El siglo XXI se caracteriza tanto por una revolución tecnológica acelerada como por dinámicas sociales cuyo factor común tiende a converger en un incremento de la desigualdad social estructural. Ya no es posible seguir sosteniendo que son aspectos no deseados del nuevo paradigma tecno-económico, por más aceleradamente que se instale, o de crisis coyunturales (pandemia, guerra), es necesario asumir que cada vez más estos resultados se corresponden con decisiones políticas e ideológicas de quienes gobiernan e incluso de cierto anacronismo teórico que fundamentan los programas políticos que expresan.
1 de Mayo y paradigmas tecno-económicos
En los inicios del tercer cambio del paradigma tecno-económico capitalista dominado por el acero barato, la energía eléctrica y la ingeniería pesada, que ponía a la sociedad a las puertas del siglo XX, se organizó la primera gran huelga de trabajadores en cada una de las ciudades industriales de EEUU. Fue un hecho histórico e inédito en el país núcleo de una nueva fase de la revolución tecnológica que comenzaba a modelar un nuevo sistema económico global. Esta demanda de los trabajadores, en lugar de ser incorporada como un nuevo desafío del progreso de la humanidad, recibió una respuesta del poder del capital, aprendida en siglos de dominio feudal, pero en América.
El 1 de Mayo de 1886, con la consigna “8 hs de trabajo, 8 hs de descanso y 8 hs para la recreación”, alrededor de 350.000 trabajadores organizaron la primera gran huelga, con epicentro en Chicago. En ese entonces las jornadas laborales eran de 16 hs. por día, sin feriados, hacinados en fábricas y barracas, con sueldos por debajo de la calidad de vida que el capitalismo prometía. Las plantillas laborales sólo distinguían entre hombres, mujeres y niños en que estos últimos dos cobraban la mitad o menos que los primeros.
Durante esas semanas de Mayo, ciudades como Chicago fueron escenario de un conflicto social creciente. En ese proceso detuvieron y condenaron a 8 líderes sindicales, organizadores de la huelga; cinco fueron condenados a muerte, dos a cadena perpetua y uno a 15 años de prisión. Tres años después la Segunda Internacional, que nucleaba a organizaciones de trabajadores y partidos políticos que representaban sus intereses en la mayoría de los nuevos Estados capitalistas, lo declaró como el ¨Día Internacional de los Trabajadores¨.
Los debates sociales de esos años posteriores a 1886 fueron distintos de las dos revoluciones tecno-económicas anteriores dentro del capitalismo, y también fueron distintas las decisiones políticas e ideológicas de las élites y los gobiernos durante el largo proceso de conformación de las fuerzas laborales como un nuevo factor organizador de la sociedad y sus organizaciones sindicales como una nueva institucionalidad que otorgaba sentidos a sus proyectos sociales y políticos.
La primera fase del cambio tecnológico que empezó a dar forma al capitalismo, iniciada en 1771, dominada por la mecanización de la industria del algodón, el hierro forjado y la maquinaria que sustituía el trabajo artesanal, provocó un desplazamiento de zonas rurales a la ciudad y una tensión sobre la fuerza laboral provocada por las nuevas exigencias de la productividad industrial que terminó con la esclavitud y otras formas no asalariadas del trabajo en los países núcleo. La segunda revolución tecno-económica desde 1829, fue dinamizada por la fuerza de las máquinas de vapor, las máquinas de hierro y la expansión colonial del ferrocarril, junto con una revolución de las comunicaciones con el telégrafo, y soportes logísticos para grandes barcos, generó una consolidación de la fuerza laboral basada en los trabajadores asalariados en los países centrales y una fuerte dispersión global de las fuerzas del trabajo en las colonias, en muchos casos con persistencia de modalidades precapitalistas, en particular cuando se trataba de la extracción de recursos naturales estratégicos que operaban como materias primas industriales.
