Partiendo de la ineludible necesidad del vínculo entre hombres y mujeres, Nina Power en ¿Qué quieren los hombres? reflexiona acerca de las desavenencias entre los sexos para tratar de aproximarse a un mutuo entendimiento que nos permita vivir juntos. La violencia, el suicidio, el celibato, las redes sociales, el feminismo, la reacción, los grupos masculinistas, el individualismo y la recesión sexual son algunos de los temas que esta la filósofa y escritora inglesa aborda en este provocador texto.
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Vivir juntos
A lo largo de seis capítulos, Nina Power bucea entre polémicas e interrogantes sobre la masculinidad: ¿Cómo evitar un nuevo esencialismo?; ¿hay que hablar de sexo o de género?; ¿hay nuevos roles?; ¿Qué es el patriarcado?; ¿el problema es la masculinidad?; ¿la salida es el separatismo?; ¿Qué quieren realmente los hombres?; ¿es posible dar con una respuesta a esta pregunta? En espejo a la pregunta que Sigmund Freud le hizo a Marie Bonaparte en 1925 -“¿qué quiere una mujer?”-, la filósofa se propone abrir una reflexión tan incómoda como necesaria y que promete traer más interrogantes que respuestas.
Al recorrer el trabajo se advierte que la singular perspectiva de Power se funda en algunos supuestos que se van desplegando y que constituyen su pensamiento. En primer término, ella habla de “sexos” y no de “géneros”. Sostiene que, a pesar de los avances de las mujeres en relación a lo que hacen y quieren hacer, aún existen ostensibles distancias con los hombres (sí, es un texto marcadamente binario). Por eso, propone volver a pensar en términos de sexo más que de genero, no porque no importe cómo se desea ser visto por los demás, sino porque -ignorar el sexo nos lleva a ignorar aspectos fundamentales de nuestra realidad compartida (…) y a permanecer sumidos en la confusión respecto de cómo somos y cómo debemos entendernos unos a otros”. Para la filósofa, la operación que sólo reconoce la identidad de género se dio en paralelo a la cancelación de cualquier referencia a la diferencia sexual como elemento constitutivo de la vida humana y en simultáneo se inició una batalla contra los hombres. Más aún, para Power “no hay un tercer sexo”. En ese sentido sostiene que “la intersexualidad es una condición extremadamente rara y no prueba que el sexo sea un espectro” (que existan grados variables y que haya híbridos biológicos) sino que la intersexualidad “demuestra que hay dos sexos, en la medida en que perturba el desarrollo sexual de los cuerpos masculinos o femeninos” (2024: 49). También, argumenta que la noción de género ha tenido dos acepciones: por un lado, género como las expectativas que la sociedad nos impone y por tanto como algo a superar; por el otro, género como lo que “sentimos en nuestro fuero interno, o como algo factible de reivindicar como identidad”. Para la autora, esta segunda definición resulta ser retrógrada en tanto que “si nos gustan las cosas típicamente asociadas a los varones/las chicas o los hombres/las mujeres, tenemos que «adoptar» esa identidad” (2024: 51).
En cualquier caso, Power apunta a que las personas, más allá de su sexo, son una mezcla de cosas buenas y cosas malas. Así, advierte que esencializar en uno o en otro sentido (“las mujeres no mienten”, “los varones son todos violadores”) es un drama que acota la mirada, elimina los matices, los zigzagueos y las contradicciones propias de la vida humana y que, para peor, nos inmoviliza al cristalizar al sujeto como algo de una vez y para siempre, atándolo a una circunstancia como si fuera un carácter esencial. En tercer lugar, ella sostiene que la vida siempre es peligrosa y que a veces, las relaciones terminan mal. Es que las cosas no siempre se dan de la forma en la que queremos y que “tratar de descubrir quién fue «el malo» en una relación es un juego unilateral; sin embargo, muchas personas -tanto hombres como mujeres- parecen deseosas de involucrarse en este tipo de culpabilización, como si la vida o el amor fueran tan simples”. Sobre esto, la escritora y psicoanalista, Alexandra Kohan sostiene que muchas veces
no se distingue que el daño que alguien puede sentir no necesariamente fue infligido por el otro con intención, seguro de sí, un otro que siempre sabe lo que hace y hace lo que quiere. Todas estas suposiciones están en el lugar de no querer enterarse de que el otro tampoco es garante de nada. Suponer que el otro sabe que está haciendo daño invisibiliza al otro en el sentido de que el otro quizás tenga sus zozobras, sus vacilaciones. No significa que se lo tenga que justificar; significa que el otro no siempre es consciente de lo que hace y eso a veces no se tiene en cuenta[1].
