Por Hanin Dawud Al Najjar*
Regulando los poderes de la vida y la muerte a través de términos forjados por la producción de fronteras, la confiscación de propiedades y la clasificación de personas basada en la raza y la clase social, Israel ha encarnado los intercambios globales más brutales entre las fuerzas militares y policiales del mundo.
La creación del Estado israelita en Palestina, en 1948, convirtió a un importante centro de la cultura árabe en un auténtico laboratorio para el desarrollo de tecnología militar probada en cuerpos palestinos. En el centro de este sistema se encuentra el comercio militar de la letalidad, en el que Israel se destaca como el Estado más militarizado del planeta con un crecimiento exponencial de su industria de asesoramiento a policías, fuerzas armadas y organismos de inteligencia y seguridad nacionales de todo el mundo, a través de sus empresas públicas o privadas como, por ejemplo, ISDS (International Security Defence Systems).
Fundada por agentes de la inteligencia israelí, la ISDS —empresa certificada que opera bajo las directivas del Ministerio de Defensa de ese país— conquistó el derecho de entrenar al BOPE de Río de Janeiro, (Batalhão de Operações Policiais Especiais), debutando en la tarea con una fuerte inversión en “comando y control”. A esta misma compañía se le asignó el entrenamiento del batallón de Ferguson responsable del crimen de Michael Brown, caso que se popularizó por dar origen al movimiento Black Lives Matter.
Las empresas israelíes detentan el carácter de principal proveedor de armas y entrenamiento de la policía militar de Brasil desde el año 2000, habiéndose encargado, además, de sistematizar los correspondientes programas. En este periodo, las expresiones “desproporcionalidad de la represión” y “uso desproporcionado de la fuerza” se hacen cada vez más frecuentes en el vocabulario político.
Desde entonces hemos observado hechos como, por ejemplo, la adopción de la kufiyah** como parte accesoria del uniforme del BOPE durante operaciones de combate en las favelas de Río de Janeiro. Este accesorio es símbolo de la lucha y resistencia de Palestina, su uso indiscriminado ha generado críticas internacionales denunciando este hecho como una falta de respeto a los lazos culturales palestinos, y como maniobra sistemática tendiente a reforzar la percepción subconsciente de “islamofobia”, que asocia a los árabes con la violencia.
Brasil es uno de los principales compradores de tecnología y formación militar israelí. Durante los Juegos Olímpicos de 2016 en Río de Janeiro, se construyó un muro que segrega al conjunto de favelas de forma similar al impuesto en Gaza. Este muro se levantó en Brasil bajo la presencia de ISDS, a través de un contrato oficial con el comité organizador de los Juegos Olímpicos que buscaba de ampliar en 2.200 millones, un acuerdo previo firmado entre Israel, el Comité Olímpico y el gobierno brasileño. En este periodo, el Comité de los Derechos del Niño de la ONU publicó un informe en el que se acusaba a la Policía Militar brasileña de matar a los niños de la calle para “limpiar la ciudad”, una brutalidad ampliamente utilizada contra los niños palestinos sometidos a mutilaciones y masacres.
En respuesta, los movimientos sociales brasileños y palestinos organizaron en 2016 una conferencia histórica en Río de Janeiro, en la que se demandaba un embargo militar contra Israel y que no se le otorgara la atribución total de la seguridad de los Juegos Olímpicos al Estado de Israel. En este contexto fue creado el Movimiento Juegos Olímpicos sin Apartheid, al tiempo que se reforzaron los lazos entre las favelas de Río de Janeiro y Palestina, ambas asechadas por operaciones de terror sistemáticas llevadas a cabo por máquinas de guerra estatales.
En un entrenamiento organizado por la embajada de Israel en Panamá en 2012, se difundieron fotos de objetivos caracterizados con ropas árabes que representaban a mujeres y hombres musulmanes vestidos con kufiyah como símbolos de odio y persecución. Estas operaciones ensayadas en territorio palestino proporcionan un entrenamiento a militares y policías de todo el mundo que incluye “disparos en la cara” y “en la nuca”, mientras defienden abiertamente las ejecuciones extrajudiciales con lógicas claramente racistas, especialmente en las favelas brasileñas.
Adorno y Horkheimer señalaron a Auschwitz como el hecho que quebraba la tradición de la cultura occidental. Dicho de otro modo, la historia, a partir de allí, era otra historia. Desde 1948, cuando bajo una salsa premisa, acuñada por el periodista británico de origen judío Israel Zangwill (“Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”) el Estado israelí comenzó una ocupación criminal, el pueblo palestino sufre sin respiro (hablamos de 75 años). ¿Que produjo más o menos muertos que el holocausto? Desde la perspectiva de las víctimas el horror siempre es absoluto. Nunca es suficiente reflexionar sobre esto que propone Hanin Dawud Al Najjar. Se trata, entre otras muchas cosas, de uno de los pasajes más dramáticos de la historia. De padecer (de uno de los modos más indecibles de los muchos que, desdichadamente, ha producido nuestra especie) la racionalidad instrumental al servicio de la muerte, Israel pasó a provocarla en otros y exportarla incluso con estremecedores niveles de sofisticación
Está nota sirve, entre otras cosas mucho más importantes, para ver con ojo crítico la serie de Netflix “FAUDA”.