*Colectivo Zombies Unidxs del Sur
“Están rodando cine de terror”
Estas reflexiones son a cuento del video que compartió el presidente de la Nación en sus redes sociales, donde denuncia un virus “ideológico” que convierte a personas en zombies, designando así a la oposición política de su gobierno. Muchas personas han reflexionado y cuestionado sobre el particular modo de nominar a la oposición política. Estas líneas van por la misma vereda pero pisando otras baldosas: procuran reflexionar sobre la importancia simbólica de los zombies y el apocalipsis desde el imaginario cultural social que nos rodea. ¿Será que los zombies y los vivos son la nueva reformulación de “civilización o barbarie”?
Primero, reivindicamos a los monstruos, porque debajo de esa etiqueta, se engloba una diversidad marginada de existencias. Desde Medusa hasta Frankestein, la monstruosidad es en realidad el reflejo del vistazo ajeno que rechaza cuerpos insumisos, desviados, diferentes, es una categoría política normativa procreada del binomio normalidad-anormalidad. La monstruosidad transgrede “lo natural”, pero no es un concepto biológico, es una subversión grotesca de los límites. Dime tu monstruo y te diré quién eres. Existe el derecho a ser un monstruo, la artista trans sudaca Susy Shock lo reivindica en sus poemas. Todo parámetro de lo “normal” se convierte en un indicador de lo “civilizado”. De los monstruos se huye y también, se los excluye. No es nuevo que la monstruosidad se vincule con el debate político (pensemos en el Leviatán de Hobbes), lo que sí es nuevo es que lo hagan los zombies.
Uno de los elementos distintivos del concepto del zombie es la idea del monstruo colectivo. Como el Eternauta, pero de antihéroes. Es interesante porque debe ser de las pocas entidades monstruosas que dependen de la multitud para ser efectiva. Como en los juegos de zombies (Resident Evil famosa franquicia que explota este concepto) el escenario postapocalíptico que plantea es una ciudad devastada con deambulantes lentos que de a uno es fácil combatir. Pero el problema se genera cuando la individualidad se vuelve una horda. Ahí radica el peligro. Al igual que en las películas, si te acorrala una multitud de come cerebros, estás más que muerto.
Por otro lado, algo importante a tener en cuenta pero que no es distintivo del zombie, es la construcción de la herencia de una monstruosidad. Una bestia que se transmite y habita nuevos cuerpos para hacerlos parte de ella. Como Drácula que convierte en vampiros a quien muerde, los zombies también contagian su identidad. Esta idea tiene un valor muy interesante si se piensa en la construcción del aclamado “poder popular”. La idea de negociar y convencer para coincidir en un estilo de vida. El zombie hace lo mismo, pero a través de los dientes, o también, la boca. Porque, además, los zombies no se matan entre ellos, no tienen la intención de matar o hacer daño, sino más bien subsistir a través del alimento que le brinda un otro. Los zombies no tienen internas o diferencias ideológicas que puedan separarlos, ya que su único objetivo es existir. Por lo menos en la primera etapa de las películas del director de cine George Romero en donde presenta a los zombies como seres iguales entre sí.
Otro dato relevante es la forma eficiente de matarlos atacando su cabeza. No debe haber mayor simbolismo que la eliminación de ella (el cerebro y sistema nervioso) para generar una muerte certera. Se ataca el mismo lugar en el que se encuentran los pensamientos de esa persona anterior. Es como si se intentara rebatir esas ideas de que los hombres y mujeres mueren pero quedan sus ideales. El zombie no tiene ideales y peor, se lo mata eliminando la única parte de su corporalidad que le permitiría elaborar sesgos de inteligencia pasada.
Para Romero, los zombies que no se exterminan después de mucho tiempo pueden arrebatar algún elemento distintivo de los vivos para volver a ser quienes eran. Es decir, a medida que avanzan, los zombies se vuelven más humanos. En “Tierra de Muertos” (año 2005), incluso los zombies intentan revivir conductas habituales (como cargar nafta en un auto o agarrar un libro). Aquí, de manera intencional, el director de cine presenta una idea innovadora de lo que se venía. Y es que no por nada, con el tiempo fueron apareciendo nuevos contenidos como películas o libros de zombies que se enamoran y tienen una vida de lo más normal. Como lo hicieron con los vampiros con Crepúsculo, por ejemplo.
