Palabras de Irmina Kleiner para la última edición de Mi mensaje*, de Eva Perón.
Estas preguntas y otras tantas sacudieron mi sueño durante años. No solo y no tanto porque sus respuestas posibles fueran un enigma, sino porque toda biografía se inscribe en la piel y en el alma y nos obliga a recordar, en el sentido más noble y desafiante de esa palabra: es decir, a volver a pasar los hechos por el corazón.
Pensar estas palabras con las que me proponen participar de la Colección Cabecita Negra y, más precisamente, de este libro entrañable de la no menos entrañable Eva, es motivo de orgullo y, de manera inseparable, de una reflexión que, aunque tantas veces visitada, siempre me viene pareciendo recién nacida.
Y aunque la que habla aquí sea esta Irmina que soy, le ruego, querido lector, querida lectora, que no conciba ni una sola línea sino en el plural del pueblo. Porque Remo Vénica, mi compañero, y yo, hemos sobrevivido porque fuimos dos y fuimos muchos, muchas, cada obrero, cada obrera, cada campesino y cada campesina, que dejaron jirones de sus vidas para cuidar la nuestra.
Aquellos primeros años
Nos conocimos en los años setenta, cuando Remo estaba encargado de la región nordeste del país del Movimiento Rural de Acción Católica. Fue hacia julio de 1969, en el marco de un curso de capacitación a jóvenes campesinos de Misiones, en el que me inscribí, curiosa y militante. Aquella fue la primera etapa de organización, cuando éramos, sobre todo, jóvenes. Entablé con Remo una amistad que se hizo cada vez más profunda. Perdíamos la cuenta de las horas que pasábamos hablando, y nos escribimos cartas durante años… hasta que nos casamos en abril de 1973.
Cuando regresábamos pasamos por Buenos Aires y participamos de la asunción de Cámpora y de aquellas inolvidables movilizaciones. Era la primera vez que veíamos algo de esa magnitud, y lo vivimos con muchísima esperanza y alegría. Con otros/as miles fuimos a la cárcel de Devoto a la madrugada y presenciamos el momento en el que los/as detenidos/as salían y se reincorporaban al pueblo. Ya teníamos compañeros del Movimiento Rural que estaban presos y los vimos salir.
Para entonces, estaba trabajando con hacheros, obreros rurales y pequeños campesinos, cuando decidimos casarnos. Remo se vino al Chaco conmigo. Como estábamos dentro del Movimiento Rural, coordinamos los movimientos campesinos: las Ligas Agrarias Chaqueñas, el Movimiento Agrario de Misiones, la Unión de Ligas Campesinas Formoseñas y Correntinas. En esa época era todo militancia. Incluso compartíamos nuestros recursos. Remo trabajaba como mecánico y yo en una cooperativa de seguros. El resto del día era militar con el sindicato de los hacheros, organizar cooperativas de trabajo en las tierras fiscales. Nuestra casa era la sede del sindicato, un lugar de hospedaje de la gente humilde.