También Power advierte sobre la propagación de una lógica punitiva que excluye la posibilidad de concebir que quien generó un daño pueda cambiar: “lo que a menudo se olvida hoy es la posibilidad del perdón, tanto para uno mismo como para los demás”. Esto no ayuda a construir un mundo mejor y esa severidad resulta tan rotunda como insoportable. Más aún, la filósofa norteamericana apunta contra la referencia al poder y a los privilegios masculinos como atributos naturales y esenciales de los hombres. Plantea que si esto fuera así, entonces no habría nada por hacer ya que asumir estas posiciones nos aleja de pensar que la transformación es posible. Estas lecturas hacen juego con el tiempo despiadado en el que vivimos en que las personas son juzgadas de una vez y para siempre por un acto: lo que dijiste en Twitter te define como sujeto desde hoy y para siempre. Por eso argumenta que “la vida está llena de malentendidos, confusiones y errores. Si adscribimos una intención maligna a cualquiera que nos ofenda, solo generamos más temor. ¿Cómo puede un hombre saber si a una mujer le interesa que se le aproximen? Bueno, a menudo no puede. Es mucho más seguro mantenerse a distancia” (2024:39).
Ciertamente leer al otro, a la otra no es tarea sencilla. Es arduo y trabajoso, tanto como tener una relación donde las desavenencias, los desacuerdos, las expectativas frustradas y los silencios tienen su parte. Power argumenta que “la interacción masculina y femenina es un desbarajuste embarazoso y confuso, cuyas reglas suelen ser demasiado oscuras” (2024:157). Sí, pero también en muchas ocasiones las señales existen y no se quieren ver. Ahí es donde hace raíz el drama y por eso muchos varones plantean que “entonces, no se puede hacer nada”, “ya no se puede decir nada”. En verdad, lo que los feminismos trajeron de novedoso es la respuesta de las mujeres a esos comentarios. No es que no pueden decir nada más. Es que ahora nosotras nos animamos a responder lo que en verdad pensamos de eso. Lo nuevo es que nosotras transformamos la unilateralidad del piropo en una conversación, buena o pésima en función del contenido, el lugar y la persona que lo enuncie.
Por otro lado, sobre la base de que no existe una enemistad mortal entre los sexos, sino que no podemos vivir los unos sin los otros y que queremos estar juntos, Power plantea que aún así resultaría imposible y hasta indeseable abolir por completo los desacuerdos entre hombres y mujeres. Se trata, en definitiva, de vivir con las diferencias de una manera más digna, de transitar los problemas: “despotricar contra los hombres es fácil. Lo justo y urgente sería preguntarnos cómo podemos vivir mejor juntos”. También, en esta línea, busca reconocer y hacerle lugar al sufrimiento de los varones frente a la imposibilidad generalizada que tenemos de “vincular la masculinidad con la bondad” (2024:8). En ese sentido sostiene que las dolencias masculinas no anulan los padecimientos de las mujeres y que los varones han comenzado a pensar estrategias para superar su sufrimiento de manera separatista e individualista. Por eso, y con la vocación de reconstruir lo común, Power se pregunta si hay que combatir la masculinidad para terminar proponiendo “hacer un viraje y decir que necesitamos resucitar lo que tenían de bueno las versiones más antiguas de masculinidad, a fin de lograr una imagen diferente del presente y del futuro” (2024: 44).
Finalmente, sostiene que “nuestra era suele promover, inculcar y celebrar el infantilismo y la queja” y que se despliega una “tendencia al victimismo interpersonal”. Daniel Giglioli, en su audaz libro Crítica de la víctima sostiene que
La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable[2].
Y si hay víctimas, hay culpables. Así, también se ha vuelto un vicio extendido la presunción de culpa, los señalamientos, las acusaciones cruzadas, en definitiva, la implacable caza de culpables que siempre tiene lugar en territorio ajeno. Esta pretensión de culpabilizar, sostiene Power, “apenas sirve para aplazar la conversación y un diálogo que sin dudas nos beneficiaría a todos” (2024 53). En una época Jumanji, donde las catástrofes se suceden unas con otras, “para terminar con los peligros, todos los jugadores deben sentarse a la mesa y tejer lo común para sortear cada desastre” [3] con lo doméstico, con lo que esté a la mano, hasta que salga Jumanji.
