[La zamba va dibujando una espiral donde se encuentran dos fuerzas. Un movimiento hacia adentro (arrestos) que va gestando, fusionando, y otro movimiento hacia afuera (salidas) que despliega, a modo de crecimiento. En la primera vuelta las dos energías se miden, se acercan (pero no tanto), en la segunda vuelta, todo sucede.] La zamba es una palabra demasiado grande, tan grande que nunca alcanzamos a decirla íntegramente en la ciudad: porque ahí el pueblo nos habla de lo que sufre y pone además una solución, la única posible, aquella en la cual hombre y mujer se unen, día y noche se superan, dios y el diablo se hermanan. Rodolfo Kusch, Indios, porteños y dioses (1966).
Introducción
Argentina, entre pospandemias y pandemonios, años difíciles. Comienzo a pensar el trabajo de campo para la tesis: “el caso Tucumán”. Camino bastante, porque moverse hace pensar mejor. Veo el barrio, amo mi barrio. Saco fotos de los murales que siempre cambian el paisaje.
Desde que se fue el Diego brotaron murales como el agua. En mi barrio hay unos cuantos, algunos son retratos y otros de cuerpo entero. En general está solo pero también están los acompañados por soldados de Malvinas o por Messis. El de la cancha del Club Atlético Ituzaingó fue el que atrapó completamente mi atención, era una imagen rara, porque era y no era Maradona. Se trataba de un Diego sonriente levantando la copa del mundo; hasta acá nada muy novedoso. La camiseta, la copa, los colores y las formas eran la imagen inequívoca de Diego, sin embargo, a esa imagen le pasaba algo… no era Maradona, no sé, tenía otra cara, otras facciones. En una lectura rápida se podría decir que era un mural feo o mal hecho, sin embargo, no era exactamente eso. Es como si les dijera que era una imagen medio trucha, pero al mismo tiempo muy auténtica; como dicen los santiagueños: un Sacha Diego. Algo así como un Diego silvestre o un Diego del monte.
Pasaron varios días hasta que me di cuenta de que se trataba —porque esa cara yo la conocía— y sí, se parecía a Rubén, el gasista del barrio. ¿Hicieron un Maradona con la cara de Rubén? Al principio me resultó gracioso, era bizarro, así como las cosas que muestra The walking conurban, pero después me puse seria, porque Maradona es cosa seria, entonces ¿Qué pasaba ahí? ¿Qué era esa profanación?
Comencé a prestar atención a los murales del Diego que había en el barrio, después a los de Merlo, los de Morón, y entonces empecé a pedir a la gente amiga que me enviaran fotos de murales del 10. Y como dicen los misioneros, ¡así noma´e! en casi todos los murales veía algo parecido, eran Maradonas con la fisonomía de la gente del lugar. Prácticamente no hay en los barrios un solo Diego con cara de Diego Armando Maradona. Le comento mi observación a un amigo, que encuentra la palabra grande: “son los Diegos fagocitados”.
Y entonces, al parecer el pueblo va fagocitando Diegos, atribuyéndose sus logros y sus virtudes; y de esta manera, enseñoreado, con su propio rostro y vestido de D10S, se retrata victorioso por las calles de la ciudad.
PRIMERA (vuelta)
Vuelta Entera: 16 pasos con pañuelo y encuentro en el centro. Los primeros pasos se hacen simples (caminados, de paseo) y sin movimiento de pañuelo.
Noviembre, primer viaje a Tucumán
Dando inicio al trabajo de campo llegamos a Tucumán, viajaba con dos compañeras y estábamos bastante concentradas en nuestros temas de estudio sobre el trabajo agrario. Durante este viaje fui la conductora asignada del auto que habíamos alquilado, las horas de ruta las dedicamos a pensar nuestros temas de investigación, y a discutir lo que venía saliendo del campo.
Los primeros días estuvimos en San Miguel y los dedicamos a las entrevistas de funcionarios estatales. Veníamos con la idea de ir directo a Monteros, epicentro de los trabajadores, pero nos pasaron el dato y los contactos de Santa Lucía, un pueblo cercano a Acheral.
Final de la cosecha. Luna llena (Aya Mark’ay Quilla)
A diferencia de otros pueblos, que tienen una plaza central como referencia, en Santa Lucía encontramos una rotonda pequeña como un ombligo, desde donde se desplegaba todo el pueblo. Configurado en una tipología en cruz, hacia el sur estaba la iglesia, la escuela y el hospital, y hacia el norte la delegación municipal y el ingenio azucarero. De las otras dos esquinas, al este se desprendía una plaza grande sin bordes definidos que se iba perdiendo entre las casas, y hacia el oeste solo casas y algún negocio. Al final de cada uno de los laterales, el pueblo terminaba (o empezaba) en el cañaveral.
