En 1973, después de 18 años, retornó el peronismo al poder. Visto desde la actualidad, ¿qué reflexión podemos hacer respecto de la persistencia del peronismo como identidad mayoritaria de nuestro pueblo, pese a persecuciones y proscripciones? ¿Se puede establecer algún paralelismo entre aquel 73 y este 2023?
Este año se cumplen cincuenta años del 73, y ochenta de la revolución de 1943 que fue el origen, primero de la aparición de Perón, después del peronismo. El 73 representa muchas cosas. Representa el “Luche y vuelve”; representa el regreso de Perón a la patria; el triunfo del peronismo con Cámpora primero, el 11 de marzo, y después -casi plebiscitario- el 23 de septiembre, de Perón; y representa a un movimiento masivo que tuvo como característica saliente la peronización de los sectores medios estudiantiles, fundamentalmente de la juventud. Esto implicó todo un hecho político cultural, porque los 70 son también la lectura setentista del peronismo del 45. La primera reflexión para hacer es que “el peronismo es más importante que Perón”, en tanto que Juan Perón crea un movimiento, lo lidera, genera una doctrina, pero deja al pueblo como heredero; y esa herencia lo supera en el tiempo. Por lo tanto, genera un fenómeno muy poco habitual en los movimientos personalistas que es que sobrevive a su líder (el próximo año se van a cumplir 50 años de que ese líder no está ya en la vida política). De modo que estamos frente a un movimiento muy singular que con una doctrina -que es el justicialismo- resiste, y supera a su líder con otros distintos liderazgos y con una trayectoria de muchas contradicciones.
Hay paralelismos y diferencias entre el 73 y el 2023. Cómo hablar de los 70 sin ser nostálgico o solemne, y sin ser demasiado optimista en las miradas del pasado. Pero es bueno un peronismo que siempre se enfrente a las contradicciones de la sociedad argentina y a las crisis abiertas. Cuando desaparecen los líderes físicamente de la vida política hay crisis de nuevos liderazgos, casi siempre de ideas y de rumbo y de una cosmovisión que acierte a comprender la época. Existe una idea -que se les atribuye a los chinos- de que las crisis son oportunidades, pero no siempre es así. A veces las crisis no son oportunidades sino un mayor retroceso. Las crisis deben servir para construir un futuro de esperanza, pero la esperanza es consecuencia de las acciones que llevemos a cabo. Yo creo que el 73 era una época esperanzada en el regreso del peronismo; y creo en cambio que el 2023 es una época de pesimismo, lo que podríamos llamar una década de decepción. En el 73 había que construir el triunfo sobre la dictadura; había un avance de algarabía popular y la esperanza de Perón en la patria. En el 2023 tenemos que construir a pesar de formar parte de un gobierno que ha fracasado en sus objetivos. Entonces me parece que en ese sentido son momentos muy diferentes. Pero incluso cuando en los dos momentos las contradicciones dentro del movimiento afloran, lo que se mantiene igual, idéntico a sí mismo, es el odio antiperonista. Fuerte en el 73, pero en retroceso; fuerte en el 2023, pero en crecimiento.
En aquellos años la democracia como sistema de gobierno no parecía ser uno de los valores fundamentales para el movimiento nacional y popular. ¿Cómo creés que ha cambiado esto desde aquel momento y hasta el día de hoy? ¿A partir de qué?
Es cierto que hasta la dictadura del 76 no era el valor fundamental para el movimiento nacional y popular. Era un medio para llegar y legitimar el poder pero se sabía que había otros medios y que podían ser utilizados; los dos más frecuentes en América Latina eran la insubordinación popular o la lucha armada. Los tres fueron practicados y a veces los tres por las mismas personas. La dictadura del 76 demostró que la democracia no era un medio sino un fin. A partir de que esa dictadura asesina impuso un modelo económico y social trágico para el pueblo, la democracia se transformó en un principio y en una bandera. Porque cuando se hablaba de la “patria justa, libre y soberana”, la soberanía era soberanía nacional (en defensa de los ataques extranjeros) pero también era soberanía popular; y la soberanía popular había tenido, en la historia de Occidente, por lo menos, en la democracia su principal herramienta (aunque no la única). De modo que por supuesto que aquel movimiento mantenía la democracia entre sus objetivos.
