Ser o no ser mufa, esa es la cuestión. Para quienes nos gusta el fútbol sabemos el terrible peso simbólico que tiene ser señalado como “mufa”. En general hay dos grandes categorías, por un lado, quienes son mufa como resultado de ser “mala persona” y por el otro, quienes simplemente son “desgraciados” que han sido dotados con un poder especial, pero nefasto.
El mufa, si bien en principio podemos pensarlo como un ser poderoso, que con su mala suerte logra cambiar el curso de los acontecimientos, al mismo tiempo es víctima de ese poder y no tiene ningún tipo de control sobre el mismo. Al mufa le sale el tiro por la culata, altera el curso de la historia pero siempre en inversa dirección a su propio deseo. No hay nada más desgraciado que ir por la vida contra el propio deseo, contra el propio interés. Podríamos decir entonces, que la maldición del mufa es traicionarse a sí mismo y por extensión a su pueblo o su club, que es casi lo mismo.
El mundo así queda dividido por, los mufas que cargan con el peso de la desgracia, y quienes no son mufas y se cuidan de serlo. El propio hecho de no ser condenado por la maldición de la mufa es considerada una bendición en sí misma. Ahora bien, existe una tercer categoría, una rara avis, una excepción a la regla, casos absolutamente excepcionales: los antimufa. Nuestro ejemplar único es el buen Pugliese.
El antimufa, no solo no es mufa sino que además está dotado de un maravilloso poder que es el de contrarrestar a la mala suerte. Aleja el mal, reconduce la energía y tuerce destinos para bien. Genera el encuentro, hace entrar la pelota al arco, desvía el penal del contrario, lleva a buen puerto a las obras teatrales logrando atravesar esa tempestad profunda que es actuar en vivo.
¿Pero acaso el antimufa no es un santo? El antimufa bien podría ser simplemente un santo, pero no lo es, y tampoco necesita serlo. Pugliese, por ejemplo, se muere de viejo, no es un mártir ni un penitente. Es algo así como un “santo ateo” (como bien definió su viuda), un santo de barrio sin ninguna pretensión de milagrero.
En su profunda humildad, se concebía como un laburante de la música y jamás se apropió del tango, y es que en el fondo respetaba a los dioses; porque como bien sabemos, la muerte, el tango y el amor son parte del misterio, son territorio sagrado. El tango, como el futbol, como el lenguaje nos exceden, nadie puede jactarse de algo tan gigante, ni siquiera en nombre de su defensa. Ningún ser sensato podría explicar con profundidad cómo, ni para que hemos venido.
Don Osvaldo no tenía público, tenía una hinchada que le gritaba: ¡Al Colón, al Colón! y esto en tiempos anteriores al rock. Sin embargo, él nunca disputó la erudición musical, más bien tocó siempre para que el pueblo baile. San Pugliese, protector de los músicos, es la garantía entonces de la conexión, de que la magia suceda.
Pugliese… que fue una persona infinitamente bella; humilde y abierto, un militante de la cultura, un obrero de la orquesta, un cooperativista musical. Pugliese… que fue profundamente coherente, con su pueblo, con su tiempo y su arte. Pugliese… que fue alguien luminoso, un diez, que armaba el juego y al mismo tiempo dejaba jugar.
Tal vez así funciona la cosa, la humildad, la coherencia, el profundo respeto a lo sagrado son condición para ser ungido del poder único de sacar la mufa. Al antimufa se le asigna la hermosa tarea de la grupalidad, de sostener lo colectivo, de aunar pueblos y corazones, de sincronizar la respiración de los artistas y su público. De hacer jugar a la hinchada, la inmaculada tarea de manifestar la celebración.
Es genial todo esto.