El terror
En eso estábamos cuando la presión de la Triple A ya era bastante fuerte. Un compañero, que tenía a cargo una escuela rural, vino perseguido. Salió a distribuir volantes de las Ligas Agrarias y lo agarraron a él (que andaba en nuestro auto) y nos hicieron un cerco para detenernos. Nos avisó un compañero y, con lo puesto, comenzamos nuestras peripecias. Se veía venir el chaparrón, la tormenta de la dictadura, pero no con la intensidad con la que fue. Imagínense, Remo tenía 32 años y yo apenas 23. No tuvimos otra opción: debimos escapar. Y eso ocurrió en etapas progresivas. Somos de familias de campo y es el medio en el que nos sabemos mover. Ante una situación difícil, lo primero que se nos ocurre es irnos al campo. ¡No nos íbamos a quedar en Sáenz Peña! Primero nos refugiamos en las casas de las familias y después decidimos ir al monte. Andábamos de rancho en rancho, en las casas de pequeños campesinos y hacheros donde compartíamos todo. Eran muy humildes, y quizá por eso mismo muy solidarios con lo poco que tenían. Hicimos distintos trabajos: en la huerta, cultivo de tomate, cosecha de algodón. Yo hacía prendas de vestir y les enseñaba a los gurises que estaban ahí. Cuando aparecía alguna persona desconocida, los hacheros nos daban el aviso y nos retirábamos a otra zona. En un lugar llegamos a estar casi un año, porque era un fortín: estaba controlado por vecinos en todo el perímetro. Después vino el golpe, que irrumpió con una metodología masiva, feroz, terrorífica. Secuestraban a la gente, que volvía muy deteriorada. Los paseaban por los campos para mostrarlos a los demás. Y eso generó una situación de muchísimo miedo y angustia. Distribuían por avión volantes sobre los “buscados”. Las radios convocaban permanentemente: “Denúncienlos, son diabólicos, matan chicos, son cambiantes y escurridizos”. No llegamos a saber si hubo recompensa.
La intemperie
Fue entonces que tomamos la decisión —por seguridad de las familias y la nuestra también— de irnos al monte. Nos internamos en la zona central del Chaco, que era la más poblada. Nunca hemos estado aislados de la población. Ellos pensaban que nos habíamos ido al Impenetrable. Pero no. También creyeron que la gente nos iba a denunciar. Pero teníamos una trayectoria de trabajo social, nos conocían, tomaban mate, conversaban con nosotros. En algunas ocasiones, nos los hemos cruzado en el monte y nos han ayudado con comida.
Hay una pregunta que hemos contestado ya infinidad de veces: ¿cómo se sobrevive durante cuatro años en el monte? La respuesta, más allá de lo que pusimos nosotros de nuestra propia y modesta cosecha, es la solidaridad de la población. Visitábamos familias a altas horas de la noche, mateábamos junto al fogón y al retirarnos nos daban grasa, harina, yerba, fideos, polenta, alpargatas, hilo para coser. Y a veces, también carne. El mate nos acompañó todo el monte. Con nosotros apenas teníamos algunos plásticos, que cuando había mal tiempo armábamos como carpa. Y bolsa de dormir. Juntábamos latitas de dulce de batata para platos o sartén. Teníamos armas, porque si nos encontraban, nos mataban. Un hachero nos había entregado un Winchester viejo que no funcionaba. Remo le hizo las piezas, las correderas, las hizo cementar con carbón de leña molido. Y le armó una culata de lujo, porque era un corazón de Guayaibí, que pulió y le puso cera de miel de Rubiecita, una avispa del Chaco.
Cuatro años están hechos de muchos días. ¿Cómo es vivirlos a la intemperie?
Por la mañana hacíamos ejercicio. Nos servía para sobrellevar lo que ocurría. Nos sirvió mucho la relación con la naturaleza: desde la observación de los árboles, de los pájaros. Me impresiona todavía cómo percibíamos los ruidos desde mucha distancia. Nunca se termina de ver esa interacción de seres vivos que actúan en esos lugares hermosos, donde habitan tantos animales. Ahí nosotros éramos un animal más, sentados en el fogón, conversando, debatiendo sobre el futuro. Después del mate de la mañana, comentábamos las pocas noticias que podíamos escuchar de la BBC o la Deutsche Welle, por una pequeña radio. Tratábamos de ir interpretando lo que sucedía afuera. Tomábamos notas en un cuaderno. Nos causaba gracia, porque estábamos en el monte, pero al lugar lo veíamos como nuestra casa. Buscábamos encontrar alguna fruta o cazar algo. Fue todo un aprendizaje moverse dentro del monte sin hacer ruido y sin perdernos.
