El cine como arte tiene dimensiones múltiples que nos ofrecen una oportunidad para construirnos. Ya sea por ponernos delante del espejo que nos allane un trabajo interno o por su interpelación a la sociedad. Desde mi pequeño camino, el cine me ha enfrentado siempre a una mirada de nuestra época o de otras épocas, y me ha habilitado para interrogar al pasado y al presente, aun durante esa fracción de tiempo recortado obligatoriamente que nos ofrece la duración de la película.
Ha vuelto, La historia oficial, El pianista, La lista de Schindler, Sí, Gaza Mon Amour y Argentina 1985, entre muchas otras, inquieren sobre nuestros actos individuales o colectivos, de ayer y de hoy, a partir de una construcción en la que la memoria parece nunca terminar de definirse. Una memoria atravesada por la opinión pública que condiciona y pone en entredicho las interpretaciones de la realidad.
Admito que desde mi apreciación y desde la de muchos, la opinión pública es conservadora a la hora de interpretar la historia y, en paralelo, muy volátil al momento de gestionar nuestra memoria histórica. Enfrente de la opinión pública, en la otra vereda, está la historia sembrando siempre su propia construcción en huellas de identidad social, incluso cuando a esta sociedad no le agrada lo que la historia escribe. Entre las dos está la política como arena de conflicto cavando una trinchera para que la opinión pública no obture y descalifique a la historia siempre que no le guste lo que refleja.
Nos encontramos constantemente ante un filtro de la realidad que crea relatos épicos que permitan sobrellevar la carga pesada de la verdad histórica cuando esta nos interpela como sujetos y como sociedad… así hace sencilla la difícil tarea de banalizar. Polonia lo logro —o cree haberlo logrado— con una ley detiene la historia e impide que las aberraciones de su pasado le escupan vergüenza a la cara. La historia no es un fantasma que los sobrevuela, es el espejo mas pulido que les devuelve siempre su verdadero rostro. Y es ahí, justo ahí, en medio de la banalización y la conservadora opinión pública, donde se alimenta el negacionismo disfrazado de pseudocientificidad con el fin de relativizar la construcción de una memoria colectiva que sea capaz de impedir el reflejo de un corpus fitness de relatos sin monstruos de a pie.
Pero, aunque parezca que el panorama esta complicado, existen en de la sociedad pequeños gigantes que entienden lo necesario sobre la pedagogía de la memoria, que rescatan dentro de su agenda colectiva el valor de la semántica amorosa de la memoria que es más fuerte y necesaria que el negacionismo. Una semántica discursiva que no es relato, sino historia y derecho, que es identidad colectiva; que no le teme a la discusión política de su mensaje y que no esconde el cuerpo ante la inconformidad ignorante de la opinión pública.
Argentina 1985 ofrece esa ventana de oportunidad a una agenda de dialogo con aquella multitud que nació en democracia y tiene toda su vida fotográfica en una nube digital. Nos permite una conversación que desembarque en la construcción de una memoria colectiva y pública más sana. Una mesa de amigos que conversan abriendo un espacio intergeneracional que nos albergue para mirar nuestra identidad e historia, donde el dialogo sobre la memoria ya no necesite gritar lo vivido en la propia piel. El momento en que el “ellos” sea superado por un “nosotros”, ese público del streaming anhelará saber porque es hijo, padre o nieto de esa memoria colectiva que muchas generaciones resguardaron bajo el silencio pesado y falaz de la opinión pública.
El Juicio a las Juntas, el Nunca Más y Malvinas crearon un piso de consenso de hacia donde no retrocedemos como sociedad, pero aún nos queda construir el segundo escalón donde la memoria del Terrorismo de Estado no entre en la relatividad de las opiniones personales, sino que sea el territorio en el que la memoria colectiva se integre como insumo pedagógico de una sociedad que dejó de temerle a los monstruos defensores de dictadores.
Es el arte, en este caso el cine, quien nos da una oportunidad que los románticos ven hace cuarenta años para seguir construyendo una memoria pedagógica o, mejor dicho, una pedagogía de la historia reciente y poder ponerla como parte de la agenda social para ganarle al odio del negacionismo.
Es por ahí, es por abajo, Palacios…
Esta banalizacion corre de la mano de los lectores de memes como único género literario e informativo. Muy lindo el artículo
Me gustó mucho el artículo. Gracias por el envío.