No escribo para entendidos. Quienes estamos en los espacios artísticos sabemos a dónde acudir para seguir ahondando. Escribo para quienes nada conocen de esta o tal obra. Escribo para abrir las puertas y reunirme a tomar un mate con ese amigo lector. El arte debe poder reunirnos. Escribo para lograr un acercamiento a los artistas con cariño y respeto y para que la obra sigua viva en la memoria nuestra. Escribo de este modo para que el amor que logramos descubrir en el arte se expanda. Recuerdo una vieja frase de mi padre que siempre repetía: “nadie puede ser feliz entre infelices”. Por esto escribo y trato de acercar a los lectores a aquellas obras y artistas que quisieron compartir una comida con su pueblo. Escribo desde la pasión y la pasión también es un carácter del arte.
En estas reflexiones que siguen y frente a un artista al que considero el mejor director de nuestro cine voy a hacerme cargo de mi apasionado relato, que creo oportuno, porque pone en escena este carácter de lo pasional en el cine de Favio. Característica que tan poco abunda en un mundo que vive tanto del entretenimiento breve y fugaz y tan poco de lo singular, lo pequeño, el detalle, lo único e irrepetible.
¿Hablar de Leonardo Favio con todo lo que se ha escrito? Sí, es una responsabilidad. Por eso sostengo que puedo hablar desde un único lugar: desde mi creativo amor hacia su cine, a sus canciones, a su peronismo, hacia su sencilla pero artesanal manera de hablar del amor y la justicia.
¿Qué es la pasión? Es la memoria poética que atraviesa el tiempo y el espacio. La memoria siempre es poética en un sentido metafísico. Es el halo que perdura como un perfume en los recuerdos. ¿De todos los recuerdos? No, solo de los imprescindibles y ellos están en los recuerdos de infancia. ¿Y por qué no de otros? Porque la infancia es el tiempo de las semillas, pero no de las semillas que no arrojamos solos, sino de esas que siembran en nosotros. La familia, la escuela, los vecinos, los colores, las canciones, las casas en las que vivimos, las plazas, lo político del momento histórico en el que nacemos, las comidas, las cosas: ese mundo nos da identidad.
Un artista es semilla del mundo. Y no cualquiera logra hacerlas crecer. El arte creado desde la pasión es doloroso, a veces, según las circunstancias que nos han tocado. La pasión arrancada de su etimología: passio, sufrir, es casi lo contrario de lo que entendemos en lo cotidiano. Alguien apasionado es alguien que connota felicidad. Sin embargo, si estiramos la palabra hacia “padecer”, que es su derivación, nos chocamos con “paciencia”. Raro, ¿no? Quién diría que alguien apasionado es alguien que tiene paciencia. La pasión tiene ambas cosas: el arrojo y la paciencia. La obra cinematográfica de Favio tiene en el interior de sus películas estas dos nociones. El arrojo es la increíble libertad de crear tantas imágenes que van desde lo mágico hasta lo documental. La noción de paciencia es clara en el respeto que ha tenido para darle el espacio merecido, para entregar en cada época la película que necesitábamos. En el año 1975 necesitábamos amor, Nazareno Cruz y el lobo. Leonardo Favio era un hechicero y sus películas son oráculos que perviven y a los que se puede volver.
Cada una de las películas es descomunal. Reúne desde la pintura hasta la danza, pasando por la fotografía, la música, el teatro y el eco de lo más bello de tantos directores cinematográficos, pintores y expresiones estéticas que nos dejan entrever su maravillosa capacidad de imaginar. El descenso a la Salamanca de Nazareno Cruz (1975) para ser guiado hasta la presencia del diablo es una de las escenas más profundas de su cine. ¿Por qué? Porque se atrevió a dibujar un Dante en un infierno nuestro. Favio es un apasionado por la historia argentina. Quien quiera leer solamente un cine militante se olvida que un artista de su magnitud logró saltar la valla de lo personal para ofrecer una mirada histórica y con esto marcó un camino y dejó señales.
Cuando Leonardo Favio se reconoce peronista, no lo hace desde un lugar primeramente ideológico sino desde su corazón. Eva Perón le dio cobijo siendo niño. Y en esto comparte la pasión de Eva: se trata de la misma causa por la que ella es peronista. Leonardo Favio es peronista por pasión, cineasta, cantor, autor, por la misma causa.
