A siete años del primer grito por Ni una menos, los feminismos que supieron redinamizar la escena política quedaron desplazados de la centralidad. En ese movimiento, se pausó la consolidación de las conquistas y los avances pendientes. Este artículo es un intento por reflexionar cómo se construyó aquella hegemonía para volver a inundarlo todo.
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¿Y dónde están esas chicas modernas?
En un artículo publicado en LATFEM , Agustina Paz Frontera, Flor Alcaraz y Vanina Escales apuntan al resquebrajamiento social del presente y se preguntan “¿cómo puede el feminismo hablar de esa rotura y en el mismo movimiento convocar a reparar y a manifestar el desacuerdo? Eso hizo el feminismo en varios países de Hispanoamérica en los últimos años, ¿Qué está pasando en Argentina que sus llamados ya no son atendidos por la calle ni las instituciones?”. Al final de este ensayo, titulado La bifurcada, las autoras sostienen que “lo que parece que nos falta a las feministas es ansias de reconstruir el movimiento popular y masivo”. A 7 años del primer grito por Ni una menos, compartimos ese análisis: los feminismos que supieron redinamizar la escena política desde el 2015 en adelante -visibilizando e introduciendo problemáticas acuciantes a la agenda pública, copando con un léxico nuevo o poco difundido hasta entonces, abriendo paso con temas tabú o simplemente silenciados- hoy se configuran como un actor desplazado que logra tener injerencia a fuerza de efemérides.
Aquel marasmo que los feminismos desplegamos en la arena pública nació como un acto vital y devino en resistencia a la apuesta neoliberal del gobierno de Mauricio Macri. Sin embargo, distintas voces de a pie u organizadas coinciden en que la ola se aplastó en los últimos tres años. Las explicaciones son variopintas. Algunas apuntan a que después de la conquista por el derecho a interrumpir el embarazo, la agenda se atomizó (dos encuentros – con más de 100 talleres-, dos marchas). También, a que temas minoritarios coparon al movimiento o que la institucionalización nos corrió de la calle. Quizás, arriesgan otras, se trata de una combinación de todos estos elementos y todo lo demás también. En cualquier caso, la pregunta es ¿Cómo logramos la síntesis antes?, ¿Cómo ganamos músculo ahora?, ¿Cómo volvemos a (re)producir lo común?, ¿Cómo volver a pensar en términos de mayorías?
La escena actual es dramática, conjugando desmovilización y crisis everywhere: crisis social, económica, sanitaria, político-institucional-democrática y de la deuda. Esta proliferación de riesgos se explica porque comparten la misma raíz, la entronización del capital por sobre la vida y la naturaleza. Estamos ante una forma de capitalismo que ha generalizado su capacidad para explotar, mientras busca eliminar cualquier punto de fuga a su poder abrasivo y que impone el descarte incesante en un mundo finito. Es una versión que arrasa con todo, que rompe todo, como si pudiera prescindir de las gentes. El capital ubicado en el centro ha desplazado a la vida misma, su cuidado y su reproducción. Todo se cuenta, se calcula, se rentabiliza, se mercantiliza o no existe. La avanzada acechante de las desigualdades se retomó en el interregno macrista que construyó -y nos legó- un Estado que se encargó de facilitar la consagración de buenos negocios mientras erosionaba las bases del sistema democrático a través del endeudamiento internacional, ajuste fiscal, decretos antojadizos, espionaje, represión y discursos negacionistas. Con esos antecedentes, desde 2019 a esta parte, la estatalidad se enredó en una confusa mezcla de mala praxis y mala suerte. Si, como sostuvo Nicolás Maquiavelo en su obra El Príncipe (1513), un buen gobernante debe combinar fortuna y virtud, en esta Argentina no hemos tenido el gusto, avizorando un horizonte negro en general y particularmente oscuro para las mujeres.