La victoria de los incels
Al leer el provocador trabajo de Power, es ineludible encontrar algunos puntos de contacto con ciertos debates en Argentina. Uno de ellos refiere a la extendida interpretación de que estamos donde estamos por la vehemencia de los feminismos: Milei como la revancha de las víctimas de la marea verde. Cierto es que en tiempos de crisis, reina la urgencia por dar con un culpable que se lleve las marcas, aún a riesgo de simplificar el análisis y la construcción futura. Esta lectura que se compartió en las filas del justicialismo y del progresismo, oportunamente omitió que el drama de 2019-2023 no fue el DNI no binario, ni por la sanción de la IVE o por la impotencia del Ministerio de las Mujeres y Políticas de Género de Nación, sino más bien por la falta de redistribución del ingreso y los límites impuestos por el FMI. A Javier Milei no sólo lo votaron los incels [4], los jóvenes decididamente anti feministas como Agustín Laje o Nicolás Marques, los pañuelos celestes y las mujeres, como Lilia Lemoine, que interpretaron que el feminismo se había pasado cuatro pueblos, sino que lo eligieron muchos y muchas de quienes habían acompañado la fórmula del Frente de Todos cuatro años atrás. Para ellos, para ellas, el drama fue seguir afuera, que el futuro no aparezca ni en sueños y tener que lidiar con una estatalidad de segunda. Más aún, si fuera cierto que los votantes de Milei fueron principalmente los célibes voluntarios, Power nos advierte que en general se trata de jóvenes con serias “carencias económicas”, que “viven en pueblitos deprimentes, sin grandes esperanzas de conseguir un empleo seguro, por no hablar de muchos de los otros símbolos de la vida y las perspectivas futuras de la clase media” ( 2024: 42). Es la redistribución estúpido.
Ciertamente, buena parte del electorado de LLA se siente excluido y frustrado porque viven en una realidad donde la categoría “promesa” se diluyó. No hay nada en el horizonte: ni trabajo estable, ni buenos salarios, ni vivienda, ni vacaciones familiares. No hay nada del siglo XX para una generación que se crió con las aspiraciones de esa centuria, para una sociedad que prometía eso a contramano de la región. Frente a la evocación de un Estado capaz de resolver las aflicciones sociales, lo cotidiano y lo común, nada de eso se comprueba en la realidad, mientras el capitalismo demuestra que ya no requiere de la paz, ni de la estatalidad, ni de nuestro bienestar para desplegarse. En este punto, quizás, también los feminismos debemos tomar nota que resulta -por lo menos paradójico- hablar de los privilegios de los hombres cuando, como sostiene Power, sus oportunidades son cada vez más pobres y precarias. Es en ese sentido que con Ana Laura Nuñez Rueda nos venimos preguntando ¿iguales con quienes?
El éxito sos vos
Frente a la indefensión ciudadana, derivada del incumplimiento de los compromisos que el Estado había asumido con su comunidad y de su incapacidad para proteger frente al riesgo de vivir, lo que impera es el individualismo. El sálvese quien pueda no es una novedad, pero lo que sí resulta propio de esta época es que esta lógica ha conquistado todas las esferas de la vida y todas las subjetividades. Lo ha inundado todo. En ese sentido, Nina Power sostiene que este mundo además de estar “obsesionado con la juventud, la novedad, lo transitorio” (2024: 34) -y por ende con el descarte de lo viejo, lo conocido y lo permanente”-, nos alienta a “convertirnos en seres calculadores, es decir, a obtener todo lo que podamos en calidad de individuos” (2024: 134). Así, se promueve que cada quien persiga sus intereses de manera egoísta y solitaria, pero “disfrutando”. El relato de “hacerse solo” tiene, como contracara, la precariedad autoimpuesta: emprendedores, freelancers, influencers, onlyfanes que viven una gran vida que se caracteriza por “ser tu propio jefe”, tener flexibilidad horaria y alternancia laboral. Estos rasgos son presentados como virtudes para elegir libremente el devenir de la propia vida y no un destino fijado de una vez y para siempre. Elección que intentan contagiar a otros y otras como si fuera factible para cualquiera, como si su biografía fuera universalizable. Decisión que carga, exclusivamente, sobre ellos/as mismos/as toda la responsabilidad del destino personal y que elude las obligaciones del Estado para garantizar derechos laborales. Horarios que muchas veces superan las jornadas de ocho horas y una alternancia que resulta en inestabilidad e imprevisibilidad.