Todo artista hace cosas, pero hoy quiero rescatar la cosa-obra-de-arte, en términos de Heidegger, que Favio creó. De lo contrario, las actuaciones en algunas escenas de Nazareno no me traerían el eco de Pasolini o Soñar, Soñar, la luz de los pintores impresionistas; Crónica de un niño solo, los cuerpos de la Nouvelle Vague; el árbol de El dependiente (1969), un expresionismo pictórico local. Ese perro en la siesta de El romance del Aniceto y la Francisca (1967), a las siestas en el pueblo de mi padre. Su cine evoca lo mejor del arte y lo mejor nuestro: los paisajes pictóricos y la rebeldía de Juan Moreira (1973). ¿Quién puede ir desde un Pasolini hasta el pueblo de mi padre en su niñez? Solamente un artista que se vale del arte y la pasión. Es por esto también que resurge en él un cine popular del más alto grado estético. Cada uno de sus planos, de sus imágenes, concibe un nivel plástico que impregnan en el ojo del espectador, pero también en su emoción. Casi puedo decir que alguien que logra iluminar y expandir la visión, logra ensanchar lo demás. El tren que llega en Gatica, el mono (1993) es un tren que nos lo arrastró de su pueblo mendocino hacia la capital. Su ojo curioso lo hizo transitar desde la actuación hasta el canto. Y en todo fue bueno, porque fue bueno de verdad. Y eso, para mí, no es poco. Sus personajes son de ensueño, leales, valientes, sus palabras se amalgaman con las imágenes tal como lo dijo Pascal Bonitzer: “sería un error creer que lo que se llama imagen es independiente de las palabras”. Y agrego: sería un error creer que sus imágenes y sus palabras son independientes de la historia argentina, pero no sólo por una cuestión partidaria, sino porque el cine de Leonardo Favio se amalgama con un sensato amor a su pueblo, al que siente propio desde niño.
En Crónica de un niño solo no se ha cansado de responder que, si bien este film se corresponde con su infancia, él fue un niño feliz. Entiendo perfectamente a qué se refiere, porque mi padre, siendo niño casi huérfano en un poblado cordobés, en el año 1952 tuvo el cobijo y las manos de la gente de su pueblo y de Eva Perón.
Soñar, soñar (1976), defiendo apasionadamente esta película como la mejor. Hay varios puntos que me hacen sostener esto en un sentido estéticamente cinematográfico: los travellings tan delicadamente bellos y sugerentes en las escenas circenses que rinden homenaje a las raíces de nuestro teatro argentino, la luz y el color de ensueño con estos fracasados artistas a la vera del camino, ese plano general de la lluvia que cae finamente sobre esas precarias casitas. Pero hay algo que resuena de su propio decir: Favio amaba esa película porque fue la película menos vista. Hoy diríamos “un fracaso económico”. Y ese film quizá lo represente o lo pinte de cuerpo entero desde su mirada político-histórico-cultural hasta su realización en términos estéticos, sin dejar de lado el argumento. ¿De qué trata Soñar, soñar? Tan solo de dos artistas que fracasan. El personaje que encarna Carlos Monzón pregunta: ¿qué hay que hacer para ser artista? En esto, Favio solamente logró responder con una fe ciega en sus obras y con la pasión de un niño en el juego. Su pasión más profunda era la vida total, tal como le fue dada y a la que inventó. El estreno fue en voz baja, en el año 1976. Ni la crítica ni el público la lograron ver. ¿Qué hizo Leonardo Favio con esta creatura? Lo que tantas veces: le dio cobijo como cuando se lo dieron a él. Esta es la memoria poética de la que hablo, porque la memoria poética tiene como semilla a la pasión.
Gracias por enaltecer así a nuestro gran cineasta!!!!!
Bellísimo aporte! La sensibilidad de Leonardo Favio era muy intensa y supo apelar a ella para hablarnos de un país y de su gente que no siempre podemos escuchar y muy pocos saben transmitir.
Inolvidable. Por suerte nos queda su obra.
Ada
Gracias por estás palabras hilvanadas con el amor y la admiración hacia un ser de luz como Leonardo Favio.
Si última película se iba a llamar “El mantel de hule”” sólo alguien con el pueblo como destino podría en cuatro palabras regalarte una infinidad de imágenes…
Nuestro mejor cineasta sin dudas
Gaby Maffa