La impericia política del oficialismo, tan extendida como agotadora, que de mínima ralentizó las transformaciones que se anhelaban con la asunción del FdT y con la institucionalización de los feminismos, quedó yuxtapuesta con la pandemia, la guerra, el FMI, la sequía, el dengue y las diez plagas de Egipto. Esto que se repite como un mantra es real, pero ciertamente los ensordecedores ruidos del gobierno, lo diluyen. Peor aún, la negligencia y los infortunios se conjugaron con una estatalidad reducida en su capacidad de proteger, mitigar el riesgo o asegurar derechos a la ciudadanía. Esa milenaria máquina de la civilización occidental para solucionar los problemas sociales no arranca. Las aguas neoliberales, que facilitaron la reproducción del capital e impusieron una propagación de la deuda -dando lugar a la privatización-precarización del bienestar y al desorden de la vida-, avanzan sobre la democracia hasta volverla incapaz para enfrentar los problemas mundanos. Este desamparo tiene como contracara lo que Ezequiel Ipar describe en el artículo La Rabia grita derecha: “desde el punto de vista de los ciudadanos, la crisis no es un concepto sino algo que se vive a través del miedo, la angustia y la frustración, que provoca en muchos casos bronca, ira y odio como reacción frente al estado irremediablemente roto del mundo”. Marshall (1998) ya había advertido que “las desigualdades resultan tolerables en el seno de una sociedad fundamentalmente igualitaria, siempre que no sean dinámicas, esto es, siempre que no creen incentivos que procedan de la insatisfacción y el sentimiento de que <este tipo de vida no es lo que yo merezco>”.
El desgobierno de lo cotidiano, infunde terror. Y la conjunción de estas emociones negativas genera una deriva hacia la apatía, la contrademocracia o la rebeldía de derecha que, paradójicamente, han cobrado volumen justo cuando se cumplen 40 años de democracia. Frente a la pérdida de capacidad del Estado de derecho para poner la vida en el centro, para defenderla frente a la violencia, la explotación y el descarte que impone este sistema de asimetrías, desde posiciones muy ruidosas se exige más punición securitaria, más flexibilidad laboral, más desregulación del mercado y menos impuestos. Lejos de apuntar a que la democracia vuelva a ser lo que era -o lo que creemos que fue- se propone una reorientación en un sentido injusto, donde la vida queda supeditada a la garantía de un orden desigual. Entonces es posible pensar que el hecho de que la autoridad máxima del Ejecutivo emplee la sucesión de catástrofes como fundamento para declararse impotente, además de ser espeluznante -por dejar sin amparo a quienes aún creemos, pero sobre todo a quienes sí necesitan del Estado- genera una situación de acefalía e indefensión que, además de miedo, habilita a que cualquiera diga cualquier cosa. Total… revelarse incapaz o abundar en excusas es salirse de la cancha y entonces cualquiera se anima a entrar. Esta es la escena que vemos hoy: ecos de todos los puntos del arco político, mientras persisten los flagelos que azotan esta tierra. Entre las voces habilitadas por este desgobierno, las más reaccionarias están ganando fuerza. Estos discursos proponen diferentes acciones que van desde la dolarización, pasando por la desregulación hasta la militarización y se hacen eco de cierta corrección política de género, profesando transformaciones livianas, fomentando derechos únicamente individuales y sin jerarquía institucional. Cierto es que estas polémicas no son nuevas y todas ellas tienen relevancia para nuestra comunidad. Pero tres de estas controversias son especialmente significativas, atendiendo que marzo se escabulló mostrando a los feminismos, o lo que queda de ellos, involucrados en la lucha por la justicia y la verdad en casos de violencias; en la pelea contra las asimetrías en el mundo del trabajo, el reconocimiento y la jerarquización de las tareas de cuidado; en el debate por la deuda y su impacto en la vida cotidiana de las mujeres y las diversidades; así como el ajuste fiscal y la ministerización feminista. Todos estos asuntos, que sobrepasan los límites del pelotero de género -violeta y mujerista-, fueron tratados en el Dossier 8M que se cierra con este artículo.
Si la dirigencia que gira hacia la dureza se robustece en el preciso momento en el que los feminismos no encontramos la brújula para establecer un norte que sintetice, ordene y conduzca a la mayoría -ídem justicialismo- y promete conquistar-clausurar el futuro, vale la pena reflexionar sobre lo que dicen e idear qué hacemos. He aquí un intento.