Buscábamos rastros de algún guazuncho, algún tatú, una perdiz del monte. Lo hacíamos esporádicamente cuando teníamos necesidad. Tratábamos de no utilizar las armas de fuego, sino de cazarlos de otra manera. Armábamos lazos para los guazunchos, por ejemplo. Con el tatú, encendíamos un fogón —con madera que no hacía humo—, se ponía con el cuero hacia abajo y las patitas hacia arriba y le poníamos brasas debajo. Era espectacular, porque quedaba como al horno.
Marita
El embarazo se produjo cuando estábamos en el monte. Se cruzaron muchos sentimientos: era una gran alegría, pero las circunstancias no eran nada favorables. Sin embargo, había que afrontarlo. Como era el primer embarazo, necesitaba evacuar dudas. Los mismos campesinos nos dijeron que había una partera en la zona. No la conocíamos, pero recurrimos a ella. La partera no quería que pariera en su casa, por eso nos explicó cómo Remo tenía que ayudarme. Cuando vimos que el parto lo teníamos que afrontar en el monte, hicimos una habitación subterránea, donde todo el techo se volvió a armar con palos de madera dura. Y tierra encima. Era para nuestra protección y para aislar los llantos del bebé. No sabíamos qué circunstancias se iban a presentar cuando naciera. Parece imposible que algo así pudiera sobrellevarse, pero lo hicimos con cierta naturalidad. De parte mía, hubo un convencimiento y una fortaleza. Caminaba mucho, hacía todos los ejercicios. Así nació Marita, nuestra primera hija, que estuvo con nosotros 45 días. Nos parecía imposible criar una bebé en el monte. Pasábamos situaciones de lluvia y de frío permanentemente. Además, estaban los traslados. Y se nos planteaba la posibilidad de un encontronazo con los militares. ¿Cómo afrontarlo con una criatura? Nos parecía una irresponsabilidad de nuestra parte tener a la bebé con nosotros. Por eso buscamos una familia para que nos la criara hasta que pasase el terror. Era tanto el miedo que muchos no la aceptaron. Finalmente, la adoptó la familia de la partera. El esposo nos dijo: “Que sea lo que Dios quiera y yo la tomo como hija”. Este matrimonio fue encontrado por los militares, torturado, y pasó seis años en la cárcel. A nuestra hija la usaron como publicidad: hacían hablar una bebé como si fuera nuestra hija para que nos entregáramos. Se enteró el obispo de Reconquista, que les avisó a nuestros familiares y la recuperaron.
La emboscada
Fue entonces que enfrentamos una emboscada. Pasamos cerca del lugar donde estaba nuestra hija y nos ubicaron en el monte. Remo logró escapar, pero pensó que a mí me habían matado. Yo escuché que alguien caminaba y, debajo del árbol donde estaba subida para cazar un guazuncho, vi pasar personas. Cuando atiné a agarrar el bolsito que tenía a mano, me gritaron “¡alto!” y dispararon. Salí corriendo y, en ese momento, no me acertaron ningún disparo. Después me quedé como jugando a las escondidas dentro del monte. Llegué a una orilla, donde había un campo con vegetación muy baja. No me animé a avanzar. Me quedé ahí hasta la tardecita, cuando un policía me vio, corrí y me hirió de un balazo en la espalda, con orificio de salida detrás de una oreja. No sé cómo pude quedar con vida, porque me atravesó todo el cuello. Me desmayé y, cuando me di cuenta, oí que el que me había herido estaba tocando un silbato. Recurrí a las energías que me quedaban y salí corriendo. Ya escuchaba las camionetas de los alrededores. Dije: “adentro del monte no me puedo quedar, porque me voy a desangrar”. Así que decidí salir del monte y esconderme en el campo. A los 45 minutos se hizo de noche y la retirada fue más fácil.
