Ante el escepticismo, el descrédito de los sacramentos, los escándalos asociados al clero y la proliferación de las nuevas formas de espiritualidad o los sincretismos religiosos, la Iglesia Católica vuelve a recurrir al diablo para advertir a los fieles sobre sus tentaciones y engaños. Los exorcistas, operativos desde los márgenes de Roma durante mucho tiempo, parecen recuperar el estatus privilegiado que la Ilustración les había negado; y el que quizás sea el Papa más progresista de todos los tiempos, presenta a la brujería, la adivinación y el tarot como las puertas de entrada a un Satán que en el universo de la virtualidad halló un espacio formidable para establecer su reino de mentiras e ilusiones.
Pero, ¿quién es el demonio y cómo llega este funcionario celestial celoso de su trabajo a devenir en la entidad más brutal, temida y rechazada por gran parte de la humanidad?
Pero, ¿quién es el demonio y cómo llega este funcionario celestial celoso de su trabajo a devenir en la entidad más brutal, temida y rechazada por gran parte de la humanidad? Lejos de aquella figura que hace del diablo una encarnación del mal representada en la serpiente del Edén o en el orgulloso y rebelde Lucifer —operación que el historiador medievalista Ansgar Kelly adjudica a los primeros padres de la Iglesia ansiosos por instalar los principios del pecado original y el castigo eterno para los infieles—, el Satán del Nuevo testamento e incluso del viejo, como en el Libro de Job, apenas es un burócrata de Dios, un fiscal a cargo de la rigurosa y extrema vigilancia sobre el género humano que solo actúa bajo permisión divina. Esta construcción intelectual a cargo de teólogos como Justino u Orígenes de Alejandría, terminará por dar lugar a una nueva biografía de Satán aceptada hasta el día de hoy: la visión ortodoxa del diablo que lo hace responsable de todas las desgracias y tragedias que afectan al orden de la naturaleza y que el hombre nunca ha terminado de aceptar del todo.
Pero la persistencia de este estereotipo y el hecho de que la figura del diablo sea, junto con la de Dios, una de las columnas sobre las que se asienta la cultura occidental, no nos debe hacer perder de vista que esta imagen siempre debió sobreponerse al mismo obstáculo que desde la edad media continuaba desgastando al cristianismo: una crisis de fe generalizada ante la enorme dificultad padecida incluso por los teólogos de la Iglesia, para creer en la existencia de seres espirituales, hasta en la del mismo Dios.
Frente al escepticismo creciente en el Medioevo, afirma el catedrático de la Johns Hopkins University, Walter Stephens, los hombres de fe que durante siglos no habían llegado a un acuerdo sobre si los ángeles eran espíritus puros o tenían algún tipo de cuerpo formado por aire o vapores condensados, se vieron en la necesidad de poner el énfasis en la realidad del mundo del espíritu. Insistir en que el demonio era un ser tenebroso que encarnaba en forma de súcubos o íncubos para extraer o introducir semen mediante relaciones sexuales con ciertas mujeres maléficas y pervertidas que formaban parte de una secta de adoratrices era la prueba epistemológica que despejaba las dudas sobre la existencia del diablo y, por lógica, la del mismo Dios.
Tal obsesión por el diablo –que guarda un precedente en los debates escolásticos entre Tomás de Aquino y Pierre de Olivi sobre la intervención del demonio en este mundo y que terminará por dar origen a la demonología entendida por Alain Boureau como “el estudio de la relación entre el hombre y Satán”– pudo tener su origen en una resignificación de la herejía a cargo del Papa Juan XXII (1316-1324) encargado de conformar una comisión destinada a buscar argumentos que consideraran el culto al demonio como un hecho herético. La herejía dejaba así de residir exclusivamente en el pensamiento para tornarse una práctica concreta.
Tal obsesión por el diablo –que guarda un precedente en los debates escolásticos entre Tomás de Aquino y Pierre de Olivi sobre la intervención del demonio en este mundo y que terminará por dar origen a la demonología entendida por Alain Boureau como “el estudio de la relación entre el hombre y Satán”– pudo tener su origen en una resignificación de la herejía…
En un mundo angustiante en el que la humanidad se veía amenazada por el hambre y la peste, la necesidad de creer en Dios y en la efectividad de los sacramentos se hacía imperiosa. Las distintas olas de cazas de brujas y posesiones demoníacas que atravesaban Europa eran el reflejo de una evangelización radical que hallaba en el primero de los mandamientos su advertencia más celosa: “Yo, el Señor, soy tu Dios que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos ni de lo que hay abajo en la tierra ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto.”.