A la democracia insuficiente se la ataca con más democracia y a la democracia injusta, con profundizar la democracia social. Ya Perón hablaba en el Modelo argentino de una democracia social; por lo tanto hoy la democracia es, junto a la libertad, la soberanía, la independencia, la justicia social y los Derechos Humanos, uno de los objetivos del movimiento.
Los años 70 fueron años de convulsión hacia el interior del peronismo, que no pudo resolver sus pujas internas de manera ordenada. ¿Creés que hemos aprendido algo y que hoy tenemos la capacidad de procesar nuestras diferencias de una manera menos trágica?
Los años 70 fueron convulsionados para el interior del peronismo; es cierto que no se pudieron resolver pujas internas de manera ordenada y las alas con las que Perón conducía la estrategia y las tácticas, y hacía de un movimiento heterogéneo una conducción única, se tensionaron. Creo que hoy hemos aprendido que debemos procesar nuestras diferencias de una manera no trágica; el peligro es que la tragedia se convierta en comedia y tratemos de resolver nuestras diferencias de manera cómica, o pobre, superficial, oportunista, o sectaria. Perón siempre tuvo claro que el sectarismo era la tumba de la conducción y siempre pensó que las luchas internas, las pujas entre facciones dentro del movimiento, generaban un enorme desgaste que impedía lograr el objetivo de la justicia social. Por lo tanto él siempre vio con distancia y desconfianza a los que hacían política exclusivamente abocados a las luchas internas. Creo que así como rescatamos la democracia, rescatamos el modo pacífico del debate político que por cierto hoy en la Argentina no va más allá del griterío o el insulto. El peligro hoy no es la violencia; el peligro hoy es la indiferencia, la resignación o la mediocridad, o algo que le estamos a veces disputando al liberalismo que es la concepción individualista de la política, o la idea del gerenciamiento de la política. Este es el gran desafío que tiene por delante, a cincuenta años de los 70, un movimiento que sin duda tiene que tener una revolución interna para volver a ser representativo y federal, y construir una democracia social en una república popular.
¿Cómo viviste desde tu experiencia personal esos años y qué reflexiones podés hacer hoy, a la distancia, al respecto?
Yo en aquellos años vivía una transición desde la izquierda nacional hacia el peronismo y comprendía que la lucha política estaba en la organización de las masas. Siempre tuve una mirada crítica hacia la vanguardia iluminada o hacia la lucha armada, y mucho más a partir del triunfo y la llegada de Perón a la patria. Hoy, a la distancia, pienso que esa transición -de una formación de izquierda nacional al peronismo- fue acertada, porque creo que la discusión era una discusión acerca de cómo llegar al socialismo; es decir, si se llegaba dentro del peronismo o por afuera, acompañando. Había quienes creían que luchar por el socialismo dentro del peronismo era quedar enfrentado a Perón. Hoy observo eso con una mirada crítica y creo que Perón lo que quería era construir el justicialismo, o sea, resolver la cuestión social con ojos argentinos. Y era quien jugaba a la política mientras todos jugábamos a la guerra; era la cabeza más esclarecida de un momento sumamente tenso. Perón era un pensador heterodoxo; supo asociar a hombres y mujeres que venían de distintas tradiciones políticas y condujo al conjunto, no a una facción. Para eso se necesitan liderazgos potentes que estén dispuestos a conducir al conjunto. Porque si no se hace así, se va a desvanecer toda ilusión de felicidad colectiva. La crisis del peronismo es la crisis de la posibilidad de felicidad del pueblo y la debilidad del trabajo. El peronismo nació como una propuesta al conjunto de la comunidad para organizarla, no para monologar consigo mismo; y nació para extender sus ideas al conjunto de la América Latina que, de no estar unida, tendría un destino de dependencia. Nunca se resignó solo a representar a un sector social, a una clase o un sector geográfico. Su mirada era América Latina, no una facción o un sector del conurbano. Mirado desde hoy, creo que la gran puja es poder lograr que la esperanza triunfe sobre la decepción, pero para que haya esperanza hay que darle fundamentos. Volvió la consigna “luche y vuelve”; bueno, luchar es una actitud, una voluntad, una decisión política. Pero la lucha es también generar las condiciones para volver, y volver es un objetivo y es un deseo. Pero ese deseo siempre se personifica en alguien, que encarna y sintetiza los múltiples y heterogéneos objetivos y deseos que tiene un movimiento masivo y popular. Para luchar hay que tener organización y fraternidad, idea de comunidad, caminar en las diferencias, convicción, principios. Volver significa un programa y también una persona.