Es contradictorio hablar de Perón para mí. Confuso, en todo caso. Porque asocio a Perón con la muerte de mi papá, que fue la persona que más quise en este mundo. Y la persona que mi viejo más quiso en este mundo debería decirte que fui yo pero no te lo puedo firmar porque creo que me jugaba un cabeza a cabeza con el General. Te redoblo la apuesta a la confusión: A mi viejo lo mató Perón. Su amor por Perón. Su amistad inquebrantable con Perón.
Una de las máximas que me repetía siempre mi viejo era: la palabra empeñada jamás será mancillada. Cuando se venía el retorno definitivo de Perón, Cámpora lo llama para que viaje a España y así poder estar en aquel avión emblemático. Papá le tenía pánico a los aviones. Cada vez que estaba obligado a volar por compromisos laborales, entre sus ritos estaba el de pegarse una cruz con cinta adhesiva en el ombligo cosa que, según sus propias leyes de la sabiduría corporal, le quitaba las náuseas, los mareos y el miedo. No me pidas que te explique su lógica. Papá no tenía lógica. Era un artista. Pero gracias a ese miedo infantil a volar no me costó convencerlo de que no fuera a España a buscar a Perón. Yo no quería saber nada con ese viaje. Era un momento del país muy complicado, muy violento e impredecible. Llamó por teléfono a su amigo para explicarle las razones de su negativa y al mismo tiempo para darle su palabra de honor de que lo estaría esperando en Ezeiza para abrazarlo ni bien bajara del avión. Te habrán contado y habrás leído lo que fue aquel 20 de junio de 1973. Ya desde algunos días antes la desgracia estaba organizando su desmadre. Las distintas facciones del peronismo eran bombas de tiempo a punto de estallar. Todo el mundo sabía que ante cualquier chispa, por azarosa que fuera, se iba a encender la mecha del desastre. La derecha, la izquierda, los ortodoxos, los ultras, los moderados, los independientes, todos ellos iban ocupando espacios estratégicos alrededor de aquel palco montado en una de las rutas de acceso al aeropuerto. Era una ensalada venenosa aquel enjambre humano. Viendo lo que se venía, mi nueva misión imposible era convencer a papá de que se viniera a Mar del Plata conmigo a pasar unos días de vacaciones y jugar al golf, cosa que le encantaba. Me dio la respuesta previsible: “Le di mi palabra de honor a Perón de que ni bien pisara suelo argentino yo iba a estar ahí”. Cualquiera que lo conociera sabía que era inútil insistir, así que no lo hice.
Desde muy temprano se fue solito al centro neurálgico de los preparativos. Como todo el mundo lo conocía no había vallas de restricción para él. Cuando reventó la olla a presión escapó por entre los bosques de Ezeiza como tantos. Corrió durante horas por aquel laberinto oscuro y demoníaco hasta encontrar un supuesto lugar seguro en el Hotel Internacional. Se sentó en un rincón apartado jadeando, todo sucio de barro, tratando de recuperar oxigeno y sentido de la realidad ante el pandemónium infernal que se había desatado. Para completar el cuadro de situación, a escasos metros del rincón que había elegido para recuperarse, empezaron a apilar decenas de cadáveres, cuerpos acribillados que iban llegando de todos lados. El cuadro bucólico de Molina Campos de la mañana había mutado, en pocas horas, en “Saturno devorando a su hijo” de Goya y mi propio padre era el protagonista de “El Grito” de Munch. Escapó como pudo del horror. Llegó a su casa de madrugada en estado de shock. A las pocas horas recibe el llamado telefónico de la mujer de otro gran amigo que trabajaba en el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires para avisarle, desesperada, que acababan de balear el coche de su marido. El estrés de tanta jarana lo estaba destruyendo. Al otro día lo llama Ariel Ramírez para pedirle que por favor fuera cuanto antes a Sadaic pues un grupo armado había ocupado la sede con oscuras e insospechadas intenciones. Mi viejo, que vivía ahí nomás, en Talcahuano y Corrientes, llegó corriendo, avanzó entre la multitud, se paró arriba de un mostrador y, con su supuesto conocimiento de los muchachos peronistas, logró calmar, increíblemente, a las fieras. El 24 de junio se levantó temprano, se afeitó, se preparó un café, le dio un síncope y se murió. El mismo día que se murió Gardel, otro de sus amigos. Dejame decirte que mi viejo tenía por entonces 70 pirulos. Jamás en su vida había fumado ni tomado alcohol. Era un tipo sano. Tenía cuerda para rato pero las turbulencias de esos días aciagos lo tumbaron como a una mosca.