Reencuentro
Prefiero evitar los detalles de cómo traté mi herida, para que no vuelva el dolor. Pensaba que Remo no me buscaría, porque era consciente de que para él yo estaba muerta. Pero nos volvimos a juntar en un lugar de encuentro. Ahí decidimos afrontar la situación que se nos venía: yo estaba embarazada otra vez y había que diseñar una nueva estrategia. Nos planteamos retirarnos de la zona y buscar nuevos horizontes. Ahí emprendimos la caminata hacia la provincia de Santa Fe, con brújula en mano y tomando la dirección que nos indicaban las estrellas. Cargábamos lo mínimo posible, porque cada kilo se sentía. La mayor parte de las veces avanzábamos de noche. Íbamos recogiendo alimentos por el camino, desde nidos de avispa con miel —que teníamos siempre disponibles—, tortugas, ranas, pajaritos. Tuvimos varias pescas muy importantes. Esa caminata duró casi treinta días. Después de unos días de sequía, tuvimos lluvias torrenciales y nos quedamos en medio de una laguna. Pasamos la noche defendiéndonos del agua, para que no invadiese nuestro pequeño espacio seco. Ahí no tuvimos más problemas para tomar agua, pero era incómodo caminar en el agua. Calentábamos las botas para que estuvieran secas más tiempo. Estuvimos un año más en los cañaverales. Reconstruimos viejas relaciones con amigos para que nos pudieran dar una mano para salir. Se necesitaba toda una logística. Así que estuvimos ahí hasta que pudimos dar este salto para salir el país, ya con otro hijo nuestro que escapó con nosotros. Y con la amargura de que otra hija nuestra quedaba en el país. Pero todavía con la esperanza de que las cosas iban a cambiar.
Naturaleza viva
Vuelvo a las preguntas con las que comencé esta reflexión. ¿En qué reside la fuerza de un mensaje? ¿Cómo toca el núcleo de nuestros corazones, sacude nuestras conciencias y se vuelve amor y lucha? Vuelvo a ellas pensando si esta manera de interpretar un mensaje se ajusta a lo que me han pedido. Y creo que encuentro la respuesta en la forma en que hemos renovado nuestro compromiso, la forma de esa lucha inagotable. Interrogándonos acerca de si es posible producir sin agredir a la naturaleza, sin envenenar los alimentos y sin esclavizarnos como productores. Devolviéndonos las ganas de vivir, el entusiasmo, volviendo a ser la parte más importante del proceso productivo, mientras que en la agricultura de los agroquímicos éramos nada más que parias, un instrumento de las multinacionales.
Por eso echamos a andar Naturaleza Viva, una chacra de unas 200 hectáreas, en el norte santafesino, en Guadalupe Norte, donde trabajamos quince familias que producimos una gran variedad de alimentos sin utilizar agroquímicos ni transgénicos. Nuestra producción llega a miles de hogares en numerosas provincias argentinas. Es una poderosa muestra de que es posible producir alimentos de otra manera, de que la agroecología es sostenible y que puede resistir a crisis económicas y modelos injustos. En la granja recibimos escuelas, delegaciones y familias interesadas en conocer esta experiencia, y es constante la presencia de estudiantes y profesionales que realizan pasantías, produciendo un rico intercambio de saberes y experiencias procedentes de distintos puntos del país y del mundo.
Un suelo fértil es muy eficiente para producir sin agroquímicos. Porque los insectos y las malezas vienen en suelos deteriorados. De suelos deteriorados surgen plantas enfermas, y las plantas enfermas son atacadas por microorganismos, insectos, plagas en general. Pero las plantas plagas desaparecen con la fertilidad de la tierra, y la fertilidad se mantiene a través del ciclado de los elementos de nuestro ecosistema: el sol es gratis, el aire es gratis, el agua es gratis y la tierra es naturalmente gratis para el campesino. Un correcto manejo del sol, del aire, de la tierra y del agua optimiza la producción. Y si en el proceso productivo se hace rotación de cultivos, combinación de cultivos, combinación de agricultura y ganadería, se favorecen la vida y la incorporación de nutrientes. En el caso de Naturaleza Viva, hacemos un agregado muy importante que es devolver el fósforo a la tierra a partir de la molienda de los huesos de nuestros propios ganados, se vende la carne, pero no los huesos. No hay que ser estúpidos en el trabajo agrícola, hay que ser inteligentes en la recuperación de los nutrientes. Si yo vendo el grano de girasol estoy vendiendo los minerales, porque lo que vendo es energía, vendo el aceite que consumen. Lo mismo si yo, en vez de vender la naranja, vendo el jugo, todo el resto forma parte del ciclado de los elementos, y así sucesivamente. Entonces, ¿cómo ciclan estos elementos? A través del animal. Las vacas lecheras consumen el pellet del girasol, consumen elementos vitales para ciclar, los minerales en el suelo para permitir una agricultura sustentable de alta rentabilidad pero además sustentable en el tiempo.
