1.
Es un silencio que se escucha. No una vez. Se escucha cuando se entrecierran los ojos, se escucha en sueños y, muchas veces, se escucha despierto. Es un silencio solitario, doloroso, concurrente. La calle está oscura. No es la hora de oscurecer pero una sombra hecha manta ha cubierto el barrio y los gatos atónitos, las ratas ahogadas, los pájaros ausentes preanuncian a la muerte.
El parque, el asfalto, los juguetes del nieto del vecino, el auto del doctor, el jardín de una novia, todo es ahora un río embravecido, una pérdida infinita, una puñalada en los huesos de ese hombre que camina con el agua al cuello rumbo a ninguna parte, con pasos temblorosos y abrazado por un hijo.
2.
La casa no se ve. La casa del crédito sacrificado. La casa de dormir, de comer, de coger, de pelear, de reír, de gritar. La casa con el hermano, la abuela, la vieja, el pájaro, no está. La casa sin escriturar, rancho viejo, ladrillo sin revoque, pintura descascarada, casa al fin, se fue. La casa ropero antiguo, heladera siam, cama con elástico, bujías lúgubres, asador dominguero, piel nuestra, es un campo de batalla con todos los soldados de la memoria abatidos. La estufa a cuarzo, la plancha, el chancho alcancía, nadan sin rumbo y se chocan contra las paredes amarronadas por el líquido viscoso e invasor. Duelen los diarios viejos empapados, achicharrados. Ellos habían contado cosas del pasado y, si no están, ¿quién habrá de contarnos este horror?
3.
Como los humanos parecen mirar lejos pero en realidad tienen la mirada perdida, el perro callejero que salvó su pellejo mira más allá, desde los techos donde vivirá en soledad quién sabe cuántos días, sin comida y sin familia. El perro cree que lo abandonaron como a un perro. Quiere llorar pero apenas le salen aullidos débiles que ni siquiera sirven para romper aquel silencio. No ha visto salir al cusco de al lado ni al pitbull matón de a la vuelta. Hasta ayer han tenido diferencias que muchas veces zanjaron a mordisco limpio, pero desde hoy son todos iguales, todos perros. Sus dueños y ellos; todos perros. Van a vivir o morir a la intemperie porque hay un siberiano de ojos azules que los olvida en una Casa Gris.
4.
La muñeca grandota de la nena pequeña que vive en el pasillo se niega a hundirse sin despedirse de su amiga. Flota entre el excremento de los pozos negros rebasados y tiene la boca cerrada, un poco porque es una muñeca, otro poco porque no soporta tanto olor a mierda. El vestido de la muñeca tiene un barro pegajoso que le carcome la tela y su alma de muñeca. Como ha quedado dicho que la muñeca es muy grande y la nena es muy pequeña, en el vecindario muchos las confunden. Solo cuando la nena pequeña mira con sus ojos vivaces y pícaros no se parece a la muñeca, que por el contrario, tiene ojos saltones y rígidos. Pero ahora será difícil distinguir. A la niña pequeña también se le ha quedado congelada la mirada en un centro de evacuados.
5.
A la Seño no le importa que muchos papás le hayan dicho muchas veces que no vaya a ayunar a la carpa docente porque los chicos pierden días de clase. A la Seño no le importa que muchas mamás le hayan dicho muchas veces que trabajan pocas horas. A la Seño no le importa que muchos gobiernos le hayan dicho muchas veces que aún estando enferma, tiene que ir a trabajar para cobrar el presentismo. La escuela pública, resolvedora de entuertos, cobija del barrio, está abierta día y noche. La Seño es ecónoma, cocinera, enfermera, lavandera y además, como es Seño, sabe contar cuentos a los que el peso de la tragedia los ha dejado sin infancia. Otra vez, la Seño y muchas seños, se apartan de la matemática o la biología y eligen enseñar de otra manera.
6.