En este escenario y frente a las dificultades vinculares entre hombres y mujeres, Power advierte sobre el surgimiento de un movimiento de “hombres que siguen su propio camino” (MGTOW por sus siglas en inglés) que promueven el “ferviente deseo de no tener nada que ver con las mujeres”. Amparados en la idea de que existe una alta proporción histórica de hombres “exitosos” que nunca contrajeron matrimonio ni tuvieron hijos, llaman a sus congéneres a no caer en la trampa de las relaciones con el sexo opuesto. Así, para alcanzar el triunfo hay que desplegar una vida sin otros/as a quien cuidar, sin otros/as con quien compartir una casa y sus exigencias, sin otros/as que demanden tiempo o dinero. El éxito, entonces, resulta ser un tipo de hombría solitaria y aislacionista. Esa narrativa que exalta la libertad y lo individual por sobre lo comunitario, hace juego con el neoliberalismo.
En Argentina, esta lógica está representada por el comediante Ezequiel Campa quien, desde hace algunas semanas, en diferentes entrevistas viene desplegando una militancia anti hijos/as. En el canal La casa del streaming, le preguntaron por qué cosas son lo positivo de no tener hijos. “Todo”, contestó. “Me sobran los motivos. ¿Tenes para anotar?: 1) me sobra la guita; 2) me sobra el tiempo; 3) duermo 4) hago lo que quiero; 5) me levanto a la hora que quiero; 6) no hay nadie que dependa de mí; 7) no escucho gritos; 8) no tengo que cambiar pañales; 9) nadie depende de vos; 10) no tenes que ir a reuniones de padres 11) ni grupos de WhatsApp; 12) y me la gasto toda en mi, toda en mi” [5].
Una fiel interpretación de la época: la entronización del sujeto -”hago lo que quiero”-, de la centralidad del cálculo y el dinero -“me la gasto toda en mi”- y la desaprensión por los demás – “no hay nadie que dependa de mí” y “nadie depende de vos”-. El hecho de que haya usado dos veces el argumento de que no debe hacerse cargo de nadie más y que haya enfatizado el “toda en mi”, seguido de la aprobación de los entrevistadores, no es solo una demostración de cuán hondo cala el individualismo. También evidencia que estos relatos aparecen en el preciso momento en que el Estado se corre de sus responsabilidades y ya no protege frente al riesgo. La privatización del bienestar (es decir que ahora tienen que cuidar las familias y dentro de ellas, en general, las mujeres) en un momento en el que todo cuesta cada vez más, le resta sentido al proyecto de paternidad/maternidad. ¿Cómo hacerle frente a la vida si nadie la pone en el centro? ¿Si nadie promete cuidarla?
Trascender
Power se pregunta ¿Qué quieren los hombres?. La filósofa norteamericana arriesga: “quieren vivir, como todos. Que su vida signifique algo: para ellos, para otros”. Por eso, para ella “quienquiera que se interese por la humanidad como tal debería preocuparse por el dolor de los hombres” (2024:43): son quienes más perpetran actos violentos, pero también son los más violentados; tienen más posibilidades de vivir en la calle y de morir más jóvenes; tienen índices más altos de suicidio en Reino Unido y de fatalidad en la crisis de narcóticos en EEUU. Nina Power, al argumentar en este sentido, propone evitar caer en “la idea de que nadie gana algo sin que el otro lo pierda” porque es “un supuesto que dificulta profundamente nuestra manera de pensar acerca de cómo podemos relacionarnos unos con otros en general. En última instancia, una actitud más compasiva y comprensiva con respecto al sufrimiento de ambos sexos, con todas sus complejidades y diferencias a nivel individual y grupal, es un objetivo deseable” (2024: 107). Siempre es con otros, con otras. Por eso, el desafío sigue siendo vivir juntos, tratando de ser mejores.
me encantó la profundidad del artículo y cómo encontraste conexiones con lo que ocurre en Argentina. Es un lugar novedoso el de la autora desde donde mirar la relación hombres – mujeres, un lugar más “Corea del centro”, más constructivo y menos confrontativo. Gracias por ayudarnos a pensar
Muy interesante nota. Una mirada superadora del punitivismo, la cancelación, el victimismo e individualismo extremo y generalizado en que vivimos. Rico y constructivo análisis de las posibles causas de este presente, muy levemente opacado por ese final de parráfo donde vuelve a simplificar en la redistribución, y de paso agrega un estúpido masculino.