En la delegación municipal había bastante gente, y es que en Tucumán siempre hay mucha gente. Perros, niños y motos, y gente, mucha gente. Allí nos presentamos, íbamos de parte del funcionario de la secretaría de trabajo. Ir “de parte de” es, sin dudas, un sesgo de la investigación, pero esto solo nos importaba a nosotras. Nos prestaron el baño, y nos derivaron con un trabajador que además estaba en el sindicato, así conocimos a Cosechero 1, quien sería después nuestro informante clave en Santa Lucia.
Veníamos de viajar por varias provincias del país y conocíamos aquel mundo del trabajo agrario, un sector caracterizado por tener trabajadores pobres, relaciones laborales injustas y sueldos magros, donde predomina una actitud sumisa que se refleja en la postura corporal, que en alguno de los casos llega al punto de no subir la mirada. Solo me crucé con trabajadores tucumanos alguna vez en Rio Negro, en la cosecha de la pera y manzana, y ya sospechaba yo de las particularidades de esa gente, que las confirmé cuando Cosechero 1 empezó a hablar.
[Treinta y tantos años, ojos negros acaramelados y profundos, las manos curtidas y vestido con ropa de trabajo]. La palabra que sintetiza a los tucumanos es, sin dudas, dignidad. Son muy amables, pero nunca condescendientes. Miran a los ojos, clavan la mirada, hablan claro y fuerte, y cierran sus frases con un “Que, ¿no?”, que a la vez que asienten, también desafían. Una puede ver que esa gente es diferente, rápidamente pienso en el concepto de conciencia de clase, pero les queda apretado, más bien diría que son guerreros.
(Los siguientes pasos se dan valseados y moviendo suavemente el pañuelo).
Después de la entrevista recorrimos un poco el pueblo, fuimos a la escuela, al centro de cuidados, y a la Iglesia, no más que eso. Es muy llamativo que no le prestamos atención al ingenio azucarero, de hecho, ni lo vimos. Solo estuvimos sobre un lateral del pueblo, el lado que se nos quiso mostrar.
Vamos desde Buenos Aires con la idea de nuestras investigaciones, buscando nuestro “objeto de estudio”, y juntamos información hasta que se produce una “saturación teórica o empírica”, pero Santa Lucía nada sabe de las reglas del método, y como todo territorio vivo, se nos mostró de una forma determinada, podría definirlo que lo hizo a modo de zamba:
Se iba acercando de a poco,
descubriéndose en cada una de las vueltas.
Se acercaba de forma amorosa,
(porque siempre fuimos muy bien recibidas)
y después se nos alejaba.
A la siguiente vuelta se volvía a acercar,
pero esta vez acechante, tenebrosa.
Así, los acercamientos
se fueron dando cada vez más amorosos
y cada vez más tenebrosos,
en la misma intensidad.
Arrestos (hacia la izquierda). 8 pasos, con pañuelo, en el centro.
La siesta nos alcanzó en la calle, el pueblo estaba planchado bajo los casi cuarenta grados de calor. Abajo del sol la cosa era insostenible. Entramos a la iglesia, no había nadie, solo un perro durmiendo a los pies de un santo. Los baldosones fríos y las paredes de adobe acompañaban la mirada sufrida de la virgen, el silencio y la sombra nos devolvieron la respiración.
La construcción era de 1926, lo supimos porque así estaba inscripto en un pilar que estaba sobre la vereda de la iglesia. Era llamativo, creo que nunca vi un pilar de esas características, tenía una cruz en la punta y en cada uno de sus laterales había una ermita con unas puertitas de metal, una de ellas estaba entreabierta, invitando a caer en el hoyo. Desde lejos se podía ver que adentro tenían algo similar a unas estatuillas, seguramente de santos. Me acerco a mirar en uno de los nichos que estaban abiertos y me encuentro con tres vírgenes triangulares, pero ninguna de las tres tenía cabeza. Se me aceleró el corazón, sentí miedo y también algo mucho peor, que había caído en una trampa. Desde el hombro derecho mi abuela susurraba: “eso es brujería”, pero la semilla estaba plantada, y el conejo blanco empezaba a correr.