Es interesantísima la visión de Stuart Clark, uno de los más brillantes exponentes de la renovación historiográfica sobre la caza de brujas y la demonología iniciada en los años 60 con Carlo Guinzburg y vigorosamente ininterrumpida hasta el presente. Para Clark, la demonología constituye la expresión fundamental de un nuevo pensamiento en constante transformación, donde todos los sistemas de clasificación y las áreas del conocimiento son permanentemente resignificados sin que las barreras divisorias puedan ser delineadas con claridad. Así, ésta nunca debería ser entendida como un campo exclusivo de teólogos obsesionados con el diablo, sino más bien como una influencia cultural fundamental que atraviesa la religión, la ciencia, la política, la historia e incluso el propio lenguaje temprano-moderno. Hombres de ciencia como Francis Bacon o Robert Boyle se interesaban en fenómenos como las brujas o los hechos preternaturales, no porque fuesen especialmente supersticiosos, sino porque, muchas veces, la posibilidad de estas instancias suponía una notable exigencia epistemológica para la ciencia.
Hacia un demonio interior
Como ha demostrado Robert Muchembled en Historia del diablo, incluso en tiempos de la Ilustración y de la Revolución Científica, la cultura occidental no se libraría tan fácilmente de la aterradora figura de Satán, antes bien su soberanía ofrecía una lenta y fragmentada tregua. Marginado del consenso moral y religioso que había adquirido su biografía como encarnación monstruosa del mal en el marco de la Reforma y la Contrarreforma, una nueva representación interiorizada del demonio se encargaría de asociarlo al propio hombre y a su costado más oscuro y vacío. Tanto Freud como Charcot décadas antes, habían visto en la posesión y la brujería formas de manifestación de la histeria, a los demonios como ramificaciones de impulsos reprimidos. Esto sucede con el caso de Haizmann, –estudiado por el alemán en Una neurosis demoníaca del siglo XVII– quien había firmado un pacto con el diablo durante un estado depresivo con inhibición al trabajo como consecuencia de la muerte del padre. El pintor experimentaba alucinaciones, convulsiones y parálisis en las piernas cuando se le presentaron una serie de figuras sagradas, para finalmente ser liberado por gracia de la Vírgen María. Para Freud, el diablo se habría convertido en un sustituto del padre.
Los demonios son, según Freud, deseos inconscientes, desestimados, rechazados. El Malleus maleficarum –primer best seller editorial en la historia de la demonología y escrito por los inquisidores dominicos Heinrich Kramer (1432-1505) y Jakob Sprengler (1436-1495)– era presentado por el austríaco en sus cartas a Wilhelm Fliess como una fuente fundamental para el estudio de la teoría de la posesión medieval e incluso llegó a sugerir que en la perversión –de la cual la histeria es el negativo– pueda haber restos de una antiquísima religión del diablo cuyo rito se prolonga en secreto.
En general, la tendencia declinante del demonio exterior iniciada en el antisupersticioso siglo XVIII continuó acentuándose incluso en la primera mitad del siglo XX, cuando el volumen desproporcionado de la maldad y el sufrimiento humanos del “Siglo de la barbarie” no podía guardar relación alguna con la biografía clásica del diablo que los Padres de la Iglesia en un principio y más tarde los demonólogos habían edificado.
En general, la tendencia declinante del demonio exterior iniciada en el antisupersticioso siglo XVIII continuó acentuándose incluso en la primera mitad del siglo XX, cuando el volumen desproporcionado de la maldad y el sufrimiento humanos del “Siglo de la barbarie” no podía guardar relación alguna con la biografía clásica del diablo.
Acercándonos al tercer milenio y en un contexto donde la búsqueda de la felicidad y la promoción individual del sujeto, el placer y el hedonismo son algunos de los ideales más acentuados, el diablo comienza a ser consumido de una forma positiva, como símbolo de estos valores y hasta como emblema del conocimiento y la libertad que la Iglesia y el capitalismo le habían negado al ser humano. La laicidad del Estado, el respeto a todas las creencias y minorías, y la sacralidad de la libertad individual son también reclamos de los “satanistas buenos”, más cercanos al ateísmo, que han crecido hasta lograr el reconocimiento oficial en países como Estados Unidos.
De todos modos, este desarrollo ligado al placer presente incluso en la literatura popular, la publicidad, el cine, las series o el cómic, parece no corresponderse con la increíble obsesión diabólica y el espanto que en otros sectores continúa provocando el otro demonio, el exterior.
