Cualquiera siente la tentación de señalar que la próxima será la primera marcha de un 24 de marzo sin Hebe de Bonafini. Otros agregan la frase incomprobable de “nada será igual sin Hebe”.
Los primeros y los segundos olvidan que no hay nada en la sociedad argentina vinculado a la defensa de los Derechos Humanos y el Nunca Más que no cuente, desde hace buen tiempo, con el legado de la Madre que simbolizó la resistencia, la lucha, la intransigencia con los asesinos y esa frase que adolece de retrocesos: “rendirse jamás”.
Por eso, sin nombrarla o nombrándola; con su imagen o sin ella, la marcha del 24 tendrá todas las Hebe que Hebe supo dejar. Y los Hebe también.
La última señal que quiso borrarla del mapa se vio en la película Argentina 1985. La Madre de Plaza de Mayo que debieron representar como aquella que entraba a la sala de audiencias del Juicio a las Juntas era Hebe. Porque fue Hebe quien se metió a Tribunales con el pañuelo blanco y se negó a sacárselo. Pero el director eligió tacharla y en su lugar puso a una actriz que evoca un parecido fenomenal con Norita Cortiñas.
Este comienzo evocativo para un 24 de marzo como el que viene no tiene otro fin que recordar de dónde venimos. Y cuál es la identidad que permanece inalterable cuando miles de miles de jóvenes en todo el país levantan banderas, eligen caminar, tocar el redoblante, ponerse una foto en el pecho o en la pancarta, y gritar bien fuerte que los milicos nunca más y que serán juzgados hasta el último de los días de este mundo.
Quedan pocas Madres y Abuelas en todo el país. La crónica de los últimos años abunda en despedidas, velorios y cenizas.
Será el aire común que respiraremos el viernes 24 el que nos traerá, a unos cuantos, recuerdos. A otros cuantos, la sensación de estar donde hay que estar para defender la democracia acechada siempre por fantasmas y enigmas que levantan gritos de guerra. Ayer Videla, menos ayer Bussi y Patti, hoy Milei y los negacionistas.
Las turbulencias en cuarenta años de democracia no fueron pocas. Visibles o invisibles, los enemigos vistieron de civil o de verde oliva, se pusieron saco y corbata y en estos tiempos, lucen pelucas o pelos desprolijos.
Si algo se habían propuesto las Madres es aquello que sucederá el 24. La plaza llena, las plazas llenas y la ebullición en escuelas, colegios y universidades, de jóvenes que traerán innovadores cantos e innovadoras ideas para que la memoria no derrape ante los placeres de un mundo consumista y muy afecto al espectáculo bobo.
Viene bien que recordemos que en 1984, primer año de la recuperada democracia, no hubo marcha aquel 24 de marzo.
La Argentina de entonces era un país de mucha retórica antigolpista pero de pocas acciones. La ola alfonsinista, complicaba las cosas con su discurso muy lleno de Dos Demonios que, por suerte, la película antes señalada, sí se encargó de resaltar.
¿Por qué marchamos entonces un 24 de marzo y no un 10 de diciembre o 30 de octubre (día de las elecciones de 1983?
Fue el sentimiento popular de desprecio a esa fecha y la consecuencia de las Madres las que buscaron consagrar la hora mayor del espanto argentino para que fuese Día de memoria.
No olvidar es lo primero que nos viene a la sangre cuando tomamos la decisión de salir de casa un 24 y rumbear para el lado de la plaza que nos toca. La de Mayo si es en Capital; la de otros nombres si estamos en un pueblo o provincia lejana de la porteña pirámide.
Buena parte de la prensa del mundo mira hacia la Argentina cuando llega otro aniversario del golpe genocida. Así como observa a Chile cada 11 de septiembre, cuando las calles chilenas se llenan de pueblo con memoria. La diferencia enorme entre ellos/as y nosotros/as es que orgullosamente portan el retrato de Salvador Allende y aquí nadie levanta ni una estampilla con la cara de Isabel.