Tiene que ver con la historia de la agricultura. La historia de los pueblos originarios. La historia de nuestros abuelos europeos. Ellos entregaban los productos al mercado porque en aquella época no nos olvidemos que más del 50% de las personas vivían en el campo. Hoy tenemos apenas el 7%, y me parece que estoy exagerando. Todo este fenómeno hizo que se apropiaran del trabajo del productor agropecuario, que pasa a ser simplemente un productor de materia prima, que es el rubro más complejo y más riesgoso que existe. Porque están los factores climáticos: lluvia, sequías, plagas, enfermedades. Todo eso se fue complicando cada vez más y nos han quitado, conscientemente, esto de ser productores de alimentos. Porque, además, detrás estaba todo el uso de los venenos, que no tienen nada que ver con la producción de alimentos. Esta es la gran paradoja de la sociedad actual, para los hombres de las ciudades, para los trabajadores agropecuarios. No puede ser que seamos productores de alimento contaminado con agroquímicos, y peor todavía, afectando la vida de nuestra Pachamama, que es la que nos da la posibilidad de vivir hoy y de seguir viviendo en el futuro. Estamos en una sociedad con mucho riesgo a partir de este gran fenómeno de urbanismo y cero ruralidades. Y además hemos perdido esto de la totalidad de la cadena de elaboración de alimentos.
Lo más rico de esto es que de un eslabón a otro no hay trasmisión ni impuestos porque es el mismo productor el que genera todo. Por lo tanto, desde la producción primaria, del movimiento de suelo, hasta el producto terminado es toda una cadena donde queda toda la ganancia para el productor y, de esa manera, puede reinvertir, puede recrear los sistemas productivos. Y todo eso a partir de recuperar la vida de la tierra, del suelo, el potencial más extraordinario que debemos cuidar para que las nuevas generaciones, tanto de los argentinos como de todos los que vivimos en el planeta podamos seguir viviendo en el futuro.
Por otra parte, cada uno de esos eslabones productivos requiere manos y cabezas atrás haciendo y concretando las cosas, entonces del campo despoblado pasamos a un campo generador de empleo, de ocupación y, por lo tanto, de recursos para las familias. Y se vuelve a poblar. Es un aspecto social fundamental, la estructura productiva del campo es una cuestión social.
Su mensaje
Las convicciones, la fuerza, el latido de nuestra manera de entender la dignidad, nuestra brega por aportar un granito de arena para la patria libre, justa y soberana no han disminuido un ápice en todos estos largos años. La fuente de esos elementos es tan rica como difíciles las vicisitudes que debimos enfrentar. Y que aún enfrentaremos. Pero viene nutrida por algo que, hasta aquí, no han podido vencer: una tradición nacional popular surgida de las entrañas de nuestro pueblo y realizada por quienes nos han dejado un legado que vive intacto en el interior de la sociedad profunda. No pudieron quebrarnos, porque las sombras no pueden mirarse en el espejo del sol. Tu mensaje está en nosotras, querida Eva. Con humildad, con pasión, con la esperanza intacta, seguimos recogiéndolo, junto con tu nombre, para llevarlo como bandera a la victoria.
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Última edición de Mi mensaje, de Eva Perón. Editorial Punto de Encuentro (Buenos Aires, mayo de 2022).