Manuel anda buscando a Juan. Juan está buscando a Carmen. Carmen está buscando a Ramón. Ramón está buscando a María. María está buscando a Luis. Luis está buscando a Oscar. Oscar está buscando a Lidia. Van a las oficinas públicas, a los sindicatos, a la universidad y a los medios de comunicación, a la deriva, debajo de una llovizna terca que no cesa y con la ropa mojada, pesada. En las calles neblinosas Manuel, Juan, Carmen, Ramón, María, Luis, Oscar, Lidia no se llaman más como se llaman. Son fantasmas deambulantes sin nombre y sin historia, hechos un número, un accidente. Escuchan que hay que esperar hasta el amanecer pero saben que la noche más larga del mundo no se termina jamás. Parece, mi General, que el tiempo está venciendo a la organización.
7.
Tienen un sol de noche, una vianda escasa, una campera gruesa, una linterna tenue, un mate amigo, un colchón hundido y un revolver. Se comunican entre sí a gritos y señales de luces. Han fundado una ciudad aérea y nocturna. Son los “techeros”. Se quedaron a vivir en las azoteas de sus casas y arriba solo se ve una luna en cuarto menguante y un helicóptero policial que lacera los tímpanos, a la vez que echa ráfagas luminosas con un reflector potente. Cuando el ruido cesa escuchan la radio que se burla imaginando una vida “color de esperanza”. A veces tiran tiros al aire porque entienden que es el único modo de defender lo que ya no tienen. La canción dice que “la rapiña merodea aquel lugar” donde no hay qué rapiñar.
8.
Nadie vio el cartel que todos vieron. Dice con letras mayúsculas escritas a los apurones que “ESTE NO ROBA MÁS”. Debajo del anuncio hay un cuerpo colgado, que chorrea agua más que sangre, muerto de justicia por mano propia y no de inundación. No está bien claro que es lo que el occiso le ha robado a sus pares. ¿Sería polenta mojada, un aparador podrido, una caja de vino rancio, una taza de mate cocido frío? Al cartel del que habla todo el mundo no lo han visto en Santa Rosa de Lima, en San Lorenzo, en Villa del Parque, en Barranquitas, en Chalet, en cualquier parte. Leyendas urbanas hijas de la desesperación, dicen los profesionales de la salud mental. Nadie vio el cartel porque el cartel no existe.
9.
Refugiados de una guerra sin balacera, espectros vivos, en carros, de a pie, en camiones, los inundados llegan a los centros de evacuados. Se abren las escuelas, los galpones ferroviarios, los clubes barriales. Con el agua por el techo y la cara por el piso, se sienten números, habitantes de un no lugar, parias descreídos de un Dios que ni siquiera se digna a abrir las iglesias. Hasta que se organiza la provisión de alimentos, cenan café con leche y duermen en clanes familiares, separados por tabiques o biombos. Han alcanzado el peor de los estadíos: ya ni se quejan. Como mínimo retoño de aferrarse a la vida hacen el amor lo más que pueden. Muchas niñas llamadas Abril podrán dar fe nueve meses después.
10.
A Santa Fe le gusta gritar goles tanto como escuchar cumbia o tomar porrón. Identidad, que le llaman. Ni mejor ni peor. Esas tres cosas nunca se dejan de hacer en los barrios: gritar goles, tomar porrón y escuchar cumbia. Pero ahora se le ha ido la mano a los de la Asociación del Fútbol Argentino. El negocio del fútbol no puede parar. El torneo no se suspende para los cuadros de esta tierra. La cancha de Colón, el club hijo del pueblo, está inundada de bote a bote. Ha sido un dique de contención para los vecinos del Centenario. Seguramente muchos han salvado la vida porque los paredones del estadio pararon el aluvión. Hay que apartar el llanto y buscar el gol. Maldita sea la normalidad de los anormales que digitan el fútbol.
11.