Que ya llegó el agite
Uno. Agitan una reforma laboral neoliberal con todas las letras y sin matices. Con Patricia Bullrich a la cabeza proponen que para crecer es necesaria la flexibilización salarial, de las condiciones de contratación y de las indemnizaciones, garantizando más ganancias para el capital y menos derechos para el trabajo. Lo alarmante es que estas demandas tienen gran alcance en las juventudes que, siguiendo a José Natanson , adscriben a la ideología de mercado no como un efecto del adoctrinamiento mediático sino “a partir de las posiciones que ocupan en la economía, un efecto de su lugar en la estructura del capitalismo”. Un efecto de la precarización que supimos construir. Más aún, esta iniciativa es compartida por dos de los tres espacios que están disputando la conducción del destino del país. Así, Juntos por el Cambio y la Libertad Avanza explican que Argentina se hunde por el costo laboral, ganando adhesiones en uno de los países de Sudamérica con la tasa de sindicalización más alta.
Dos. La represión de las movilizaciones sociales y un pleno al punitivismo. Así, por un lado, estas voces ya adelantaron que buscarán ponerle fin a la ocupación de la calle cuando ésta sea por reclamos frente a la austeridad o una injusticia. Son esas las manifestaciones que molestan. Por el otro, para combatir la inseguridad, apuntan a un endurecimiento de las penas y un ablandamiento de las garantías procesales. Modo Burlando ON. Este personaje que acaparó las pantallas durante el juicio por el asesinato de Baéz Sosa, también fue el abogado defensor de Juan Darthes y Jey Mammon, ambos acusados de abusar sexualmente a menores de edad. En el último verano, desde Dolores, logró instalar una mirada homogeneizadora del accionar de los ocho jóvenes de Zarate incriminados en la muerte de Fernando y exigir la pena más alta para todos ellos. De pronto, buena parte de la audiencia, instruida puntillosamente con los pormenores de lo acaecido en Villa Gesell en enero de 2020, reclamaba perpetua o nada. La generalización de que otra cosa no sería justicia hace juego con el hartazgo frente a las soluciones largoplacistas que no llegan. La cosa se sigue pudriendo de manera acelerada y mientras la realidad se espesa, los progresismos y las izquierdas no logran ofrecer salidas a los problemas mundanos. Peor aún, ni siquiera se enuncia el drama.
Frente a este mutismo, las posiciones punitivistas son encarnadas por quienes hoy no tienen responsabilidades institucionales y por tanto pueden tirarse sobre la granada con liviandad. En ese tirar fruta, buscan hablar de los temas y en los términos de quienes padecen. Sin embargo, el éxito se topa con los problemas de la inmediatez: la incoherencia, las contradicciones y la inaplicabilidad. Aunque ya se ha visto que la blumbergnización no funciona para combatir la inseguridad, sí alcanza para representar momentáneamente a quienes la adolecen y, con ello, alterar el tablero político.
Tres. El Ministerio de las Mujeres es también blanco de ataques de esas posiciones políticas. Varios de los que están en carrera adelantaron que lo cerrarán y en este punto -quizás es el único- Rodríguez Larreta coincide con Patricia Bullrich: la relevancia de un tema no depende de la institucionalidad, dicen, y describen al organismo como una caja para repartir recursos y cargos. Una reversión del “curro de los derechos humanos” que sustenta la pretensión de recortar el Estado y que, lamentablemente, se ampara en las dificultades que han atravesado a este proceso de implementación de una política feminista.
Precisamente por estas presiones que buscan dar marcha atrás con la institucionalización de los feminismos, desconociendo las dificultades derivadas de la austeridad heredada que atravesó la administración pública en estos tres años, las demoras en la redistribución producto de esta tríada de vaciamiento institucional, ineptitud y adversidades, es que urge sistematizar y visibilizar todo el esfuerzo que implicó la creación y la puesta en marcha del Ministerio, la potencia de lo hecho hasta acá, las dificultades endógenas y exógenas, los enlaces, las conquistas al interior del Estado y en la comunidad. Este ejercicio se vuelve nodal para volver a recorrer ese proceso del que se ocuparon algunos feminismos, con el propósito de aprehender y de darle volumen a una conquista que alteró un estado de cosas y promete seguir cambiándolo todo.