Durante el estreno de El Exorcista de William Friedkin en diciembre de 1973, película que exhibía el hasta entonces ritual tabú de la Iglesia, numerosos espectadores sufrieron ataques de nervios que obligaron instalar en las puertas de los cines ambulancias con listas para atender a eventuales aterrorizados, desmayados o descompuestos como consecuencia de las perturbadoras escenas del film visto en los EEUU por más de 130 millones de personas. Como su sucesora, La semilla del diablo de 1968 ya había cosechado también el visto bueno de la taquilla y la prensa para recibir el calificativo de película de culto. En una atmósfera de inquietantes detalles demoníacos, la obra de Polanski escondía el terror bajo la piel de personas normales y corrientes. Otro éxito cinematográfico, La profecía, de 1976, se sumerge en el Apocalipsis y el momento en que el anticristo se aproxima a recibir su poder de Satán para establecer su reino en la Tierra. En la inigualable Suspiria del año 1977 –que la Fox había puesto en duda a causa de su contenido violento–, la estudiante norteamericana Suzy Bannion llega a la prestigiosa academia Tanz de Friburgo, donde una serie de muertes terribles confirman la presencia de una siniestra conspiración por parte de un sabbat de brujas perversas maravillosamente logrado por Dario Argento.
El diablo y los exorcistas
Este cine de terror con inspiración religiosa y notable alcance en los EEUU ha contribuido largamente a darle nueva vida al demonio. El Padre Gabriel Amorth, el exorcista más famoso de la Iglesia Católica, había señalado antes de morir en 2016 que la obra de William Friedkin era su película preferida “por ser aquella que mejor advierte al mundo sobre el peligro de la posesión demoníaca”.
Aun habiendo suprimido la Orden de los exorcistas católicos en 1972, en el marco de una Iglesia renovada y menos atada a las supersticiones, el Papa Paulo VI había advertido en pleno posconcilio que “por alguna grieta ha entrado el humo de Satán en el templo de Dios”. La existencia del diablo volvía entonces a reafirmarse en un contexto hostil por parte de aquellos sacerdotes formados bajo la escuela del Concilio Vaticano II, que preferían evitar el recurrir a la inquietante imagen considerada el símbolo de un pasado oscuro. Como un secreto que provoca vergüenza en la progresista cristianidad posconciliar, el exorcismo se mantuvo provisorio pero activo hasta la presentación del nuevo ritual por parte de Juan Pablo II en 1999. Con el correr de los últimos años, esta función que ve en el diablo a un ser real y capaz de atormentar a los fieles de manera brutal, no dejará de expandirse hasta convertirse en un verdadero fenómeno. Fabián Campagne finaliza su obra sobre el discernimiento de espíritus preguntandose si en los últimos decenios, no estamos acaso en presencia de un proceso de renovación carismática y apertura hacia lo extraordinario cristiano con especial énfasis en las manifestaciones luminosas inusuales.
El Padre Amorth afirmó haber realizado más de setenta mil exorcismos en un contexto donde el ritual era aún practicado desde los márgenes de Roma. Hoy, en el contexto de la pandemia, se ha estimado una demanda mundial de más de quinientos mil exorcismos católicos por año y los Cursos sobre exorcismo y oración de liberación dictados por la Universidad de los Legionarios de Cristo en Roma, siguen batiendo récords de inscripciones año tras año.
“Nunca ha habido tantos casos como ahora, precisamente cuando menos personas van a misa o contraen sacramentos. Yo lo atribuyo a un vacío espiritual”, señala para La Vanguardia el teólogo especializado en exorcismos y profesor Pedro Barrajón. La proliferación del esoterismo, el ocultismo y las prácticas satánicas a través de las redes sociales e Internet son la nueva puerta de entrada del demonio al mundo, pero tambien lo son las fake news, los delitos de pedofilia o la pedopornografía. Si Dios se expresa a través de la naturaleza y el ser humano lo hace por medio del lenguaje, el diablo, que siempre se ha manifestado en la mente de las personas, puede encontrar hoy en el ciberespacio un ámbito privilegiado desde donde concretar sus engaños a partir de un universo edificado sobre mentiras e ilusiones.
Hoy, en el contexto de la pandemia, se ha estimado una demanda mundial de más de quinientos mil exorcismos católicos por año y los Cursos sobre exorcismo y oración de liberación dictados por la Universidad de los Legionarios de Cristo en Roma, siguen batiendo récords de inscripciones año tras año.
