Es tan simple, así no podés elegir.
Claro que no siempre, ¿ves?, resulta bien.
Atado con doble cordel, el de simular.
No querés girar maniatado,
querés faulear y arremolinar.
“Un ángel para tu soledad”, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (1993)
Los cuatro se juntaron la noche del diecinueve de febrero en casa de los padres de uno de ellos, en una habitación aislada del resto de la casa, a evaluar las condiciones del abrazo a la Biblioteca Pública de la Universidad que se iba a realizar a la mañana siguiente. El objetivo de esa acción era evitar que la casa de altos estudios platense adecuara su Estatuto a la flamante Ley de Educación Superior (LES), impulsada por el gobierno de Carlos Menem el año anterior —el mismo en el cual había sido reelecto como Presidente— y que contaba con la mayoritaria oposición de la comunidad universitaria y parte importante de la sociedad.
Entre alguna bebida fuerte y cigarrillos para matar la ansiedad, el análisis de lo que podría suceder al día siguiente se abría en un abanico de posibilidades entre las cuales no estaba ni de cerca lo que finalmente sucedería. Los cuatro compañeros, que se conocían desde hacía años, estudiaban y militaban en cuatro facultades distintas: Humanidades, Derecho, Periodismo y Bellas Artes. Eran parte de la conducción del espacio en el que militaban y formaban parte, en diversas medidas, de las decisiones respecto de lo que pasaría al día siguiente.
El proceso de aprobación de la LES había sido largo y conflictivo. Durante su tratamiento en el Congreso de la Nación, tuvieron lugar masivas movilizaciones de un movimiento estudiantil que reaparecía en las calles como actor social y político de relevancia después de más de dos décadas. Algunas de estas movilizaciones —varias de las cuales terminaron en enfrentamientos de sectores con la Policía Federal— impidieron sesiones de las cámaras legislativas en lo que fue el recordado “abrazo al Congreso”.
La Ley era impulsada por el Gobierno que expresaba una coalición entre el Partido Justicialista y los sectores más liberales de la política argentina, y era rechazada por la oposición, integrada por la UCR y el recién nacido FREPASO, a nivel legislativo. También era cuestionada por el conjunto de la comunidad universitaria en sus diversas expresiones. El movimiento estudiantil estaba oficialmente conducido por Franja Morada, pero en el calor de la pelea fueron creciendo y se fueron haciendo más visibles sectores con posiciones más confrontativas.
Lo mismo empezaba a suceder en el ámbito del Movimiento Obrero: a la ya relativamente consolidada CTA empezaban a acoplársele nuevos actores, tales como la Corriente Clasista y Combativa (CCC), encabezada por el “Perro” Santillán, y, fundamentalmente, el MTA, un nutrido grupo de gremios disidentes de la conducción oficial de la CGT, encabezados por el camionero Hugo Moyano. Los años felices de la convertibilidad empezaban a hacer agua, y la calle empezaba a ponerse picante.
La traición menemista había generado un proceso de hegemonía y, a la vez, de fragmentación política. Hegemonía hacia el interior del peronismo que ostentaba posiciones de gobierno y ante el conjunto de la clase dirigente —e incluso de un sector importante de nuestra sociedad—. Fragmentación entre los espacios activos y los colectivos militantes, herederos de una tradición no conciliadora con el proyecto histórico de las clases dominantes. Entre las políticas de resistencia, el quedarse adentro hasta que pase el vendaval, y el giro al progresismo, había multiplicidad de grises que se expresaban en posiciones individuales, en acuerdos, o en solapamientos.
Pero volvamos a La Plata. Mientras esperaban que amaneciera, los compañeros debatían en este marco de complejidad. Se habían reencontrado en la militancia universitaria el año anterior, luego de más de un lustro, desde una identidad pública con tintes progres que ocultaba un peronismo marginal, un tanto desorientado, haciendo la apuesta de la prueba y el error, que era la apuesta común de vastos sectores del campo popular por esos años.
Alrededor de las seis salieron dos de ellos dirigiéndose a la cita preestablecida en la esquina de 7 y 56. Habían acordado, con varios espacios del movimiento estudiantil platense de esos años, diversos puntos de encuentro desde los cuales partirían hacia la Plaza Rocha para rodear la Biblioteca de la Universidad e impedir el funcionamiento de la Asamblea Universitaria. Eso era lo acordado, pero nunca sucedió. En cada uno de los puntos de encuentro los esperaba la Bonaerense.
En ese entonces, la provincia era gobernada por Duhalde y la Universidad por un ingeniero radical, quienes habían acordado garantizar el “normal funcionamiento de las instituciones” a costa de un operativo que supuestamente sería de “prevención” pero que terminó con alrededor de 300 detenidos, movilizaciones y represión. Las inmediaciones del bosque platense fueron escenario, durante largas horas, de interminables incidentes que culminaron cerca de la medianoche con la liberación de los detenidos. Hubo incluso represión dentro de la sede policial donde ubicaron a “los demorados” —entre los cuales estaban los cuatro compañeros—; sin embargo, aparentemente todo quedó allí. Nadie renunció. Pero las consecuencias políticas, al menos en el movimiento estudiantil platense, fueron duraderas. “Fue el comienzo del fin” de la hegemonía política de la Franja Morada como conducción de ese movimiento.