Basta recordar que el libro ¨La situación de la clase obrera en Inglaterra¨ fue escrito en 1845 por el joven de 24 años, Friedrich Engels, en el marco del debate de la época. Cómo señalaba Hobsbawm, esta primera descripción y “análisis del impacto social de la industrialización y de la urbanización capitalistas que permanece aún hoy en muchos aspectos insuperable”, rescataba en particular las condiciones de vida y lo que en su momento se dio en llamar ´el pauperismo¨ o como hoy denominamos ¨la pobreza¨, como categoría sociológica específica y lo que los indicadores estadísticos del Estado han desagregado como ¨indigencia¨, para quienes sus ingresos apenas les alcanza para la supervivencia.
Los debates de ese período incluyeron la identificación de la burguesía, y sus abusos en la competencia mercantil como causa de ese ¨pauperismo obrero¨, para ir pasando a un análisis más amplio en torno al sistema capitalista como tal. El mismo Engels, agrega en el Prefacio a la reedición alemana de su obra en 1892: “[…] viene a la luz, de modo cada vez más claro, el hecho esencial de que la causa de la miseria de la clase obrera debe ser procurada no en los pequeños abusos, sino en el sistema capitalista en sí mismo”.
Durante este largo proceso de constitución de la fuerza del trabajo en sus distintas dimensiones, el Siglo XX estuvo dominado por la cuarta transformación tecno-económica iniciada (convencionalmente) en 1907 con la introducción del petróleo, el automóvil, la producción en masa, la aparición de nuevos materiales basados en la petroquímica, la motorización de máquinas de guerra y al avance de la tecnología de la comunicación analógica de forma masiva. Este paso a una nueva modernidad fue consolidando hacia el final del siglo una nueva expansión global y liberalización de las economías, estructurando la división del trabajo regional iniciada en el siglo XIX, con especializaciones no siempre surgidas del ejercicio de las soberanías nacionales en los países semiperiféricos y periféricos.
Desde la segunda guerra mundial (1945), fue posible identificar y comprender la complejidad de la formación de una estructura de control del trabajo, de sus recursos y productos, que articuló a todas las formas históricamente conocidas en torno a la relación capital-salario y el mercado mundial. Estos procesos fueron impulsados por cada una de las revoluciones tecno-económicas mencionadas y la redefinición de las condiciones geopolíticas impulsada por grandes guerras mundiales, perfeccionando una estructura de control sobre todas las formas de trabajo, afectando la totalidad de la población mundial.
Siglo XXI, la igualdad inconclusa
Desde mediados del siglo pasado esto se dió en el marco de un proceso de varias décadas de inclusión y ampliación de derechos laborales por la introducción deliberada de una serie políticas públicas orientadas por el concepto de Estado de Bienestar en países centrales de occidente y en varios semiperiféricos, y como resultado de varias experiencias revolucionarias de orientación socialista en otros.
Mientras la efímera promesa de igualación de las condiciones de vida iba quedando inconclusa, había también otra, cada vez más difícil de cumplir hacia fines del siglo XX que era la del ¨pleno empleo¨. Entre cada una de estas motivaciones de luchas sociales y laborales comenzó a colarse cada vez con más fuerza la idea de la desigualdad, hasta alcanzar el dominio del discurso socio-político.
Pero mientras las reflexiones de la izquierda internacional y en particular las de tradición marxista más clásicas pusieron en la responsabilidad en la propia clase obrera e incluso países enteros de la (im)posibilidad del cambio, como fue el caso de pensadores como Adorno y Habermas cuando señalaban que ¨los países pobres no saben de las desigualdades y si saben no tienen la conciencia para entenderlo¨, otras tradiciones políticas concibieron como central el problema de la desigualdad aún en medio de pobrezas estructurales, sospechando que no era necesario pasar por una modernización dependiente y neocolonial para abordar los problemas de la dignidad humana basadas en la distribución de los bienes del trabajo y la igualdad.