Hay un dato latente en la construcción del zombi en la cultura de masas: no trabaja. Podríamos decir que es improductivo y que no produce nada, no está sometido a la plusvalía, ninguna tecnología capitalista más que el consumo descontrolado de carnes opera sobre estos cuerpos. ¿Los zombies son corporalidades cimarronas que huyeron del capitalismo? Aunque también, podemos pensar que sí trabajan, porque en realidad hacen lo que sea, se mueven sólo para sobrevivir, como hace gran parte de nuestra humanidad: vivir el día a día, hacer plata sin plata para poder tener para comer, vivir para comer, vivir para sobrevivir.
O bien, en algunas obras aparecen como parte de una clase explotada por los vivos: se usan como forma de entretenimiento, como fuerza motriz para generar electricidad o incluso como armas contra otro enemigo vivo. La Saga The Walking Dead presenta esta cosmovisión en donde los vivos se matan entre ellos (el hombre es el lobo del hombre) y los muertos pasan a un segundo plano. El peligro ya no son los muertos, sino los pocos vivos que quedan. Es que en este plano literario existen dos pujas de poder: por un lado la disputa interna entre los vivos y por el otro, la batalla más grande entre vivos contra muertos. Basta con analizar el arco narrativo de Game Of Throne para ver como toma gran protagonismo la amenaza de los caminantes blancos.
El zombi no es para nada elegante, carece de glamour. De hecho, todas sus ropas rotas y deshechas están cubiertas de tierra. Su cuerpo degradado y descuidado se ofrece sin ningún tabú, el zombi no repara en su apariencia. A veces descalzos, a veces desnudos. ¿Tan desnudos que serán descamisados, esa misma desnudez que identificaba a los cuerpos grasitas del peronismo? ¿O su vestimenta denota en realidad, a la pobreza extrema y por eso genera rechazo? O como lo plantea el Gobierno, ¿expresan vestigios de una época pasada?
Les tiramos ahora la pregunta que se hace Jorge Fernández Gonzalez en “Filosofía Zombi”
“¿Saben los zombis que son zombis? ¿Saben, acaso, que están muertos? En ese punto en que saber y no-saber se tocan es donde surge la representación del zombi. Su pensamiento no logra asirse ni a la condición de su muerte ni a la certeza de la vida, y se nos aparece en un intersticio que prolonga indefinidamente el imposible instante del morir. La vida y la muerte se reúnen en él, se ponen una junto a la otra, sin tocarse, sin formar relación, sin desarrollarse en un movimiento dialéctico. Las tinieblas entre un estadio y otro parecen no despejarse nunca. ¿Están vivos sólo porque se mueven, o, como aquellos títeres desalmados, carecen de algo que habría de insuflar el auténtico murmullo de vida?”
Sin lugar a dudas, el movimiento es un elemento distintivo de la vida. Lo mismo se da con la política: sin movimientos democráticos, latinoamericanos, populares, feministas, la política se niega a sí misma y no será nada más que status quo, es decir, quietud. Y ¿qué pasa cuando el movimiento se convierte en verbo? ¿Qué nos “moviliza” hoy en día? Es que aquello que se observa inanimado parece carente de vitalidad. Por eso, que se me muevan les da una percepción de algo que no está muerto (del todo). Hay vida, aunque incapacidad de inteligir. Por eso, si analizamos estos personajes desde el universo The Last Of Us, vemos que los cuerpos andantes se deben a un hongo que habita en el sistema nervioso de los mismos. De esta forma, hay vida pero ya no humana sino más bien del reino fungi. Se trata de una sabiduría orgánica y natural que descompone lo que se muere para generar abono para la vida venidera. Para este universo, los zombies no son solo muertos con un andar errante sin destino, sino más bien, una especie de hongo que los conecta a todos a través de las raíces que hacen hogar en los sistemas nerviosos.