Se organizó el velatorio acá mismo, en la sede de Sadaic. Cuando logré llegar de Mar del Plata, con toda la conmoción del caso, distintos amigos me fueron rearmando sus últimas horas, que comenzaron con aquel maldito 20 de junio de 1973. Fatídico día para el país, para mi viejo y para su mejor amigo que, después de un discurso forzado por las circunstancias, se abroqueló, sin ningún tipo de contacto con la prensa, en su casa de Gaspar Campos de Vicente López. Imaginate vos los deseos acumulados durante 18 años que tenía Perón de volver definitivamente al país para que en un par de horas la imagen del horror sea el cuadro de su frustrada esperanza. Los periodistas estaban desesperados por arrancarle una declaración, pero el viejo nada. A las 6 de la mañana del 25 de junio se produce un terrible barullo en las puertas de Sadaic. Había algunos periodistas y fotógrafos en el velatorio de papá porque habían pasado para darle el último adiós, entre otros, el Presidente de la República Héctor Cámpora, ministros, políticos, figuras del deporte como Antonio Rattín y Amadeo Carrizo, maestros de la música y el espectáculo. Pero ese escándalo que se estaba produciendo en la entrada solamente lo podía provocar un hombre: Juan Domingo Perón. La primera salida oficial que estaba haciendo desde su escandaloso retorno, con diez mil periodistas esperando un gesto, una mueca, una palabra, era venir a despedir a un amigo. Cualquier calificación que me pidas de Perón va a estar enmarcada en la nobleza de ese gesto único.
¿Mi viejo? No sé si se podría decir que era famoso pero había hecho cosas que trascendieron su tiempo. Anotá algunas, si querés. Carlos Gardel le grabó siete temas, entre ellos “Che Bartolo” y “Vieja recova”. El tango que inmortalizó Libertad Lamarque “Besos brujos” era de papá. Fue el primero en hacer jingles publicitarios para políticos, arrancó en 1927. Hipólito Yrigoyen, Alfredo Palacios, Sánchez Viamonte figuran entre sus primeros clientes. Claro que trabajó para Perón, allí nació su amistad. Mi viejo es el autor entre otras cosas de la “Marcha del Primer Campeonato Infantil Evita”:
Cumplimos los ideales, cumplimos la misión
De la nueva Argentina de Evita y de Perón
Saldremos a la cancha con un feliz cantar
Saldremos a la cancha con ansias de triunfar
Seremos deportistas de todo corazón
Para formar la nueva y gran generación
Si ganamos o perdemos no ofendemos al rival
Si ganamos o perdemos mantenemos la moral
También escribió la letra de “Evita Capitana” sobre la música de la “Marcha peronista”:
Las muchachas peronistas
Con Evita triunfaremos
Y con ella brindaremos
Nuestra vida por Perón.
¡Viva Perón! ¡Viva Perón!
Por Perón y por Evita
La vida queremos dar:
Por Evita Capitana
Y por Perón General.
Eva Perón, tu corazón
Nos acompaña sin cesar.
Te prometemos nuestro amor
Con juramento de lealtad.