Esas expresiones político-ideológicas se organizaron en torno a movimientos nacionales y populares, motivados por completar el proceso de descolonización, surgieron en países asiáticos, africanos y latinoamericanos. En el caso argentino fue el peronismo quien, con sus banderas de independencia económica, soberanía política y justicia social, expresó estas demandas y necesidades de las masas de trabajadores.
En esta última revolución tecno-económica iniciada a fines del siglo XX, que domina el inicio del Siglo XXI, basada en infraestructura digital y de las comunicaciones, la microelectrónica los superconductores, los sistemas automatizados, la robótica, la transformación biotecnológica, los nanomateriales y la Inteligencia Artificial, surgen dinámicas sociales que tienden de forma acelerada a nuevas formas de la desigualdad social que van adquiriendo carácter estructural.
Si bien es posible tomar en cuenta que cada paradigma tecno-económico dio origen a dinámicas sociales específicas, no siempre las fuerzas laborales y sus expresiones políticas encontraron la forma de resolver analíticamente la relación capital-salarios, y no siempre su conceptualización facilitó el ejercicio eficaz de las demandas y las luchas sociales. El resultado global indica un retroceso en las demandas por una mayor calidad de vida para las personas que solo poseen su fuerza de trabajo.
En ¨Capital e Ideología¨ (2019), Thomas Piketty instala de forma inusual el problema de la desigualdad como el principal problema de la sociedad contemporánea. Lo rastrea en la historia, en particular las formas que se fue dando esa matriz original de la desigualdad social, así como de su justificación. Piketty, adopta una perspectiva no marxista en el análisis y recupera las transformaciones a las que se vieron sometidos los países del mundo por su encuentro con la expansión europea colonial y neocolonial.
Introduce el concepto de hipercapitalismo y denuncia el fracaso durante el siglo XX de ¨las sociedades socialdemócratas que provocaron una igualdad inconclusa ̈. Esta perspectiva coincide con la posición de la mayoría de los movimientos nacionales y populares organizados con los trabajadores como ¨columna vertebral¨ que sostienen que la persistencia de residuos históricos de desigualdad y la generación de esta nueva desigualdad extrema obedece a decisiones políticas e ideológicas de las élites dominantes y no a resultados no previstos del cambio tecnológico y las reformas económicas.
Al contrario que aquellas reflexiones sobre la pobreza y sus causas sistémicas de aquellos primeros análisis cercanos en el tiempo al 1 de Mayo de 1886, estos nuevos análisis ponen el centro en el problema de la desigualdad, similar a las propuestas de los movimientos políticos emancipadores del siglo XX en América Latina, donde la distribución de la riqueza, las desigualdades sociales e incluso el desempeño del capitalismo (periférico) en la acumulación de la riqueza se asocian más a la naturaleza de los conflictos generados por las relaciones de fuerza circunstanciales entre movimientos populares y élites que por la economía como un proceso técnico específico, jerarquizando siempre la economía política sobre otras interpretaciones.
La recuperación de estos debates históricos y la revisión de algunos actuales como los señalados son urgentes. Los informes de muchos organismos internacionales como CEPAL, insisten en que América Latina es la región más desigual del mundo. No es la más pobre, es la más desigual.
Cuando se analiza el modo de participación de América Latina en cada uno de esos paradigmas tecno-económicos señalados desde el inicio del capitalismo no se puede dejar de observar que la actual situación de desigualdad no se origina en una crisis coyuntural actual (deuda, cambio técnico, crisis de commodities, transición energética, guerra u otros) sino que forma parte de una dinámica persistente, medida en décadas, que obliga a considerarlo un rasgo estructural y por lo tanto un desafío estratégico para la políticas públicas y los proyectos políticos para todas las escalas jurisdiccionales, incluyendo todos los aspectos que estructuran y refuerzan la desigualdad social, como son la de género, la pertenencia étnica, la edad y el territorio.