Ante esta nueva arremetida del diablo exterior no debemos perder de vista un punto determinante: los exorcistas encuentran en la figura del Papa Francisco —un Papa jesuita y progresista— nada menos que su principal aliado. “No deberíamos pensar en el diablo como un mito, una representación, un símbolo, una forma de hablar o una idea. Este error nos llevaría a bajar la guardia, crecer sin preocupaciones y terminar siendo más vulnerables”, sostenía el Sumo Pontífice en 2018.
Siendo cada vez más frecuentes sus menciones al “padre de la mentira”, ya a principios de su pontificado, Francisco había ordenado que todas las diócesis tuvieran un exorcista titular y hasta se animó a sugerir en 2017 que los sacerdotes derivaran a los feligreses que estuvieran siendo atormentados por el demonio a los exorcistas de la Iglesia.
El Papa jesuita ha advertido que el diablo puede parecer un ángel de luz, pero es “un ángel de sombra, un ángel de muerte”. En claro mensaje hacia aquellos que incursionan en prácticas condenadas por la Iglesia, Francisco exhortaba a no dialogar con este seductor como lo había hecho Eva: “(…) se creyó la gran teóloga y cayó. Jesús no lo hace en el desierto, responde con la Palabra de Dios, expulsa a los demonios. Algunas veces les pregunta el nombre, no mantiene un diálogo con ellos porque si comienzas a dialogar con Satán, estás perdido. Es más inteligente que nosotros. Te rodea, te rodea, te hace dar vueltas la cabeza y estás perdido.”.
En este sentido, si el exorcismo es presentado en la actualidad por la Iglesia como un acto de acompañamiento, de escucha y caridad hacia aquellos fieles atormentados por el mal; entonces los sacramentos, la misa, el ayuno y las oraciones que protegen el alma son considerados los remedios más efectivos ante los acosos y las tentaciones del demonio.
Discernir si la persona padece un problema psicológico, psiquiátrico, una enfermedad o sí, por el contrario, está siendo atacado o poseído por una entidad oscura, continúa siendo una de las prácticas más difíciles y complejas de la espiritualidad. El rechazo hacia símbolos sagrados, la utilización de lenguas desconocidas o muertas, el conocimiento de hechos incompatibles con la persona afectada y la capacidad de manifestar una fuerza fuera de lo normal son algunas de las pruebas de posesión que requieren los exorcistas. Estas acciones se tornan, según los especialistas, más preocupantes cuando no son médicamente explicables o cuando pudieron haber sido precedidas por rituales esotéricos, alguna forma de espiritismo o brujería.
Agregada a la posesión maligna, sostiene el Padre Luis Santamaría en el portal católico Aleiteia, la infestación –acción extraordinaria que tiene el demonio sobre un lugar, un objeto o un animal–, la vejación –ataque directo sobre la integridad de la persona– y la obsesión –persistente aparición de imágenes o escuchas en la vida cotidiana– son otros de los medios a los que los espíritus inmundos pueden recurrir para hostigar en este plano.
Bajo esta nueva espiritualidad obsesivamente demonológica, la posesión sería un asalto final contra aquellos que han bajado la guardia, contra quienes, abriendo puertas a la oscuridad desde el ciberespacio, pactando ingenuamente desde el esoterismo o alejándose peligrosamente de Dios, han permitido la manifestación del diablo.
Por último, y esta sea quizás la contradicción más increíblemente prolongada en su tradición, nos queda el consuelo de saber que su luz brillante, cegadora y seductora es apenas el destello final de un pobre ángel perpetuamente vencido y humillado.
Bibliografía:
- Boureau, Alain, Satan The Heretic: The Birth of Demonology in the Medieval West, The University of Chicago Press, Chicago and London, 2006.
- Campagne, Fabián Alejandro, Profetas en ninguna tierra. Una historia del discernimiento de espíritus en Occidente. Buenos Aires: Prometeo, 2016.
- Clark, Stuart, Thinking with Demons. The Idea of Witchcraft in Early Modern Europe, Oxford, Clarendon, 1996.
- Freud, Sigmund, Una neurosis demoníaca en el siglo XVII, 1923, Obras Completas, Amorrortu, vol. XIX, Buenos Aires, 1979, pp.67-106.
- Muchembled, Robert, Historia del Diablo, Siglos xii–xx, Fondo de Cultura Económica, México 2002.
- Sluhovsky, Moshe, Believe Not Every Spirit: Possession, Mysticism, & Discernment in Early Modern Catholicism, The University of Chicago Press, Chicago, 2007.
- Stephens, Walter, Demon Lovers. Witchcraft, Sex, and the Crisis of Belief, London, 2002.