Entonces ¿Quién gobierna este mundo apocalíptico? ¿Qué pasa cuando son tantos los zombies que los vivos se vuelven minoría? Pensándolo en términos políticos, ¿es justo que un mundo habitado por muertos sea gobernado por los vivos? Esto es lo que viene Romero a decir. Ojo que la humanidad se está extinguiendo y tal vez los vivos no sean los protagonistas de todas las historias. Misma rosca que presenta “Soy Leyenda” de Richard Matheson y que volvieron película. El héroe protagonista durante toda la película combate a las bestias para descubrir al final, que el enemigo de la trama, era él. Como dice una pintada en el barrio de Almagro: “Somos la especie en peligro de extinguirlo todo”. Tal vez, la defensa de la humanidad por su propia existencia no debería ser suficiente. Habría que cuestionarse respecto a la sociedad que se construye, antes de pensar en los monstruos que hay en frente. En palabras de Susy Shock “No queremos ser más esta humanidad”.
Me rebota la dicotomía que plantea el mundo zombie: lxs vivxs y lxs muertxs e inevitablemente me lleva a otro color que la frase “ser vivo” tiene en nuestra idiosincrasia heredada del tango. Si recurrimos al diccionario del lunfardo de José Gobello, el “ser vivo” es ser astutx, hábil para engañar; aprovechadorx, opuesto al gil, o simplemente, denota ladrón. Julio Sosa al compás del dos por cuatro, cantaba que “con guita, cualquiera es vivo”. Tal vez, las artilugias de las redes sociales del oficialismo son en realidad, operaciones simbólico-culturales que buscan enfocar la atención en lxs zombies para esconder a quienes son los verdaderos vivos en este simulacro general.
El fenómeno zombie está atado a la narrativa del apocalipsis. Si bien el apocalipsis nos remite al último capítulo bíblico, en realidad, es un género literario que atravesó varias tradiciones religiosas, no sólo la cristiana. El imaginario de lo apocalíptico está asociado a destrucción y catástrofe, a un final vaticinado, al desierto de la historia pisoteada por plagas y pestes invencibles pero contrariamente, su origen etimológico griego está enraizado en la idea de revelación que inaugura un protagonismo que instaura un mundo nuevo, que a la vez es inminente porque es urgente. Desde la teología latinoamericana de liberación, el sacerdote chileno Pablo Richard Guzmán propone que el eje de la literatura apocalíptica es la confrontación Imperio – Pueblo y nace en situaciones de extrema opresión-exclusión, cuando ya no cabe ninguna posibilidad de cambio al interior del sistema y cuando el Imperio actúa como bestias contra el Pueblo. Justamente por eso, lo importante del mensaje apocalíptico es que permite reconstruir la esperanza a partir de la resistencia, en función de lo que viene después del fin. “El Apocalipsis es lo contrario a lo que hoy llamaríamos ideología (que oculta la opresión y legitima la dominación)” nos dice en su libro “Apocalipsis: reconstrucción de la esperanza”. El Apocalipsis entonces, es un mito de liberación, que busca provocar una praxis de deconstrucción de visiones dominantes y alienta una imaginación popular creativa que nace desde el caos para estimular nuevas alternativas desde abajo. Y por ejemplo, así lo encarnó desde la contracultura el colectivo de las Yeguas del Apocalipsis, en los cuerpos de Pedro Lemebel y Francisco Casas, que construyeron una “gramática del desacato” frente a la dictadura y postdictadura pinochetista.
Nos venden apocalipsis asfixiantes como si fueran horizontes clausurados para que no construyamos lo que viene después, para frustrar nuevas promesas revolucionarias de transformar nuestro presente. “Quedate sentadx esperando el fin del mundo” nos transmiten cuando la política (surgida de consultoras) sólo ocupa las redes sociales, porque precisa de cuerpos inertes que anhelen una salvación desde arriba, desde un rey, el de la selva, al alcance de un click.