Un punto central del actual enfoque sobre la desigualdad es que su análisis no puede quedar reducido a las estadísticas económicas y de ingresos como se hace actualmente (vg. EPH-INDEC).
En este primer cuarto del Siglo XXI es necesario asumir que la desigualdad se reproduce y genera dinámicas sociales cuyas brechas limitan la condición democrática de los gobiernos y en la capacidad inclusiva de las instituciones, creando una complejidad creciente en la gobernanza de las sociedades en todas las dimensiones, económicas, productivas, laborales, tecnológicas, sociales y ambientales.
Contra estas dinámicas organizadas en torno a la desigualdad son ineficaces las políticas sociales focalizadas que desde la década de 1990 diseñan y promueven los organismos multilaterales de crédito. La experiencia reciente muestra que, al revés, pueden ser una de las principales causas de la desigualdad estructural. Ante esto, la universalización de las políticas sociales más críticas es un avance, pero todos los datos muestran que estandarizadas en ciertos niveles presupuestarios que reflejan estructuras fiscales regresivas, tampoco permiten grandes avances.
Esto se debe a que el nuevo paradigma tecno-económico, basado en la digitalización y la automatización, cuya vanguardia es la Inteligencia Artificial, tiene una doble naturaleza. No solo genera cambios estructurales y un crecimiento explosivo de nuevas empresas, creando nuevas oleadas de crecimiento y desarrollo sino que las nuevas formas organizativas logran rejuvenecer industrias maduras, generando un nivel más elevado de la productividad potencial para todo el sistema productivo. Pero este proceso que en términos de crecimiento podría ser virtuoso, al no asumir el problema de la desigualdad, solo lo agrava.
En sociedad capitalista actual la sensación que tiene a prevalecer es que vale cada vez menos la pena trabajar, ya que se percibe que la única forma de conseguir una mejora es meterse del lado del capital, donde su versión más precaria es el emprendedurismo que reniega del trabajo y mucho más de la organización de los trabajadores. Como señalan algunos filósofos, se cimenta el camino de una sociedad del rendimiento y de la autoexploración.
Política, economía y desigualdad
En este escenario vuelve a plantearse la pregunta de ¿cómo participan las personas en la economía y la sociedad? Es decir, preguntarse no solo como la economía interpela a la economía política sino en particular como la política otorga sentido a los proyectos de país, especialmente en el empleo y la distribución. Retomar esta idea significa asumir de forma directa que los instrumentos técnicos con los que se analiza la sociedad y la economía deben responder al principio de que, si todo proceso de producción es económico, el de distribución es necesariamente político.
En tal sentido adquiere otra importancia el presupuesto cuando asigna las posibilidades de lo que se puede hacer en la economía, lo que significa analizar la relación entre la desigualdad y las cuentas nacionales. Esto implica superar las estadísticas clásicas que solo comparan pobreza (y como se puede mejorar desde ese lugar como indica el Banco Mundial) para analizar las relaciones contables de identidad, considerando que ingresos es siempre igual a gasto de punta a punta en el proceso productivo, buscando no generar inferencias confusas entre lo micro y lo macro, lo individual y colectivo.
Por eso, las expresiones políticas con vocaciones de justicia social no pueden seguir analizando las dinámicas sociales en torno a la pobreza y la indigencia, sin analizar las dinámicas más estructurantes del capital, ya que en esas intersecciones es posible visibilizar el problema estructural de la desigualdad, situaciones opacas a la teoría económica neoclásica preponderante en el discurso político actual y muchas de las acciones de los gobiernos de América Latina, en particular las que están limitadas a las herramientas definidas por el FMI y otros organismos multilaterales de crédito.
