En Argentina se suele decir que si tiene cuatro patas, ladra y mueve la cola, es un perro. Deng Xiaoping popularizó la frase “no importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”. Con un poco de imaginación para combinar ambos refranes, podríamos decir que no importa de qué color sea el simio, si come bananas y chilla es un mono. Milei promete dolarización en Argentina y Maduro la llevó a cabo en Venezuela. No es novedad, que en la época que atravesamos, las disputas se desvíen de la realidad efectiva para derivar en refriegas simbólicas (wokes vs trads, etc.) que hasta se disputan las costumbres más íntimas de la vida. Este estilo parece impregnar hasta altas esferas y la política internacional.
Las elecciones en Venezuela generaron controversias en todo el continente, pero los cruces entre Milei y Maduro llegaron al punto de superar a una caricatura de la guerra fría. A eso se le agregan episodios histéricos, como la protesta del gobierno argentino frente a la posición de Lula y el posterior agradecimiento a Brasil por representar nuestros intereses en nuestra embajada en Caracas. Es cierto que tampoco conviene pasar por alto algunas muestras de racionalidad en la región, contraintuitivas a los idealismos románticos, como Bukele apuntando contra la dolarización por ser la puerta de entrada para el narco en El Salvador o López Obrador diciéndole no al populismo.
Aunque Iberoamérica está en proceso de inestabilidad y giros vertiginosos en las tendencias políticas, el caos puede mostrar sus tendencias regulares. Los efectos de la dolarización no son muy distintos en los países que la aplicaron, todo partido que accede al poder queda expuesto a que se lo tilde de antidemocrático por una razón u otra, mientras que las distintas ideologías oficiales se enfrentan a una dificultad para consolidar consensos de categoría nacional.
Quedaron lejos los días en que la ola de democratizaciones en la región daba un aire de frescura al escenario político, comenzando la década de 1980. No obstante, las crisis de deuda y los colapsos económicos también le dieron el rótulo de la “década perdida”. Sin embargo, se habían establecido algunos consensos: la Zona de Paz, conciliaciones fronterizas, el respeto por la democracia y la soberanía nacional. Era un tiempo en el que trabajar por la democracia a nivel regional no se solapaba con la sospecha de pérdida de soberanía.
Actualmente, ya es habitual que las diferencias ideológicas deriven en rupturas en la diplomacia y el comercio. Entonces cabe preguntarse ¿Con qué derecho un país opina o influye en la política interna de otro? O más importante ¿Es realmente conveniente poner los idealismos de turno por sobre intereses de más largo alcance? No es que Iberoamérica no tenga problemas comunes: la capacidad de que actores transnacionales como el narco, movimientos facciosos o los flujos financieros pongan en jaque a gobiernos y estructuras estatales, erosión de las capacidades industriales con la presión de la primarización y la cuestión de la inserción regional en un mundo también inestable.
Sobre este último punto, también conviene observar si a nivel global la realidad efectiva también es tan ideológica como muchos intentan demostrar. El Asia Pacífico es el mayor polo del mercado mundial, cuyo mayor volumen es interno a los países de la región: China, Corea, Japón, el sudeste asiático. Todos con regímenes políticos e ideologías oficiales muy distintas, pero con intereses económicos y una cultura compartida. Las disputas internas de la región, quizás con la excepción de Corea del Norte, tienen poco que discutir de ideologías y lo hacen casi por protocolo, pasando rápidamente a discutir integridad territorial, control de puntos estratégicos y rutas marítimas, capacidad militar e influencia económica. Más allá de su historial de intervenciones bajo argumentos idealistas, las potencias del Atlántico Norte rara vez tuvieron y tienen reservas de asociarse por intereses específicos con regímenes que nada tienen que ver con la idiosincrasia liberal.
Los casos más reveladores son los de Europa del este, Asia continental y África. En estas regiones y continentes, es donde el panorama mundial parece demostrar quienes son los ganadores y perdedores de la época. Quienes priorizan la razón de Estado y los intereses regionales avanzan: los militares de los países del Sahel asestan un golpe tras otro a los extremistas islámicos, mientras países como Turquía, Arabia Saudita e Irán tejen complejos juegos de alianzas y disputas hacia dentro y fuera de Asia occidental. Entre tanto, donde más se sufren y/o generan los daños son las áreas de influencia de idealistas y fundamentalistas (que de todos modos, muchos se llevan muy bien con los mercenarios). Son los desastres de Israel y Palestina, Ucrania, etc.
