Solo hay una emoción que el patriarcado valora cuando la expresan los hombres, esa emoción es la ira.
El deseo de cambiar, bell hooks
La violencia no como desvío, sino como experiencia originaria (del neoliberalismo).
Arruinar al neoliberalismo, Verónica Gago y Cecilia Palmeiro
Necesitamos leer historias de otros para recordarnos nuestra humanidad común.
Chimamanda Ngozi Adichie
LO COMÚN
En el despliegue de los feminismos en nuestro país, el 8 de marzo se ha convertido en algo más que el Día Internacional de la Mujer. Es un encuentro al que se llega después de varias y extenuantes jornadas de debate y organización. Es una jornada de lucha política en la que se ocupa el espacio público para visibilizar los dramas diarios con la intención de que se visibilicen como lo que son: problemas públicos (de todas, todos, todes). Es un reclamo frente al Estado, a los organismos internacionales de crédito, al Poder Judicial y al Legislativo, a los medios de comunicación, a las empresas, a las centrales obreras, a las universidades, en definitiva, a la sociedad en su conjunto para frenar la violencia machista y también para avanzar hacia una igualdad que equipare para arriba. Es la gesta de una fuerza diaria que se moviliza contra la descarga del patriarcado, contra una opresión de la que nadie está exento aunque es más virulenta según el género, la clase social, la raza y la geografía. Pero el motor de esta movilización no sólo es la violencia machista y la vergonzante desigualdad, sino también la crueldad del neoliberalismo conservador: las mujeres y las diversidades somos el primer blanco de tiro de la austeridad y el puritanismo que hacen juego en esta etapa del capitalismo. Por eso el 8M es, ante todo, un paro general.
Ciertamente, la escena actual es tan alarmante como novedosa. Aunque hace tiempo que se estaba cocinando esta nueva época en la que reina la “libertad” como valor único y supremo; el individualismo insensible y mercantilizado; y la hostilidad como estrategia política, con la llegada de Javier Milei al Poder Ejecutivo Nacional estos rasgos se exacerbaron. En él se ve un aprendiz de la cultura patriarcal que enseña que es mejor ser temido que amado y por eso se empeña en reforzar su bravura con la guturalización de su voz, con la motosierra en mano, con sus amenazas y con su ejército disciplinante en las redes sociales. Netflix lo catalogaría como tragicómico, oscuro, gore. Ya nadie está a salvo. Para peor, las herramientas que conocíamos para hacerle frente a los dramas oscilan entre el descrédito y un ataque orquestado por sus detractores: el Estado y la democracia, casualmente las instancias para impartir justicia, regular y planificar lo social (Gago y Palmeiro, 2019). Con heridas fatales, la esperanza hace raíz entre quienes detestan. Así, la acción se ordena con arreglo a la ira y la justificación es el hartazgo, lógico, ante una acumulada insatisfacción con las instituciones. Pero en ese marasmo hay quienes tienen menos chances. No es novedad que las mujeres seamos las más pobres, las más desempleadas, las que ganamos menos por las mismas tareas, las que ocupamos menos lugares de poder en el sector público como en el privado y, además, el blanco de ataque de la violencia misógina. Datos, ni opiniones.
Más aún, cualquier observador atiende que la cosa se está espesando entre los aumentos de los alimentos, de los alquileres, del transporte público, de las tarifas, de la garrafa, de la obra social, de la escuela privada, de la vida misma mientras los salaritos van detrás de la inflación. El malestar sigue haciendo pueblo y las familias, con más o menos resto, se apechugan como cada vez que tocó la mala. En esa reorganización, las casas quedaron sobrecargadas de tareas que antes hacía el Estado Nacional y en donde ahora ha desertado: con las personas mayores que tienen una dependencia básica, con los familiares que tienen alguna discapacidad y con los niños/as. Entonces, somos las mujeres las que asumimos la carga de esa vacancia, aún teniendo que trabajar por fuera de lo doméstico. Esto tampoco es una novedad y por eso, en los últimos años, en nuestro país importantes académicas, especialistas y funcionarias nacionales trabajaron sobre un proyecto para crear un Sistema Integral de Políticas de Cuidados. La propuesta fue discutida en instancias consultivas con sindicatos, cámaras empresarias, organizaciones feministas y de la diversidad, de la discapacidad, de la niñez, de las personas mayores y de la economía popular y social. Esta iniciativa, que en febrero de este año perdió estado parlamentario, es nodal para los feminismos que lograron desplazar el debate desde las violencias hacia la economía señalando que la redistribución de las tareas y los cuidados no sólo es determinante para discutir todo lo que se produce sin un reconocimiento económico ni simbólico, sino que permitiría impartir justicia entre los géneros, habilitar nuevos vínculos familiares al ampliar las licencias y avanzar hacia una sociedad que ponga la vida en el centro. En este escenario en donde lo que no se contabiliza, no se considera, los feminismos recuperamos la ética de ser para otros que se gesta en las casas y que debe ser practicada por todos como estrategia de lucha contra el neoliberalismo del descarte.