La más noche de las noches es acá. Si la noche es oscura, esta es más oscura. Si la noche es solitaria, esta está más sola. La noche es silenciosa, este no poder decir es atroz. Y quizás no sea de noche, pero cualquier hora se le parece. Una canoa se mueve sigilosa por el río de una calle de lecho de asfalto. Los remos batiendo el agua sucia son el único sonido a pesar de que traslada ocho vecinos, dos perros y algunas pertenencias. Es la evacuación. Es la comunidad organizada que se regala a sí misma una cátedra de humanidad. De un tiempo a esta parte es incipiente la virtualidad, algunas charlas a distancia con gente que no conocemos, que vive lejos del vecino que nos acaba de salvar y cuyo nombre nunca recordamos.
12.
Como no hay electricidad, las pilas cotizan en oro y la radio sube las acciones que ha bajado la televisión. Una vieja Carina o un wallkman moderno para la época valen tanto como la salida del sol que se rehúsa en aparecerse en la ciudad de la verdadera cruz. La radio acompaña, informa, según su cristal, es contemplativa con los inundadores o benevolente con los inundados. No hay adjetivos inocentes en la programación. Los trabajadores de los medios se quedan toda la noche junto a los techeros, denunciando, acompañando. Por la mañana los móviles se apuestan en las escuelas, en los centros de evacuados, en la sede del municipio, en la casa de gobierno, en los barrios donde ya se puede ingresar. Aunque sea la más terrible de las soledades, siempre se pasa mejor con una radio al lado.
13.
La remera de Defensa y Justicia está en el pecho de un obrero del barrio de El Arenal. La bufanda del Deportivo Laferrere cae del cuello de un vecino del Varadero Sarsotti. El pantaloncito con el escudo de Almirante Brown viste las piernas flacas de un pibe de Villa Oculta. Al parecer, la solidaridad del pueblo empezó primero en las barriadas del oeste del conurbano bonaerense. De todo el país llega ropa y abrigo para el pueblo de Santa Fe. Alguna ayuda ha de ser la sobra, la ropa que no se usa más, la que quedó chica. Todo sirve, todo se agradece. Pero en el corazón de un inundado estarán siempre los pibes de los clubes del conurba porque sabe bien que mandaron la única ropa que tenían y la que solo se quiere como se quiere a la camiseta de nuestro equipo.
14.
Hay caricias de madres, caricias de abuelas, caricias de novias, caricias de hijos y hay caricias diferentes, no menos profundas, no menos imprescindibles. Son las caricias de los artistas. La comunidad cultural llamada por la circunstancia acude a borbotones para edificar sonrisas sobre cimientos de barro. Muchas veces consigue la suspensión parcial de la pena. De entre los dientes cariados de un grupo de niñas que hace ronda, se escapa una sonrisa que, como el sol de abril, lleva varios días sin asomar. Sonríen porque los payasos, los malabaristas, las actrices, los cantantes, los mimos, los titiriteros contestan a los pragmáticos para qué sirve el arte. “Hay gente que con solo abrir la boca, llega hasta todos los límites del alma, alimenta una flor, inventa sueños.. Gente necesaria”, diría don Hamlet Lima Quintana.
15.
De las formas de morir, la que más jode es la que te deja vivo. Los números oficiales reportan 23 muertos como saldo de la inundación. Nadie cuenta a los que se murieron después con una congoja a perpetuidad. Y nadie cuenta a los que se murieron en vida. La depresión para siempre, la penuria, el olvido, son una forma de morir. Cada vez que una foto no está, el inundado muere un poquito. Cada vez que no hay justicia, el inundado muere un poquito. Cada vez que no pudo volver jamás al origen, el inundado muere un poquito. Por más psicólogos que le recomienden, el que no puede, no puede. No hay dolor más hiriente que vivir para no estar más en ninguna parte. No hay dolor más profundo que morirse a cuentagotas.
16.