La Asamblea Universitaria funcionó y aprobó la Reforma del Estatuto. Todas las Facultades se sentaron avalando la maniobra. La Franja Morada también. Toda la clase dirigente de la Universidad legitimó objetivamente la situación. Solo los representantes de Periodismo hicieron una denuncia respecto del operativo policial y se acercaron a visitar a los detenidos, junto con unos pocos dirigentes políticos y sindicales de la ciudad que organizaron, durante todo el día, las denuncias en la sede de ATE, sindicato que quedaba a pocas cuadras del lugar de los hechos.
Algunos hicieron sus primeras armas en la política por aquellos agitados días, que se podría decir que —de alguna u otra manera— se alargaron hasta principios de la década siguiente. En los camiones celulares de la Bonaerense se habían mezclado los pibes que recién arrancaban con viejos militantes de los setenta que promovían la política de la resistencia y se integrarían a la institucionalidad recién una década después.
La ciudad de La Plata siempre fue una ciudad politizada. La reforma del 18 la tuvo entre sus protagonistas. A fines de los sesenta y principios de los setenta, fue un hervidero para la militancia revolucionaria, sea del color que sea, que copaba las universidades y se proletarizaba en los alrededores, en Berisso y Ensenada. “¡La Plata, La Plata, Ciudad Eva Perón… Ciudad de Montoneros para la liberación!” cantaba parte de la gigantesca columna sur en los años del “Luche y vuelve” y en la primavera camporista.
En los inicios de la segunda mitad de los noventa el clima reinante combinaba el cumplirse veinte años desde el golpe del 76, el surgimiento de HIJOS, la recuperación de la llamada “Casa de la resistencia”, el estreno de Cazadores de Utopías y el surgimiento de espacios de construcción colectivos tanto en lo cultural como en lo político, y todo ello hacía de la ciudad de las diagonales un sitio que era tierra fértil para el resurgimiento de sueños transformadores.
El avispero se estaba moviendo. En las aulas universitarias, en los espacios de circulación y socialización, tanto diurnos como nocturnos. En las asambleas, las reuniones de agrupación, las peñas. La música de Peteco mezclada con la de Charly o Los Redondos en cualquier guitarreada. Los sindicatos más combativos que retomaban protagonismo, como Astilleros o los Municipales de Ensenada, encabezados por Mario Secco. Era el surgimiento de los primeros espacios culturales de resistencia. Todo eso formaba un cóctel que generaba un clima cultural de efervescencia, y ese era el aire que se respiraba.
En ese marco, el movimiento estudiantil platense estaba en medio de una mutación. Mientras que en los ochenta la divisoria de aguas había sido, reflejando la de la política general, entre el alfonsinismo y un conglomerado Nacional y Popular no de todo ordenado, en los noventa el Menemismo hizo estragos en muchas de las identidades previas, y el campo opositor a la Franja Morada estaba fragmentado entre los llamados espacios independientes de izquierda, progresistas, disidentes de la propia Franja, expresiones estudiantiles ligadas a la tradición de la izquierda revolucionaria, y un peronismo que estaba aislado políticamente por ser considerado, en alguna medida, como pata universitaria de un gobierno al que la casi totalidad del movimiento estudiantil veía como un enemigo.
La onda expansiva de los hechos de aquel día que referíamos al comienzo llegó, como mínimo, hasta fines de 1996. En el Congreso de la Federación Universitaria de La Plata (FULP), realizado a fines de ese año, por primera vez desde 1984 la expresión del radicalismo en la Universidad no era mayoritaria. Luego de arduas horas de negociaciones, se conformó un frente —no casualmente llamado “20 de febrero”— integrado por independientes, sectores de la izquierda y del progresismo que, sumados a los disidentes de La Franja, acumularon un número mayoritario de congresales y se impusieron como nueva conducción. Franja Morada estuvo ausente en la votación y durante semanas se dedicó a cuestionar, institucional y mediáticamente, el funcionamiento del Congreso y a las nuevas autoridades de la Federación Universitaria que contaron, para conformar quórum, con la anuencia de los congresales de la Agrupación Peronista Rodolfo Walsh, de Periodismo. Algo había cambiado para siempre. Tiempo más tarde Franja Morada logró recuperar la conducción formal del movimiento estudiantil, pero jamás volvió a ser la fuerza hegemónica ni la conducción real del mismo. Los cuatro compañeros con los cuales se inicia este relato formaron parte de políticas distintas en los años siguientes y se reencontraron en un proyecto común, recién diez años después, cuando Néstor recuperó el Peronismo para la tradición transformadora del Movimiento Nacional y Popular.