Si, como sostiene Rita Segato, la teoría tiene que estar puesta en función de la vida, habrá que dejar de dar vueltas en círculo, repitiendo viejas fórmulas, y pensar cómo (re)crear lo común.
La (re)conquista de lo común
La impugnación a la democracia tiene lugar por el deterioro de su legitimidad, por la incapacidad de atender los asuntos generales. Paradójicamente, se trata de una consecuencia del programa neoliberal con el que se embanderan esos reprobadores y que lejos de buscar revertir este estado de cosas, proponen profundizarlo. En el horizonte de estas posiciones, la solución frente a esta debilidad nunca es el fortalecimiento de las instituciones, ni la conquista de soberanía y solvencia del Estado ante las fuerzas globales. Tampoco el mejoramiento presupuestario o la proyección de una transversalización de todas las áreas estatales para un funcionamiento más cohesionado y coherente. Por el contrario, postulan que los problemas se resuelven achicando las atribuciones o reorientando las funciones hacia el mercado, en cualquier caso, poniendo al capital en el centro. Más aún, desdibujan la importancia de los actores y movimientos sociales que motorizan las transformaciones en un sentido de justicia, que desafían el orden con prácticas contra hegemónicas para instalar uno diferente, entre ellos, los feminismos que dieron esa disputa política y organizaron el asalto de lo político.
La conquista de las instituciones, particularmente del Estado con la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad no sólo realiza su potencia en la discusión de una agenda violeta o de reconocimiento, sino que revitaliza un ethos, una estructura valorativa de hacer en función de lo colectivo en medio de la tempestad neoliberal individualizante que sólo ofrece incertidumbre, hostilidad y austeridad. Es el punto de partida para seguir avanzando hacia la real representación del movimiento de mujeres y diversidad en los puestos de decisión, de lo contrario, se corren dos riesgos, por un lado, la ausencia de los feminismos de a pie en los puestos de responsabilidad del gabinete tiene consecuencias reales en la política que se implementa, lo hemos padecido, por lo menos, hasta octubre de 2022. Por el otro, la corrección política de género, la deglución del feminismo por parte del neoliberalismo que devuelve una versión tan edulcorada como insulsa e impotente. Es que la reacción sabe usar las categorías de la emancipación hasta ponerlas en función de sus intereses. Así, el empoderamiento femenino deriva en un emprendedurismo en soledad de “las que pueden”; la libertad para construir un destino propio termina en la individuación desanclada de les demás, y el reclamo de justicia se convierte en furia punitivista y retrógrada. Es el mirá que te como que te come de verdad.
Con esa conquista, inconclusa aún, hay chances de construir una correlación de fuerzas que permita la redistribución material que es, en definitiva, la base sobre la que se asientan las asimetrías y violencias. Porque el Estado, a fin de cuentas, sirve para eso, para armonizar incompatibilidades. Sin embargo, los avances no son de una vez y para siempre, y mientras avanzamos en muchísimos sentidos aún convivimos con situaciones de atraso y desigualdad. Sobre estas yuxtaposiciones, se da un progreso zigzagueante que encuentra límites frente a la profundización del neoliberalismo. Se trata, sin dudas, de proyectos excluyentes y no hay posibilidad de construir un orden de género igualitario sobre una maquinaria económica e ideológica que acrecienta la precarización y descarta la vida.
Si el Estado es el ámbito por excelencia desde el que podemos volver a producir lo común, entonces habrá que completar ese salto político que iniciamos en 2019 vigorizando nuestra capacidad de agencia como sujeto político y desarrollar un proyecto que nos incluya al tiempo que nos trascienda – dejando el lugar de víctimas que silencia, atomiza e inmoviliza. Sin obviar las ostensibles diferencias de grado en las que el neoliberalismo impacta en la vida según el género, la edad, el carácter étnico-racial, la clase, la ubicación geográfica, ¿Qué nos hace similares con todos esos otres que hoy tampoco tienen parte? Es ahí donde se cuece lo común, como lo compartido, y por eso ahí anida la chance de volver a tener una estrategia entre la resistencia y la institucionalización.