Nos merecemos bellos milagros y ocurrirán.
Indio Solari. Amok, Amok, 2013.
Tengo confianza en la balanza
que inclina mi parecer.
Los Abuelos de la nada. Himno de mi corazón, 1984.
Pueblo promesero
Al sureste de la Provincia de Corrientes, cerca de treinta kilómetros separan la Ruta Nacional 14 de Monte Caseros. En ese trayecto, al prolijo asfalto lo mejora un paisaje que, poco a poco, permite adivinar un urbanización ribereña, de frondosa vegetación, con casas sin ochava que se sospechan bicentenarias, aguaribayes que dan envidia y una campaña electoral en curso.
Rodeada de tierras que pertenecían a Juan de San Martín, padre de José Francisco, la ciudad fue fundada en 1829 por el gobernador correntino Pedro Dionisio Cabral, un federal que murió lejos de su tierra, al amparo de su amigo Juan Manuel de Rosas. Producto de una paradoja o del cinismo, por decisión del gobernador Juan Gregorio Pujol, conocido por su antirrosismo, desde 1858 estos pagos pasaron a llamarse Monte Caseros en alusión a la batalla en la que la Confederación Argentina, al mando del bonaerense, fue derrotada por el Ejército Grande financiado por Brasil. Esta lucha épica que abrió la segunda mitad del siglo XIX fue un quiebre en la historia argentina, hija y madre de muchas de nuestras desavenencias y tensiones entre el puerto y el interior que orillan hasta el presente.
Como en cualquier punto cardinal de esta patria, el ejido urbano nació con las escuelas, la Iglesia, la Municipalidad, la estación del ferrocarril, la sociedad italiana y la española, una plaza Colón, una calle San Martín, la cosa sana. El Río Uruguay, que bordea a la ciudad, es el límite con Bella Unión -República Oriental- y Barra del Cuareim -Brasil-, dos geografías que se dejan ver a menos de un kilómetro y medio con agua dulce mediante. Y si hay río, no falla: Monte Caseros es linda, muy linda.
Esta tierra también traspasó las fronteras subnacionales cuando, en el verano de 1988, se convirtió en el escenario del segundo levantamiento carapintada con Aldo Rico a la cabeza. El mismo Ñato bravucón que puso en vilo la democracia durante la Semana Santa de 1987, se rebeló contra el gobierno y la cúpula del Ejército entre el 16 y el 18 de enero del año siguiente en el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros. Estos alzamientos, que fueron continuados por Mohamed Alí Seineldín en diciembre de 1988 y de 1990, consumaron sus propósitos de impunidad con las leyes alfonsinistas y los indultos del menemismo. Ciertamente fue con la anulación de la Obediencia Debida y el Punto Final en 2003 cuando la democracia y la vida pudieron desplegarse, con zigzagueos y bemoles, en favor de la memoria, la verdad y la justicia hasta el presente. Por estos días, 40 años.
Además, Monte Caseros es conocida como “la ciudad de brazos abiertos” y allí late con intensidad la fe y la religiosidad. Ya en el camino hasta acá alguien había adelantado que “el pueblo correntino es muy promesero”. Las promesas, paroxismo de humanidad, se rigen por una regla básica que implica invocar, ofrecer un sacrificio a cambio de que se cumpla el pedido y finalmente agradecer eternamente. Quien pide, da, no olvida y muestra gratitud. Esa fe se cristaliza en los humildes santuarios de las casas o los improvisados en la vía pública, las parroquias, las procesiones, las oraciones, los santos paganos y los saludos de despedida cargados de bendiciones. En esa tierra, los encuentros y las celebraciones se brindan para rezar y agradecer a la Virgen del Rosario, a San Cayetano y a la Virgen de Itatí, así como a San La Muerte y el Gauchito Gil. Prolífica en feligreses que se ofrecen como un medio para la concreción de la voluntad divina, se entiende que lo que cada uno/a hace resulta un aporte fundamental en la construcción colectiva. Así, la participación y el accionar de cada individuo está puesta en función de la comunidad y ahí anida su valía, su importancia. Todos/as cuentan. Se trata, sin dudas, de un ejercicio nada menor en tiempos en los que domina la atomización, la apatía, el desacople de lo gregario y el descarte.
Esta crónica no pretende ni romantizar ni impugnar esta singular cultura política, sino cartografiar algunos repertorios de acción que cruzan fe y política allí donde la convicción religiosa se combina con una implicancia en los asuntos comunes frente a los desafíos de la novel democracia, la indignidad y el descentramiento de la vida ante los privilegios del capital.