De acá viene la confusión de que algunos piensan que mi viejo compuso la “Marcha peronista”, pero no. Acá en Sadaic la marchita figura como de autor anónimo, es de dominio público y sus regalías van a parar al Fondo Nacional de las Artes. Cuando volvió la democracia en el 83 apareció un vivo que quiso inscribir la “Marcha peronista” como propia. A ver, seamos justos, él en realidad se adjudicaba la autoría de “Los gráficos peronistas” marcha en la que está inspirada la peronista y por ende, según él, le correspondían los derechos de autor y años de regalías acumuladas. En primera instancia le dieron la razón pero luego la Cámara lo sacó carpiendo. El tipo era un copista del Teatro Colón, no recuerdo el nombre ahora. Me vino a ver a mí, que ya laburaba acá en Sadaic para que le diera una mano. Yo le pregunté:
—Y digamé: ¿por qué hace esta presentación después de tantos años?
—Qué quiere, en la época peronista no me quería aprovechar, me consideraba un soldado de la causa. Cuando vino la Libertadora si llegaba a decirlo hubiera sido un boludo que se engayolaba solito. Ahora, con esta nueva democracia, me parece que es hora de que se haga justicia. Pero vea, Sciammarella, que cualquier cosa que se consiga… vamo´ y vamo´. Era un vivo ése. No lo vi nunca más, por suerte. Escuchá esto a ver si te suena conocido:
Compañeros, compañeras la elección está resuelta
Ganaremos la primera y no habrá segunda vuelta
Cámpora y Solano Lima, los hombres del Frente y de Perón. Era de mi papá también. En esa época no había determinados pruritos éticos como hay ahora o, en todo caso, no estaban muy difundidos los contratos de exclusividad, así que también les escribió las de Balbín y Manrique. Hacía eso en cualquier lugar de Latinoamérica. Él viajaba y ofrecía sus servicios a todos los candidatos. En Brasil, por ejemplo, en las elecciones generales del 55, se la hizo al candidato que luego resultó Presidente, Juscelino Kubitschek:
Tudo Brasil tem fe, tudo Brasil tem fe
De que seja presidente Juscelino Kubitschek
Mais vivenda, mais trabalho, mais transporte vamos ter
Governando Juscelino Kubitschek
Juscelino Kubitschek é o grande presidente que tem que votar você
En esa elección se la hizo a los tres candidatos que competían por la presidencia del Brasil: Juscelino Kovitschek, Juarez Távora y Ademar de Barros. Un caradura, mi viejo. Hizo jingles políticos en Colombia y hasta le hizo la canción de campaña a Richard Nixon para cautivar al electorado latino. Sus andanzas llegan hasta el Generalísimo Franco. Se lo había presentado Carlitos Acuña, el cantor de tangos. Lo convenció a Franco de cambiar la “Marcha de la Falange” que se escuchaba al final de la programación radial por una canción de su autoría. Todas estas cosas que ahora te cuento, sin lujo de detalles, son las que divertían a Perón de mi viejo. En los sesenta se fue a vivir a España y se la pasaba yendo a Puerta de Hierro. A la hora que fuera, Perón lo recibía y escuchaba con atención su nueva catarata de anécdotas. Eran como hermanos.
Después de 5 días de ostracismo desde su arribo al país en el aeropuerto militar de Morón, Perón salió por fin de su encierro. Eran cerca de las 5:30 de la mañana del 25 de junio cuando se abrió la puerta de su casa en Vicente López y se subió a un auto con un par de custodios. La pregunta del millón era saber adónde estaba yendo el General. Todo ese incontable número de periodistas y fotógrafos que montaban guardia en la calle Gaspar Campos lo siguieron hasta Lavalle y Paraná, sede de Sadaic, adonde Perón estaba yendo para despedir a su amigo. Vestía impecable, con traje, sobretodo sobre los hombros y una bufanda cubriéndole el cuello. Pero su rostro estaba marcado por el dolor. Vino directo hacia mí. Me abrazó y me dijo al oído:
—Querido Rodolfito, ha muerto un gran muchacho cuyo único defecto era aparecerse por Puerta de Hierro cuando yo ya estaba durmiendo y me gritaba desde afuera: “¡Mi General, tengo unos lindos cuentitos nuevos para contarle!”