En este sentido y volviendo a Iberoamérica, muchos parecen poner una confianza excesiva en supuestos salvadores de origen extranjero, sean del norte o del este. Existe una peligrosa confusión entre el concepto de alianza estratégica y causa común. Cuestión, en un mundo en el que los intereses “duros” predominan, los idealismos quedan expuestos como las distracciones que son, sólo útiles si se acoplan a una dinámica integradora de la política exterior. No conviene encandilarse con las potencias extra-regionales de ayer y hoy, siendo más útiles para inserciones versátiles de tipo estratégico como los BRICS+. Los intereses que se pueden compartir con más confianza se generan entre nuestros vecinos cercanos. Ahí el desafío reside en generar una infraestructura racional y favorable para nuestros intereses nacionales, que sea capaz de sobreponerse a cambios de gobierno o los caprichos de turno. La complejidad de esta política se puede sopesar con el hecho de que el desarrollo nacional se puede articular muy bien con un progreso de categoría regional.
La realidad es que Argentina no gana nada denunciando o defendiendo la posición de uno u otro bando en Venezuela, así como están las cosas. No es necesario hacer un raconto de la violencia que el chavismo instrumentó por años, así como su fracaso económico, no tiene por qué ser tabú desde la Argentina. Al final terminaron dolarizados al igual que otros bananeros de izquierda y derecha. A principios de la década del 2000, los asesores argentinos recomendaban a los chavistas usar las divisas petroleras para generar mercado interno e industrias más pujantes, generar bienestar sustentable y evitar permanecer en la primarización. Y a muchos de ellos les contestaron “¿Y eso para qué?”. Si llegan a necesitar a los nuestros en un futuro, probablemente estarán dispuestos a colaborar.
La coyuntura y la experiencia empujan a superar la histeria idealista y jerarquizar una agenda que piense en los intereses reales de la región y sus países. Así, la soberanía es el objetivo prioritario. Los sucesos políticos extranjeros pueden generar mucha sensibilidad en distintos grupos alineados repartidos por el mundo. Pero este romanticismo no es suficiente para tapar la realidad de la soledad de las naciones en un mundo inestable. La democracia argentina, con sus virtudes y problemas, no fue hecha por extranjeros sino por argentinos. ¿Por qué habría que depender de otros países para decidir un régimen político? La política interna de otros países es un campo de acción que nos es ajeno, y en todo caso queda reservado para operaciones silenciosas.
Para entablar relaciones conviene pensar en qué gana la Argentina realmente, y antes, en cuáles son nuestros intereses nacionales. Eso significa tener un proyecto de nación estable, que no se vea perturbado por las ideologías de turno: capacidades nacionales, ciencia e industria, inserción internacional, integridad territorial, etc. El rol de la región es fundamental, pero no hay una integración efectiva sin naciones fuertes, que puedan decidir por sí mismas con el mayor margen de autonomía posible. Si estas quedan vulnerables a cualquier impugnación externa en los ámbitos de decisión propia, no queda posibilidad de proyectar relaciones estables. Si, en Sudamérica hay monos de distintos colores; seguramente no es una región de leones de diseño británico y “víbora” o “serpiente” se dice para insultar u otros usos peyorativos. Esta tierra pertenece a distintas especies de zorros, pumas, yaguaretés, cóndores, ballenas y caimanes que tienen la tarea de cuidar sus territorios y equilibrar el ecosistema.
Me queda resonando la frase “Quedaron lejos los días en que la ola de democratizaciones en la región daba un aire de frescura al escenario político, comenzando la década de 1980”, porque la siento y creo profundamente. Creo que más allá del desarrollo y esencia de todo el artículo, pararnos acá es un punto de inicio para replantearnos la actual política argentina. Y de todo ello me resuena “frescura al escenario político”, si. Realmente eso nos falta, eso tenemos que plantearnos y allí está el primer giro para dar. Y debe ser abrupto y profundo, sino queremos perder todo lo algún día ganado. Muy buena nota. Me gustó.
Coincido en gran parte del análisis, generar una geopolítica propia no es tan sencillo pero debe ser abordado aunque seamos oposición, ningún país de América Latina se va a salvar solo y ninguno puede imponer el tipo de democracia a los otros. Mirar que es lo estratégico para la Argentina es un ejercicio más que necesario, en un mundo en un cambio cada vez mas evidente. Los consensos alcanzados en la década ganada siguen vigentes y serán una meta para un gobierno nacional y popular