Las tareas de cuidado y reproducción son parte de la discusión de la materialidad, la redistribución de la riqueza, la deuda externa y la doméstica, la feminización de la pobreza, el ajuste sobre quienes menos tienen. Esos dolores diarios son los que vienen congregando al movimiento desde hace algunos marzos en el entendimiento de que la violencia y las desigualdades de género no pueden ser pensadas, combatidas ni erradicadas sino se atiende qué programa político, económico, social y cultural se está desplegando. Frente a la reacción neoliberal conservadora encabezada por el iracundo Milei que se declara en guerra contra el Estado, la justicia social, los derechos humanos y los feminismos, hoy en cada bandera de arrastre de cada columna en cada ciudad de la Argentina habrá un intento de pensar lo común desde nuestro lugar.
PARA TODO EL MUNDO
Diana Maffia dice que para ser feminista hace falta básicamente tres cosas: darnos cuenta que existe esa desigualdad; que nos moleste, nos incomode; y que hagamos algo para cambiarlo. Es una posición desde la que interpretar el mundo y no es exclusiva de las mujeres. Un feminismo para todo el mundo, aquel sobre el que enseñaba bell hooks, concibe a la cultura patriarcal como un sistema en el que tanto los hombres como las mujeres cumplen una función para su mantenimiento, reproducción y perpetuación, a pesar de que trae recompensas sólo para los varones. Aunque privilegia al sujeto masculino, heterosexual, blanco, occidental y pudiente – y lo propone como universal-, ciertamente el patriarcado resulta una opresión para todos los géneros que no cumplen los mandatos y expectativas establecidas para cada quien. Más aún, no es la única fuente de asimetría: la subyugación varía según la clase social, la geografía en la que se vive, la piel y la raza, la condición de migrante. Muchas veces, las mujeres de los sectores populares tienen más cosas en común con los hombres de su barrio que con otras mujeres universitarias del centro de la ciudad. Eso no está ni bien ni mal. Es lo que es. Y de lo que se trata es de asimilar los malestares de cada quien y volver a tejer lo común. Especialmente en un escenario en el que los privilegios y el estatus se concentran en unos pocos y entre los demás domina la frustración. La manta es corta y el invierno promete ser para todos por igual.
Por eso, frente austeridad como horizonte, el desafío es convocar con amplitud para que todas, todos, todes se sumen a la construcción de un feminismo justicialista que tenga como eje central combatir este anarcocapitalismo que sólo nos sumerge en la pobreza, el desasosiego y la falta de fe. Para volver a poner la vida en el centro, haciendo nudo entre la justicia y la libertad, la comunidad en su conjunto debe sentarse a la mesa. Precisamente por ello, hoy la convocatoria es a que mujeres, diversidades y varones que creen en la importancia de la igualdad de derechos y oportunidades no caigamos en las distracciones y provocaciones de Milei. La tarea es unirnos más que nunca por lo que más deseamos: una patria justa, libre y soberana. Como explica bell hooks, “es una ficción de falso feminismo que nosotras las mujeres podemos encontrar nuestro poder en un mundo sin hombres” (2021) y es una trampa del neoliberalismo que seamos indiferentes con los asuntos de los demás. El ejercicio es traspasar las fronteras y aportar a proyectar un programa general. Para ello, hemos desarrollado la gimnasia de aprender a pensar alternativas. Ensayo y error, preguntarse por las cosas y así abrir horizontes de posibilidades. Hay que volver a intentarlo porque estamos en un punto de inflexión, con riesgo certero de perder importantes conquistas. Natural es, entonces, que la convocatoria sea (re) gestar la fraternidad, la unidad entre quienes compartimos ideales y valores. Estamos seguras que somos muchísimos Aventurémonos a encontrarnos.
Muy buen artículo, felicitaciones a ambas. Ideal publicarlo hoy 8M con el presidente que tenemos