Se ha decretado el fin de la niñez, el inicio de la adultez mayor prematura, la aceleración de la cuenta regresiva para los más viejos. El reloj del tiempo, como la brújula de un barco que zozobra en alta mar, ha dado dos vueltas de un tirón, descontrolado. Los electrodomésticos, las motos en cuotas, la pilcha barata, habrán de volver. Lo que no estará más es el rostro que teníamos. Los ojos de los pibes dejan de mirar como pibes. Las canas de los adultos se precipitan. Algunos viejos se mueren de daños colaterales, infartos, accidentes cerebro vasculares, diferentes maneras de llamar a la tristeza eterna. La podredumbre cesa y la vida, que quiere hacerse parecida a la de antes, nunca volverá a ser la misma
17.
En mayo de 1994 se anunció la apertura de la licitación para la construcción de la zona oeste de la circunvalación, desde la Ruta 11 hasta las inmediaciones del Hipódromo. La voz cantante la llevó el súper ministro Juan Carlos Mercier, ex funcionario de la dictadura, ahora hombre fuerte en el gobierno de Carlos Reutemann. Por ese lugar donde el terraplén nunca se hizo, el agua encontró un portón amigable para meterse como torrente en las vidas de 150 mil santafesinos. Según ingenieros idóneos, 45 días antes de la catástrofe el río Salado ya había anunciado lo que vendría, con un ataque de furia menor que se metió por la calle Gorostiaga. Evidentemente había gente que sabía lo que iba a pasar. El gobernador Reutemann guturó que “a mí nadie me avisó”.
18.
Tenga cuidado, señora. Andando por el río han venido la leptospirosis o el tétano. Pero más han venido caníbales que acechan a sus víctimas en los centros de evacuados, en las aceras o en las plazas. Necesitan alimentarse constantemente. Por suerte, es fácil distinguirlos. Se mueven en jaulas gigantescas con antenas parabólicas, visten camisas claras, hablan fuerte, gesticulan de más, portan micrófonos con los que hipnotizan a sus damnificados. Si no consiguen comida en la miseria, pueden ser peligrosos e irresponsables carroñeros. Si la consiguen, al final del mes el patrón les premiará con una palmada, con nada de aumento. Preguntados afirman que son de “los medios nacionales”. Como quien dice que los medios nuestros son de otro país.
19.
Maestras, enfermeras, pediatras, psicólogos, psiquiatras, porteras, choferes de ambulancia, trabajadoras sociales, voluntarios, comunicadores populares, estudiantes, remiseros, músicos, titiriteros, fleteros, cooperadores, delegados sindicales, serenos, policías, cerrajeros, mecánicos, pintores, repartidores, lavanderas, algunos funcionarios que funcionaron se ganan el abrazo de muchos que creen que la vida – o la muerte – es un hecho colectivo. No todos piensan así. Cuando la ciudad recobra la normalidad, un señor entrado en años mira a los que permanecen evacuados en las escuelas y le dice a un interlocutor casual: “bueno, ya pasó la inundación, ahora que se vuelvan a su ciudad”.
20.
La inundación fue el hecho maldito de la ciudad burguesa. Todos los días los dueños de Santa Fe, nostálgicos de los patricios, deciden quién habrá de vivir de un lado o del otro. Lo deciden con sus negocios portuarios, rurales, inmobiliarios, mediáticos. Cada vez que sobreviene la tragedia, ellos ya saben a quiénes les afectará. Es una cuestión de clase. Para la ciudad que no merece servicios públicos, la inundación. Para el meritócrata, la salvación. Parece un problema de un gobierno, pero es una construcción cultural profunda que viene desde el fondo de los tiempos. Por eso la inundación fue ideológica. Cuando el río entró a la cuadrícula donde ellos se mueven, ordenaron dinamitar la avenida Mar Argentino y el agua se escurrió. Nuestra memoria no lo hará jamás.
Recuerdos, MEMORIA, tristeza y dolor que permanecen.
No hay exageraciones en las décimas de estos veinte escalones, solo memoria