Poner por delante situaciones de pandemia o guerra al analizar desde lo político lo eficaz e ineficaz de las políticas sociales, aun considerando sólo los aspectos de incremento o disminución de la pobreza, no solo es insuficiente, es cimentar un camino incorrecto. Es cierto que las grandes crisis explican parcialmente grandes destrucciones de capital y a veces el preanuncio de una aceleración de la economía digital como pasó con la pandemia de covid-19 o ahora con la guerra en el Este Europeo, pero no son definitorias del rol actual del capitalismo en torno a la desigualdad.
Muchos cálculos y proyecciones realizados sobre la evolución de las categorías de pobreza e indigencia caen en la tentación aritmética, como algo inevitable, pero olvidan que entre producción y distribución media el paso de la política y eso se hace por acuerdos, consensos o conflictos sociales y políticos, no por aritmética.
Lo central es que en el núcleo de los proyectos políticos populares en este nuevo paradigma tecno-económico es necesario asumir que la tasa de crecimiento de la productividad marginal del capital está por encima de la totalidad de los factores del producto y que por eso su tasa estará siempre por sobre la productividad del salario, considerando que tanto las productividades marginales del capital como del trabajo participan de este proceso. Ahí está el origen de la desigualdad, y será con políticas fiscales y distribucionistas de otro orden que se podrá redireccionar las dinámicas sociales y económicas que llevan a la desigualdad.
Es en tal sentido es el capitalismo el que genera las desigualdades y es el capitalismo informacional como nuevo paradigma tecno-económico el que está configurando una sociedad de la desigualdad que tiende a hacer inviable a la democracia debido a que socava todo valor del mérito como organizador de la movilidad social.
Esto genera una serie de cuestionamientos que exigen ser revisados al interior de los proyectos políticos que debaten sus sentidos en América Latina, en tanto la región más desigual del mundo, ya que ni la liberalización de la economía ni la mayor intervención parcial de la misma en términos de mercado parece importante en el sentido general que la actual dinámica concentradora y generadora de desigualdad tiene el capital.
Imágenes de las crisis globales y nuevas luchas
Asumir el sentido que las élites y gobiernos le van dando a la crisis de igualdad involucra a todos los países capitalistas; las imágenes de este último 1 de Mayo en todo el mundo muestran el descontento social y la conflictividad creciente, en particular en Europa y en varios Estados de EEUU que desde la crisis de 2008 visualizan un declive de la clase media, la falta de oportunidades laborales por la menor producción industrial y los efectos de una globalización inequitativa, mientras que la crisis laboral en la Unión Europea combina una falta de crecimiento económico, con efectos en el empleo y la movilidad social, con el consecuente incremento de la inequidad. Durante 2022 se puede observar que la guerra del este europeo solo ha acelerado este proceso, incrementando las políticas de ajuste y los conflictos sociales.
La idea central es que el diagnóstico de la desigualdad, como adversario profundo de cualquier política de desarrollo económico y mejora de la democracia, pone la cuestión distributiva en el centro mismo del análisis económico, desde la política. Ya no se trata de superar una nueva crisis, sino de revertir un proceso que al menos desde la década de 1970 viene provocando una desigualdad creciente de ingresos, tanto en países pobres como en países ricos, en estos últimos de forma significativa, especialmente en Estados Unidos, en donde la concentración del ingreso en la primera década del siglo XXI ya ha superado el nivel alcanzado en la crisis de 1929.
En tal sentido el desafío de nuevas regulaciones del Estado, no solo a nivel nacional, sino especialmente a nivel regional latinoamericano se hace cada vez más necesario. Asumir que la desigualdad es un problema político e ideológico exige regular de forma decidida los intereses, dividendos y otros rendimientos del capital, ya que, si siguen creciendo más que el PIB en el largo plazo, los ricos serán siempre más ricos y la riqueza se concentrará cada vez más en el tiempo, haciendo que además los pobres sean cada vez más pobres y muchos más.
Un artículo clave para desentrañar el nuevo horizonte no sólo de la política estatal, sino también el de nuestra subjetividad y de lo sensible . El modo necesario de analizar las cosas (res).