Saqué fotos con la sensación de que estaba profanando algo de todo eso que, sin dudas, tenía poder. Comencé a hipotetizar y recobré la calma, rápidamente vino a mi auxilio todo tipo de teorías y conceptos, pasando por los sincretismos religiosos hasta el feminismo. Decidida a hacer “lo que hay que hacer”, cruce la vereda. Le pregunté a la mujer del kiosco de que se trataba eso, y me dijo que eran “cosas que hace la gente”, y después me contó la historia de una mujer del pueblo, que vivía casi adentro del cañaveral, y que un día entró a la iglesia y decapitó a todos los santos, “hasta al San Cayetano”, dijo.
Salida del arresto, hacia la derecha, desandando el camino recorrido.
Pasan los días, tiempo de espera. Escucho los audios de las entrevistas de otro pueblito, Santa Ana, nos relatan la historia del ingenio, de sus ancestros diaguitas y de sus nombres propios, de que ese lugar no era Tucumán, sino Tucma, nombre kakan incorporado al quechua con la llegada de los Incas.
Pienso en las vírgenes sin cabeza, busco una explicación racional, la mejor que encontré es que la gente lleva las vírgenes que se les rompe a un lugar sagrado para no tirarlas a la basura. Mi explicación (racional, occidental y cristiana) me tranquiliza. Solo hay un punto de fuga, y es que lo único que les falta son las cabezas, y esas cabezas no están.
No encontré nada en las noticias sobre la decapitadora de santos, pero tirando de ese hilo, llegué a la historia de Hilda Guerrero de Molina, integrante de la Rama Femenina Peronista, que un 10 de enero de 1967 fue reprimida en ese mismo pueblo de Santa Lucía, su lugar natal. Envuelta en una bandera argentina, Hilda se ocultó en aquella iglesia junto a otros obreros del ingenio. Sin embargo, la policía ingresó y reprimió con gases lacrimógenos el recinto, dejándola herida en una de sus piernas. Dos días después, en una movilización por reclamos gremiales, Hilda fue asesinada en el marco de un operativo de represión policial.
Alejándose del centro y yendo hacia sus lugares, agitando el pañuelo como señal de despedida.
Tucumán, plena cosecha (segundo viaje)
Media Vuelta: 8 pasos, con pañuelo, yendo al centro. Salen con el pie izquierdo y describen la media vuelta.
Agosto (Pachamama) Luna menguante
Comienza a desplegarse el territorio frente a nuestros ojos y nuestras almas. La primera parada fue el pueblo de Santa Ana, allí nos reciben con el mito de El familiar. Se dice que, desde sus inicios, los patrones azucareros pactaron con un demonio con forma de perro. Al parecer el monstruo tenía unas garras y dientes gigantes, y unos horribles ojos rojos; vivía en los sótanos de los ingenios, y a cambio de riquezas y protección, le entregaban al menos un obrero por año para alimentarlo. Sugestivamente, el bicho infernal tenía cierta predilección por aquellos trabajadores contestatarios.
Viajamos a Alberdi y (cosa e´ mandinga) nos vuelven a compartir la historia del perro familiar, y nos cuentan que ese mito va desde Tucumán a Jujuy recorriendo toda la zona azucarera.
Este relato actuó como un preludio para introducirnos en la profundísima historia obrera tucumana. Como todo mito tiene la particularidad de contarnos una verdad que, sin embargo, no es nunca una versión definitiva; es más bien una palabra libre que, a modo de caleidoscopio, muestra múltiples formas. Las formas diabólicas del supay tampoco son definitivas, resulta difícil pensar un diablo más matizado, me viene aquel hermoso Alfredo Alcón de “Nazareno Cruz y el lobo” que hablaba en quichua. Claro que el familiar es bastante más horroroso.
[Familiar, nombre raro (y no) para un demonio.]
En este viaje, Tucumán (o Tucma) nos quiso contar sobre el cierre de los ingenios durante el gobierno de Onganía, la desocupación que generó, el éxodo, y la resistencia del pueblo. Finalmente, llegamos al Operativo Independencia, silencio.
Arrestos: 16 pasos, con pañuelo, en el centro.
Volvemos al ombligo de Santa Lucía. Esta vez vamos directo al sindicato ubicado sobre el lateral norte del pueblo, emplazado dentro de un mismo edificio, a un costado está la biblioteca popular y al otro lado, ahora sí, —con ustedes— el ingenio.
Desde el pueblo de a pie, se ve cómo el ingenio lo ocupa todo. Lo rodeamos caminando, es muy grande. De un marrón oscuro, amurallado por paredes de ladrillos, silencioso y lúgubre se presenta de forma tenebrosa. En la entrada principal hay un cartel: “Aquí funcionó un centro clandestino de detención durante el Operativo Independencia y la última dictadura militar”.
