El Avión Negro vuelve a pasar y debo confesar que escribir es para mí un desafío que moviliza no solo mis posibilidades intelectuales, sino que deja al descubierto las armaduras que nos protegen a nosotros y a nuestras historias de vida, tan íntimas como un granito de arena en la historia de la patria.
Hoy la memoria no va a intelectualizarse ni voy a proponerles una reflexión sobre cómo se construye. Escribiré, o por lo menos lo intentaré, sobre la pulsión de lucha que late en los cuerpos de nuestras hijas, sobre cómo sus cuerpos tejen una alianza constante que hila las luchas del pasado con las huellas de su propio caminar, mientras abrazan la memoria hasta lo más doloroso guardado allí en lo blando.
Judith Butler en su libro Cuerpos aliados y lucha política nos habla, en el primer capítulo, acerca del modo en que la política de género se constituye desde el derecho de los cuerpos de nuestras hijas clamando por ser vistas y oídas, ya no desde su individualidad, sino desde la pluralidad que las une y el derecho a aparecer que la historia les debe a ellas, a sus madres, abuelas…
¿Cómo hago para que estas reflexiones no caigan en el saco intrascendente de la autorreferencialidad? Estos renglones nacen de ver en las redes a mis hijas celebrar que el nieto 132 estaba recobrando su historia. Ellas compartieron un dibujo conocido, en el que una mujer con pañuelo blanco abraza esa comunión entre la historia, la justicia y los cuerpos.
Las miro a ellas, a muchas, a todas cuyos cuerpos son atravesados por la historia de las mujeres más allá de la temporalidad, porque justamente en ellas la historia de los cuerpos se renueva cada vez que enfrentan el afuera, el ser en una sociedad.
Asumimos que la temporalidad de sus andares y luchas está dividida en contextos que se presentan como si fueran ahistóricos, hijas, madres, abuelas en cada marcha, en cada derecho conquistado que se nos muestra desconectado de los otros. Sus historias parecen distintas historias, hasta que percibimos el modo en que ellas, en una comunión de zapatos y zapatillas, se encuentran en lugares y voces comunes… un diálogo que sus cuerpos hacen visible, donde marchar hace de sus biografías individuales un proceso de comunicación colectivo único, que une sus manos a las historias de sus abuelas.
Mi madre no solo acompaño a mi padre hasta las últimas consecuencias, sino que también eligió ponerle el cuerpo a sus propios ideales, al igual que tantas, en la construcción de un mundo de justicia. Su registro biográfico late casi invisible detrás de la historia de su compañero. Mi padre y su huella política están presentes en la memoria de muchos que caminaron con él o en el registro histórico de algunos hechos de lo que fue su andar.
En cambio, el registro de mi madre está incompleto. Sus compañeras de la secundaria lo tienen aunque, por lógica, muchas van quedando en el camino y esa memoria también parece apagarse. El 11 de mayo de 1977 su temporalidad pareció detenerse. No hay más que contar, nada más se sabe.
No hay posibilidad de pensar en temporalidades, porque todas ellas construyeron una voz en la que suenan los ecos de cada una escribiendo una historia viva que todavía buena parte de la sociedad se empeña en invisibilizar, una voz que atesora los rastros de las voces de todas, incluso la tuya, vieja.
Orgullosa de vos, orgullosa con vos. La vas a sentir en el latido del corazón de tus hijas