Corazón misionero
La asociación civil Amarte Argentina, fundada por José Ottavis y Celia Itatí Britez, tiene un importante despliegue en Monte Caseros y es el sello que acompañó a la candidata del Frente de Todos, Graciela Castañeda. Aunque los medios nacionales no se ocuparon de los comicios de medio término del domingo 11 de junio, el oficialismo ganó en buena parte de la provincia con la excepción de esa ciudad ribereña donde el justicialismo triunfó en los tres cuerpos -senadores/as, diputados/as y concejales/as- con el 52% de los votos y donde hubo 10 puntos más de participación electoral en comparación con el promedio provincial. Ciertamente, en esa gesta victoriosa hay épica: hace 14 años que gobierna Encuentro por Corrientes, espacio que congrega a una treintena de partidos pero con una fuerte impronta radical, que en 2015 se sumó a Juntos por el Cambio y que desde 2021 pasó a llamarse ECO – Vamos Corrientes. Así, hace una década y media que este frente viene amansando al PJ a fuerza de sucesivas y holgadas victorias.
Sobre esta genealogía irrumpió Amarte Argentina re-dinamizando toda la escena política: prepotencia de trabajo, audacia militante y enlaces con diferentes organismos del Estado nacional permitieron empezar a transformar los barrios más humildes y postergados con la edificación de viviendas nuevas o de núcleos húmedos -que incluyen baño, cocina, cloacas y agua caliente-; con la extensión del asfalto y veredas; con la construcción de centros comunitarios destinados al deporte, la alfabetización y la cultura; con huertas que producen y distribuyen alimentos; con capacitaciones y talleres de oficio para ampliar los horizontes de posibilidad de cada quien. Allí, lo que hace el Estado, en la escala y con las limitaciones con las que hoy logra funcionar, es “un incentivo para seguir adelante, para mejorar, para esperanzarse”. En esos términos lo explicaba un referente de la asociación: la estatalidad sigue siendo valiosa para los/as últimos/as. No falla ni cuando falla.
Concretamente, en este paisaje correntino que hace dos años está en plena ebullición se están desplegando las obras motorizadas por el Registro Nacional de Barrios Populares (ReNaBaP) que, además, se fondea parcialmente con el Aporte Solidario y Extraordinario a las grandes fortunas. Frente a la emergencia sanitaria impuesta por la pandemia del COVID 19, se aprobó la Ley N°27.605 orientada a nutrir al fisco de ingresos para aliviar las urgencias de nuestra comunidad y asistir a las provincias. El impacto de esta iniciativa del bloque de diputados/as -entonces- todista se impone de tan sólo recorrer esos barrios que ahora tienen cloacas, agua potable y red eléctrica, asfalto y espacios públicos. Y el aluvión de infraestructura para la integración social se da justo en una provincia que está en la mitad de la tabla de las jurisdicciones con mayor cantidad de barrios populares del país, en donde miles de familias viven sin título de propiedad ni acceso a los servicios básicos.
Además, desde Amarte Argentina se propone movilizarse por el bien común y hermanarse valorativamente: amar al prójimo, saber perdonar y aceptar, regirse con solidaridad. Así, se ofrece como un servicio a la comunidad orientado a convocar el compromiso de todos/as y a brindar una guía para el desarrollo de un proyecto de vida, en el preciso momento en que tal cosa (proyecto de vida) se escurre entre los dedos, como una idea del pasado, de un tiempo que ya no es. Frente a la hostilidad del presente y en una tierra de creyentes, la propuesta no desentona. Tampoco es novedosa en nuestra historia en la que, al recorrerla desde la fundación del Estado-Nación, se encuentran complementariedades entre la estatalidad y la religión. En definitiva, se trata de un dogma como cualquier otro, con las mismas pretensiones fundacionales y organizativas, con las mismas limitaciones y opacidades. Es que en el trasfondo de la praxis política hay implicado un difícil equilibrio entre la pasión, la responsabilidad y la mesura. Esta tríada descrita por Max Weber apunta a que este ejercicio implica entregarse a una causa y que es eso lo que motoriza la acción, aún a sabiendas de que ese propósito nunca se conquistará. Disciplinada por el sentido de la responsabilidad y la compostura, esta convicción es lo que diferencia al agente político del burócrata.
A la vera del Río Uruguay, en una convivencia sinuosa -como toda coexistencia- se despliega la ética de la convicción y una estrategia político-electoral que incluye pasacalles, volantes y pintadas; adherentes y referentes; encuestas, comunicación y campaña proselitista; fiscalización y centro de cómputos; viandas, escuelas, mesas y boca de urna; boletas y corte de boleta; candidatos/as, tensiones y veda. Una maquinaria aceitada que espera que se hagan las seis, que lleguen las actas y contar para pelearle a la ansiedad.
La magia de siempre, en sus dos acepciones: la inmaterialidad y el dispositivo, la fe y la razón, la convicción y la responsabilidad. En ese zigzag incómodo que es propio de la vocación política, vamos. Y por fortuna, porque aún hay partes de la Argentina donde el futuro es un ocaso y si seguimos adelante es porque creemos, porque queremos creer. Ahora es agosto y está acá no más.
Buenisima la nota felicitaciones manu