Fue también el 24 el día elegido por Rodolfo Walsh para redondear y finalizar su magistral Carta a la Junta, el más actual texto de denuncia que el periodismo de investigación argentino haya parido.
Infinitos personajes han marchado los 24 de marzo. Infinitos marcharán. Son días sin héroes, pero en cambio abundan las consignas. Al principio las había estrechamente ligadas al doloroso pasado y a las ansias de Justicia. Hasta que comprendimos que la marcha lo era también por los sueños de los desaparecidos y entonces aquellos sueños se plasmaron de las más variadas formas: sueños de un salario justo, de sacarnos de encima al fondo Monetario, de hacer realidad la palabra igualdad, de ponernos de pie frente a las ganas colonialistas y privatizadoras. ¿Alguien recopilará algún día las mil consignas que acompañaron cada marcha del 24 de marzo en los últimos veinte o veinticinco años?
Es que si algo hay en cada 24 es sueños. Sueños y desafíos de construir la democracia con más democracia que sea posible.
De esa que estamos lejos aún.
Pero es el optimismo de la militancia que nos contagiaron las Madres el que nos acerca a ese ambicioso plan. Los anhelos que encontraremos en la calle persiguen idénticos objetivos, aunque en la plaza haya dos marchas, o nuestros colores tengan tonalidades diversas. ¿Cuáles serán las causas de esta unidad sin unidad que observamos en cada 24?
La historia reconocerá que esos puntos de contacto tuvieron que ver con ellas. ¿O alguien ha creído que ellas eran todas iguales? Si ustedes supieran cuánto y cómo discutieron, cuánto y cómo se cruzaron.
Sea impronta, o sea una marca, las marchas del 24 llevarán encima una especie de vida adicional que hace admirable aquella idea borgiana de que “un hombre es al mismo tiempo todos los hombres” (hoy Borges sería persuadido a escribir de otra manera, deconstruido).
¿Se ha llegado en la Argentina al momento célebre por el cual se habían esforzado las Madres? Ese mérito mayor no consistía en ver cuánta gente iba a las marchas, sino saber que después de ellas, la juventud que estaba tan lejos del golpe y de las desapariciones, hablaría de revolución aunque la palabra tuviese diversos significados en cada boca donde se la pronunciara o en cada cabeza donde se la pensara.
Todas las insolencias y audacias de las plazas que vemos en fotos blanco y negro, son las insolencias y audacias de miles y miles de jóvenes que se esfuerzan por lograr el silencioso triunfo que buscaron las rebeldes juventudes de los 60 y 70.
No es la marcha del 24 lo que debemos ver en la marcha del 24. Es la enriquecida ideología que pudo gestarse en años de Memoria, Verdad y Justicia. Los 24 de marzo superaron la barrera del Juicio y castigo a los culpables y edificaron una militancia juvenil que a partir de 2001 esencialmente entendió que en nuestro continente debíamos luchar mucho más por la justicia social, concepto que nutre al campo popular de una manera aún desordenada, pero firme.
Como tampoco es la cantidad de milicos, policías y civiles condenados lo que debemos ver en el balance de los más de 300 juicios por delitos de lesa humanidad que logramos hasta hoy (cumpliendo mandatos de las Madres) sino la enorme red de organismos de Derechos Humanos que se formaron y siguen formando en un extenso país que mayoritariamente no olvida, no perdona y no elige el fácil remedio de la reconciliación que intentó inyectar -y fracasó- el ex bufón de los Estados Unidos que presidió la Argentina de 1989 a 1999.
Esos que hace treinta años cantaban el fin de la historia nunca podrán explicar qué pasó en la Argentina y en buena parte de Latinoamérica con tantos y tantas indomables que salen a las calles y siguen portando y exhibiendo carteles, cartelitos y cartelones que replican utopías invencibles. Una fácil y cómoda respuesta podría abrazarse a la consigna fidelista “nada es imposible para los que luchan”. En nuestras tierras el asunto es más profundo. Hay que buscarlo en los pañuelos blancos, en las marchas del 24 de marzo y en un nombre que empieza con H.
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