Lloramos y nos reímos abrazados uno al otro. En ese momento yo no había tomado conciencia de que era su primera aparición pública desde su retorno. Recién un par de días después un amigo me lo hizo notar. Como así también el hecho de que papá había compuesto un tema para glorificar la vuelta de Perón: “La marcha del regreso”
Perón, Perón, Perón desde que vos te fuiste
Tu pueblo vive triste, sin fe y sin ilusión
Perón, Perón, Perón
El pueblo te reclama, tendremos un mañana
Solamente con Perón
Esta canción surgió de un concurso internacional que organizó y financió Jorge Antonio desde Madrid. Una locura que no tenía pies ni cabeza. Se presentaron 32 “Marchas del regreso” surgidas de distintos puntos del mundo. Ganó la de mi viejo. Y ahora que lo pienso dudo que no haya habido acomodo pues los jurados, deduzco, habrán sido Antonio y el General. Sobre esta misma base musical yo, que heredé los genes de mi viejo, compuse el jingle para la postulación de Ítalo Luder del 83.
Después del emotivo abrazo que me regaló, Perón se plantó al lado del cajón y se quedó ahí paradito, sin moverse ni un milímetro, durante 2 horas exactas. Yo sé que todos los padres son importantes para sus hijos, pero el mío estaba siendo velado por una de las personalidades más trascendentes de la historia del país. Todo el pesar, toda la angustia por aquella pérdida irreparable, estaba siendo matizada por la presencia de la persona, cuyo peripatético retorno, acababa de ocasionar esa pérdida. ¿Entendés ahora por qué al principio de nuestro encuentro te hablé de las sensaciones contradictorias que me provoca hablar de Perón? “¡La vida por Perón!” gritaban muchos jóvenes aquel 20 de junio en Ezeiza. Mi viejo la dio. Y no te miento si te digo que hay un punto en el que el amor y el rencor se me confunden.
En su primer regreso, en noviembre del 72, acompañé a mi viejo una vez a Gaspar Campos a visitarlo. En esa época había un programa de televisión en canal 9 que se llamaba “Politicabaret” donde se parodiaba a los políticos. Toda la música del programa la hacíamos mi viejo y yo, pero además, y esto es lo curioso, yo hacía en off la voz de Perón. Le pedí por favor a mi viejo que no mencionara el asunto delante del General y, obviamente, fue lo primero que hizo. Yo me morí de la vergüenza pero ellos dos se mataron de la risa. De aquel encuentro recuerdo que en medio de la charla amena que mantenían, cada cinco frases Perón te tiraba una sentencia: “No te peocupés Rodolfito, las cosas complicadas se encaminan siempre, hay un camino mágico que lleva a la solución, pero… hay que saber encontrarlo”. Y como corolario de cada sentencia decía: “Claro, siempre y cuando el de arriba quiera”.
Después de esas 2 horas en las que permaneció en absoluto silencio junto al cadáver de mi padre, se despidió de mi mamá, de la segunda esposa de mi viejo y de mí: “Lo siento mucho. No te imaginás cuánto. No te lo podés imaginar. Se fue un grande. Se fue un amigo”.
Esa fue la última vez que vi a Perón, en el velorio de mi viejo. Y mirá vos lo que son las vueltas de la vida ¿sabés cuándo lo había visto personalmente por primera vez? En otro velorio. El de Evita. Es que yo, como cadete del Liceo Militar, fui uno de los estudiantes que hizo guardia, durante varias horas, junto al cadáver de la primera dama. Ahí, paradito a unos metros de mí, estaba Juan, el amigo de mi papá.
El presente relato forma parte del libro Yo conocí a Perón de Luís Longhi.
Me encantó!!!