la segunda Guerra Mundial. No existían para nadie. Eran fantasmas en el paisaje urbano.
8. No obstante, como expresamos en una nota anterior, allí donde otros veían un paisaje, el coronel Perón pudo ver un sujeto que iba a protagonizar el país en trabajo de parto. Esa es la novedad que aporta el peronismo: la representación y la integración de es@s compatriotas a un modelo de sociedad que los incluía.
9. Pero no fue solo de arriba para abajo: y ahí está el 17 de octubre de 1945 para demostrarlo. Los invisibles, los nadies, conmovían los cimientos del viejo país y dejaban su huella indeleble en la historia, pariendo la Patria de la Felicidad.
10. El mundo está cambiando dramáticamente. Lo que fue ya no es y se están conformando nuevos olvidos y nuevas memorias. El peronismo debe evitar por todos los medios dejar de ver la novedad que estos convulsos tiempos traen consigo.
Porque l@s que están sol@s y esperan no van a ser para siempre parte de un paisaje invisible.