Sobre uno de los paredones hay un mural de varios metros, es el dibujo de un gran perro negro, de ojos rojos y grandes garras, El familiar. A los costados y abajo hay otros murales realizados en mosaiquismo, todos enmarcados entre cañas de azúcar, grafican al pueblo reclamando y una gran cara de una mujer, que no es otra que la mismísima Hilda Guerrero de Molina, pero que también podría ser una Sacha Evita.
Hicimos un descanso en la plaza “sin límites definidos”, donde hay un gomero muy grande y añoso, tal vez el más grande que haya visto en mi vida. En el paredón que da a la delegación municipal también había unos murales, pero estos eran unos Maradonas y Messis con caras de tucumanos, eso me generó una extraña sensación de hogar, de casa, y de unidad. ¡Cómo Diego no iba a tener cara de tucumano!
Observación: pilar de las descabezadas
Ermita 1 Hay estatuillas nuevas y una de las vírgenes triangulares cambió de lugar. Falta una de las imágenes pequeñas, y hay dos vírgenes nuevas. Se puede entrever una virgen de San Nicolás, espantosamente embolsada, y la otra, una Guadalupe.
Ermita 2 Hay dos estampas y dos vírgenes triangulares nuevas, una grande y otra chica, ambas sin cabeza. También hay una rama seca y un cristo crucificado. Tiene restos de vela nueva.
Parada junto al pilar me doy cuenta de que estamos a pocos metros de la rotonda, ombligo del pueblo, y en una línea directa en diagonal a la entrada del ingenio.
(Se lleva el pañuelo a la altura del rostro de la dama).
Este viaje nos hizo escuchar a las cosecheras, casi todas mujeres. Nos reciben en ronda con su ropa impecable y sus ojazos retintos. Nos miran, se miran, escuchan y después comienzan a hablar. Nos sobrevuela la ficción de la ciudadanía y los derechos laborales, pero también la dignidad, y esa voluntad obstinada “Que ¿no?”.
Ya de vuelta en San Miguel volvemos a ver a uno de los funcionarios.
—¿Por qué crees que hay tanto corte, tanto conflicto en Tucumán?
—Porque somos diaguitas.
y en la salida agitando el pañuelo con la mano derecha, despidiéndose.
[Notas de campo]
[El perro familiar, las dictaduras y el campo de concentración invadió mi percepción de las vírgenes descabezadas, al punto que ahora solo veo vírgenes decapitadas. Acá hay algo que falta, que queda oculto, las cabezas.]
En el primer viaje no entendía que eran esas vírgenes descabezadas de Santa Lucia, ahora creo que tienen alguna relación con el ingenio, que supo ser un centro de detención y tortura. Ahí la gente del pueblo deja estatuillas de vírgenes y cristos martirizados, ¿formas raras de la insistencia de la memoria?
Cuando se vuelve del trabajo de campo se necesita soledad. Todo queda resonando. El laburo de la entrevista es arduo, requiere de mucha concentración y una gran apertura a la escucha.
Recordar la vida, reflexionar sobre la propia existencia siempre moviliza, sobre todo en sectores que no tienen permitido (¿?) parar a pensar, sentir y poner en palabras.
El Tucumán profundo nos invitó a todo, a compartir sus penas y alegrías, su historia y sus mitos, el mate dulce y la rebeldía. Cierro los ojos y vuelvo a escuchar al trabajador rural que nos dice:
—A mi padre le ha tocado criarme sólo, y un día me dijo algo muy lindo: “yo he forjado un hermoso changuito”.
¿Existirá una palabra más amorosa que changuito?
En este viaje también encontré una palabra nueva, [o mejor, un concepto nuevo], en la tierra de la caña le dicen “hombrecito” a alguien que es muy, muy viejo.
Dice el hombrecito del PCR con los ojos entrecerrados y una voz muy suave y bajita:
—Yo ya no me acuerdo porque estoy muy viejo, pero pregunten a los hombrecitos de los pueblos que todos ellos saben bien la historia.
Tucumán es un corazón que late. Al mismo tiempo que es una naranjita redonda y dulce, también es el mito del perro familiar que en el sótano del ingenio se traga a los obreros.
continúa en LA ZAMBA Y LOS DIEGOS (II) LINK
Brillante !
Haces sentir protagonista a quien lo lee…
Tremendo testimonio !
Muchas Gracias !!
eldani